sábado, 22 de septiembre de 2007

Sonido

1.

He llamado al telefonillo de la puerta y la voz era femenina.

-¿Ya? –la voz.

-Sí.

Oigo la puerta cerrarse detrás de mí. El vestíbulo tiene el techo muy alto y un portero metido en un cuartucho diminuto, allá al fondo. El portero está leyendo un libro.

-Hola –saludo.

-Buenas tardes –responde.

Subo al ascensor. Es uno de esos elevadores antiguos, con varias puertas de reja en cada piso. No tiene memoria y si aprietas el cinco el ascensor sólo irá al cinco. La memoria es una particularidad de la tecnología digital; la tecnología mecánica, como las ruedas y los imperdibles, es muy tonta, no se acuerda de nada y te hace estar siempre encima de ella. Yo creo que por eso nos despierta tanta ternura. A todos nos caen bien los imperdibles y las ruedas, los sacapuntas, porque a veces uno también tiene el día tonto, y cansa mucho toparse a cada rato con cosas que son más listas que tú, y con tantos móviles.

El ascensor es lento, y la cadena que tira de él hacia arriba hace un ruidito que da mucha tensión al viaje. En la puerta del cubil han adherido unos mensajes. Leo uno y luego leo el otro y resulta ser el mismo mensaje, fotocopiado o impreso dos veces y pegado dos veces en la parte interna de la puerta del ascensor, una copia en cada batiente. POR FAVOR ASEGÚRENSE, DE QUE LA PUERTA DEL ASCENSOR, QUEDA CERRADA.

Espero que no lo haya escrito nadie de la editorial.

2.

Vengo mucho por aquí. Doy besos. Cuando gente de oficina te da besos no puedes considerarte un empleado. Aquí han publicado dos libros míos, hay contratos y un par de firmas en los bajos del folio; pero yo no soy un empleado. No soy capaz de interpretar la distancia laboral de este asunto. Cuando me rechacen un libro me habrán despedido. Pero si me aceptan otro, el siguiente, volverá el contrato y esas firmas en todas las páginas, abajo del folio. No sé quién depende de quién; Marx no me encaja en esta relación contractual; en realidad no he leído a Marx, así que no es extraño que no sepa ubicar los medios de producción en su lugar correcto. Yo produzco la novela; ellos producen el libro. No sé. Le preguntaré a Belén Gopegui.

-Hola, A. ¿Preparado?

-Sí. Listo para decir gilipolleces.

-Genial.

La jefe de prensa me acompañará. Viste de verde. Está en su mesa dándole al teclado del ordenador. Enfrente de ella está Tlñ. Tlñ es una chica simpática, alta, fibrosa. Me gusta hablar con ella de chocolatinas. A los dos nos gusta el Twix.

-¿Qué tal, Tlñ?

-Muy bien.

-Hace mucho que no compartimos un kit kat.

Sonríe.

-¿Tenéis un chicle?

Hoy fumé mucho; me sabe mal la boca.

-Yo sí –Tlñ.

Se levanta y va hacia su bolso. Mientras busca el chicle en el fondo le miro los vaqueros. Son bonitos, le sientan bien.

-Toma.

Me tiende un paquete Orbit, Menta Peppermint.

-Joder, tía, tenemos los mismos gustos. Yo también compro estos.

Masco el chicle. Es una grajea rectangular, de esquinas redondeadas, que enseguida se convierte en un entretenimiento solvente.

-¿De qué marca son tus vaqueros? –pregunto.

Tlñ se acaba de sentar. Me echa una mirada cómplice.

-No te lo voy a decir... Luego piensas que soy...

-¿De TopShop?

-Sí –sonríe-, buena memoria.

Rkl siempre compra los vaqueros en TopShop porque no tiene que meterles el largo. Me lo dijo el día que descubrimos nuestra mutua pasión por el chocolate.

-Te quedan muy bien –recalco.

-Gracias.

Lo pequeño es la conversación que prefiero.



3.

La jefe de prensa es jefa de sí misma y un poco de mis horas de ocio. Me manda a sitios a los que no quiero ir y a los que finalmente voy porque promete acompañarme.

-¿Vienes conmigo? –pregunto siempre.

-No –contesta siempre.

Luego viene conmigo porque si no me da corte y miedo y un poco de asco. Las entrevistas.
Me gusta sacarle frases que me hacen sentir especial. Mi favorita es ésta:

-Eres el autor más pesado de todos.

Hoy toca radio. La radio no me gusta porque tengo la sensación de que la gente habla como si no supiera que la están escuchando, como esas personas que te saben cerca y aprovechan que tú crees que no te han visto para decir cosas feas de ti, y luego ponerse falsamente incómodas.
Ya son más de las siete y cuarto.

-¡No sé para qué cojones vengo en punto, joder!

-Voy a llamarles.

Vamos a un programa que se llama La ciudad invisible. Todo el mundo lo conoce menos yo. Me han ido poniendo nervioso poco a poco, sobre todo con el anuncio de que, al final de la entrevista, me preguntarán por mi ciudad invisible favorita.

-¿Cuál vas a decir? –Tlñ.

-No entiendo la pregunta... Ciudad invisible... Me da igual. Me pregunten lo que me pregunten voy a decir que la FNAC no tiene mi libro en las mesas de novedades. Luego, cuando me hagan otra pregunta, voy a decir que la puta FNAC no tiene mi puto libro en la mesa de novedades. Que así no hay manera, joder. Ni de ser escritor ni de tener ilusión ni de nada. Luego, cuando me pregunten que cuál es mi ciudad invisible, les voy a decir que es la FNAC, ardiendo.

-Eso le vendrá de maravilla a esta editorial.

4.

Esperamos al coche. Ha habido cierto problema de coordinación y vamos tardísimo y la jefe de prensa me confiesa que ella odia a los choferes, sin tilde. Llega el coche. Subimos, yo detrás, la jefa delante. Le digo hola al conductor y el conductor me contesta. Cuando la jefa da las buenas
tardes, el chófer es ya chofer y su respuesta átona resulta explosivamente fría.

No hablamos durante todo el trayecto.


5.

Radio Nacional de España está en Pozuelo, que es donde están todas esas empresas que se lo tienen muy creído, como Telemadrid y Talleres Gómez. La sede es espantosa, clínica, gris.

-Esto parece una facultad –digo.

Seguimos a una mujer por los pasillos. Me hace mucha gracia que hay gente en la tele y en la radio cuyo trabajo es guiar a los invitados por los pasillos. Quiero decir que hay cosas mejores que hacer con tu sentido de la orientación, como irte a explorar el África negra o abrir un tenderete de brújulas.

-Es aquí –dice la guía.

Miramos por una ventana y vemos la sala técnica del estudio, que no sé cómo se llama. Sala técnica. I dont know. Al otro lado de un cristal están los micrófonos y el cocedero de voces. Veo a una chica rubia revisando papeles, ahora están poniendo música, me indican que doble la esquina al fondo del pasillo, que allí me esperan.

Voy solo. Nada más volver la esquina veo a un tipo sentado sobre un inacabable mueble que recorre la pared. Tiene la ventana abierta, y la mano perdida al otro lado. Fuma.

-Hola –digo, y me fijo que el mueble alargado tiene rejillas por las que sale aire.

-Hombre, A., ya habéis llegado...

-Sí, hubo... sí, ya estamos aquí.

El presentador del programa apura su cigarrillo y se baja del mueble. Luce perilla, bigote, patillas boscosas. Es muy simpático.

Me dice que le ha encantado mi libro. Sé que no pueden decir otra cosa, pero mi vanidad es mucho más grande que mi inteligencia, y me lo creo a pies juntillas.

-Bueno, entremos.

Le sigo. Me presenta a su compañera de programa.

-¿Dónde me pongo?

Me indican mi asiento. Lo ocupo y empiezo a tocar el micrófono. Los micrófonos de las radios pesan un montón. Lo cojo en vilo y lo pongo enfrente de mí. No me gustaba tenerlo a la izquierda.

-Espera, espera –dice la presentadora del programa, y se me acerca, y no deja de mirar al técnico.

Coge mi micrófono y lo vuelve a poner en su sitio. Me siento muy tonto. Así que extraigo un vaso de plástico de un pequeño apilamiento de vasos de plástico y me sirvo agua de una botella de Bezoya, casi vacía. Bebo.

Los presentadores hablan entre ellos, revisan el guión, miran al técnico. Luego callan.

Me pongo a tocar los cascos que hay sobre la mesa. Sigo con la mano el cable de los cascos y cuando llego a la clavija me entran unas ganas enormes de sacarla de su sitio. Pienso que si la saco voy a desenchufar Radio Nacional de España, toda entera. Quiero decir que lo pienso realmente.

El silencio se prolonga. Miro por todas partes una cosa que diga on air o en el aire o algo. Me siento amordazado, lo cual es curioso porque en realidad no me apetece decir nada.

Levanto un dedo.

-Dime –la presentadora.

-Oye, ¿se puede hablar? Es que no veo ninguna luz ni nada...

Se ríe.

-Sí, claro. Mira –me señala un aparato sobre la mesa, con una luz verde y otra roja-. Esto nos lo indica.

-Ah.

Se puede hablar, pero yo no digo nada.



6.

Preguntas y respuestas. Me las sé todas porque soy un profesional. No de la escritura, sino de mí mismo.

7.

-¿Estás enfadada?

-No, no, ¿por qué? –la jefe de prensa.

-No sé, te veía seria. Sobre todo cuando dije que los escritores que afirman no ir a los saraos literarios en realidad no van porque no les invitan.

-Yo esperaba que dijeras lo de la FNAC, que son unos hijos de la puta y todo eso.

-¡Se me olvidó! Mierda. ¿Sabes que me ha encantado?

-Sí, te noto pletórico...

-Estoy feliz.

Los presentadores aparecen en el pasillo. Él me pide que le firme el libro.

-Ponme algo brillante –me anima.

-¿Sabéis lo que dice Woody Allen? –en realidad la cita me la estoy inventando-, que todo el mundo espera siempre de él que sea supergracioso, y que parece que le van matar si no suelta un chiste cada cinco minutos. Pues esto es igual. No puedo escribir así al momento y sin más ni más una dedicatoria que mole. No puedo. Cuando tenía 23 años, sí; escribía cosas geniales como si nada, joder. Pero ahora no voy tan sobrado.

Escribo una completa memez. Le doy el libro y nos despedimos.

8.

La guía para salir es distinta de la guía que nos introdujo en Radio Nacional de España. Más joven, no española, interesante. La jefa de prensa me deja a solas con ella. Ha ido al baño.

La miro. Estoy animado.

-Perdona, ¿tú eres venezolana?

-No, boliviana.

-Ah. Conozco pocos bolivianos. En España, digo. En otro momento de mi vida sí conocí bastantes.

-Pues hay muchos en España, no creas.

-¿Trabajas aquí?

-No, no, bueno, estoy de becaria.

-¿Qué estudias?

Me dice lo que estudia.

-Ah.

-Pronto me vuelvo a mi país. Ya terminé aquí.

-¿Dónde vives?

La boliviana mira hacia la puerta.

-Perdona, voy a pedir el coche.

-Genial.

Se aleja. Me quedo dando vueltas sobre mí mismo.

Vuelve la jefa de prensa. Mientras se me acerca extiendo los brazos en señal de culpa y de reincidencia y de súplica de perdón.

-Le dije que si quería follar conmigo y se marchó. ¡Ya ves!

-¡Deja de joder, A.!