martes, 16 de noviembre de 2010

Gijón en tildes

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Voy caminando bajo la lluvia detrás de varios de mis compañeros del Encuentro interestelar de bloggers de Gijón. Torcemos una esquina, torcemos otra, seguimos al frente, volvemos sobre nuestros pasos, doblamos otra esquina...

Recuerdo que, por la tarde, alguien me comentó que ayer muchos de los invitados fueron al Sonotone, bar al que en este momento nos dirigimos; que tardaron 45 minutos en llegar desde el hotel al bar (hotel desde el que ahora hemos iniciado la marcha hacia el bar); que intentaron llegar utilizando como guía un iphone, el google maps, la tecnología: exactamente igual que ahora. Que dedicaron 45 minutos para recorrer lo que normalmente puede hacerse en 10.

-Perdona -le digo a un transeúnte-, ¿sabes dónde está el Sonotone?

No lo sabe.

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La habitación de hotel es de cama doble. Tengo ya visto que, cuando te invita el Estado a algún lugar del mundo, siempre reserva y paga habitaciones dobles. Los invitados pueden llevar consigo a un acompañante, pero el cargo de su estancia correrá por su cuenta. El exceso de cama sirve para poner encima la maleta, tirar algunos libros, desparramar la ropa. Hay que tener mucho cuidado de que esa maleta no baje al suelo. Luego es complicado subirla.

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Gijón es una ciudad redondeada. Hay muchas esquinas circulares, ningún chaflán, muchos pechos bonitos. Luce el sol durante todo el fin de semana. Hay fuentes.

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El primer día vamos a Laboral en taxi. Nos hemos agrupado a la puerta del hotel y empezamos a presentarnos. Uno se llama Dani, yo Alberto, otra se llama Sofía. Llega Ruth. Llega Cristóbal. Encantados todos. Llega Nacho Vigalondo. Dice Hola. No dice nada más.

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Laboral es un vaticano de Brunete, con águilas y marcialidad, con Franco inspeccionando que se haga todo grande, en piedra, en piedra dura, con cruces y altos escalones hacia Dios. Hay un bar en algún sitio, con mesas de colores, barra ondulada, mosaicos enormes y precios populares. Bajo los soportales han puesto ahora bancos rojos, de plástico, que son como chicles pegados al ataúd del dictador.

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El Centro de Arte está al lado de Laboral. Es un edificio moderno. En cualquier ciudad que se precie hoy en día hay un edificio moderno. La modernidad está en hacer difícil que uno encuentre la puerta para entrar y, ya dentro, hacer difícil que uno encuentre la puerta para salir.

La sala donde se lleva a cabo el encuentro tiene un espíritu chill-out, es decir, horizontal. Poner a la gente horizontal hace que no se tome las cosas en serio. Hay sillones de respaldo caedizo, por redondos y sin anclaje, sobre palets de madera. El escenario exhibe una gran pantalla, porticada en paneles barnizados, con un atril escaso y micros doblados sobre un portátil. Dos altavoces del tamaño de buzones vigilan el envío de la voz. El techo está muy alto, no se puede fumar, hay café y agua y folletos en las mesas.

Nos vamos sentando.

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El primer día doce o trece de nosotros cuentan a los demás su blog. Aparte de nosotros mismos, y de algunos altos cargos de Laboral, no hay nadie, o casi nadie, en el evento. Se retransmite en streaming, en la web del centro. El primero día hubo 80 personas, en algún momento, mirando el vídeo.

Esto me lleva a pensar que el gasto acometido por el Plan Avanza resulta algo excesivo. Acusa cierta frivolidad patrocinar blogs, bloggers, un viaje, unas ponencias, una estancia, pero más aún si ese evento abierto al público se queda circulando en el más menudo de los redondeles: nosotros mismos.

Pero así es el tiempo que nos ha tocado vivir: ligero.

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Ya en el Sonotone, pedimos bebidas. Son relativamente baratas para los que venimos de Madrid. Bebo con un amigo mío asturiano, que ha venido a verme. Bebemos y hablamos de subvenciones y películas, de amigos comunes y de todas esas cosas que uno podría hacer si alguien se las pagara.

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Camilo de Ory, la pregunta fue hecha, y la respuesta fue sí, charla sobre su blog con un fondo de pollas gigantescas en acto felatriz. Es la primera charla del primer día. La responsable máxima de Laboral abandona el acto antes de la segunda.

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Un muchacho colombiano, de apellido Barrera, proyecta en la gran pantalla sus cortometrajes. En ellos sale ese actor que debutó con la primera película de Ray Loriga, y que ya no ha vuelto a actuar en ninguna película por mí conocida. Los cortos se proyectan sin audio, y veo al actor perdido, periclitado, traspapelado, moviendo unos labios que no tienen voz.

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Alvy Singer agarra el micro y, como un demonio de Tasmania, zumba por el escenario su monólogo improvisado, gesticulante, algo irrespirable para él mismo. Porque es muy ingenioso, pienso, y las palabras no las pronuncia: las envía.

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Antoni Rojas tiene un blog llamado Glory Holes. Es un blog marica, dice. Luego empieza a explicarnos su nube de tags, denominada "Orificios más penetrados".

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En el Sonotone, charlo con Nacho Vigalondo. Le pregunto por su nueva película. Cuándo se estrena. Le digo que Los cronocrímenes "gustó mucho en mi casa". Me enseña su camiseta, es la camiseta oficial de su nuevo filme. Está toda sudada porque Nacho ha estado bailando un buen rato. Creo que la camiseta lleva estampada una taza con ruedas, pero no estoy del todo seguro.

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En el tren de ida, en la cafetería, coincido con Laura Rosal y Elisa. Le pregunto a Elisa por su blog, que no conozco. Me cuenta que va de comics y sexo, o de superhéroes y sexo, o de superheroinas y género: algo así. En menos de dos traqueteos de tren, me encuentro discutiendo con ella sobre teoría de género, sobre cursos y masters y partidas presupuestarias dedicadas a la teoría de género. Nos vamos animando bélicamente. Es muy lista y eso hace que yo también lo sea. Acabamos la charla con los puños en alto.

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Sofía Castañón nos recibe en la estación de trenes. Nos lleva al hotel. Nos cuenta la suerte que tenemos de que alguien haya clavado en el cielo ese sol de abril.

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En el Sonotone, invito a Antoni Rojas a una cerveza. Tiene 23 años. Creo un deber invitar a cervezas y copas a todas las personas que tienen 23 años. Le cuento a mi amigo que Antoni tiene un blog llamado Glory Holes; como hay mucho ruido, lo traduzco al castellano: pasillo francés. Como la cosa no queda clara, le hablo de agujeros por donde salen pollas que las chicas chupan. O los chicos, apunta Antoni. Ya, digo.

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Vamos a un Llagar, a comer o disfrutar de una "espicha". Bueno. Hay mucha comida en una mesa muy larga, y grandes toneles a los lados. Hablo con unos y con otros, en una muestra de maestría social que ya quisiera el presidente del gobierno. Me presento a aquellos con los que no he hablado; se me presentan algunos con los que no hablé. En el banco de los fumadores, charlo con Luna Miguel y Nacho Escolar sobre el inicio de los blogs. Recuerdo ahora que Luna Miguel ha afirmado ayer en su introducción al evento que algunos creen que los blogs ya han muerto.

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Nacho Escolar presenta su blog. Tiene unas 30.000 visitas al día. Son más visitas que las de todos los demás blogs juntos en un mes. Me gusta mucho cómo va vestido. Habla con pureza. Pasa imágenes en la gran pantalla. Acaba justo a los quince minutos. Cuando empezó el blog fumaba; ya no.

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Ruth es poeta, es asturiana. Habla con timidez o descontrol, o incomodidad. Recita un poema y se pone firme la luz.

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No he cruzado ni una sola palabra con María Llopis. Estamos fumando en unos escalones, a las puertas de Laboral. Somos cuatro chicos, hombres, y cuatro mujeres, chicas. Los hombres hablamos con los hombres y las mujeres hablan entre ellas. Antonio J. Rodríguez me pregunta sobre... no recuerdo. ¿Franzen? ¿Foster Wallace? Le contesto, me replica, los otros dos escuchan o intervienen o piensan en sus cosas: son Dillinger y Camilo. En un momento dado, una de las chicas, de las mujeres, dice (María, Luna... no recuerdo cuál): dejadnos participar, o: eh, abrid el círculo. Lo abrimos, nos ponemos los ocho en un círculo nuevo, en la oscuridad, con puntitos de cigarrillo en las manos y miradas paritarias. Nadie dice nada en diez minutos.

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Dillinger tiene nombre real, y un link en el blogroll de Enrique Vila-Matas. Presenta su blog. Dice: Ahora que lo veo, es una puta mierda.

Lo adoro.

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Pienso en que, en esta segunda jornada, los blogs presentados, unidos a los que vi ayer, me hacen reconsiderar el gasto público, el del plan Avanza. Si ayer era un dispendio, hoy es una inversión nuclear. Realmente veo una cierta enseñanza, profesional, en este evento, una posibilidad de intercambiar, entre nosotros, opiniones, sensaciones, ideas. Es un gasto quizá excesivo, pero no tan baldío como parecía.

Pienso por ejemplo en la cantidad de bloggers que son increíblemente graciosos, que disponen de una capacidad casi infinita de hablar con ingenio, cautivar a un público, ser los más chistosos en la barra de un bar. Resulta llamativo sobre todo si tenemos en cuenta que su valía demostrada lo ha sido por escrito, y no en un atril, y no hablando por un micrófono, encogedor de voces, en realidad.

También pienso en la figura del loser. Casi todos los bloggers han dado muestras de una infinita modestia. Cristóbal Fortún, otro tipo encantador, con su Fauna Mongola, afirma sin atisbo de falsedad que, cuando le dicen que su blog es una crítica a la modernidad, él no sabe lo que es una crítica a la modernidad; que él sólo retrata tipos urbanos y los cuelga. No hay aspiración, no hay evangelio; sólo mensaje.

El loser, que tiene que ser un hombre, es una especie de gigoló perezoso, de romántico hacia adentro. El loser mola. Es el fracaso del no presentado, la nominación que nunca gana un oscar, el que no espera un NO o un SÍ de las oficinas, sino sólo un silencio administrativo.

No es un perdedor; el loser es una competición con uno mismo, que nunca comienza.

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Me sitúo en la parte de atrás de la sala, junto a una barandilla. Me siento en un taburete. Llevo en la mano un lapicero, con goma en un extremo, que he encontrado sobre una mesa. Golpeteo mi pierna con él, con la punta borradora, mientras empieza la presentación de Lector Mal-herido.

Ha subido un tipo al escenario, grande, barbado, atractivo. Saluda y pone un vídeo. Las imágenes surgen enormes desde el escenario; la música, salvaje desde los altavoces. Muevo el lápiz, la goma, al compás de la música, como un director de orquesta.

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Laura Rosal lleva las mismas medias, o el mismo tipo de medias, que llevaba cuando nos fotografió en Granta. Son medias con encaje, negras, que suben y bajan al servicio de su cámara de fotos. Ha fotografiado a todos los participantes. Cuando se acuclilla delante de mí, que estoy en el atril hablando de este mismo blog que estás leyendo, le miro a los ojos y le hago un gesto de: no molestes, cría. Y ella sonríe.

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Luna Miguel miente muy mal. En el Sonotone, le he preguntado quién es X, y ella ha dicho: un chico. Y yo he dicho: No hace falta que me digas más, ya sé quién es. Y ella: es un chico y... Y da una larga explicación con municipios y Federicos. Y yo: soy más viejo que tú, Luna, sé que me estás mintiendo. Y ella: no te miento, no te miento.

Me gusta la gente que miente mal. Dicen verdades dobles.

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Entran Agustín Fernández Mallo y Eloy Fernández Porta en la sala habilitada para cenar. Se sientan cerca de mí. Nos saludamos. Cruzo algunas palabras con el primero; con el segundo, sostengo esta charla: Yo: Mañana te vas a Madrid, ¿no?, al Festival Eñe. Eloy: Sí, ¿tú tienes una conferencia, no? Yo: no. Y no decimos absolutamente nada más.

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Fernández & Fernández ponen industria e instrucciones en su spoken word. Cuando suena Please, please, please, let me, let me, let me de The Smiths, sé que no todo está perdido.

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En el autobús que nos lleva a la "espicha" Antonio J. Rodríguez me pregunta sobre el problema del cliché sexual masculino en la literatura contemporánea. Detrás de nosotrós está Kahlo. Publicó un libro hace dos años. Costaba 18 euros. Le pregunto si llevaba fotos. Dice que sí. Me sorprendo de un precio tan barato en un libro con fotos. Alguien dice que él ya no pagaría 18 euros por ningún tipo de libro. Kahlo dice: ¿Mis tetas no valen 18 euros?

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Elisa se me acerca, mientras un grupo suelta música e imágenes. Me dice: Has estado inmenso.

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Antoni Rojas me deja su ejemplar de Vida y opiniones de Juan Mal-herido para que se lo firme. Le he dado un ejemplar, que llevaba en el bolso, a Dillinger, y también se lo he firmado. Cristóbal me dice que le ha gustado mucho mi presentación, mientras firmo uno de esos ejemplares de Mal-herido. Balbuceo: Mmmmm... Gracias... Y acabo la firma. Cristóbal cree que alguna vez nos hemos visto "por Malasaña", que tenemos "amigos comunes", pero no es capaz de aclararse a sí mismo si sabe quién soy o no.

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En el Sonotone nos han dado las cuatro, o las cinco. Me quiero ir. Me dirijo hacia la puerta. Luna Miguel ve mi trayectoria y se estampa contra el quicio, como un spiderman que es su propia telaraña. De inmediato, tres o cuatro bloggers jóvenes más hacen lo mismo; alguno incluso me agarra de un brazo. No te vayas, no te vayas.

Sé que contar esto es poco elegante.

Me encantó.

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Es domingo por la mañana. Aunque me acosté a las cinco, me he levantado a las nueve para desayunar solo en la cafetería del hotel y marcharme sin ver a nadie. He tenido suficiente. Además mi blog se llamaba Hikikomori, y no TíoEnrollado.

En la cafetería, en efecto, no hay nadie. Me sirvo un café y me siento a una mesa. Me levanto de nuevo a por un poco de azúcar y en ese momento entra Camilo. Nos saludamos. Hablamos brevemente. Él también nació en Segovia.

Me vuelvo a mi mesa. Por el rabillo del ojo lo vigilo.

Se sienta a otra mesa, a dos metros de mí. Dice de pronto: No me siento contigo porque me das miedo.

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He salido del hotel a las diez de la mañana. Estoy en la estación de trenes tratando de cambiar el billete. En un acto de generosidad, o de miedo a parecer descortés, compré un billete de vuelta para las cinco de la tarde. No puedo cambiarlo, no hay plazas, o sólo en "preferente". Me da cierto asco ir en "preferente"; no en el asiento, en la palabra.

Deambulo por Gijón. Hace frío. Me tomo un café aquí y una caña allá; en realidad, dos cafés consecutivos. Elijo los bares más cutres, los más despoblados, donde como mucho hay señores mayores panzudos y sucios, y camareras de cincuenta años, vestidas de cualquier manera.

Ocupo un banco en el parque de Europa, o avenida de Europa; algo de Europa. Estoy triste. Siento un bajón insoportable, hasta ganas de llorar. La sensación sólo se me hace comparable a una resaca de MDMA; a estar en la burbuja de la felicidad y caer de pronto en un mundo sin esferas.

El parque evoluciona. Estoy, voy a estar, unas dos horas sentado en el mismo banco. Veo, primero, parejas con carritos de bebé; muchas. Hombres, mujeres, carritos. Para un lado, para el otro. Es domingo, son las once. Veo, luego, yonkis, vagabundos, maleantes. Veo luego familias completas, niños crecidos, ellos jugando al balón. Las madres, de mi edad, o un poco más, fumando juntas en un banco; los maridos, los padres, quizá en un bar, o comprando el periódico. Dos niños con un balón; uno es atrevido, mandón, faltón; el otro es tímido, retraído. También hay muchas ancianas. Una de ellas va en silla de ruedas, con la cabeza inclinada, patética, embozada y casi cadáver. Empuja la silla un viejo que apenas pueda empujar sus propias pantuflas.

Y eso es la vida, pienso. Igual que hace un siglo, que hace cincuenta años. Bebés, niños, jóvenes, hombres, mujeres, ancianos. Todo está explicado. Todo es una vuelta al origen. Ninguna tecnología romperá ese círculo. Ninguna tecnología te colgará para siempre dentro de una burbuja donde lo estés pasando bien. Hay clases, hay estatus, unos lo tienen mejor que otros; hay género, hay sexo, hay mujeres y hay hombres; se les nota; hay caracteres, hay balones y hay niños que pegan distintas patadas a los balones; se les nota, se les ve venir, serán lo que yo sé que serán; hay vejez, hay infelicidad, hay derrota, hay muerte. Está todo inventado y descubrir eso ya está también inventado.

No hace falta buscarlo en google.

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