martes, 25 de enero de 2011

La inteligencia del amo

El cerebro se pone a funcionar al tercer toque: al menos eso he detectado que le sucede al mío.

El tercer toque es una frase, un dato, una experiencia que cierra, no un círculo, sino un triángulo intelectivo. Quizá el primer toque (dato, expeciencia) nos pone sobre aviso, el segundo (frase) nos indica el camino de una idea; y el tercero (facultativo) nos fuerza a pensar, a deshacer el nudo de una duda.

Por seguir el orden, puedo señalar como primera señal de la reflexión que hoy (gratis y libremente) regalo a mis millones de lectores, una cita de Friedrich Nietzsche que extraje de alguno de sus libros, y que hasta apunté en un cuaderno (el cuaderno lo he perdido, pero no la memoria). Dice: "La política es el campo de acción de cerebros mediocres."

Un segundo escalón lo conforma (experiencia) una charla que mantuve este verano con un par de personas de notable inteligencia. Discutían (ellos) de política (yo de política suelo abstenerme) y, después de quizá media hora de verles poner de vuelta y media al gobierno, sus decretos y leyes y opiniones, de verles encolerizarse hasta límites pre-revolucionarios, me permití soltar en mitad de su desesperación la siguiente pregunta: ¿Y por qué nos gobiernan personas que son menos inteligentes que nosotros?

Este segundo paso merece algo más de explicación. Quiero acentuar la rabia y la tristeza de aquella charla, la impotencia que percibía en las voces de los dos contertulios, el derrotismo de no ser nada más que ciudadanos de a pie que opinan en el patio de una casa, mi percepción de que, efectivamente, lo que ellos decían (sobre el Ministerio de Igualdad, la Ley del Cine, etcétera) era de sentido común y de lógica incuestionable; que, en una palabra, tenían razón.

Mientras les oía, no dejaba de sentir el desnivel de respeto entre la consideración que la inteligencia de mis amigos me provocaba y el muy escaso aprecio que localizaba, y localizo, en mi interior (¿en mi seno?) por la de los agentes políticos que llevan el timón de nuestras vidas.

De ahí que me surgiera, entiendo que de una forma algo brusca, la indiscreta pregunta, que hasta podía entenderse como algo sarcástica, de: ¿por qué nos gobiernan personas que son menos inteligentes que nosotros?

En cualquier caso, anoto que la pregunta quedó sin respuesta.

Finalmente, la tercera información, la que ha provocado que me ponga a escribir otro de estos largos posts insoportables, la encontré en un artículo de (¡sí!) Javier Marías, el del domingo pasado. Se titulaba Delaten, no se priven, y en él, simplemente, escribía, como parte de un sujeto plural: "la ignorante Leire Pajín".

Tal cual.

"La ignorante Leire Pajín". Desde luego, es una adjetivación antepuesta de contundencia y desprecio formidables. "La ignorante Leire Pajín". Más claro, agua.

En Castilla (supongo que en otras partes también) perdura aún la denominación "amo" referida al dueño de una empresa, negocio; referida, sobre todo, al terrateniente. "Lo que diga el amo", "ahora viene el amo", "lo tendrás que hablar con el amo": he oído yo toda mi vida.

El amo, en nuestros días, es el jefe (sobre todo si es "empresario"), el profesor y el político en funciones de gobierno.

Mi relación con el amo (me propongo ahora desarrollar) no es ajena a este escozor de sentirse más válido e inteligente. Respecto a los profesores, que son mis amos más numerosos, he visto claramente que les perdí el respeto al llegar a la universidad. Fue allí cuando noté por primera vez que, con perdón, yo era más inteligente que ellos. No era difícil, no se apuren, porque yo he tenido profesores que no sabían, y así lo decían abierta y alegremente, escribir con precisión "por qué", "porque" "por que" y "porqué", ni sabían hablar en público, ni sabían pensar por sí mismos, ni sabían más allá de cuatro cosas de la materia que impartían; ni sabían, en ocasiones contadas, absolutamente nada de nada.

Esta inteligencia demediada en el maestro nunca me irritó. A fin de cuentas, era más fácil aprobar los exámenes, más llevadera la clase, más llevadera la autoestima.

Sin embargo, el amo "empresario", el jefe, sí me ha supuesto una amargura considerable. Ser mandado por alguien al que no respetas, duele; pero ser mandado por un imbécil, desquicia. Si bien es cierto que resulta enormemente subjetivo determinar la inteligencia de otra persona, y más de alguien que, hablemos claro, cobra más que tú y viene dos horas más tarde a la oficina, no lo es tanto si en su caso concreto concurren circunstancias tan obvias (¡volvemos!) como ser hijo del dueño del tinglado, ser novia del dueño, ser primo del dueño, ser amigo del dueño o ser la persona que tiene el contacto exacto que el dueño necesita para algún negocio prometedor.

Nada tan violento (lo habrá, pero por alguna parte hay que atacar la idea) que verse haciendo algo que sabes erróneo por mandato de un imbécil. El amo beocio violenta tu inteligencia, la degrada, te degrada y te hace sentir vergüenza de ti mismo, aparte de una insufrible sensación de estar malgastando tu vida y empeorando el mundo.

Y aquí llegamos a los políticos, los amos compartidos.

Entiendo que yo empecé a perderles el respeto cuando ellos empezaron a salir por la tele; en concreto, en todo tipo de programas. En mi infancia y adolescencia (también es verdad que, entonces, uno no atendía tanto a este asunto) el político era un tipo serio, altivo si quieren, que sólo hablaba de temas importantes y que carecía de pulsiones anecdóticas. Nada se sabía de su vida privada, de sus aficiones futbolísticas, de sus gustos musicales o de sus ratos libres.

Una vez (si no me lo invento) vi a un político, en la tele, en un programa, concurrir a una entrevista que se emitía justo después de la sección de cotilleos y antes de un striptease (me lo invento, pero era muy similar). Con Javier Sardá, me parece.

Esta novedad, que se fue multiplicando por mímesis y miedo electoral, se extendió a todos los órdenes del espacio público y, en un momento dado, me pareció (¿nos pareció?) normal saber de este alcalde que, cada noche, sale en moto a supervisar obras públicas (sic), que el presidente es del Barça (sic), que la ministra es vegetariana, la madre del candidato analfabeta, el concejal gay, el presidente (otro) competente en lengua catalana circularmente reducida... fotos en Vogue aparte.

Todo un panorama de políticos de rostro humano.

Así las cosas, a día de hoy, y a pesar de no contar con amigos ministros, ni siquiera ministrables, no veo a mis gobernantes como gente que tenga la menor cualidad diferencial o que valga especialmente para su puesto o que me puedan dar ninguna lección sobre ningún aspecto de la vida cotidiana, excepción hecha de los galimatías financieros y los vericuetos de la legislación. Leire Pajín me parece, sí, una chica del montón.

Pero esa chica del montón manda.

Entonces, ¿nos gobiernan personas que son menos inteligentes que nosotros? ¿Cómo ha sucedido? ¿Es culpa de la democracia televisiva y, por tanto, está en cuestión la democracia? ¿Lee esto Leire Pajín? ¿Qué van a hacer con nosotros?

¿Por qué les dejamos?

viernes, 21 de enero de 2011

Lo de Juan Mal-herido

Desde el pasado sábado al blog Lector Mal-herido (http://www.lector-malherido.blogspot.com/) se accede tras superar el parapeto que ha puesto Google y en el que advierte de que el contenido del blog es "dudoso", extraña traducción al castellano de la voz inglesa "objectionable" ("desagradable, censurable"). En su filtro Google informa de que "algunos lectores" han denunciado a este blog y de que el propio Google no lo ha leído ni sabe, realmente, de qué va. Sólo ha actuado por decreto-clic.

El decreto-clic (copyright) obedece, según he investigado, a que la bitácora Lector Mal-herido ha recibido "lots of flags", o sea, "montones de avisos". Los avisos no son otra cosa que clickear en la barra superior de blogger, en el botón donde dice "Informar de mal uso"/"Report abuse" y seguir las instrucciones de denuncia.

Pueden ir denunciándome a mí mientras se las explico.

Tras el primer clic furibundo surge un pop-up donde Google afirma fríamente: Report a Terms of Service Violation. Las violaciones que un blogger puede hacer del servicio de blogs de Google son las siguientes: Difamación, Piratería, Spam, Desnudos, Discriminación y violencia, Suplantación de personalidad, Desvelamiento de información privada y Usurpación del propio blog.

Juan Mal-herido ha cometido 5 de estas 8 violaciones. Sin embargo, el formulario de denuncia sólo permite acusar de una cosa cada vez, así que los "montones de avisos" es seguro que habrán estado muy repartidos.

Juan Mal-herido trató de entrar el pasado sábado en su blog y se encontró, después de escribir su nombre y contraseña, con un mensaje del sistema en el que se le advertía de que se había producido "actividad anómala" en su blog. También se le instaba a introducir su número de teléfono móvil en un campo al efecto para recibir una clave que le permitiera seguir gestionando su bitácora.

Así lo hizo.

En un primer momento, Juan Mal-herido sopesó la posibilidad de un sabotaje, dado que son ya muchos los escritores que han visto sus obras vapuleadas sin criterio ni respeto por este sujeto y, aunque normalmente los escritores no saben ni buscar su propio nombre en google, no sería raro que contaran con amigos en los departamentos informáticos de Indra, IBM, Movistar y otras empresas respetables.

Sin embargo, no era un sabotaje, sino una simple advertencia de contenido que Google aplica a los blogs de forma automática para cuidar su propia imagen de compañía entrañable.

Como es lógico, Google no puede supervisar el contenido de varios millones de blogs en varios cientos de idiomas y localizar puntualmente que a Ramoncín le han llamado gilipollas o a Alberto Olmos hijo de puta esta mañana en este post en concreto. Por no hablar de los cientos de millones de comentarios en dichos blogs que podrían incluir denuestos, ofensas, calumnias y barrabasadas diversas contra Ramoncín, Alberto Olmos y un tal Pérez.

Imagínense cómo retrocederían los derechos de los trabajadores si Google tuviera que contratar a cien empleados y obligarlos a leer.

Es así, por tanto, como Google delega en "el pueblo" el derecho de veto, enmienda o afeamiento de conductas. Sin embargo, no nos hemos podido enterar de si los "montones de avisos" que han llevado a Lector Mal-herido a alcanzar el honor de ser "dudoso" alcanzan cifras de tres ceros, de cuatro ceros o de cinco ceros, si son 5.600 personas las que han denunciado el blog, o sólo 24, si las 5.600 denuncias proceden de la misma persona, empeñada cada tarde en su casa en acabar con Juan Mal-herido mientras suena Micah P. Hinson en su salón, o si cada aviso se corresponde a una persona distinta. También será imposible determinar quién ha denunciado y afeado y corregido a Lector Mal-herido, dado que las denuncias son completamente anónimas.

Así las cosas, es de lengua fácil recurrir a la palabra "censura" para etiquetar este curioso asunto. Esa palabra, sin embargo, resulta inapropiada. A riesgo de hablar sin saber, me atrevo a afirmar que la censura real tiene que ver con la negación total y absoluta de manifestarse a través de un medio concreto dentro de un sistema político. Que te denieguen la publicación de un artículo en un periódico (yo, curiosamente, tengo esa experiencia) no es censura; tampoco lo es que te echen porque no les gusta lo que escribes. En el primer caso, uno puede escribir en otra parte (y ahora, en internet); y en el segundo caso, nadie tiene el derecho inalienable de escribir en los periódicos, como es lógico, a no ser que uno se funde su propio periódico y se conceda una o dos columnas diarias para decir lo que le venga en gana.

En el caso de Lector Mal-herido, no ha habido censura, porque Lector Mal-herido puede trasladar sus contenidos fácilmente a Wordpress o a cualquier otro servicio de bitácoras, y hasta puede, en última instancia, abrirse su propio dominio en un servidor sito en las islas Tonga, que nadie sabe dónde quedan.

Es la libertad de expresión la que puede protagonizar todas las reflexiones sobre este, como digo, curioso asunto. ¿Hay límites para lo que uno puede decir? ¿Cuáles? Etcétera.

Sin embargo, entiendo yo que el verdadero problema de fondo no tiene que ver con algo tan importante como los límites de la libertad de expresión, sino con algo de tan escaso interés como los límites de la literatura.

¿Qué es literatura? Y, sobre todo, ¿dónde está?

Lector Mal-herido viene firmado por un sujeto llamado Juan, Juan Mal-herido. Es, obviamente, un nickname. Las cosas que él afirma se sitúan por tanto en la esfera de la ficción, pues no se le puede pedir responsabilidad civil o penal alguna a alguien que no existe por atentar contra personas que no existen en espacios inexistentes y tiempos indeterminables. Esto resulta obvio con Humbert Humbert, pero no con Juan Mal-herido.

El blog es gratuito, carece de sello editor y, por lo que se ve, Juan Mal-herido no concede entrevistas ni participa en el Festival Ñ. Por lo tanto no es un escritor, sino un canalla. Frases como "Alice Munro es una puta mierda" son intolerables; sus comentarios machistas también; su apología de la cocaína también; sus apelaciones rijosas a las niñas (superadas, también hay que decirlo, por la revista Vogue parisina al fotografiar vestidas de mujer sofisticada a niñas de 7 años) execrables. Etcétera.

Sin embargo, en cualquier novela española puede encontrar uno esas mismas palabras en boca de algún pesonaje. El otro día, sin ir más lejos, analizando en un taller los diálogos de José Ángel Mañas en Historias del Kronen, encontramos esta frase: "ese mariconazo de Míchel".

En el caso de Lector Mal-herido, si un conjunto de peritos literarios (!) concluyera que ese blog es literatura, podríamos encontrarnos ante un caso de incomprensión de formato por parte de las fuerzas vivas de nuestra sociedad, gente que, cuando la música pasó a ser grabada en los primeros soportes fonográficos, hubiera afirmado que ese Mozart que sale del disco, a pesar de sonar bastante parecido al que suena en un salón de conciertos, no era ni Mozart ni música, porque no se veían los instrumentos.

También es verdad que esta argumentación puede usarse asimismo para encubrir toda web donde se propaguen ideas peligrosas, se defiendan abusos o se conmine a la discriminación o el asesinato. ¿Cómo diferenciar un texto literario agresivo de un texto simplemente agresivo? ¿Cuál es el matiz, el grado?

Las notas de secuestro o las amenazas de muerte manuscritas, firmadas con seudónimo o enviadas anónimamente, podrían también ser literatura.

Me lo acabo de preguntar para obligarme a saber.

Y mi cerebro ha dicho: el receptor. ¿Alguien en su sano juicio cree que Juan Mal-herido odia realmente a los catalanes, los poetas, los cuentistas y los argentinos? ¿Alguien cree que ha violado niñas o piensa hacerlo o que lo haría si pudiera? ¿Alguien cree que le parece bien el maltrato doméstico? ¿Alguien, en definitiva, va a leer el blog y luego delinquir? Seguramente, no; porque si fuera "sí" habría que empezar a vigilar muy de cerca a los 30.000 visitantes únicos mensuales que tiene, entre los que se incluyen exactamente 30.000 personas que leen, compran libros, decodifican el lenguaje literario, escriben libros, editan libros, publican libros, promocionan libros, reseñan libros y, en fin, hacen esa cosa de la literatura.

Una enorme pandilla de delincuentes.

Si fumar es malo, y poco a poco nos lo van prohibiendo, podemos estimar que, en un futuro lejano (lejano, pero no mucho), leer también se tendrá que ir prohibiendo. Pues si el cigarrillo contiene veneno, la literatura contiene pensamiento, que es casi arsénico en la boca de una sociedad que necesita no pensar demasiado nada de lo que sucede.

La condición de adulto debe ser cuestionada continuamente, porque ser adulto hace daño y muchas veces hay que evitar que la gente se haga daño a sí misma, no sea que sangre en la dirección inadecuada. Fumar es un placer adulto (o una opción, o un vicio: ni os imagináis los cigarrillos que llevo consumidos para escribir esto, dios mío), y también es un placer adulto (opción, vicio, gusto) ver películas donde simulan violar bebés, leer libros donde fusilan a todas las personas ciegas o escuchar canciones que dicen Todos los paletos fuera de Madrid.

Es el discurso una proposición de lo posible, un campo de pruebas de mundos por llegar, una alteración del orden conocido para recapacitar sobre otros órdenes probables y volver al conocido con sentido crítico. En definitiva, el discurso es una inutilidad necesaria.

La negación del discurso, o del discurso que no nos agrada, en defensa de "lo real", que parece incuestionable y, al mismo tiempo, sospechosamente frágil, es básicamente de lo que trata el mundo en el que vivimos.

De evitar el hallazgo.

domingo, 16 de enero de 2011

Conocimiento activo: o de por qué yo tengo dos o tres veces más talento que Javier Marías

Javier Marías ha publicado hoy un artículo (LINK) en el que resume (curiosamente de forma más extensa que en la ocasión precedente) sus puntos de vista sobre propiedad intelectual y descarga de contenidos con copyright, al hilo del reciente fracaso legislativo de la ministra de Cultura. Suscribo al 100% sus argumentos.

Sin embargo, un punto de su discurso me ha recordado una loca idea que tuve hace no mucho y que ya apuntaba en el post anterior. La vesánica ocurrencia es esta: yo tengo más talento que Javier Marías; digamos que dos o tres veces más.

Como saben los que me siguen, pocas cosas me obsesionan con tanto infantilismo como el estatus, o dicho a la pata la llana, quiénes son tus padres. No es infrecuente que, cuando alguien lleva a cabo una proeza de algún tipo, ya sea artística, deportiva o empresarial, mi admiración primera por esa persona baje muchos enteros si acabo por saber que, como pintor genial, tenía un padre también pintor, y no malo, como tenista destacado, tenía un padre entrenador de tenis, y como empresario deslumbrante, ostentaba un abolengo de empresarios invictos y avezados.

La ocasión en la que se me ocurrió el disparate que encabeza este post tiene que ver con Derrida, al que no he leído. Al parecer, fueron sus ideas las que hicieron a las universidades americanas privilegiar a una poeta lesbiana de Zimbabue por delante de Faulkner, prelación sostenida por el hecho de que las coordenadas donde se inscribe la poeta antedicha sugerían una obra final que, siendo o no mejor que la de Faulkner, sería desde luego distinta, hablaría de cosas de las que Faulkner no hubiera sido capaz y, sobre todo, desde un lugar al que ni Faulkner ni ningún otro genio blanco occidental (heterosexual) podría aportar nada.

Esta herramienta de criba, sistema de selección, modo de leer la literatura, me ha parecido siempre demencial, pero le debo, como apunto, la ocurrencia de pensar esto: no medir a un artista por el punto al que ha llegado, sino por el punto de partida.

No me cabe duda de que la situación de Javier Marías no carece de sinsabores, siendo el más localizable de ellos el de la sospecha continuada que se les aplica a los hijos de (lo han tenido fácil, a huevo) y el más freudiano de los mismos, el de que han de intentar constantemente superar a sus padres para acallar la maledicencia (de gente como yo, por ejemplo).

Sin embargo, de lo que no tengo dudas es de la situación en la que yo he estado, estoy, estaré, y tantos otros, muchos más, de los que, como es mi caso, han tenido la retorcida idea de pensar que podían escribir libros, hacer películas, cantar o pintar sin que en su familia hubiera precedentes ni guías, ni, muchas veces, libros siquiera.

Bautizo como "conocimiento activo", lógicamente enfrentado a otro "pasivo", a todo el saber al que uno ha llegado por sus propios medios. En mi caso, y en el de tantos otros, muchos más, ese "conocimiento activo" es la totalidad de mi conocimiento.

Esto quiere decir que yo nunca he localizado en mi memoria un dato cultural que supiera sin saber que lo sabía, y mucho menos sin saber que muchos otros, tantos, no lo sabían. En un ejemplo sencillo: una amiga mía habla de Heiner Müller con soltura, como quien nombra al presidente del gobierno o a Belén Esteban, en la creencia de que ese autor teatral es de sobra conocido por todos. No lo es. Pero, en este ejemplo concreto, sucede que mi amiga tiene un padre director de escena, que durante la infancia de ella organizaba ciclos completos de Müller en salas de centros culturales. Me imagino el cuadro: papá llega del trabajo y, durante la cena, habla de Heiner Müller, de sus obras, de los problemas que ha tenido con un actor y de asuntos semejantes. La niña, sin darse cuenta, acaba sabiendo algo tan simple como Heiner Müller=Teatro, del mismo modo que todos, y ella también, supimos en las cenas Mayra Gómez Kemp=Un dos tres, o Danone=Yogurt.

Sí, ya veo rugir comentarios anónimos despectivos contra mi padre. Los aprobaré, no se asusten.

El caso es que, en su artículo, que no lo dije, Javier Marías va y afirma que todos los artistas parten del mismo punto, que es cero, no como los herederos, dice Marías, de empresas o zapaterías, que, claro, tienen esa empresa, esa zapatería desde la que ser fácilmente empresarios y vendedores de zapatos.

Pues no.

La diferencia, las diferencias, que se me ocurren entre la situación de Javier Marías y la del que esto escribe son muchísimas. Muchas más de las que, probablemente, Javier Marías podría siquiera imaginarse.

Al conocimiento pasivo del que él ha disfrutado, y que le permitiría, supongo, saber quién es, y en detalle, Ortega y Gasset desde sus siete años (de Marías) hay que unir otro elemento, casi escénico, del que he tenido conocimiento, como quien dice, también hace poco.

Un ejemplo. Me reúno, a veces, con un señor que hace películas, que escribe guiones pero que, de vez en cuando, dirige películas. Tomamos café y hablamos y todo parece desarrollarse de un modo natural entre dos personas con cierta afinidad cultural y creativa. Sin embargo, en un momento dado, algo en mi interior (perdón por el cliché) da una campanada y de pronto se me encabritan los nervios al pensar: estoy con alguien que dirige películas. Tal cual.

Estoy con alguien que dirige películas. Estoy con alguien que escribe novelas. Estoy con alguien que dirige un periódico. Estoy con un ministro. Estoy con Enrique Vila-Matas tomando café. Estoy con ellos.

¿Quiénes son ellos? Ellos son los que uno siempre ha visto lejos, detrás de pantallas fantasmáticas, pantallas de televisión, páginas de periódicos y revistas, solapas de libros, títulos de crédito... Ellos, gente que hace las grandes cosas, que tomas las grandes decisiones, que vive en el cogollito motor de un país, de una cultura, de la Historia.

Aquí es cuando un comentarista dirá: ¡complejo!, ¡acomplejado!, etc. Lo aprobaré, no hay problema.

Es este elemento el que me permite tildar de pura demagogia, por ejemplo, el artículo de Amador Fernández-Savater sobre esa cena con la ministra y Álex de la Iglesia y otras personalidades rutilantes de nuestra cultura. Es obvio que siendo hijo (con todos mis respetos, Amador, si lees esto) de un filósofo de gran prestigio, fama y trayectoria, Amador habrá tenido más de una ocasión de ver pasar por su casa y su monopatín a ministros, premios Nobeles, cineastas y mentes preclaras de todo tipo y condición. En su artículo da a entender a la gente que él también es gente (me acordaba de la canción de Calle 13, cuando dice: "yo no soy calle, pero mira, tú tampoco eres calle") y que eso de cenar con una ministra es una situación como nunca antes había conocido, aterradora, incómoda, fatal.

Su artículo se titulaba La cena del miedo, pero estoy seguro de que Amador no sabe realmente lo que es tener miedo de la presencia social de otros, de lo que es no poder ser lo que quieres ser porque nadie a tu alrededor lo es, y los que lo son no pasan por tu casa; de lo que es pensar: quién soy yo para escribir un libro.

También pienso a menudo, dentro de este contexto, en Jonás Trueba (un saludo, Jonás), director de cine que, cuando no sabía ni lo que era un plano secuencia (lo imagino sabiéndolo sin saberlo a los 10 años) veía en el vhs de su casa películas de José Luis Boráu (en un poner) con José Luis Boráu al lado (iba a poner: al lau), comprendiendo así que los directores de películas son gente que, de vez en cuando, también acuden al cuarto de baño, así que no hay que tenerles miedo.

Un comentarista podrá decir: paleto, medroso, pringao. Se agradece.

Porque vamos a la siguiente, y casi última, vuelta del camino de esta tesis. Hablo del "clasismo cultural". Me adjudico la etiqueta, el concepto, mientras un lector no me demuestre lo contrario, vamos, que alguien lo dijo antes que yo.

El clasismo, como sabemos, es el desprecio por las personas que, por nacimiento, tienen menos dinero que tú, menos educación y menos contactos sociales de altura. Al parecer, todos entendemos como objetable el "clasismo", ese desprecio a la criada, al camarero o al simple señor que no pudo hacer nada más para ganarse la vida que barrer la calle o limpiar zapatos.

Sin embargo, se lleva mucho, y con cierta impunidad, el clasismo cultural. Un ejemplo: Javier Marías, en alguna de sus novelas, ataca con fiereza a los españoles que hablan inglés chapuceramente, hablantes mediocres de otro idioma que localiza con facilidad, afirma en el libro, porque recurren incesantemente a la coletilla: you know? (disculpa mi pronunciación, Javier).

Entiende uno que Marías, cuyo padre dio clases en Estados Unidos (vivían en la misma casa que ocupó, años atrás, Vladimir Nabokov: conocimiento pasivo Nabokov=Literatura), no tuvo excesivos problemas para acceder a una formación idiomática esmerada, y que, aunque lo sepa, no es capaz de comprender que otras personas no recibieron llovida del cielo la competencia lingüística de la que él presume.

"Cuando sientas deseos de criticar a alguien” -fueron sus palabras- “recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste", El Gran Gatsby.

Como muestra de flagelación pública, hablemos de "clasismo inverso". Defino clasismo inverso a aquel que practicamos algunas personas con otras de clase social superior, movidos por el prejuicio (complejo vuelto contra sí mismo) y las ganas de tocar las narices. Así las cosas, acuñemos rápidamente (copyright) el término "clasismo cultural inverso", que se define como el desprecio por la ignorancia de los que no tienen excusa para ser ignorantes, como es el caso de esos directores de cine español que no saben quién es Kim Ki-Duk y lo afirman alegremente, o esos escritores reconocidos que ni se han molestado en leer a más de dos o tres comtemporáneos suyos.

Cierro afirmando que he leído todo lo que ha escrito Javier Marías, y que le tengo por uno de los mejores escritores españoles de los últimos treinta años; que he visto Vete de mí, de Jonás Trueba, y que me encantó; que uno de los libros que edita Amador en Acuarela ha sido muy importante para la novela que terminé en noviembre, y que además lo cito por extenso en mi texto (existe el derecho de cita, pero con Acuarela hay barra libre copyleft); pero que hay días, como he titulado y he dicho varias veces en este post tan cándido, que pienso en mí, pienso en el talento, pienso en lo difícil que es que el talento sortee los obstáculos sucesivos que buscan malbaratarlo, pienso en que mi talento ha tenido que sobrepasar muchísimos más obstáculos para hacer novelas muchísimo peores que las de Javier Marías de los que ha tenido que sobrepasar el talento de Javier Marías, y concluyo que, así a ojo, mi talento ha tenido que ser el doble o el triple que el de Javier Marías, y que si he llegado hasta aquí he llegado lo más lejos que he podido y que me han dejado, aunque sepa que así, justamente así, no se va a escribir la Historia.

jueves, 13 de enero de 2011

Contenido versus Cultura libre: esquema en marcha

1. Conflicto.

versión A: Derecho al ocio gratuito <--------------->Derecho a vivir del propio trabajo

versión B: Derecho a la Cultura Libre<------------->Derecho a vivir del propio trabajo

versión C: Inevitabilidad de la copia libre<---------->Necesidad de legislación

versión D: Creative Commons <-------------------->Sony


2. Contrincantes.

De este lado:                                                                                        De este otro:


Ignacio Escolar <-----------------------------------------------> Alex de la Iglesia
Amando Fernández-Savater<----------------------------------->Javier Marías
Jesús Encinar<--------------------------------------->Ministra de Cultura (Sinde, por ahora)
Julio Alonso<--------------------------------------------------->Teddy Bautista
Opinadores (miles) <------------------------------------------->Creadores (miles)
La gente (?) <--------------------------------------------------> [no hay "gente"]
La Red (?)<----------------------------------------------------> [no hay "Red"]
Los internautas (?)<---------------------------------------------> [no hay "Internautas"]

3. Contenido

datos relevantes:

-Las redes de blogs pagan por post a sus redactores entre 1 euro (UNO) y 12 euros (DOCE)
-La red de blog más conocida de España (Julio Alonso) ingresa (+-) 1,5 millones de euros anuales (link).

-Las colaboraciones en prensa en el diario X de tirada nacional oscilan entre los 60 y los 90 euros por pieza.

-El adelanto editorial por una novela oscila en el 90% de los autores entre 0 euros (CERO) y 2.500 euros. Una novela tarda en escribirse entre 3 meses y varios años. El adelanto (CERO) es en el 95% de los casos todo lo que va a recibir el autor.

-Ipad: (+-) 600 euros. Kindle: (+-) 100 euros Ebooks: (+-) 200 euros.


-"Más de 100 millones de ebooks vendidos en todo el mundo." (link)


4. Cultura libre (literatura, por ejemplo)

datos relevantes

-Lectura de libros en España: 59% de la población lee; de media: 10 libros al año. Motivos: afición, trabajo y estudios.
-44% de la población compró un libro no de texto en el último año; media de compra: 8,9 libros al año.
-En España se publican al año (+-) 13.000 libros de creación literaria.

-Bibliotecas: El 71,9% de la población no fue nunca a una biblioteca en el último año (pág. 52)
-Autores más prestados en las bibliotecas (novela): Steig Larsson, Ken Follet, Ildefonso Falconés, Stephenie Meyer. (pág. 63)
-Autores más prestados en "otras materias" (filosofía, pensamiento político, arte...): Déjame que te cuente, de Jorge Bucay (pág. 65)



5. La gente

?


6. La Red, Los Internautas

-Jesús Encinar (Idealista.com) presenta en El País su nueva casa. Precio estimado: 800.000 euros. El empresario y activista por los "Derechos del internauta" pagó al contado su vivienda. (LINK y LINK)

-Serie de Post en Papel en blanco (blog) titulada "Los malditos derechos de autor" (LINK). Red Weblogs SL, propiedad de Julio Alonso. Autor de la serie de post: Sergio Parra (1978, LINK). Ganancias estimadas por escribir estos tres posts: (+-) 80 euros. Extracto de su biografía literaria: "Mi última y polémica novela es Venus decapitada, (...) Ya podéis adquirirla en librerías."


7. Conclusiones provisionales

-La Cultura Libre favorece sobre todo a los Empresarios de Internet y de Tecnología: para ellos supone contenido gratis.
-La gente (?) no demanda Cultura Libre Literaria, pues no acude a las bibliotecas.
-La gente (?, ¿la mayoría?) tampoco acude en masa a los museos, exposiciones, conciertos, recitales, cines o conferencias de Sloterdijk.
-La gente (?) hace muy bien en no acudir a las conferencias de Sloterdijk.
-La gente (?: la mayoría) tiene como principal preocupación: el trabajo. El dinero de su trabajo se gasta en: comer, vestir, vivienda y ocio. El ocio gratuito no sería nada comparado con vivienda gratuita, vestido gratuito, comida gratuita; pero algo es algo. La gente está a favor de que le den gratis... algo. ¿Ocio? Vale.
-Si el ocio es gratis la gente (?!) podrá trabajar más a gusto, y comprar casas (hipotecas, vía Idealista.com) y ropa (Zara) y un reproductor multimedia (Apple).
-Demagogia: el artículo de Amador Fernández-Savater de la A a la Z. (link)
-Amador F-S es hijo de Fernado Savater. Yo no soy hijo de Fernando Savater. La gente (?) no es hija de Fernando Savater. Dime quién es tu padre, a qué te dedicas, y luego dime cómo vamos a cambiar el mundo.
-Cultura Libre: hobby de los hijos de la élite industrial-cultural + jóvenes (?) que no tienen otra "revolución" más a mano--->divertimento.
-Contenido: trabajo de mucha gente (!)---->crucial.

background temático: Contenido

jueves, 6 de enero de 2011

O fumas o cantas, Tricky

Bienvenidos a una vida sin originalidad verbal: durante todo lo que va de año (y son unas cuantas horas de charla) casi sólo he hablado de la nueva normativa sobre espacios vetados al tabaco y sobre la antigua ley que iba entorpecer (con suerte) las descargas de contenidos con copyright en Internet.

La cosa queda así: yo puedo ir al Pepe Botella (wifi available) y sentarme a una mesa y pedir un café y abrir mi portátil y bajarme ilegalmente doce discos y cuatrocientas películas; pero no puedo ir al Pepe Botella y fumarme un cigarrillo.

(Todos andamos estos días preguntándonos dónde han ido a parar tantos ceniceros. Juan José Millás prepara una columna fundalmental: no se preocupen.)

Agobiado por el hecho de ser (junto a muchos otros) el delincuente dilecto de Leire Pajín, ministra de lo de prohibir, decidí irme a Logroño, como forma de exilio voluntario. En realidad tocaba Tricky.

Nunca lo había visto en directo, y tampoco tenía nada mejor que hacer con las sobras de la festividad navideña. Pero, a pesar de que creía que dejaba atrás los dos Grandes Debates de nuestro tiempo, resultó que los debates continuaban en Logroño. Mirad.

El concierto de Tricky se desarrollaba en el Palacio de los deportes de la capital riojana. Una asociación mental me vino enseguida a la cabeza cuando leí ese contradictorio nombre (¿palacio de deporte?) en lo alto de las paredes. Me acordé del Palacio de los deportes de Madrid, y de algunos conciertos a los que he ido y en los que 15.000 personas se apiñaban entre las gradas y el foso bajo enormes cartelones de NO FUMAR (colgados del vigamen del techo). Por supuesto, fumábamos en esos conciertos. A lo mejor fumábamos 3.000 personas. Me pregunté a mí mismo: ¿crees que en el Palacio de los deportes de Madrid 3.000 personas "animadillas" van a dejar de fumar durante un concierto de Prodigy? ¿Crees que la policía va a detener a 3.000 personas, que las van a expulsar del recinto? Y más: ¿crees que van a expulsar del recinto de un concierto al cantante si se pone a fumar, como es habitual en estos shows?

La respuesta, o la prueba, vino con Tricky. Salió al escenario y, tras quitarse la cazadora de cuero y la camiseta, se encendió un cigarrillo. En la hora y media que duró su actuación, fumó más o menos 15 cigarrillos. Por supuesto nadie salió a escena con un extintor o acudió a la policía (de momento).

Buscando información sobre el concierto, y sobre todo el nombre (Franky Riley: supersexy) de la maravillosa cantante que acompañaba al artista de Bristol, me he encontrado con una reseña-pataleta en El País que me ha dejado muy confundido.

Dice Andrés (García de la Riva) que Tricky es un "niñato", y que su concierto fue una mierda. Personalmente no recuerdo un concierto más emocionante y dramático en los últimos años de mi vida de espectador musical, pero eso es otro tema (otro track). El periodista, en definitiva, afea el comportamiento de Tricky por dos cosas: que fumó en el concierto ("desafió la ley Antitabaco fumando en repetidas ocasiones": ¡qué malote!) y que no permitió que el concierto fuera grabado por RNE (¡cultura libre!).

Que Tricky fume en sus conciertos, o que fume The Edge, o que fume Adam Green, va a ser un problemita: cualquier creador (con perdón de la inclusión subliminal) que además sea fumador necesita el tabaco para desarrollar su pomposa actividad. Yo no puedo escribir si no fumo: pero escribo en mi casa, así que no hay que alarmarse por el futuro de la literatura de mi barrio. Pero los músicos fuman mientras tocan, mientras cantan, y si no pueden hacerlo, estoy seguro de que muchos van a ser bastante peores intérpretes de lo que en la actualidad son.

Esto nos lleva a otro dilema juguetón: ¿qué prefieres, denunciar a tu artista favorito o que te dé aquello por lo que has pagado? O fumas o cantas, Tricky.

Los tenemos cogidos por los huevos, sin duda. Tú vas a ver a Jay Jay Johanson, que es tu ídolo, y sucede una de estas dos cosas (suponiendo que Jay Jay sea adicto a la nicotina): que si fuma lo denuncias, pero si canta mal (por no fumar) también lo denuncias.

¡Toma!

Aparte de que si no deja que RNE grabe su concierto (¿quién se supone que es RNE para ir grabando conciertos?, ¿es un derecho inalienable de una Radio grabar las cosas?), también lo denunciamos.

Hay que apuntar, además, que en el concierto fumeta de Tricky en Logroño yo también fumé; y mi acompañante; y un montón de gente. Nos animamos a delinquir, qué quieres. ¡Vivimos en el filo, tío!

Pensemos en las drogas. Porque me pregunto si podré acusar formalmente a Leire Pajín de inducirme al consumo de cocaína: va en serio.

En el propio El País, en sus crónicas de Benicasims y Primaveras Sounds y demás, nunca hablan de algo que, en un festival de música, es casi más importante que la música; o sea: las drogas. Las drogas están prohibididas (pero prohibidas del todo) y, sin embargo, no sólo no se requisa la tonelada y media de cocaína que normalmente meten (mis amigos) en un festival, sino que dentro del mismo hay un Energy Control que te informa de si la coca ilegal que has metido ilegalmente para consumirla de manera ilegal en un concierto donde si el cantante fuma un cigarrillo lo denuncian es o no de buena calidad.

¿Cómo que Drogas No? ¡Drogas Sí! Hasta hartarte.

Y esos son los Grandes Debates de nuestro tiempo, amigos. Fumar y verse unas pelis.

Por cierto, subió la luz. Apago esto.