lunes, 23 de noviembre de 2009

Premio Ojo Crítico para El estatus

"Hay tantos premios que alguno me tenían que dar." (Houellebecq)

• El jurado le ha elegido por su dominio de las técnicas narrativas y su capacidad para reinventarse de una novela a otra

Hoy, lunes 23 de noviembre de 2009, se ha fallado el Premio “Ojo Crítico” de Narrativa que ha recaído en el escritor y periodista segoviano Alberto Olmos. El galardón valora la capacidad narrativa que el autor plasma en todas sus novelas, también en su obra más reciente, publicada este año, “El estatus”. El jurado del galardón “Ojo Crítico” ha estado formado por Nuria Azancot, Redactora Jefe del suplemento “El Cultural” del diario “El Mundo”; Javier Rodríguez Marcos, redactor del área de cultura del diario “El País” y Premio Ojo Crítico de Poesía 2002; Pablo DOrs, escritor; Isaac Rosa, escritor y premio “Ojo Crítico” de Narrativa 2004; Modesta Cruz, redactora especializada en literatura del área de cultura de RNE; Alfredo Laín, redactor especializado en literatura del área de cultura de RNE y Laura Barranchina y Julio Valverde, directores del programa “El Ojo Crítico”.

Alberto Olmos lleva contando historias desde muy joven. Con sólo 23 años ya recibió su primer premio de novela, el Premio Herralde, por su obra “A bordo de naufragio” (1998). Once años después, el escritor y periodista sigue inmerso en el mundo de las letras con nuevas historias que le han valido el aplauso de la crítica. Con la última, “El Estatus” (Lengua de Trapo, 2009), Alberto Olmos ha obtenido el premio “Ojo Crítico” de Narrativa, que otorga RNE.

Y es que, el jurado ha valorado la obra más actual del autor segoviano por plasmar en ella sus cualidades como escritor. Según el fallo, Alberto Olmos domina las técnicas narrativas y tiene “capacidad para reinventarse de una novela a otra”. “El jurado quiere destacar la habilidad de Alberto Olmos para atrapar al lector en la solidez de la trama y en la credibilidad de los personajes” algo que se ve también – según el jurado - en su obra más reciente.

“El estatus” es una obra intensa, una novela atemporal y deslocalizada, insólitamente aterradora y, al mismo tiempo, sutil. Eso es lo que dice la crítica de un autor que, aunque tiene “necesidad de escribir”, siempre ha asegurado que “no se permite escribir obviedades”.

Noticia

Anteriores ganadores:

1990 Javier García Sánchez
1991 Pedro Zarraluqui
1992 Miquel de Palol
1993 Felipe Benítez Reyes
1994 Juan Manuel González
1995 Irene Gracia
1996 Andrés Ibáñez
1997 Juan Manuel de Prada
1998 Lorenzo Silva
1999 Alejandro Cuevas
2000 Fernando Royuela
2001 Marta Sanz
2002 Ana Prieto Nadal
2003 Albert Sánchez Piñol
2004 Isaac Rosa
2005 Pilar Adón
2006 Julián Rodríguez
2007 Ismael Grasa
2008 Jon Bilbao

viernes, 13 de noviembre de 2009

El estatus, en Compañía de sueños ilimitada

A Olmos le gusta jugar. Ya hace tiempo jugó al vomito suicida, después a la novela fría con excusa exótica, después a la novela coral pero ordenada y, más recientemente, a la novela-situación que no situacionista. Ponerle vosotros los nombres a las novelas, anda… googlear un rato.

En esta ocasión juega a ser un escritor centroeuropeo al que no le molesta que se le reconozcan las costuras: las de sus influencias, no las de su tejido narrativo. Faulkner y Beckett son sustantivos que en la sinopsis se pueden leer porque el escritor quiere que el que lector comedido los lea. Atención, no se amarra a cualquier cosa: nada más y nada menos que FAULKNER y BECKETT. Para los no iniciados esto es un aviso de que Olmos VA EN SERIO, es decir, Olmos no es un escritor que se conforme con entretener, con hacernos soñar, hacernos sentir, recrearnos en la excusa cultural de que un leer un libro es bueno, per se. No. Olmos quiere que sepamos que es un escritor COJONUDO: lo demás, no le importa. En cierto sentido, es lo único a lo que debería dedicarse un escritor: a hablar solo con su obra, a decir: soy único, y pienso que todo lo demás es basura, (excepto, por supuesto, Faulkner y Beckett, de los cuales he recogido el TESTIGO de aupar el nombre de la literatura a su punto más álgido, y aquí lo hago como en otras pasadas y acertadas ocasiones).

Ya puestos a leer la obra en cuestión queda claro que el autor ha leído a Faulkner, y lo ha leído bien, es decir, ha aprendido la importancia de la voz narrativa y lo exprime al máximo. De hecho la lectura de la novela es una delicia tan sólo por dicha superposición de voces, enigmática en un principio pero cada vez más cómplice con el lector conforme va avanzando la trama. Clarita, la niña, Clara, la madre y Jesualdo, el portero son algunos de los personajes que recorren las habitaciones de una casa que se me antoja gris, de techos altos y escaleras anchas y empinadas. La casa no deja de ser otro personaje más, la estructura movediza que hace que las motivaciones y deseos de las personitas que viven dentro se deslicen hasta un final que le da la mano al comienzo. Por otro lado, lo de Beckett no lo veo tan claro, quizás porque yo asocio Beckett claramente con un uso del lenguaje muy personal, más que con situaciones minimalistas, enigmáticas o claustrofóbicas (el eterno malentendido con Beckett), y aquí el uso de la prosa es mucho más narrativo y fluido. No obstante, agradezco que hayan utilizado el nombre de Beckett como coartada oscura y abismal y no el de Kafka que, como todos ustedes saben o deben saber, es el referente preferido de todos aquellos con pereza mental congénita.

Resumiendo: la novela se lee rápido, con interés creciente y termina cuando tiene que terminar y de la mejor manera posible. Los ecos que dicha historia puedan haber tenido dentro de los cráneos de otras personas… lo ignoro. En mi caso no ha sido un relato que haya sufrido reverberaciones futuras, aunque en el momento de la lectura la haya disfrutado como un niño idiota con paperas. Y es que uno de los aspectos a agradecer de la narrativa de Olmos es el carácter diferenciador de cada una de sus obras, su negación a repetirse y destrozar aquello de “todos los escritores escriben una y otra vez el mismo libro”. A Olmos no le valen las fotocopias ni las segundas oportunidades. Cuando Olmos apunta un objetivo, quiere acertar y dejar el resto de balas en el cargador... porque sabe que, sin duda, algún día le harán falta.

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Nota: Las negritas son del autor/a.

Nota2: Me ha encantado esta reseña.

Nota3: Mucho.

martes, 3 de noviembre de 2009

El estatus, en Deriva

Es difícil encontrar en el panorama de nuestras letras, y mucho más en el correspondiente a los autores así llamados ‘jóvenes’ a escritores que tengan la voluntad -y la capacidad- de ofrecer al lector una novela como ésta. Y esto por varios motivos. En medio de la vorágine y del empeño despiadado (a veces con los propios autores, a veces con la literatura) de búsqueda absoluta de la novedad (la pasión por lo nuevo, como tantas otras pasiones, puede acabar resultando autodestructiva) Alberto Olmos ha escrito una novela a contracorriente de lo que cabría esperar en alguien de su generación (incluso a contracorriente de sus últimas novelas: Trenes hacia Tokio, Tatami y El talento de los demás), una novela fuera del tiempo, sin contacto apenas con la realidad que nos rodea (hablo de lo estrictamente contemporáneo), una novela de apariencia engañosamente naïf y que podría clasificarse sin duda alguna de abstracta.

Cinco son los personajes esenciales que pueblan las páginas de El estatus. Clara y Clarita (madre e hija), Patricia (la criada), Ichvolz (el agente inmobiliario) y Jesualdo (el portero, mudo para más señas). Con estos cinco personajes, como si se tratase de los elementos de un extraño compuesto químico, Alberto Olmos diseña la trama de su novela. Una trama minúscula, por otra parte. Casi minimalista. Madre e hija entran a vivir en una casa ubicada en un edificio en apariencia abandonado y allí dejan correr el tiempo, intentando burlar la monotonía de los días (la madre a través de minuciosos rituales burgueses, incluyendo encargos continuos a Patricia, la criada y, por supuesto, la lectura de algunos libros; la hija confraternizando con Jesualdo, un extraño y faulkneriano personaje cuyo pensamiento -debido a su condición de mudo- nos es accesible a través de monólogos interiores fragmentados e incoherentes que el autor intercala de vez en cuando) mientras aguardan la llegada siempre demorada del padre ausente.

La novela de Alberto Olmos coquetea con lo fantástico, logrando crear la intriga necesaria para burlar el -casi- plano fijo que componen los personajes. Poco a poco el lector va descubriendo que casi ninguno de ellos es lo que parece, en medio de una tensión creciente que pone de relieve los juegos de poder a los que se someten entre sí los personajes. Es fácil rastrear la influencia de Faulkner y de Henry James en El estatus. Con esta envidiable compañía Alberto Olmos logra dar 'una vuelta de tuerca' a su propia obra para ofrecernos una narración en apariencia sin pretensiones, pura, enigmática, desconcertante, a contrapié -como ya dijimos al principio- de las expectativas (de sus propios lectores, incluso) y de la corriente mayoritaria de la narrativa actual. Una rara avis que parece querer avanzar dando un paso hacia atrás (en la simplificación de las formas y los temas, en el homenaje explícito a autores canónicos), una reacción que algunos pueden sin duda entender como trasnochada. Un camino difícil, en definitiva. El tiempo dirá si acertado o no.

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Gracias