lunes, 5 de febrero de 2007

Impalpable

La silla libre no tiene respaldo. Es una silla de oficina, con ruedas. Las ruedas siguen ahí pero el respaldo no; ni los brazos: sólo queda el arco de metal de los brazos, con una placa plana encima, llena de agujeros para los tornillos.
Alrededor de la mesa hay más sillas. En una está Marcia. Marcia lleva una corbata verde, muy ancha, con una escarapela de trapo en la punta. Tiene muchos vasos sobre la mesa. Los coge y los vuelve a dejar. Están vacíos. En otra silla está Askilsen. Fuma. En otra silla hay una mujer muy seria. Mira unos bollos que hay sobre una bandeja.
-Siéntate, A.
He dado la vuelta a la mesa. He visto una silla, de tijera, con respaldo rojo de plástico, al otro lado. Está debajo de un calentador. Pongo la mano sobre el calentador.
-Cuidado, que quema –la mujer seria.
Me he sentado. Noto sobre mi cabeza el calentador. Los calentadores son llamitas dentro de un cacharro de metal que de vez en cuando se multiplican en cientos de llamitas y hacen que el agua salga caliente. A menudo no explotan.
-Mira, A., hemos comprado bollos de chocolate sabiendo que venías.
-Gracias, pero...
-Coge, coge.
-...
La bandeja con los bollos. Sólo dos son de chocolate. Los otros dos son: una ensaimada diminuta y una napolitana diminuta. De crema. La bandeja es cuadrada pero para mí es romboidal.
-¿Puedo beber un vaso de agua? –yo.
Me he levantado. He vuelto a medir distancia con el calentador. Es muy grande. Luego me he acercado al fregadero y he cogido un vaso de cristal y lo he llenado hasta la mitad porque en realidad yo quiero tomar café. Un vaso de agua por la mitad no es un café; pero un vaso de agua hasta los topes no es un café nunca.
Me senté de nuevo.
-Coge, coge –Askilsen.
La bandeja con los bollos. Miro a mi derecha. Marcia, corbata verde, escarapela de trapo, tiene un batidor eléctrico en la mano, muy finito y con un muelle en arito en la punta. Le da a un botón y el arito se estremece. Lo introduce en el vaso. El vaso tiene un dedo de leche. Marcia centrifuga leche con bastante indolencia. No mira la leche.
-Qué, ¿no quieres un café? –suena el teléfono; la chica seria se va y ya no suena el teléfono. La chica seria no viene porque el teléfono callado es más interesante que yo, callado -¿Hay café, Askilsen?
Askilsen se levanta. Toma la cafetera y pone un poco de café en dos tacitas. Luego mete las tacitas en el microondas.
-Esta leche no hace espuma –Marcia.
-¿Tú quieres, café?
-Sí, anda. Si queda...
-Son bonitas las vistas por esa ventana –yo.
Por la ventana se ve la ropa tendida en el patio interior. El patio interior es estrecho y el cielo no se ve. La ropa tendida es: una camisa. Las mangas de la camisa no cuelgan. Se han quedado prendidas de la cuerda por los puños.
Askilsen me pone la taza sobre la mesa. Luego coge un cuchillo y parte medio bollo de chocolate y se come las dos partes del bollo de chocolate, primero una y luego otra. El cómputo de los bollos de chocolate que quedan es: uno. Marcia centrifuga leche.
-¡No hace espuma! ¡La leche de mi casa sí hace espuma!
-Perdona –yo-, ¿leche tenéis?
Marcia me alarga uno de los vasos con poca leche. Entonces empieza a centrifugar leche en otro vaso con poca leche. Yo me pongo leche de ese vaso.
-Perdona –yo-, ¿azúcar...?
Askilsen se levanta. Ya se ha comido todo el bollo de chocolate y sobre la bandeja queda un bollo de chocolate y una ensaimada pequeña y una napolita pequeña. De crema.
-Toma.
Askilsen pone junto a mi tacita de café con leche centrifugada un tarro de cristal panzudo. Tiene tapa y todo. Azúcar no.
-Perdona –yo-, aquí no hay azúcar.
Remuevo el tarro panzudo por ver si se despega del fondo un poco de azúcar. No se despega.
-Joder, Marcia, hay que comprar azúcar...
-Y leche que haga espuma –Marcia. Ha dejado el batidor y se ha puesto en pie. Marcia es pequeña y de Perú. Coge la ensaimada pequeña –Échate de aquí –me dice-, ponle este azúcar impalpable, verás qué bien.
-... –yo.
-Azúcar glassé –Askilsen-, en España se llama azúcar glassé.
Marcia ubica la ensaimada pequeña sobre mi taza pequeña de café. Me hace gracia que sólo el tarro del azúcar sin azúcar sea grande.
Marcia agita un poco la ensaimada y yo, de inmediato, retiro la taza.
-¿Qué haces? Se cayó todo... ¡No muevas la taza!
-Deja, deja... Me lo tomo si azúcar, es igual.
Marcia no me hace caso. Empieza a agitar la ensaimada sobre mi taza. Veo el azúcar caer sobre el café y flotar sobre el café como huevos de insecto. Miro a Marcia. Se ríe.
-Ya está.
Yo miro el polvo blanco sobre la superficie del café.
Cuando levanto la vista veo a Marcia echándome más polvos al café. Retiro la taza y los polvos caen sobre la mesa, cuerpo a cuerpo con el azúcar impalpable que ya cayó sobre la mesa.
-¡Qué haces!
-¿Qué me estás echando?
-Canela. Verás qué rico. Con canela. El café.
-No quiero canela.
-Que sí, A., es lo mejor que hay.
Marcia me echa polvos de lo mejor que hay sobre los polvos impalpables y el café con leche centrifugada. Se ríe mucho más todavía que antes, la peruana.
-Ya está.
Askilsen empieza a hablar de libros. Yo he metido la cuchara en la taza y remuevo pero nada se mezcla. La canela y el azúcar siguen en la superficie.
-¿Sigue siendo Eloy Tizón el mejor? –pregunta.
-Sí. No sé. En realidad... no sé.
La taza. Me llevo a los labios la taza. Bebo.
Marcia, con su corbata verde, me mira. Está batiendo otra vez la leche. Askilsen, que se ha comido un bollo de chocolate, me mira.
Tengo el calentador sobre mi cabeza, un calentador grande.
Suena el teléfono.
-¿No tenéis que seguir trabajando? –pregunto.
-Para nosotros esto es trabajar –dicen.