sábado, 22 de septiembre de 2007

Sonido

1.

He llamado al telefonillo de la puerta y la voz era femenina.

-¿Ya? –la voz.

-Sí.

Oigo la puerta cerrarse detrás de mí. El vestíbulo tiene el techo muy alto y un portero metido en un cuartucho diminuto, allá al fondo. El portero está leyendo un libro.

-Hola –saludo.

-Buenas tardes –responde.

Subo al ascensor. Es uno de esos elevadores antiguos, con varias puertas de reja en cada piso. No tiene memoria y si aprietas el cinco el ascensor sólo irá al cinco. La memoria es una particularidad de la tecnología digital; la tecnología mecánica, como las ruedas y los imperdibles, es muy tonta, no se acuerda de nada y te hace estar siempre encima de ella. Yo creo que por eso nos despierta tanta ternura. A todos nos caen bien los imperdibles y las ruedas, los sacapuntas, porque a veces uno también tiene el día tonto, y cansa mucho toparse a cada rato con cosas que son más listas que tú, y con tantos móviles.

El ascensor es lento, y la cadena que tira de él hacia arriba hace un ruidito que da mucha tensión al viaje. En la puerta del cubil han adherido unos mensajes. Leo uno y luego leo el otro y resulta ser el mismo mensaje, fotocopiado o impreso dos veces y pegado dos veces en la parte interna de la puerta del ascensor, una copia en cada batiente. POR FAVOR ASEGÚRENSE, DE QUE LA PUERTA DEL ASCENSOR, QUEDA CERRADA.

Espero que no lo haya escrito nadie de la editorial.

2.

Vengo mucho por aquí. Doy besos. Cuando gente de oficina te da besos no puedes considerarte un empleado. Aquí han publicado dos libros míos, hay contratos y un par de firmas en los bajos del folio; pero yo no soy un empleado. No soy capaz de interpretar la distancia laboral de este asunto. Cuando me rechacen un libro me habrán despedido. Pero si me aceptan otro, el siguiente, volverá el contrato y esas firmas en todas las páginas, abajo del folio. No sé quién depende de quién; Marx no me encaja en esta relación contractual; en realidad no he leído a Marx, así que no es extraño que no sepa ubicar los medios de producción en su lugar correcto. Yo produzco la novela; ellos producen el libro. No sé. Le preguntaré a Belén Gopegui.

-Hola, A. ¿Preparado?

-Sí. Listo para decir gilipolleces.

-Genial.

La jefe de prensa me acompañará. Viste de verde. Está en su mesa dándole al teclado del ordenador. Enfrente de ella está Tlñ. Tlñ es una chica simpática, alta, fibrosa. Me gusta hablar con ella de chocolatinas. A los dos nos gusta el Twix.

-¿Qué tal, Tlñ?

-Muy bien.

-Hace mucho que no compartimos un kit kat.

Sonríe.

-¿Tenéis un chicle?

Hoy fumé mucho; me sabe mal la boca.

-Yo sí –Tlñ.

Se levanta y va hacia su bolso. Mientras busca el chicle en el fondo le miro los vaqueros. Son bonitos, le sientan bien.

-Toma.

Me tiende un paquete Orbit, Menta Peppermint.

-Joder, tía, tenemos los mismos gustos. Yo también compro estos.

Masco el chicle. Es una grajea rectangular, de esquinas redondeadas, que enseguida se convierte en un entretenimiento solvente.

-¿De qué marca son tus vaqueros? –pregunto.

Tlñ se acaba de sentar. Me echa una mirada cómplice.

-No te lo voy a decir... Luego piensas que soy...

-¿De TopShop?

-Sí –sonríe-, buena memoria.

Rkl siempre compra los vaqueros en TopShop porque no tiene que meterles el largo. Me lo dijo el día que descubrimos nuestra mutua pasión por el chocolate.

-Te quedan muy bien –recalco.

-Gracias.

Lo pequeño es la conversación que prefiero.



3.

La jefe de prensa es jefa de sí misma y un poco de mis horas de ocio. Me manda a sitios a los que no quiero ir y a los que finalmente voy porque promete acompañarme.

-¿Vienes conmigo? –pregunto siempre.

-No –contesta siempre.

Luego viene conmigo porque si no me da corte y miedo y un poco de asco. Las entrevistas.
Me gusta sacarle frases que me hacen sentir especial. Mi favorita es ésta:

-Eres el autor más pesado de todos.

Hoy toca radio. La radio no me gusta porque tengo la sensación de que la gente habla como si no supiera que la están escuchando, como esas personas que te saben cerca y aprovechan que tú crees que no te han visto para decir cosas feas de ti, y luego ponerse falsamente incómodas.
Ya son más de las siete y cuarto.

-¡No sé para qué cojones vengo en punto, joder!

-Voy a llamarles.

Vamos a un programa que se llama La ciudad invisible. Todo el mundo lo conoce menos yo. Me han ido poniendo nervioso poco a poco, sobre todo con el anuncio de que, al final de la entrevista, me preguntarán por mi ciudad invisible favorita.

-¿Cuál vas a decir? –Tlñ.

-No entiendo la pregunta... Ciudad invisible... Me da igual. Me pregunten lo que me pregunten voy a decir que la FNAC no tiene mi libro en las mesas de novedades. Luego, cuando me hagan otra pregunta, voy a decir que la puta FNAC no tiene mi puto libro en la mesa de novedades. Que así no hay manera, joder. Ni de ser escritor ni de tener ilusión ni de nada. Luego, cuando me pregunten que cuál es mi ciudad invisible, les voy a decir que es la FNAC, ardiendo.

-Eso le vendrá de maravilla a esta editorial.

4.

Esperamos al coche. Ha habido cierto problema de coordinación y vamos tardísimo y la jefe de prensa me confiesa que ella odia a los choferes, sin tilde. Llega el coche. Subimos, yo detrás, la jefa delante. Le digo hola al conductor y el conductor me contesta. Cuando la jefa da las buenas
tardes, el chófer es ya chofer y su respuesta átona resulta explosivamente fría.

No hablamos durante todo el trayecto.


5.

Radio Nacional de España está en Pozuelo, que es donde están todas esas empresas que se lo tienen muy creído, como Telemadrid y Talleres Gómez. La sede es espantosa, clínica, gris.

-Esto parece una facultad –digo.

Seguimos a una mujer por los pasillos. Me hace mucha gracia que hay gente en la tele y en la radio cuyo trabajo es guiar a los invitados por los pasillos. Quiero decir que hay cosas mejores que hacer con tu sentido de la orientación, como irte a explorar el África negra o abrir un tenderete de brújulas.

-Es aquí –dice la guía.

Miramos por una ventana y vemos la sala técnica del estudio, que no sé cómo se llama. Sala técnica. I dont know. Al otro lado de un cristal están los micrófonos y el cocedero de voces. Veo a una chica rubia revisando papeles, ahora están poniendo música, me indican que doble la esquina al fondo del pasillo, que allí me esperan.

Voy solo. Nada más volver la esquina veo a un tipo sentado sobre un inacabable mueble que recorre la pared. Tiene la ventana abierta, y la mano perdida al otro lado. Fuma.

-Hola –digo, y me fijo que el mueble alargado tiene rejillas por las que sale aire.

-Hombre, A., ya habéis llegado...

-Sí, hubo... sí, ya estamos aquí.

El presentador del programa apura su cigarrillo y se baja del mueble. Luce perilla, bigote, patillas boscosas. Es muy simpático.

Me dice que le ha encantado mi libro. Sé que no pueden decir otra cosa, pero mi vanidad es mucho más grande que mi inteligencia, y me lo creo a pies juntillas.

-Bueno, entremos.

Le sigo. Me presenta a su compañera de programa.

-¿Dónde me pongo?

Me indican mi asiento. Lo ocupo y empiezo a tocar el micrófono. Los micrófonos de las radios pesan un montón. Lo cojo en vilo y lo pongo enfrente de mí. No me gustaba tenerlo a la izquierda.

-Espera, espera –dice la presentadora del programa, y se me acerca, y no deja de mirar al técnico.

Coge mi micrófono y lo vuelve a poner en su sitio. Me siento muy tonto. Así que extraigo un vaso de plástico de un pequeño apilamiento de vasos de plástico y me sirvo agua de una botella de Bezoya, casi vacía. Bebo.

Los presentadores hablan entre ellos, revisan el guión, miran al técnico. Luego callan.

Me pongo a tocar los cascos que hay sobre la mesa. Sigo con la mano el cable de los cascos y cuando llego a la clavija me entran unas ganas enormes de sacarla de su sitio. Pienso que si la saco voy a desenchufar Radio Nacional de España, toda entera. Quiero decir que lo pienso realmente.

El silencio se prolonga. Miro por todas partes una cosa que diga on air o en el aire o algo. Me siento amordazado, lo cual es curioso porque en realidad no me apetece decir nada.

Levanto un dedo.

-Dime –la presentadora.

-Oye, ¿se puede hablar? Es que no veo ninguna luz ni nada...

Se ríe.

-Sí, claro. Mira –me señala un aparato sobre la mesa, con una luz verde y otra roja-. Esto nos lo indica.

-Ah.

Se puede hablar, pero yo no digo nada.



6.

Preguntas y respuestas. Me las sé todas porque soy un profesional. No de la escritura, sino de mí mismo.

7.

-¿Estás enfadada?

-No, no, ¿por qué? –la jefe de prensa.

-No sé, te veía seria. Sobre todo cuando dije que los escritores que afirman no ir a los saraos literarios en realidad no van porque no les invitan.

-Yo esperaba que dijeras lo de la FNAC, que son unos hijos de la puta y todo eso.

-¡Se me olvidó! Mierda. ¿Sabes que me ha encantado?

-Sí, te noto pletórico...

-Estoy feliz.

Los presentadores aparecen en el pasillo. Él me pide que le firme el libro.

-Ponme algo brillante –me anima.

-¿Sabéis lo que dice Woody Allen? –en realidad la cita me la estoy inventando-, que todo el mundo espera siempre de él que sea supergracioso, y que parece que le van matar si no suelta un chiste cada cinco minutos. Pues esto es igual. No puedo escribir así al momento y sin más ni más una dedicatoria que mole. No puedo. Cuando tenía 23 años, sí; escribía cosas geniales como si nada, joder. Pero ahora no voy tan sobrado.

Escribo una completa memez. Le doy el libro y nos despedimos.

8.

La guía para salir es distinta de la guía que nos introdujo en Radio Nacional de España. Más joven, no española, interesante. La jefa de prensa me deja a solas con ella. Ha ido al baño.

La miro. Estoy animado.

-Perdona, ¿tú eres venezolana?

-No, boliviana.

-Ah. Conozco pocos bolivianos. En España, digo. En otro momento de mi vida sí conocí bastantes.

-Pues hay muchos en España, no creas.

-¿Trabajas aquí?

-No, no, bueno, estoy de becaria.

-¿Qué estudias?

Me dice lo que estudia.

-Ah.

-Pronto me vuelvo a mi país. Ya terminé aquí.

-¿Dónde vives?

La boliviana mira hacia la puerta.

-Perdona, voy a pedir el coche.

-Genial.

Se aleja. Me quedo dando vueltas sobre mí mismo.

Vuelve la jefa de prensa. Mientras se me acerca extiendo los brazos en señal de culpa y de reincidencia y de súplica de perdón.

-Le dije que si quería follar conmigo y se marchó. ¡Ya ves!

-¡Deja de joder, A.!

viernes, 21 de septiembre de 2007

Público

"No vamos a tener editoriales porque sólo tenía sentido en el siglo XIX cuando no había la libertad que hay ahora. Las opiniones las tienen las personas, no las personas jurídicas, pero sí tenemos línea editorial y columnistas como Javier Ortiz, Manuel Saco, el Gran Wyoming, Alberto Olmos y más. Casi ninguno es político".

Público

jueves, 13 de septiembre de 2007

Pamplona

Curso Literatura de Viajes
Un doble extrañamiento

Pamplona, 14 a 16 de septiembre de 2007



Programa del curso
En el taller «Literatura de viajes, un doble extrañamiento», Alberto Olmos propondrá algunas ideas sobre los libros escritos por viajeros. A partir de referencias y bibliografía clásica (de Herodoto a Bruce Chatwin) se analizarán las particularidades de escribir sobre lo visto en un viaje, con especial atención a los conceptos de «extraño conoce extraño», los prejuicios pre-viaje, la distancia que existe entre la literatura de viajes y las guías turísticas-exotismo, y los clichés culturales del viaje.
El taller se completa con actividades prácticas y participativas, y con una mirada crítica sobre los best sellers de viajes.
Este curso se dirige a todos los interesados por la mirada del viajero, por esa distancia entre el texto literario y la realidad que retrata, y por el conflicto cultural que surge de considerar que existe algo realmente exótico.


Viernes:

16 a 18 h

Presentación. Blaise Pascal-Xavier de Maistre-Bruce Chatwin.

Presentación de los alumnos.

¿Qué esperas de este curso?

Entrega del programa. Lectura del mismo.

Entrega de las lecturas.

Debate: ¿Qué es la literatura de Viajes? ¿Autores? ¿Obras de referencia?

Introducción al autor Lawrence Sterne.

Lectura del extracto de “Viaje sentimental”, de Lawrence Sterne.

1. Qué es un libro de viajes:
A. Guías de viajes. Baedeker.
B. Novelas de viajes. Lawrence Sterne. Xavier de Maistre.
C. Libros de historia, descubrimientos y testimonios. Herodoto.
D. Libros del viajero: su personalidad es el viaje. Viaje de autor. Bruce Chatwin.
E. El viaje periodístico.
Debatir la lista. Sumar títulos y autores. Especular sobre las diferencias entre uno y otro tipo de texto.




Sábado:

11 a 14 h

Repaso de la lista anterior. Historia de las guías de viaje.

Ejercicio: Escribir una guía de Pamplona. Un folio. Qué se puede visitar. Estilo “Guía de viajes”. ¿Características de estos textos?

Lectura de los textos.

¿Por qué son textos para guía de viaje y no textos literarios?


2. Expectativas del viaje

A. Viaje al pasado. Al origen. África.
B. Viaje al futuro. Asia.

Algunos autores y libros de testimonio histórico. Herodoto. Bernal Díaz del Castillo. La araucana.

Introducción al autor Xavier de Maistre.
Lectura del extracto de “Viaje alrededor de mi habitación”, de Xavier de Maistre.

y de 16 a 18 h

Práctica: Escribir viaje alrededor del aula.

Lecturas de los textos. El punto de vista.

3. El viaje periodístico. Oficinas de Turismo. Viaje organizado.

Lectura de extracto de “El corazón perdido de Asia”, de Colin Thubron.

Los best sellers de viajes. “El corazón de África”, de Javier Reverte.
¿Documentarse o no?

4. Teoría de las diferencias: soluciones distintas. ¿Existe lo éxótico?
Debate: el modelo estadounidense.



Domingo:

11 a 14 h


5. El viaje personal. Libros de viajero. Motivaciones y prejuicios:

-Blaise Pascal: “Toda la desgracia del hombre viene de una sola cosa: salir de su habitación.”
-Imágenes preconcebidas de los lugares a los que viajamos. Películas, cuadros, libros, boca a boca.
-”Aburrido como aquí”; de Baudelaire.
-”Los verdaderos viajeros son los que parten por partir”.
-La superioridad del viajero: los otros son bárbaros.
-”Uno es siempre el salvaje del otro”, Montaigne.
-Viajes a sitios que nos recuerdan el origen del mundo. Viaje al futuro. Tonga Tokio.
-Viajes para escapar. Rutina, clima.
-Viajar solo o acompañado.
-El viaje organizado.
-Ruta literarios: el Dublín de Joyce...

FICHA.
Dónde querrías viajar. Una ciudad o lugar donde no hayas estado.
Cómo te imaginas ese sitio.
Lista de referencias sobre ese destino. Personales (amigos, familia), sociales (televisión, periódicos), culturales (películas, libros, canciones...)
Lectura de las fichas. Comentarios.
Empezar a escribir...




BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA

“El arte de viajar”, de Alain de Botton.
“La segunda mirada. Viajeros y bárbaros en la literatura”, de Jean Soublin.
“Escribir literatura de viajes”, de Morag Campbell.

BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA

“Historias” de Heródoto.
“Historias”, de Tácito.
“Diario”, de Ibn Yubayr.
“Viajes de Colón”, de Cristóbal Colón.
“Naufragios”, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
“Los tres viajes alrededor del mundo”, de James Cook.
“Brasil”, de Montaigne.
“Unconvencional handbook of London”, de Charles Dickens.
“Viaje a Tahití”, L.A. de Bougainville.
“Cartas de España”, José Blanco White.

“A contra pelo”, de JK Huysmans”. (Viaje a Londres que al final no va.)
“Invitación al viaje”, de Charles Baudelaire.
“Viaje alrededor de mi habitación”, de Xavier de Maistre

“Del Orinoco al Amazonas”, de A. von Humboldt.

“Novelas del Oeste”, de Fenimore Cooper.
“Carmen”, de Prosper Merimée.
“El paseo”, de Robert Walser

“Nubia”, de JL Burchhardt
“El corazón perdido de Asia” de Colin Thubron.
“Diario del viaje a América”, Iñigo Abad y Lasierra.
“Tierra de murmullos (Argetina)”, de Gerald Durrell.
“La conquista del Polo Norte”, de Fergus Fleming.
“A través de Oriente”, de Ibn Yubayr.

“Los trazos de la canción”, de Bruce Chatwin.
“Al sur de Granada”, de Gerald Brenan.
“Cartas de viaje”, de Sigmun Freud.
“América día a día”, de Simone de Beauvoir.
“Cuadernos de viaje”, de Edith Wharton.
“Viaje a la Alcarria”, de Camilo José Cela
“La casa de una escritora en Gales”, de Jan Morris.


Otros autores: Evelyn Waugh, Peter Fleming, Jonathan Raban. Eric Newby. Manuel Leguineche. Luis Pancorbo.

Paraguay

En el cartel de la puerta dice que cierran a las siete y media y son las siete y veinte, aunque mi reloj, que es mi móvil, va adelantado 13 minutos y eso me hace sentir como en un eterno examen de matemáticas. Resto trece y suspendemos todos.

La copistería tiene un mostrador a dos metros de la entrada. Detrás, las máquinas fotocopiadoras, por fortuna mudas, jadeantes. Da mucho miedo cuando todas las fotocopiadoras funcionan a la vez, multiplicando por cientos contratos y poemas y tesis doctorales, con una indiscriminación y un desprecio desgarradores, sin importarles el sudor o el pavor que mancha con la tinta esos papeles, sin atender a la emoción que mecanizan por un precio proteico, viral. El joven dependiente se me acerca. No me saluda.

-Hola –digo, y saco unos folios de mi cartera.

Tengo un lío de la hostia. No sé qué fotocopiar ni cuántas veces. Me quedan veinte euros nada más. Hojeo mis cosas.

-¿Cuánto cuesta cada copia? –pregunto, para ganar tiempo.

-Hombre, pues depende de las que hagas...

Sigo hojeando; hago cálculos.

-Bueno... No sé...

-A ver, ¿cuántas copias quieres?

Alzo la vista. El joven tiene gafas, está algo gordo. Su mirada salta de mis ojos a mis papeles.

-Toma –digo-, doce copias de esto.

Le paso cinco folios. El joven se aleja, mete mi Curso de literatura de viajes: Un doble extrañamiento en una máquina y le crea doce clones. Mientras se produce el parto, hojeo fotocopias de libros: Viaje sentimental, Viaje alrededor de mi habitación, El corazón perdido de Asia... Un lío.

Vuelve.

-Este es el original y estas las copias. ¿Algo más?

-Sí –contesto-, a ver que miro...

Manoseo capítulos durante varios minutos. El joven no se aparta del mostrador. Tiene el ombligo subido en él.

-Pues.. hazme también doce de esto, por favor.

Lo toma y se aleja y lo pone en la máquina. Le sigo con la vista y, cuando se da la vuelta, nuestros ojos se encuentran. Me atrevo. Hoy tengo el día que me atrevo.

-¿Estás enfadado?

-... –el joven.

-Es que te noté... irónico... ¿Estás cansado?

-Sí, estoy con la selectividad... Y acabo de volver de unas supuestas vacaciones...

Su acento me llama la atención.

-¿Eres de Perú o algo así?

-No.

-Ah, me parecía. ¿Eres español, entonces?

-Del Perú “o algo así”...

-No sé. Perdona.

Al fondo se oye el runrún de la fotocopiadora.

-Soy de Paraguay. Muy lejos de Perú. No tiene nada que ver con Perú.

-Ah, ya. Perú está... lejos de Paraguay.

-Sí, no soy de Perú.

-Yo conocí a muchos paraguayos en... un momento de mi vida.

-... –incrédulo.

-Ah –he mirado un momento al fondo del establecimiento y lo he visto de casualidad-, je, je, ya veo que tienes el mate allí.

-Sí... –sonríe.

-Los paraguayos que conocí estaban todo el día bebiendo mate, con la bombilla esa, mate frío. También tocaban el harpa. Hablaban guaraní entre ellos y odiaban al doctor Stroessner.

-Veo que sabes algunas cosas de Paraguay.

-... –el listillo.

Sigo:

-Me gustó que uno de mis amigos paraguayos dijo que tu país era el único país mediterráneo de Sudamérica. Yo pensé, qué coño mediterráneo... mediterráneo es Italia...

-Mediterráneo quiere decir que está rodeado de tierra...

-Sí, sin salida al mar. Pero entonces me sonó... gracioso. Paraguay es un pais mediterráneo. Yo qué sé.

El joven vuelve a la máquina. Saca mis copias. Vuelve con ellas.

-Aquí tienes.

Luego se pone con la calculadora. Dice algo en voz alta.

-¿Perdona?

-Nada, te voy a cobrar un precio más barato.

-Ah.

Se me acerca.

-Siete con ochenta.

Saco la billetera. Tengo el billete de veinte, pero también uno de cinco. Miro las monedas en los bolsillos. Dos euros y diez céntimos. Le doy el billete de veinte.

El joven acude a la caja registradora. Oigo el racarraca de la caja registradora.

-Oye, ¿no tienes ochenta?

-No, no, lo siento.

El joven baja la vista. La alza de nuevo.

-Pero he visto que tenías un billete de cinco.

Me acerco.

-Sí –pongo el billete de cinco euros sobre el mostrador, también las monedas-, no me llega.

El joven me devuelve el billete de veinte euros y toma el de cinco, y los dos euros con diez.
-Es igual –dice-, estamos cerrando caja.

En ese momento, de la trastienda, sale una señora. El joven finaliza su operación y va hacia ella. Yo estoy demorándome en meter las copias en la cartera. Dentro llevo un ejemplar de mi libro. Me estorba y lo saco.

-Qué bien huele –oigo que le dice el joven a la señora.

-¿A qué huele? –pregunta la señora.

-Usted –dice el joven-, que huele usted muy bien.

Se separan. He metido las copias en la cartera y me he quedado mirando al joven, que está bastante lejos, junto a una mesa.

-Perdona –le convoco.

-Sí.

-¿Tú lees?

-...

Otra pregunta errónea, ruda.

-Libros, quiero decir. ¿Lees novelas?

-Claro.

-Entonces, ¿te consideras un lector habitual?

-Sí, sí.

-Pues toma –saco mi novela-, te doy esto.

El joven se me acerca.

-¿Qué es?

-Una novela. Mía. Espero que te guste.

La coge. La hojea un poco.

-Gracias. Muchas gracias.

-De nada. Hasta luego.

Salgo de la tienda. Camino hacia el Metro. Voy pensando en el chico de la tienda. Ironizo: no me extraña que Paraguay esté siempre al borde del abismo, con esa forma de entender los negocios...

Entonces empiezo a sentirme mal. No debería haberle dado mi novela. Ha sido un error. Ha sido prepotente.

Esta estación del Metro de Madrid se llama Rubén Darío.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Un mail (III)

Así que el talento de los demas eh.....y a 20 euros la pieza ( bueno
pensando que me cuesta la sauna 14 o que por una triste ronda de cubatas te
cobran eso y mas) lo apuntaremos como objetivo para este otoño.Al final seras mi
escritor de referencia ( lo cual no es muxo teniendo en cuenta lo que leo....) y
ya habré leido mas de ti que de Marx o de UmbralPor cierto el Manifiesto
comunista es un libro precioso de apenas 100 pags y que desnuda con precision
pasmosa lo que es el turbokapitalismo actual ( delque yo vivo y alimento) con
150 años de antelacion¿ No te lo hicieron leer los curillas , o es que Mein
Kampf era menos peligroso....????Ahora en serioQuizas me regalen unas entradas
para la fiesta del PCE que es el 21,22 y 23 si te aptece ir por alli algun
dia.Mi primo tiene mas cachet y se va a la del PCF ( que es el partido comunista
de francia) y donde van a tocar tu adorado manu chao, Iggy Pop o serge
gaisborough ni punto de comparacion en cachet jejePor cierto este supermensaje
es porque hoy es la festa nacional de Cataluña, esta gente es tan patetika como
los serbios o nosotros mismos los castellanos ( huy se me olvidaba que tu no te
consideras na de na) y celebran derrotas.Ademas de celebrarlas se dedican
selectivamente a olvidar parcialmente la historia.....y se quedan con lo que mas
les interesa para aliemntar su victimismo de gatos gordos.Y pa finalizar una
cita de your beloved Umbral " El PCE era como los gatos,sólo le brilaban los
ojos en los períodos oscuros...."

martes, 11 de septiembre de 2007

Belén de Chueca

Mi vecina pisa azulejos de colores y lleva un niño en brazos. Su buzón dice que se llama Vanesa. También dice el buzón que vive con Javier. Como no dice Javiercito uno puede pensar que es su novio, su marido: uno que a veces tiene un mal día. Pero Javiercito nunca tiene un mal día y del banco no le escriben. Lo que quiero decir es que Vanesa vive bien acompañada.

La veo desde la terraza. Su cocina es aburrida. Moderna, pero aburrida. Las cocinas por lo general son estancias tediosas, muy útiles eso sí, pero donde nadie entra a hacer otra cosa que lo que mandan los electrodomésticos y la comida en el frigorífico. Si hay carne, se cocina carne; pero si no hay carne la libertad se resiente. Yo en la otra casa no tenía aguacates ni exprimidor de naranjas: ahora que los tengo me doy cuenta de que antes vivía reo de microondas, en una cadena perpetua de frituras. Todo lo que me han dejado los antiguos inquilinos ha abierto el arco de mis libertades. Un rayador de queso, por ejemplo. Papel de cocina, por ejemplo. Pimienta. La Constitución es un Libro de recetas.

Vanesa no sé qué cocina. A su hijo muchas veces parece que lo va a echar al fuego. No lo suelta. Tiene un par de años. Cocinan juntos la cena y Vanesa le habla. Luego salen de la cocina y la luz se apaga y sus secretos tendrán.

Está muy sola, Vanesa. Cuando una mujer lava los platos sola, es que realmente la soledad se agarró fuerte y es difícil de sacar. Lavar platos, aunque sean sólo dos y el niño espere ahí al lado viendo el telediario de Iñaki Gabilondo, procura mucha angustia. Yo lo sé. La cabeza gacha, sobre el fregadero, y las manos emporcadas de Mistol; rasca que te rasca la grasa; tenedores y cuchillos, siempre al final; aclarar la espuma y pasar la bayeta por la boca del fregadero: todo impecable, pero mañana hay que volver a hacerlo. Volver a agachar la cabeza y pensar. Lo malo de lavar platos es que uno piensa mucho. Piensa sobre un sumidero cenagoso de verduras y trocitos de carne. Luego retiras con la punta de los dedos ese empozamiento. Siempre hay un suspiro al acabar. Mañana, pescado.

Vanesa vive puerta con puerta con unos gays. Tienen el mismo sexo y el mismo nombre, pongamos que Luis. Los Luises. Los Luises son muy igualitos en todo, y se han trabajado los músculos en la misma dirección, de modo que no sé si he visto a los dos o sólo a uno, varias veces. Vanesa habla mucho con ellos. A veces llama a su puerta para decir, eh, sólo quería que supierais que ya estoy aquí. Y los Luises saben que está aquí y le dan conversación de descansillo. Las conversaciones de descansillo, al contrario de lo que dictaminó un científico ahora en decadencia, no caen escalones abajo, sino que suben. Hasta el cielo.

Vanesa pregunta: ¿A qué temperatura tienes el frigorífico? Un Luis responde que a 5 grados. Vanesa pregunta: ¿A qué temperatura tienes el congelador? A menos 16 grados. Conversación de descansillo.

Es jueves. Me he puesto unos vaqueros de Springfield y una camiseta, también de Springfield. He salido de casa. Al bajar los primeros escalones, les oigo. Acaban de empezar una nueva charla de rellano.

-Hoy está malito.

Tras el recodo, me los encuentro. Vanesa está a la izquierda, con Javiercito en brazos. La puerta de su casa está todavía cerrada. A la derecha, un Luis, en calzoncillos. Está completamente depilado y es muy musculoso. Se apoya garbosamente en el marco de su puerta, entreabierta. Durante un segundo, congelo la estampa. La luz del descansillo, amarillo estrella, los atrapa en su caída como la tela de araña de una catedral. Me acuerdo de esos belenes donde siempre falta Dios.

Dejan de hablar.

-Hola –saludan.

-Hola –contesto.

Los dos me miran de arriba abajo.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Lucía Etxebarría

Mi televisión no sintoniza Antena 3. En la primera hay una película y en la 2 hay una película y en Telemadrid hay una película y en la Sexta hay una película y en Localia hay un película y en los pequeños canales emiten películas pequeñas de actores muy conocidos que cuando rodaron esas películas pequeñas no eran nada conocidos.

En Cuatro hay una película.

Sigo sin sintonizar Antena 3. Me intriga qué pueden estar emitiendo. Le doy algunos golpes a la televisión pero sólo consigo barajar rayas grises, rearmar el caos. Si tuviera un periódico, si tuviera internet, saldría de dudas: en Antena 3 emiten una película. Pero como no tengo periódico ni internet, el tercer canal es el único canal que me entiende. No me da entretenimiento, me da que pensar.

¿Qué coño están poniendo en Antena 3? Y, sobre todo, ¿cómo se llama el director de esa película?

Apago la tele.

Abro un libro. Leo veinte páginas y luego me asomo programáticamente por todas las ventanas de la casa para ver las ventanas de las casas vecinas, casi siempre cerradas o demasiado pequeñas para que quepan grandes coitos o abiertas e iluminadas a cocinas anodinas donde lo más interesante que puede suceder es que a alguien se le vaya la mano con la sal.

Leo otras veinte páginas. Recibo un sms.

“¿Algún vecino que pueda darme alcohol? Me dejó colgada este pavo. Primo, ¿bajas? Muy borracha.”

Estoy en pantalón corto, uno de hacer deporte, negro, y descalzo y sin camiseta. Contesto que bajo. Me pongo los vaqueros sobre el pantalón corto, localizo las llaves de la casa, me enfundo una camiseta blanca bastante sobada que dice Nasty y Born to be number on en el pecho. Meto los pies en los zapatos y salgo sin atarme los cordones. Voy al rescate.

En la calle hay muchos hombres solos y algunas parejas de masculinidad doble. De un local llamado The Paso entran y salen música y muertos, la danza de la noche. Doblo una esquina y me siento un blanco fácil para el camión de la basura y el asesino sin víctima. Doblo otra esquina y la calle es toda barbas y barrigas. Las barbas se besan y las barrigas llevan más tiempo que yo en el barrio: están cómodas y llevan dinero y si te fijas bien puedes ver sus zapatos de marca con los cordones bien atados. Yo tengo una llave para volver a casa y no tengo dinero y salí sin atarme los cordones porque no sabía que toda esta gente iba a estar ahí esperando mi caída de payaso. La calle está en obras y en mi camiseta dice Nasty.

Suena el móvil. Dónde estás. Calle Pelayo. Voy.

Veo a mi rubia al final de la calle. Alzo el móvil y nos encontramos sobre arena de obra y vallas de hierro y todo va muy deprisa a mi alrededor.

-Toy borracha.

-Yo estoy aterrado. Mira cómo salí. ¿Te vienes a mi casa?

-Vamos a La Fábrica.

-Jo. Salí sin dinero.

-Tengo veinte pavos.

-Mira: no me até los cordones. Qué sustos me das. Estoy incómodo.

-Estás muy guapo, vamos.

Marta se me echa al cuello y me lleva a La Fábrica de pan. Doblar esquinas es como abrir puertas. Ahora hay muchas chicas guapas y esos flequillos que llevan los que usan Parking de pago. La Fábrica de pan tiene portero y Marta le dice hola y yo voy a prometerle que nunca más volveré a entrar en su bar sin atarme los zapatos, pero él tiene cosas más importantes que considerar.

La Fábrica de pan está llena de gente. La gente que hornean aquí, que se hornea aquí, que, ummmm, se amasa aquí, tiene más de treinta años y una casa superbonita. La mujeres llevan el pelo largo, brillante, moreno o rubio pero siempre listo para desparramarse sobre el hombro cuando Iñigo las llame desde una mesa libre. Hay tipos con camisas impecablemente planchadas y el cutis color tabaco, en la muñeca un reloj de esfera máxima y algunas pulseras de colorines. Hablan mucho todos estos y la música casi no se oye. Yo creo que hablan de negocios y del dinero que les deben en algún país pintado de rojo en el mapamundi. Cuando la gente habla de su trabajo en un bar la música siempre se acompleja. Yo soy la música, anyway.

-Estoy enamorada de la camarera de aquí –Marta, la cara vuelta hacia mí, el cuerpo empotrado en la barra, sus rodillas en parada atlética –Es tan guapa...

-¿Cuála camarera?

-Esa, esa que está ...

-Ah, qué mona.

Las camareras siempre son monas.

-Es preciosa... Qué carita...

-Sí, sí...

Se me pasó la timidez y ahora escucho los halagos de Marta a la camarera con indisimulada pereza.

-Es...

-¡Que si, coño!

Marta ha pedido dos cervezas y nos vamos con las cervezas al fondo del local, donde hay una sala más amplia que la sala de barra y unos sillones y unas sillas y lamparitas y creo que una chimenea o algo. Hay chicas, chicos, un señor que parece Eduardo Punset por el pelo de felicidad que se mesa, y un tipo en bermudas.

-¿Qué pasó?

Marta quedó con un amigo y el amigo le vino tan borracho que le sacaba cuerpo y medio de ventaja, y el medio ya lo tenía casi encamado y a la botella de vino ya se estaba subiendo el embozo, distancia a casa elidida.

-Cabrón. Tú te crees. Venirme medio borracho. ¿Eso es una amigo, primo?

-No. Muy mal –bebo de mi cerveza, enciendo un cigarrillo-. Yo soy un amigo.

-Joooo, no, primo...

-No podemos ser pareja anymore, darling.

-Hagamos un trío. Tengo muchas ganas de hacer un trío...

-Ummmm, vale.

-Qué bien. Nos falta uno.

Alzamos nuestras barbillas como cazadores en Kenia. En este bar las tías están buenísimas.

-¡Esa! –propongo.

-¿Te gusta?

-Sí... Y ésa...

-¡Anda ya! Yo quiero a la camarera...

-Mira a tu izquierda.

A la izquierda de Marta hay una mujerona rubia, ajadita de tiempo y guapa en sus cuarenta. Sus tetas son enormes.

-Buenas tetas –telepática Marta.

-Y esa...

-Fuuuuu, primo, aquí no haber chicos monos...

-¿Quieres un chico o una chica?

-Un chico.

-Egoísta.

-¿Y tú qué quieres?

-Una chica.

-...

-Bueno, me da igual.

-Te va a dar igual...

-Creo que deberíamos empezar por la chica, no sea que te asustes de ver tantas pollas.

-Con la del otro sólo habría una polla y media en juego...

Me río.

-Puta.

Se acabaron las cervezas, el tabaco nunca se acaba, uno puede fumar todo el tiempo aunque sea de prestado, pero para beber siempre hay que echar cuentas.

-¿Tenemos para otra? –yo.

-Voy.

Vuelve con dos botellas marrones. Las pone sobre la mesa. Se sienta conmigo en el sillón. Me aplasta.

-Qué guapa es la camarera, en serio A, estoy enamorada.

-¿Nos follamos a Eduardo Punset?

-No. No hay chicos guapos. Anda, ve y dile a la camarera que se venga...

-Claro.

-No te atreves. No me atrevo. Fooo, primo, qué depresionante...

-Sí me atrevo. Fácil. Voy y le digo, oyes, te vienes un sec que te quiero decir una cosa... Mira, perdona, ¿cómo es tu nombre?, Laura, mira, Laura...

-No, no, Laura es nombre de frígida...

-¿Cristina?

-Cristina, genial.

-Cristina, mira, somos Marta y A., yo vivo ahí mismito, una buhardilla, justo al lado, me preguntaba, bueno, nos preguntábamos si te apetecía venirte con nosotros, a pasar un rato agradable y tomar algo, cuando acabes, claro, te esperamos. ¿Qué te parece?

-Díselo.

-Sí, si me dice que no, o pone cara rara, digo, ¡era una broma! Podemos probar así con, no
sé, quinientas personas.

-Venga.

-Mmm ¡no me atrevo!

-Mejor probamos con Eduardo Punset.

-Sí, por lo menos es famoso.

-Bah, es super feo el pavo... Me da igual si es famoso.

-A mí no. Ser famoso es muy atractivo...

-¡Qué dices! No tiene nada que ver...

-¿Cómo que no? Vamos a ver, siendo famoso follas más, porque mucha gente se te acerca.
-...

-Jo, Marta, no me digas que no. Lees un libro de alguien, te emociona el libro y enseguida te lo quieres tirar...

-Yo no. No tiene nada que ver.

-¿Cómo que no? Y sin que te guste el libro. Es puro branding. El nombre, el nombre, el nombre. Da morbillo...

-A ver, A., primo, ¿tú te follarías a Lucía Etxebarría?

-Claro.

-¿Claro? –Marta mira para los lados- ¿Y yo me he acostado contigo? ¡Qué asco! Un tipo que follaría con Lucía Etxebarría... Pero si es un horror... ¿No te acuerdas que la vimos, en el cine, con Almodóvar?

-A Almodóvar también me lo follaría.

-¿Estás loco?

-¿No harías un trío con Almodóvar?

-Ni de coña, chaval. Cero sexy.

-A ver, Marta, ES Almodóvar. Tiene derecho a hacerse un trío con todo el mundo.

-Yo no lo veo así. Mira el cantante de Radiohead, me emociona su música que me muero, me pone los pelos... Pero no me lo follaría.

-Mientes.

-¡Que no!

-¿No te follarías a Woody Allen?

-¡Anda ya! ¡Por favor!

-¡¡¡No!!! Pero si ES Woody Allen. ¿Cómo no te lo follarías?

-Es un viejo. No me transmite sexo por ningún lado...

-En serio, Marta, en este debate tan filosófico creo que estoy de parte de la mayoría y que tú eres la excepción. Todas las chicas que conozco, inteligentes y eso, se acostarían con Woody Allen encantadas de la vida.

-Bah.

Callamos. Bebemos. Fumamos. Lo que se conoce como: divertirse.

La clientela varía. Entra un tipo calvo.

-Ese tipo es sexy –yo.

-No.

-¡No nos vamos a poner de acuerdo nunca, joder!

-No. Tú y tu Lucía Etxebarría. Qué asco que me das...

-Jo. No es que esté loco por acostarme con ella, sólo te digo que, en un momento dado, de hecho, muy dado, sería un honor inmiscuirme en su intimidad y poder morirme pensando que me acosté con una escritora que ha cambiado el curso de la literatura en Mozambique. ¿Vale?

-Gilipollas.

Nos levantamos. Marta casi se cae y la tengo que agarrar para justificar ese adverbio en la locomotora de esta frase.

-Que te caes, prima.

Salimos de La fábrica de pan. Vamos abrazados por las calles de Chueca, donde ya se desagua la noche de un viernes más, cuando son las tres y cierran los bares y la gente parece como abandonada por la providencia. Hay una sensación, a esta hora legalmente inhabilitada para beber, de broma pesada, de fiesta a la que queríamos ir con muchas ganas pero que al final alguien canceló sin dar el telefonazo preceptivo, detallista.

Me paro en mitad de Augusto Figueroa.

-¿Qué haces? –dice Marta.

-Me voy a atar los cordones de los zapatos. Vuelvo a casa.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Un niño solo

En el buzón hay un sobre. Es uno de esos sobres acolchados, que sugieren fragilidad. Lo saco sin necesidad de abrir el buzón, porque la fragilidad que se me remite es una fragilidad abultada, lo suficiente como para quebrarse si se le impone la tortura de pasar entera por la estrecha boca del buzón, que durante toda la mañana estuvo amordazada por este envío pionero.

Ya en casa, abro el sobre. Dentro hay una postal y tres chupachups. La postal es antigua, un fotomontaje con Coca cola, un negro sentado en una silla y una mujer exuberante, rubia. Los chupachups son de Strawberry & Cream. Leo la postal mientras saboreo un chupachups.

“Mi querido y peligroso A:
No te escribo desde la arena, como estaba previsto, porque ya sabes que todo se me torció un poco. Quería escribirte, a pesar de todo una postal, un algo para que te sientas más en casa en tu nuevo barrio. Quería desearte suerte con el libro, con los cambios, la vida, blablabla. Ya sabes dónde pedir azúcar, si la necesitas. Te mando chupachups (son mejores que las pastillas). Besos y besos. M.”

Dejo la postal sobre una mesa. Me levanto. Recorro el salón con el chupachups en la boca. Las paredes son amarillas y hay marcos de cristal por todas partes, vacíos. Tenían figuras geométricas de colores, recortadas de cartulinas, pero las tiré. Ahora, tras el cristal del marco, sólo se ve el marrón cenobita del tablero, y los ganchitos, y los restos del celofán que usaron para adherir esos collages de cartulina al tablero.

En el salón hay una estantería para 400 cedés y no me traje ningún cedé. También hay una estantería para libros dónde ahora sólo hay libros míos. Veo mi cara en el lomo del libro, en los lomos de los libros, de los siete ejemplares que aún me quedan de mi novela. Me digo hola siete veces. Y una vez más digo hola, a mi otro libro con mi cara, distinta, en el lomo. De los siete libros, seis deben desaparecer. Son seis regalos para seis personas a las que quiero. El contrato editorial dice que yo quiero a catorce personas, y un poco a mí mismo. De momento he mostrado mi afecto a siete personas. Les di el libro con una dedicatoria en las primeras páginas. Cuando me quede sólo un ejemplar habré cumplido mi misión amatoria. Me alegro de que el contrato editorial no me obligue a querer a mucha gente. No estoy tan sobrado.

Vuelvo a la mesa. Releo la postal y dejo sobre el cenicero el chupachups. No me lo acabé. Cuando chupas este caramelo, cuando lo jibarizas con la lengua, al final te topas con el palito de plástico, un palito acanalado, con ánima, y al poco empiezas a sorber aire por el palito. Es desagradable.

Enciendo un cigarrillo. Me paseo por la casa, mirando cada detalle. A pesar de ser una buhardilla, es difícil cabecear vigas. Están muy altas. Sin embargo, no faltan peligros capitales: la puerta que da al dormitorio es muy baja, y es seguro que me noqueará un par de veces antes de que le tome la medida. La puerta de la cocina, sin embargo, parece para cabezudos: la remata un arco de medio punto. No tiene puerta, sino una cortina, y la estancia culinaria es acogedora, moderna. Abro armarios, el frigorífico. Yo no compré nada, pero hay muchas cosas, comida y detergentes, cucharas, un exprimidor de naranjas. Hay paños y papel, servilletas, botellas de alcohol. Bolsas para la basura en un saquito de tela debilucha que cuelga del techo, como una crisálida. Sartenes, aceite de oliva, sal. Lo único que no encuentro es azúcar.

No me ha noqueado esta vez, el dormitorio. Agaché la cabeza lo suficiente y ahora miro mi cama, la mesilla, los armarios empotrados, con alma de cal y grieta antigua. El baño está dentro del dormitorio. Tiene puerta corredera, con un pino tope de goma. También se me presenta dotadísimo: papel higiénico, champú, gel, pastillas de jabón, desinfectante... Me miro en el espejo un momento. Tengo que afeitarme, pienso.

Salgo a la terraza. Tiene una mesa verde y una mesa negra. También dos sillas verdes y dos sillas negras. En una esquina, cepillos, la fregona, un recogedor y el cubo de la fregona. La terraza da al patio interior. Tiene una barandilla de hierro bastante alta, solapada por un entramado de cañas todavía más elevado. A través de las cañas veo la ventana de mi vecino, en el tercero izquierda. Es la cocina. Una mujer trastea con la compra y abre portezuelas. Rondará los cuarenta.

Me siento en el sofá. Tengo una televisión pequeña sobre un mueble con ruedas. En una de las baldas hay una caja de cartón con las piezas del ajedrez. No tengo tablero. Tampoco tengo con quien jugar. El mando a distancia de la tele me queda lejos.

Miro la mesa. Tomo la postal de Marta y me doy cuenta de que no escribe las mayúsculas. Me encanta que al azúcar lo vea femenino. Para firmar le ha bastado una M minúscula, como deshilachada.

Me levanto y coloco la postal contra el lomo de mis libros. La miro durante un buen rato.

Esta es mi casa.

Libro Tercero de Hikikomori: de cómo me fui a vivir a Chueca y de las cosas que me pasaron y me dejaron de pasar

jueves, 6 de septiembre de 2007

¿?

¿Volveré a escribir para este blog?

Ay, me gustaría...

Poco tiempo, menos ganas...

Les pido perdón a mis cuatro lectores.