viernes, 25 de febrero de 2011

Sintaxis

¿Por que publicamos libros a gente que no sabe escribir?
No he conocido personas más atentas a la sintaxis que los traductores. Cuando un traductor me envía un mail, me envía siempre una pieza maestra. No hay ni un error, ni un desliz, ni una frivolidad. En mis respuestas, apresuradas, muchas veces no pongo ni mayúsculas; ni rigor; y me siento mal pensando que, precisamente, yo soy el escritor, es decir, el que debería cumplir con los votos del idioma aún en estas manifestaciones subterráneas.

¿Por qué publicamos libros a gente que no sabe escribir? Oí esta frase de boca de una traductora. Por aquel tiempo, era becaria en una editorial, y no daba crédito, tantas veces, a los textos que pasaban por sus manos y acababan en las librerías. Yo estaba de acuerdo con ella. Somos (ella, yo; muchas más personas) lectores del texto, perogrullada necesaria para distinguirnos, quizá, de otros lectores que podemos empezar denominando del sentido.

En un primer momento, puede considerarse que un escritor es un individuo que, a la alfabetización básica, suma aptitudes y conocimientos lingüísticos que le facultan para la redacción de textos rigurosamente acordes con la gramática de su idioma, y en los que su idioma ve revalidada su potencia y su riqueza.

Se puede entender asimismo que un escritor es quizá el ciudadano que más vocabulario atesora, el que ha leído más novelas y poemarios y ensayos y hasta periódicos escritos en el propio idioma en cualquier tiempo y lugar y condición; y el que utiliza el punto y coma y el modo subjuntivo.

Y el que nunca dice tacos.

Y el que deja caer el bastón sobre la cabeza del dequeísta.

Y... Pues resulta que no.

Un escritor no responde a este perfil, más adecuado para un catedrático de lengua española (personaje que, como es sabido, casi nunca escribe novelas). Afortunadamente escribir no atañe tanto al conocimiento de la lengua como al uso expresivo de la misma. El empeño de muchas personas en ser novelistas se ve a menudo malbaratado debido a que el Norte elegido por su vocación lleva al más anodino de los territorios: la corrección. La corrección da en un estilo pomposo, acartonado, standard; previsible. El texto es impecable, pero aburrido. Nos puede despertar admiración, pero no nos emociona. Se ganan muchos premios de provincias escribiendo bien, se deja boquiabiertas a algunas señoras católicas, se da el pego; pero no se hace buena literatura con caligrafía.

Miren este personaje: es tallerista, tiene 50 años, es escritor frustrado. Siempre hay un escritor frustrado de 50 años haciendo un taller. Cuando el resto de los alumnos lee sus cuentos, él anota y anota en su libreta. En la ronda de comentarios, siempre cuestionará el cuento ajeno con las mismas pequeñeces (mira su libreta): que escribió "redivido" y es "redivivo", que puso "debe de" cuando tocaba "debe", que es "cotidianidad" y no "cotidianeidad", "israelí" y no "israelita", "elite" y no "élite", "espurio" y no "espúreo". Luego cerrará su libreta con satisfacción. Cree haber hundido un transatlántico lanzándole cuatro dardos (en la palabra).

La obsesión con la gramática denota una deliciosa desesperación: qué es literatura; qué es buena literatura. No se sabe científicamente, y quien quiere demostrarlo científicamente sólo puede apelar al Libro de Estilo de El País.

Si mi texto es perfecto, pensará llegado su turno el tallerista cincuentón, ¿por qué no le gusta a nadie?

Tiene 50 años y ya no puede entender esto (epifanía de la imperfección): la literatura, peligrosamente, tiene más relación con escribir mal que con escribir bien. Un buen escritor siempre se ha dado cuenta enseguida de que no iba a ninguna parte si no ensuciaba su estilo, de que hacerlo simplemente bien lo convertiría en una réplica mediocre, y en un muermo. La única especificidad de la prosa literaria proviene de explorar los márgenes del idioma: el arrabal, la contaminación, lo popular, la jerga, el error involuntario, el lenguaje de las máquinas...

Un par de ejemplos. En la escuela nos enseñan que la conjunción "y", en una enumeración, ha de situarse entre el penúltimo y el último elemento enumerado. Tal que así:

Mi madre es alta, guapa y simpática.

También nos enseñan que varios adverbios acabados en el sufijo -mente, si se escriben de forma consecutiva, han de delegar el sufijo en el último de ellos:

José escribía maravillosa, extraordinariamente.
Sin embargo, algunos autores han jugado con estas prescripciones y nos han mostrado las posibilidades expresivas de vulnerarlas. César Vallejo:

"son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos."  
En la escuela recibiría un reglazo, y una corrección: "Son testigos los días jueves, los huesos húmeros, la soledad, la lluvia y los caminos."
 
Empobrecedor.
 
"Mi madre era alta y guapa, simpática."
 
Enriquecedor.
 
Otro ejemplo podría ser la prosa de Thomas Bernhard. Si un alumno escribe en la escuela: "Mi madre es guapa. Mi madre se levanta a las ocho de la mañana. Mi madre me prepara el desayuno. Mi madre me lleva a la escuela en coche", la profesora le diría que no debe repetirse el sujeto (norma) en frases yuxtapuestas; le obligaría a elidirlo. Y haría bien, la profesora, por mucho que el niño diera la impresión de haber leído Corrección.
 
Porque Thomas Bernhard escribe mal sabiendo que lo hace mal. Es decir, parte de una retórica propia, y toda retórica supone una intención. Así, una carta escrita por un seudo-analfabeto es seudo-analfabeta en manos del que la lee; pero esa misma carta (se ha hecho muchas veces: Molina Foix en El abrecartas, por ejemplo) intencionadamente incluida en el marco de la ficción resulta, ahora sí, literaria (expresiva).
 
Adjudico al futbolista José María Bakero una de las frases más geniales de todos los tiempos (me han dicho en Formspring que no fue Bakero quien la acuñó, por cierto). Es esta: lo difícil no es hacerlo, lo difícil es pensarlo.
 
Aprovechando el fútbol, comentemos tres goles.
 
1. Maradona. Maradona metió un famoso gol a Inglaterra jugando mal al fútbol: como delantero, recibió la pelota en su propio campo (!), como miembro de un equipo no se la pasó a nadie nunca (!): regateó a cuatrocientos rivales y metió gol. Aplausos. Chapó. Literatura genial.
 
2. Zidanne. Zidanne espera un saque de córner al borde del área. La pelota le llega directamente a su posición (estrategia); Zidanne la golpea de primeras (técnica) y la cuela por la escuadra (talento). Olé. Gran literatura.
 
3. Pérez. Pérez sale al campo sin saber ni cómo va su equipo; tampoco sabe si juega de delantero o de defensa. En realidad, estamos en un partidillo del domingo. Pérez recibe la pelota y, sin pensarlo, le da una patada: la pelota golpea en el árbitro, luego en el larguero, luego en la cabeza del portero y entra. Gol. Risas. Mala literatura.
 
Nadie admira a Pérez por meter ese gol; sólo le admiraríamos si dijera (y entonces sería un genio): voy a salir y voy a meter gol chutando contra el árbitro, porque sé que la pelota golpeará el larguero y sé que la pelota golpeará la cabeza del guardameta, y entrará; o al menos intuyo que pasará algo interesante si disparo contra el árbitro.

La intuición también abre caminos en la literatura.

Ahora vamos con el asunto delicado. El lector del texto frente al lector del sentido. Yo y la traductora, y muchas más personas, frente a muchos lectores para los que el texto, su sintaxis, parece resultarles secundario. Nuestro problema (yo, traductora, otros) es éste: que tú no sepas escribir no significa que yo no sepa leer.

Me gusta que algo esté bien escrito, o que esté escrito de una forma que me provoque una recepción interesante, extrañadora. En el primer caso, esa buena escritura lleva a la transmisión limpia de la información (narradores puros: Hemingway, García Márquez, Vargas Llosa); en el segundo caso, lleva al núcleo de la psique -somos lenguaje- (prosistas puros: Samuel Beckett, Thomas Bernhard, Fernando Vallejo).

Para distinguir los bandos del debate nos sirve este sencillo test: ¿qué piensas tú de esta cita?:

Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su enorme trasero. La colmena. Camilo José Cela. (Nota: cito de memoria.)

Marque opción:

1. Nada. Qué voy a pensar. Una gorda en un café choca con los clientes. Como si pusiera: "Cuando Doña Rosa se mueve por su Café, tropieza con los clientes."

2. Me encanta. "va y viene": musicalidad; "por entre": dos preposiciones seguidas, anómalo, me atrae; "tropezando a los clientes": sorprendente, nunca había visto el verbo tropezar empleado con la preposición "a".

Disfruto mucho leyendo a Cela. Y César Vallejo es mi Dios: este poema suyo (LINK) es casi todo lo que diría sobre literatura en español si fuera posible explicarse sólo con un ejemplo. Es un poema hecho de sintaxis, de la sorpresa de la sintaxis, de escribir mal todo el tiempo. Así de mal.

Entiendo (y más: ¡respeto!) al lector del sentido, ese al que le da igual la forma gramatical en sí misma y gusta de escribir y leer bajo mínimos aceptables de correción y expresividad: si no, ni yo ni nadie apreciaríamos, porque los hemos leído traducidos, a Faulkner, Mishima, Tolstoi o Kafka. Evidentemente yo no puedo apreciar si la prosa de Tolstoi, su ruso, es mejor ruso que el ruso de Dostoievsky. Pero estoy seguro de que en Rusia tienen una opinión bastante distinta sobre eso: Nabokov dejó dicho que la buena fortuna de Dostoievsky en el mundo anglosajón se debía a que no lo habían leído en ruso (!).

Sin embargo, el lector del sentido (que es también el lector común) parece condescender en exceso con la mala redacción, al punto de que acaba negando que la literatura tenga que ver con escribir.

(!)

Veamos este extracto:

"Sabía lo que estaba pensando mi hija mientras me miraba hacer la maleta con sus penetrantes ojos negros y un poco asustados. Los tenía como su madre y los labios finos como yo, pero según se hacía mayor y su cuerpo se ensanchaba había acabado pareciéndose más y más a ella. Si la comparaba con fotos de Raquel de cuando tenía cincuenta años eran como dos gotas de agua. Mi hija pensaba que era un viejo loco y sin remedio obsesionado por aquel pasado que ya a nadie le importaba y del que no era capaz de olvidar ni un día, ni un detalle, ni una cara, ni un nombre, aunque fuese un largo y difícil nombre alemán, y sin embargo a menudo tenía que hacer un gran esfuerzo para recordar el título de una película." L.q.e.t.n., C. S.
El lector del sentido capta la información: un señor hace una maleta, su hija lo mira, su hija está asustada, su hija ha salido en esto a la madre y en esto al padre, el señor es viejo, está obsesionado con el pasado, recuerda con detalle muchas cosas del pasado, sobre todo nombres alemanes, los títulos de las películas no los recuerda...

Todo bien. El lector del texto también entiende eso, pero le da igual. No le interesa nada. Ha visto está película de novela en quinientas películas de cine. No va a seguir leyendo porque el texto está mal escrito. Porque sin el cliché (lo que se quiere contar es obvio) casi ninguna frase de la cita que he puesto más arriba tendría coherencia.

La coherencia que busca el lector del texto, frente al lector del sentido, es precisamente la que dimana de la propia escritura, no del hecho de que todos sabemos cómo son las relaciones padre-hija, y todos sabemos que el nazismo es muy malo, y todos sabemos que cuando llueve los tejados se mojan. El lector del texto exige que la novela cree el mundo, no que lo importe del catálogo de lo tangible.

En la cita, si nos atenemos a la sintaxis, parece que los ojos están dentro de la maleta (!), que los labios de la hija son finos como el padre (no como los labios del padre: sino como el padre, así en general) o que "sin remedio" nos vale tanto para loco como para obsesionado.

¿Puede excusarse este texto en la creencia de que la autora escribe mal aposta? ¿Puede excusarse que la crítica literaria no diga en ningún momento nada de cómo está escrita esta novela? ¿Estamos locos o, peor, somos talibanes, los cientos (¿miles?) de lectores que no podemos leer esta novela porque para nosotros resulta ilegible?

Y, ya que estamos, ¿qué es la sintaxis?

Les daré mi idea: la sintaxis es distribución de información. Es decir: claridad. Da igual el vocabulario empleado, incluso la riqueza o pobreza en las construcción de oraciones: sólo importa la claridad.

Ejemplo:

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo." Cien años de soledad, Gabriel García Márquez. (Nota: cito de memoria.)
El comienzo de la famosa novela de GGM es claro, pero no es sencillo. De hecho, es tremendamente complejo. Se retuerce el tiempo narrativo en una sola frase. Pero la frase se entiende porque está bien escrita. Probemos a escribirla mal:

1. "Muchos años después, el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, había de recordar cuando su padre lo llevó a conocer el hielo aquella tarde remota."

2. "Frente al pelotón de fusilamiento, muchos años después, el coronel Aureliano Buendía había de recodar aquella tarde remota en que conoció el hielo porque su padre lo llevó."

3. "El coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, había de recordar que su padre una tarde remota lo llevó a conocer el hielo."

Apenas soy capaz de creerme que haya lectores a los que la mala escritura nº1 les valga lo mismo que la escritura original. Tampoco me creo que leyendo el ejemplo nº2 el lector no alce las cejas y se pregunte: ¿Lo llevó, el qué, el hielo a la casa para que lo viera el hijo o al hijo al lugar donde estaba el hielo? Al parecer, da igual: el hijo conocerá el hielo en cualquiera de los dos supuestos (!). Sobre el ejemplo nº 3 no quiero ni pensar, la verdad.

Olvidándonos de la procedencia de los dos textos citados líneas más arriba, y de quiénes son sus autores, ¿no resulta obvio que hay una distancia abismal entre lo del coronel y lo del señor que hace su maleta? ¿Y no resulta obvio que esa diferencia no tiene nada que ver con que la historia de un coronel sea más interesante que la historia de un nazi, sino con el estilo? ¿No es precisamente eso lo que hace que casi todas las buenas novelas, llevadas al cine, den en películas malísimas, el hecho de que no eran buenas por la historia, sino por la textura?

Dado que tantos autores de escritura chapucera ponen a García Márquez, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar como sus referentes, cabe preguntarse: ¿qué se supone que apreciaron en la lectura de sus obras, su imaginación desbordante? ¿No se dan cuenta de que los personajes de García Márquez no vuelan gracias a la imaginación de su autor sino gracias a que el autor pone en la nuestra las palabras exactas?

El hecho de que los best-sellers (con cocodrilos) estén tan mal escritos que casi creen miopía no me incomoda tanto como el hecho de que algunas propuestas literarias de cierta enjundia se vean -por ello mismo quizá- dispensadas de la obligación de presentarse ante los lectores con un mínimo de aseo sintáctico, aseo que supuestamente los críticos literarios estaban encargados de constatar, ditirambos rutinarios al margen. No lo hacen; nunca lo hacen; ni siquiera los propios escritores lo hacen, obnubilados por la menudencia de si el escritor es moderno o antiguo, de si pone nudos en la trama o mete una foto. Las palabras parece que sólo pasaban por allí.

La literatura, sin embargo, viene dispensanda en artefactos llamados libros donde no hay otra cosa que palabras.

No hay otra cosa que palabras.

¿Lo han notado? Una palabra detrás de otra. Pone "dragón", pero no hay un dragón; pone "la casa era roja", pero no hay ni siquiera una casa. ¿Lo han notado?

Es un hecho fascinante que los libros sean cosas que se escriben; que en realidad no haya nada dentro, salvo lenguaje.

Es fascinante aquí y ahora, sarcásticamente, cuando en lugar de una perogrullada parece un disparate esperar de un escritor que sepa escribir.

Nadie espera de un lector que sepa leer; sin embargo, en una muestra de optimismo impropia de mí, les aviso: saben.

Cuidado.
--

*Origen del post: una charla con Antonio J. Rodríguez sobre literatura de nuestro tiempo; referencias de Antonio J. Rodríguez a un artículo de Javier Calvo en Sigueleyendo.es; una charla ayer con Juan Aparicio-Belmonte y Federico Guzmán Rubio.

*Aclaraciones obligadas: No he leído finalmente el artículo de Javier Calvo, titulado Los que escriben mal (LINK) por pereza mental; la web que lo aloja suele animar confrontaciones gratuitas con habilidosa brevedad; por ello me apresuro a matizar que este post no se escribe en respuesta a ese artículo, dado que no sólo no lo he leído, sino que Javier Calvo, cuya sintaxis a menudo me desconcierta, ha dado muestras sobradas de lo bien que escribe en Corona de flores, particularmente.

*Notas:

1. Estoy totalmente a favor de que en las novelas se incluyan todos los elementos que el formato permita. Ya lo hacía Sterne hace 300 años; no ponía fotos porque no podía: seguro. No incluyo este matiz en la parte final de post porque quebraba su contundencia. Tampoco obsta esta concesión a rayas, fotos, espacios en blanco, tipografía alocada (vídeos en los ebook) para que la prosa a la que hace compañía atienda a un mínimo de aliento literario, dado que todos recibimos a diario suficiente basura en el correo.
2. Considero que muchos lectores del sentido no se dan cuenta de que en realidad un libro les ha gustado por el estilo.
3. Y añado finalmente que la licencia intelectual de apuntar que la literatura es "escribir mal" no justifica cualquier texto literario. Del mismo modo que el Dogma de Lars von Trier no convirtió en cine todos los vídeos de bautizos.

*Honores esperados

1. La web Sigueleyendo, en riguroso acatamiento de su nombre, no fue capaz de seguir leyendo este post, motivo por el cual no vieron que, en efecto, los citaba. Me dedican uno de los infantiles enlaces de su carrusel de noticias ajenas, tan interesante unas veces como sonrojante en otras. Aquí.
2. Sí, la web Sigueleyendo (nos), en riguroso acatamiento de su... inteligencia... me dedica uno de sus... supuestamente graciosos enlaces... dirigido a este post con la consigna Que lo sepan, que me traducen... incongruencia muy propia de alguien... que sigue leyendo (se)... y no sabe, por tanto, leer. Aquí.

lunes, 21 de febrero de 2011

Las grandes opiniones

Entender el mundo es mucho más fácil que entender mi calle. Mi calle no parece muy complicada, pero si pienso en el simple acto de poner el primer pie en la acera, y detengo la imagen, y hago una panorámica de 360º, resulta que no entiendo nada.

No entiendo nada de aceras, por ejemplo. No sé cómo se hacen, cuándo hay que renovarlas, por qué las de mi barrio llevan toda mi vida sin renovarse; cuánto cuesta una acera y cuántos trabajadores son necesarios para hacerlas. No tengo ni la menor idea de cómo funciona la administración pública en lo relativo a obras civiles. Quién decide hacer aceras. Tampoco sé nada de todos esos coches que perfilan la acera. No sé de qué están hechos exactamente, ni cómo funcionan, ni por qué a veces se rompen, ni cómo es que los arreglan.

Justo delante de ese primer paso que he dado y que he congelado hay un taller mecánico. Ignoro si su dueño trabaja en él, cuántas personas tiene contratadas, cuánto cobran, qué problemas concretos afectan a los trabajadores de los talleres mecánicos, cuáles son sus beneficios exactos, si tienen sindicatos o asociaciones o revistas de sector; en qué modo ha cambiado el mundo de los talleres mecánicos en los últimos cinco años, diez años, veinte años. Si tardan mucho o poco en arreglarte el coche, si depende de algo que tarden mucho o de alguien que tarden poco.

Tampoco sé nada de quién paga la reparación, de todos esos papeles que viajan en las guanteras de los coches, seguros y licencias, cómo funcionan, quién los inventó, qué diferencia hay entre un seguro a todo riesgo y un seguro que no sea a todo riesgo, cómo funciona el sector de los seguros, en qué se basa pagar un dinero porque a alguien se le ocurrió que pagar un dinero por si acaso era de sentido común, por qué es obligatorio tener seguro de coche, si eso no hace obligatorio estrellar el coche alguna vez, atropellar personas.

De los cubos de la basura puedo decir lo mismo. Hay uno amarillo y otro gris, en mi portal, justo detrás del talón de mi pie parado, inmóvil, que sólo ha dado un paso en la realidad: sólo uno.

Los contenedores de basura se llenan y se vacían cada noche. Eso lo sé. Pero no sé cómo funciona el servicio de recogida de basura, cuántos trabajadores tiene, cuánto cobran, cuáles son sus problemas específicos; si van tan rápido porque no trabajan por horas sino que, cuando acaban, pueden irse a su casa; y ducharse. Si hay que opositar para ello, si hay muchas corrupción en esas oposiciones o mucha competencia o nadie quiere ser recogedor de basuras o todos quieren serlo. Si los trajes que llevan los limpian en su casa o los limpia la empresa. ¿Cuándo se los cambian? ¿Al año? Qué piensan estos hombres, y por qué son todos hombres. Piensan en que tienen el peor trabajo del mundo, en que nadie los respeta. A lo mejor no piensan eso, no piensan en nada, no quieren pensarlo.

El conductor del camión de la basura tiene el mismo rango que los que van colgados detrás: pregunto. Se cambian a media noche de sitio, o el que conduce conduce siempre y los otros siempre retiran la basura. Lo ignoro.

Miro los edificios, desde mi pie parado. Hay edificios más bonitos y edificios más feos. Ignoro quién los construyó, cómo se construyen, qué pasa cuando se caen, porque algún día se caerán. No sé si las casas de la gente siguen siendo suyas cuando se han caído. Si heredan el aire o una parte proporcional del terreno. Qué problemas concretos hay en cada edificio concreto, en cada piso en concreto, en cada habitación. Ignoro si la gente que vive ahí, y ahí, y ahí, trabaja en algo o está en paro. Ignoro qué piensan de la vida, cómo se integran en la sociedad, a qué aspiran, qué delitos cometen o qué drogas consumen, en qué supermercado compran. Si anoche follaron. Si han tenido hijos porque querían tenerlos, y para qué querían tenerlos. Si los tienen por error y los alimentan por piedad. Si su vida es mejor ahora que antes, qué consideran ellos "mejor", de qué se preocupan, a quién votan, a quién odian.

Hay gitanos. Ignoro de qué viven. Ignoro su cultura. Ignoro lo que piensan de mí y lo que piensan de sí mismos. Ignoro si echan de menos cuando salían tanto en la prensa, si odian a los chinos más que a los sudamericanos, más que a los españoles. Si están perfectamente integrados o no quieren estar perfectamente integrados. Si votan. Si compran también en El corté inglés e Ikea. Si tienen carnet de conducir. Si hablan otros idiomas.

Hay chinos. No sé por qué Luna, la china que atiende el colmado de la esquina (justo a veinte metros de mi pie parado) se hace llamar Luna. No sé por qué trabaja desde las 10 am a las 10 pm; no sé si eso es legal. No sé dónde compra lo que vende, no sé si habla más de 100 palabras de mi idioma. No sé si echa de menos China, si vuelve a veces, si le gusta España, si tiene contrato laboral. Cuánto gana. Ni idea. Cuál es su relación con el universo: sentada 12 horas al día detrás de un mostrador viendo películas chinas en una tele diminuta. Qué piensa, sí, del universo. No lo sé.

Hay ecuatorianos, hay colombianos. No sé en qué trajaban, si trabajan. Mis amigos están casi todos en el paro, o trabajando en cosas que odian y por las que les pagan una puta mierda. En qué trabajan los ecuatorianos, los colombianos. No lo sé. Cuánto ganan. Qué consumen. Qué piensan. Qué beben en el Pub de la esquina, a diez metros de mi pie parado, un poco más acá que el colmado chino. De qué hablan en el Pub. Cuántos de ellos votan en su país, a quién. Para qué. Qué piensan del mundo, así en general. Y para qué. Qué comen. Cómo consiguen comida de su país. Quién la vende. Qué licencia tiene el que la vende. Es difícil de conseguir, esa licencia: me pregunto. Cuánto pagan de alquiler por la tienda donde venden comida de su país. A quién odian. Qué tal se llevan con los chinos. Qué harían o dejarían de hacer si de pronto arde una casa. Quién gana los domingos cuando juegan al fútbol. Quién organiza esos partidos. Cómo se reserva el campo. Si les cobran. De quién es la pelota.

Sin mover el pie, veo la plazuela de mi barrio. Ayer, sobre la gran acera central de la plazuela, había seis coches de policía. No sé qué hacían. No sé quién los llamó. No sé cómo se hace para convertirse en policía. No sé qué siente una persona con 23 años llevando una pistola cargada en el cinto por la calle. No sé si la pistola está cargada. No sé cuánto gana un policía. No sé cuáles son los problemas concretos, exactos, inimaginables, de ser policía. No sé si sus coches son distintos a los coches normales, salvo por la pintura. No conozco sus deberes, sus derechos, sus atribuciones. Pueden disparar si quieren: me pregunto. Pueden saltarse los semáforos: me pregunto. Pueden beber alcohol a diario: me sigo preguntando. Ignoro cómo se les facilita la ropa, si les gusta su ropa, si es molesto el traje que llevan, cuánto pesa una pistola, cuántas balas tiene. Si un mal día en un policía es un peligro o una ventaja: si ponen más multas y pegan más tiros o dejan en paz a todo el mundo. Ignoro cómo es tratar con delincuentes o presuntos delincuentes todos los días. Cómo eso forja tu carácter. Cómo se controla el miedo y cómo se controla la soberbia. Si hacen chistes de mal gusto en el coche patrulla.

A veces veo a los policías en el bar gallego de la plazuela. Es un bar-restaurante, muy grande. Empezó en una esquina y ahora ocupa tres bajos: fue conquistando los inmuebles vecinos, sustituyendo a la zapatería, que cerró, y a la mercería, que también cerró. No sé cómo se hace para fundar un negocio, un restaurante; no sé qué piden en el ayuntamiento, ni si es en el ayuntamiento donde te dan permiso. Tampoco sé cómo se hace para ampliar el negocio, si tienes que pedir también permiso o con el que tienes ya vale. No sé cómo se hace para poner una terraza en la plazuela: la han puesto. No sé si tienen permiso para poner un número determinado de mesas o no. No sé si les sale rentable. No sé cómo hacen los cálculos para que les salga rentable. No sé cuánto ganan, cuántas personas trabajan, si el dueño trabaja o no viene nunca. No sé cómo funciona un restaurante exactamente. Cómo no se les pudre la comida, cómo pueden servirte en quince minutos. Cuáles son los problemas concretos que afectan a un cocinero, a un camarero y al dueño de un restaurante.

Etcétera.

Sólo he puesto un pie en la realidad y soy incapaz de entenderla. Puedo hablar asimismo de mi desconocimiento acerca del tendido eléctrico, las tuberías, el teléfono, el servicio público de autobuses, el trazado de las calles, el colegio que hay a la vuelta de la esquina y el centro de salud que hay al otro lado y la residencia de ancianos y el parque, con sus columpios. Cuánto cuesta un columpio. No tengo ni idea, ni de cuánto cuesta un columpio ni de nada en absoluto.

Alrededor de mi pie parado, en un radio de acción de quinientos metros, hay una realidad muy compleja que nunca voy a entender.

Sin embargo, lo de Egipto está chupado: PUEBLO REVOLUCIÓN DICTADOR CAÍDO.

Ya está. Lo entiendo. Lo entiendo y voy y escribo un artículo saludando la REVOLUCIÓN y congratulándome por la CAÍDA del DICTADOR. Y tú también escribes un artículo o un post o un micropost. Y todos nos felicitamos de la caída de un DICTADOR, de la llegada de una REVOLUCIÓN, y sobre todo de que entendemos perfectamente lo que pasa en cualquier parte del mundo con sólo leer un par de noticias; o un par de miles de noticias. Y ver un vídeo. Y mirar un poco el mapa a ver dónde queda Egipto, Haití, Bolivia.

Está chupado. Nos gustan las grandes opiniones porque no tienen nada que ver con la realidad.

Yo el Planeta Tierra lo entiendo perfectamente; lo que no entiendo es mi calle.

viernes, 18 de febrero de 2011

Cosas que pasarán en 2011 (d.m.)

Queridos lectores:

Les he malacostumbrado últimamente en este blog al publicar textos que, en cierta medida, podían ser de su interés. Este post, sin embargo, participa en un 50% de la labor publicitaria que suele tener cabida en los blogs personales y, en otro 50%, de mi deseo de listar y hacer públicas algunas noticias referidas a mi humilde condición de autor, que a buen seguro alguien encontrará, por su parte, dignas de ser sabidas.

Son estas:

1. Daniela Franco presenta este año su libro-rareza Los Sandy en Waikiki. El experimento incluye un texto mío articulado sobre una serie de fotografías. Uno de mis trabajos colaborativos más estimulantes. También encontraréis textos de Enrique Vila-Matas o Juan Villoro, entre otros. Esta es la portada.


2. Tatami saldrá publicado en Italia en el mes de marzo. Editorial Voland. Esta es la portada.



3. Trenes hacia Tokio saldrá reeditada en Lengua de Trapo (colección quinceporquince) en mayo. fecha aún por determinar (ojalá que en abril). Esta es la portada.


4. Granta. En el mes de mayo me voy de "gira" por Estados Unidos. Estas son las actividades que se llevarán a cabo en el fastuoso tour (parte del Spanish Cultural Program):

16 de mayo, charla/coloquio en la Elliot Bay Bookstore en Seattle (autores locales: Coupland, Jonathan Raban, David Guterson, Jonathan Lethem)
17 de mayo, mesa redonda en San Francisco (probablemente en la City Lights Bookstore) (autores: Chris Adrian, Yiyun Li, Andrew Sean Greer, Ann Parker)

19 de mayo, mesa redonda en Chicago en el Instituto Cervantes (John Freeman, Alexander Hemon)

20 de mayo, mesa redonda en Busboys & Poets en Washinton DC  (Azar Nafisi, Marie Arana, Peter Manseau, Antonio Ortuño, Uzodinma Iweala, Yushimito, Hasbun)

23, 24 y 25 de mayo mesas/coloquios en Nueva York (una mesa sobre el proceso de selección Granta punto de vista jurado con Aurelio Major, Valerie Miles, Mercedes Monmany, John Freeman, y punto de vista autores, una mesa sobre editores en traducción y escritores que tienen obras en traducción con Barbara Epler, Jonathan Galassi, Peter Mayer, Morgan Entrekin y una mesa sobre literatura y cine con la participación de Francine Prose).

5. Libros del Silencio publicará en otoño una antología de cuentos en la que aparece mi relato "Todos mis hijos". Se titulará Mi madre es un pez. La han coordinado (durante un tiempo tan largo que se merecen un aplauso) Sergi Bellver y Juan Soto Ivars. Incluye relatos de unos treinta autores, casi todos muy conocidos.

y6. Nueva novela. Finalmente mi nueva novela aparecerá en Literatura Mondadori, a finales de año. El símil futbolístico me parece inevitable. He jugado muy a gusto en Lengua de Trapo (Atlético de Madrid), donde he tenido entrenadores solventes (Pote, Fernando) y he metido algunos goles (Ojo Crítico). También me han llamado de la selección nacional (Granta), y algunos aficionados se compran mi camiseta (me leen). Sin embargo, mi momento de juego pedía a gritos entrar en competición europea (El corte inglés), salir en el Marca (QuéLeer) y ganar más dinero (más dinero).

Además, me gusta mucho la camiseta de Mondadori.

Sé que es un vestuario complicado, que la afición pita más y los rivales te dan más patadas. También sé que los cambios siempre son peligrosos. 

Sin embargo, la diferencia entre publicar una novela en Mondadori y jugar una temporada en el Barça es que en Mondadori te compran la temporada hecha.

Es la novela la que saltará al campo.

Para conocer el título habrá que esperar un poco.

Para conocer su temática, atiendan a esta fotografía:



Sí, va de sexo.

Todo ello, d.m.

O sea: Dios mediante.

domingo, 6 de febrero de 2011

Derecho a destrozar la vida de la gente

Leo estos días la extensa novela de Haruki Murakami 1Q84. En ella aparece un personaje femenino de nombre Aomame y de profesión asesina. La obra se inicia con la comisión de un trabajo por parte de Aomame. La mujer acude a un hotel, se cuela en la habitación de un tipo y le clava un punzón en la nuca.

Este asesinato de encargo se desarrolla a lo largo de unas 20 páginas. Aparte de otras técnicas de "relleno" narrativo, en el que Murakami es experto, se dedican muchas páginas a contarnos que el hombre que va a morir, que está muriendo y que, finalmente ha muerto, es un grandísimo hijo de puta. Que pegaba a su mujer, que pegaba a su hija, que pegaba con palos de golf a otra mujer, o a la misma, o a la hija; que destrozaba rostros y estaba siempre enfadado y era tremendamente antipático y sucio y fumador.

La técnica, como habrán adivinado, es la misma que la de Steig Larsson en Los hombres que no amaban a las mujeres. Consiste en legitimar la crueldad (no ya la violencia, sino la crueldad, que es "el placer en la violencia") mediante el retrato de la víctima como alguien despreciable y cuya muerte, por tanto, no debe darnos pena ni sernos empática. También se busca en esta forma de composición narrativa que el lector confunda la crueldad con la legítima venganza, y la violencia con un acto de justicia.

Dejar al lector sin reacción moral posible es, seguramente, la esencia del best-seller.

Me permito apuntar que quizá fue también la esencia del nazismo. El Holocausto puede interpretarse como una ficción (Historia) donde el narrador (Hitler) evita a los lectores (alemanes) la responsabilidad de la lectura (el delito).

Los lectores creen que sólo pasan páginas inocentemente cuando, en verdad, colaboran sin saberlo en la construcción del relato.

Como todos sabéis, hace unos días Nacho Vigalondo ha hecho algo terrible: escribir 5 palabras.

Que la escritura de 5 palabras te arruine la vida era algo que creíamos circunscrito al siglo XX y a sus dictaduras paranoides. Desde el poema de Ossip Mandelstam en el que criticaba a Stalin, y que le supuso una larga temporada en Siberia, a La broma, de Milan Kundera, donde una simple nota jocosa sobre el gobierno llevaba al protagonista a un campo de trabajo, la relación de la escritura con el castigo permitía ya reflexiones escalofriantes sobre los límites de la libertad de expresión, sobre quién pone esos límites y sobre el derecho que se arrogan algunos prebostes para destrozar la vida de alguien si combina palabras en contra del Discurso dominante.

Repitamos la frase que escribió Vigalondo en su Twitter: El Holocausto fue un montaje.

La frase, obviamente, no participa de ninguna intención literaria, pero puede analizarse como si de literatura se tratara para observar las diferencias entre este tipo de aserto, de estética, de propuesta verbal, y lo que encontramos en las novelas arriba citadas y en el Discurso dominante, tanto de las dictaduras como de los tiempos que nos ha tocado vivir.

La frase de Vigalondo, vista, como digo, desde el punto de vista literario (retórica: intención) sería buena literatura, o, más exactamente, literatura honesta. Su lectura no deja margen a la excusa, no permite echar mano de subterfugios morales ni de comodines intelectuales. Uno lee y se ve abocado a juzgar por sí mismo. Como si en las novelas citadas más arriba la asesina matara caprichosamente y el lector hubiera de decidir si quiere disfrutar de la ficción criminal o si quiere juzgar la ficción criminal. En este sentido, American Psycho es una obra maestra comparada con Los hombres que no amaban a las mujeres.

La reacciones ante la lectura de la frase El Holocausto fue un montaje sólo pueden ser dos: la risa o la condena. El contexto no literario de la sentencia no inhabilita al lector para elegir una de las dos reacciones. Si la frase apareciera en la entrevista a un historiador, o fuera un epígrafe de un libro de Historia, nos hallaríamos efectivamente ante un dilema de carácter político, en el que jugarían un papel importante la propia ideología del lector y sus conocimientos sobre la Historia del siglo XX, en concreto sobre la Historia del nazismo.

Sin embargo, el contexto de la frase es claramente permisivo. Salvo que nos decantemos finalmente por un mundo donde cada palabra, y cada combinación posible de palabras, haya de venir regulada por un infinito libro de arena lingüístico, que delimite férreamente qué se puede decir y qué no, y donde se especifique como prohibido el hecho mismo de pronunciar algunas palabras y el hecho mismo de juntar según qué palabras en según qué cláusulas, vivimos aún, gracias a dios, en una sociedad donde la expresión verbal encuentra campos de desarrollo libérrimo que fundamentan, en definitiva, la comunicación, el perspectivismo y el conocimiento.

Denomino esta expresión verbal libérrima como "exploración de significados".

Explorar un significado es convocar combinaciones anómalas de palabras que sugieren otras combinaciones de palabras y que concluyen en realidades verbales inéditas. La gran literatura es exactamente eso, la capacidad del lenguaje para provocar en nuestra mente ideas (más lenguaje) que la visión rutinaria de la vida, y el Dirscuso social dominante (ambos necesarios para la convivencia) no posibilitan.

Es decir, no es lo mismo incluir en la Constitución (Discurso de convivencia) la expresión Los niños pueden ser violados por sus padres que incluirlo en: 1)una charla de bar, 2)una obra literaria, 3)la letra de una canción, 4)el diálogo de una película, 5)Twitter, 6)un blog, etcétera.

Los espacios antecitados son espacios "permisivos" con la exploración de significados. Contrariamente a lo que piensan los estamentos de poder, afirmar que Los niños pueden ser violados por sus padres o que El Holocausto fue un montaje no impugna el Discurso de la convivencia, sino que lo refuerza al dar cabida en el diálogo a otras opciones cuya observación por parte del ciudadano le permite discriminar lo justo de lo injusto, el sentido común de la sinrazón y el bien del mal.

Esto es posible sólo si convenimos en que los ciudadanos son personas adultas. Si creemos que un ciudadano, al oír El Holocausto fue un montaje, va a creer inmediatamente que el Holocausto fue un montaje podemos dar por terminada toda esta argumentación (cosa que me vendría muy bien, pues tengo otros asuntos de los que ocuparme).

Lo que no refuerza el Discurso de la convivencia es la censura, el miedo y la coacción. Si prohibimos un libro damos a entender que ese libro puede estar diciendo algo que adultos formados y en su sano juicio pueden considerar solvente. Si el jugador de tenis número 1 del mundo se negara sistemáticamente a jugar con el número 1000 habría que pensar si acaso tiene miedo de que le gane.

El resultado último de todo este guirigay es la instauración de un derecho tácito: el Derecho a destrozar la vida de la gente.

Uno no puede decir determinadas palabras, pero otro sí puede destrozarle la vida si las dice.

Mi ejemplo favorito, por cercano y porque lo viví en directo, es el de Hernán Migoya. Un tipo escribe un libro que apenas iba a caer en manos de 2.000 personas y en el que dice todas las burradas que le apetece sobre las mujeres. De inmediato, una serie de personas se considera legitimada para arremeter contra el autor en modos y maneras que ponen en peligro su vida, que socavan su prestigio social, que manchan su nombre, que pueden forzarle al suicidio o la depresión clínica: y lo hacen como si tuvieran derecho a ello, con toda la fuerza de la que disponen, con placer en causar el mal, sin absolutamente ningún límite en su ataque masivo y desproporcionado contra un ciudadano casi anónimo y sin posibilidad de defenderse contra el "sistema". Y venden esa violencia como un acto de justicia, y venden esa crueldad como una venganza legítima. Y la sociedad los ampara porque el relato ha conseguido llevarnos a todos hacia el goce del linchamiento, hacia el delirio colectivo que da por bueno el dolor de un individuo si todos nos creemos en posesión de la verdad.

Lo más fascinante en cuanto a escritura se refiere es la necesidad de un enemigo. Tenía intención de hacer un post titulado exactamente así, pero el asunto Vigalondo ha conseguido reunir en un sólo punto muchas de las ideas que, como habrán visto en la historia de este blog, llevo tiempo comentando (posts anteriores como Lo de Juan Malherido o La inteligencia del amo.)

La idea es esta: sólo es repugnante para los odiadores de la palabra la palabra dicha por alguien que: a)está vivo y b)vive en el propio país. A nadie le importan las barbaridades que se publican firmadas por Bret Easton Ellis, Fernando Vallejo o Jaime Bayly. A nadie le importan las reediciones de Celine o Bukowsky o Sade. A nadie le importa que Plataforma, de Michel Houllebecq, haga apología de la pederastia.

Sólo importa si el autor vive en Barcelona y lo podemos linchar.

No importa que el libro de Hernán Migoya, por seguir con el ejemplo, venda diez veces menos que Plataforma. Tampoco importa que se reedite infinitamente La sonata a Kreutzer, de Tolstoi, la novela más machista de la historia. No importa, en definitiva, si la idea condenable es especialmente lesiva o especialmente difundida o especialmente peligrosa; sólo importa si su autor está disponible para la crucifixión.

Ahora que tantos novelistas cursis y sin nada que decir se dedican grandilocuentemente a hacer novelas sobre EL MAL (así con mayúsculas) sería bueno que entendiéramos que el mal en nuestros días se oculta bajo un manto de buenas intenciones.

Y que cuentan con nosotros para que les dejemos hacer daño.

viernes, 4 de febrero de 2011

Lo de Luna Miguel

No he tenido amigos más falsos que los escritores. La falsía no se encuentra en el interés o el ladino modo de arrimarse que pueden tener o no tener unos u otros. La amistad en literatura es falsa porque depende del medio, es decir, de estar.

Veo con claridad que si yo, y nunca lo descarto, desapareciera del "mundillo" (porque dejo de publicar novelas, dejo de escribir sobre libros y dejo de ser convocado por los periódicos) el 99% de los escritores que ahora trato desaparecerían asimismo de mi agenda. O yo de la suya.

Casi ninguno es amigo mío.

Luna Miguel no es amiga mía.

Todos somos simples conocidos.

Digo esto porque lo normal al acabar de escribir esto que estoy escribiendo, y que no sé dónde va, será encontrar en los comentarios la apreciación de que "he salido en defensa" de Luna Miguel o de que "formo parte de su mafia" o similar.

Al grano.

He leído, como siempre, el último post de Crítica y contracrítica poética, y también los comentarios que ha generado, y se me ha enredado la cabeza en un debate interno que aquí voy a tratar, si no de desentrañar, al menos de exponerme.

No sé si saben que aquí y en todas partes escribo para mí. Que me lean o comenten es una agradable consecuencia, pero también algo en lo que no estoy especialmente interesado. Perdonen la manera de señalar. A fin de cuentas, nadie me está pagando.

Leyendo, como digo, ese último post de CyCP, que ataca el poemario de Luna Miguel, he tratado de visualizar mi histórico personal sobre LM, de verme antes y después de conocerla, y de calibrar en qué medida las opiniones que uno tiene son completamente aleatorias.

Por un lado, he de reconocer que yo le tenía cierta inquina a LM antes de conocerla; que, como tantos otros, me resultaba algo exagerada la atención que recibía por parte de los medios de comunicación y de muchos autores consagrados, sin que mediara en ese afecto y altavocía unos méritos demasiado perceptibles. Además, la fotogenie de Luna Miguel, y su edad, me daban un infinito asco reflejo, porque nada humano me es ajeno y, en especial, nada tan humano como el poder inmediato que le otorgamos a la belleza, la juventud y las minifaldas. Es perfectamente vergonzosa la evidente cortesía social que se dispensa a periodistas, escritoras o deportistas por el mero hecho de estar buenas. Lo es tanto para la que recibe ese trato, porque habla muy tristemente del respeto de "ellos" por su trabajo o labor, como para "ellos", porque habla tristemente de su instintiva estupidez.

Por no hablar, también tristemente, de las mujeres que salen a defender a otras mujeres acusadas de "triunfar" por "poner calientes" a los hombres y a las que ellas suman a su causa, delirante, patética, contra un machismo para el que, sobre todo, necesitan enemigos visibles: con nombre y apellidos. A fin de cuentas, para estas "feministas" de baratillo, el machismo es su negocio, el que les procura columnas en los periódicos y charlas en la casa de la cultura de Ayllón (Segovia).

Pero ese es otro tema.

Miren cómo me juego la vida. Porque hace unas semanas, Pablo Muñoz, alias Alvy Singer, al que conocí en Gijón, aparecía a toda página en El País Semanal al hilo de su libro, y debo reconocer que, si bien estas cosas van dándome cada vez más igual, no es posible eludir una reflexión crítica hacia esa aparición. Y es esta: Pablo Muñoz ha escrito un libro de 50 páginas, lo que vienen siendo como 20 páginas de Word. ¿Realmente eso es suficiente para aparecer en el suplemento más importante de España? ¿Realmente no hay nadie más, y hablo de gente de su misma edad, que haya hecho algo que merezca asimismo salir en esa revista; algo de más enjundia, de mayor relevancia, de mayor ambición?

Es una pregunta retórica, porque yo podría dar al periodista que publicita libritos 20 nombres que merecen que alguien les haga un poco de caso. Caso que sería más beneficioso para todos, dado que Pablo Muñoz se lleva tan sólo el superficial saldo de "ser famoso durante 15 minutos", porque, lo siento, pero la gente no compra masivamente libritos de 50 páginas, y porque si Pablo, que es un tipo estupendo, va mañana y sale con una novela de 200, ya no le podrán sacar en esa misma tribuna, con lo que todo esto no es más que un estrepitoso cañonazo de humo.

No es bueno para el autor, no es bueno para la editorial y no es bueno para el periódico.

He introducido esta cuña en el texto para rebajar, si es posible, la focalización excesiva en la condición de mujer de Luna Miguel. En todas partes cuecen habas, como es obvio.

LM ha partido de ese mismo lugar que ocupaba hace unas semanas Pablo Muñoz; a cañonazos de humo la hemos ido conociendo. Finalmente ha publicado un poemario "mayor" y, como era de esperar, nadie ha dicho nada objetivo sobre el libro.

Las reseñas "positivas" son patéticas, porque se nota en exceso la piedad, el paternalismo, el camelo; las negativas son patéticas, porque se nota en exceso la envidia, el odio, la falta de piedad.

Yo mismo, después de conocer a Luna Miguel, sólo puedo asegurar con la mano en el corazón que su poemario no me ha parecido maravilloso, y que su poemario no me ha parecido malísimo. Entre lo maravilloso y lo malísimo encontramos una escala de grises que me gustaría que fueran "técnicos" pero es verdad que son sobre todo "emocionales".

O sea: Luna Miguel me cae muy bien.

Salvo que dijera que su poemario, Poetry is not dead, es malísimo, o dijera que es maravilloso, es decir, salvo que su lectura me transportara a categorías absolutas, deben dudar siempre de mi opinión.

Como si opino, en los mismos términos, sobre una novela de Rafael Reig. Manual de literatura para caníbales es maravilloso; y Autobiografía de MM también; para los demás títulos de este autor, mi opinión está desvirtuada.

Bien.

Una de mis irritaciones últimas con el género de la Poesía es que parece haber una serie de conocedores del género (pasa también con el cuento) que consideran perfectamente ignorantes a todos aquellos que no se autodenominen conocedores del género. Me resulta llamativa la cantidad de veces que CyCP afirma saber mucho de poesía, y que los demás no saben, porque yo llevaba un tiempo creyendo que no sabía, y ahora resulta (sí, parezco Perogrullo) resulta, digo, que creo que sé.

Estoy seguro de que sé, de hecho.

Mis lecturas poéticas son considerables, y me hace gracia la facilidad con la que, por ejemplo, se me echaba en cara en otro foro no haber leído a Chantal Maillard justo en el momento en que ya había leído tres libros de esta señora. Por supuesto, esta señora tendrá más libros, y los conocedores se los habrán leído todos, pero eso no haría sino aumentar la disputa en términos, ahora sí, perogrullescos.

¿Y has leído este? ¿Y has leído este otro? ¿Y la plaquette que publicó en la mesa camilla de su casa?

A lo que hay que oponer: ¿y has creado con tus lecturas poéticas un gusto, un criterio y una herramienta de compresión de la poesía?

Porque eso es lo que importa.

Decir que algo se ha hecho hace 50 años, o hace dos siglos, no es decir nada. Resulta terriblemente aburrido escuchar este argumento contra obras que se postulan como "nuevas", porque precisamente la literatura es una sucesión de obras que se postulan nuevas, y luego son todas iguales a La Ilíada, en términos formales. Y dios quisiera que en términos de calidad.

Volviendo a CyCP, he de decir que, en realidad, me gusta mucho que este blog exista, y que zarandee de vez en cuando a unos y otros, y que yo lo he recomendado insaciablemente, incluso si arremeten contra Elena Medel, que no es ni conocida mía, y cuyo talento literario considero innegable.

Sin embargo, en la reseña sobre Poetry is not dead he notado, como nunca antes, una carencia ya excesiva de argumentación, porque al igual que con la fiera literaria, ir sacando versos (en este caso) de contexto y haciendo un chiste no sólo no es crítica literaria, sino que tampoco es una opinión solvente, sino una retahíla de pedorretas.

Los chistes ni siquiera tienen gracia.

Ya sé que Lector Mal-herido acecha en la sombra, y que puede considerarse que hace algo similar. Pero al menos Lector Mal-herido sabe escribir.

Todo ese post (que puede intuirse escrito por una mano distinta que los anteriores) muestra unas carencias creativas formidables, una falta absoluta de nomenclatura (incluso de nomenclatura no literaria, puramente juguetona) y una indelicadeza supina al entrar en asuntos personales, íntimos y que conciernen a la vida privada de la autora.

También es algo inquietante que, tanto este post crítico, como la reseña de Túa Blesa (que yo creía que era una mujer, pero ahora lo entiendo todo), caigan en la misma tergiversación: citar sólo versos que hablan de sexo o del propio cuerpo, cuando (y esto no admite discusión) el poemario es porcentualmente mucho más blanco en cuanto a sexualidad que muchas otras obras escritas por mujeres. Es decepcionante, en este sentido, que una de las características que me gustaban de la "propuesta" de LM en este libro, el hecho de que no parecía abusar de la estética "mira qué zorra soy", haya sido desvirtuada por la crítica, que ya hizo lo propio, aunque con más motivo, con la antología La manera de recogerse el pelo, del que, también y hasta el hartazgo, sólo se cita a poetas ("poetisas") cuando hablan, y permítamente la ordinariez, de su coño.

Agotador.

Otro problema que he tenido con CyCP (y supongo que este post les hará creer, porque leemos en diagonal y no nos enteramos, que soy su enemigo y su odiador y que, oh, salgo en defensa de la niña, por mucho que reitere mi interés y aprecio por su aventura disonante) es que (el problema) cuando convocaron un premio de poemas, eché un ojo a unos cuantos de los finalistas, y me parecieron deleznables. Siendo siempre posible que la lectura de Guerra y paz (1300 páginas) me haya impedido leer exactamente el número de poemarios que me pondría a la altura de su conocimiento de la poesía (y a la altura, también he de decirlo, del conocimiento de Luna Miguel), es decir, de 130 poemarios en una semana (pretendo hacerlo, tiemblen), me dejó algo perplejo que, como digo, esos poemas "buenos" no fueran, en ningún caso, muchísimo mejores que Tara de Elena Medel; ni siquiera tenían otra actitud, otra voz, otra referencialidad.

Es todo lo mismo, más o menos.

De ahí que entienda que CyCP sólo haga crítica mala, porque si la hiciera buena, la podría hacer buena sobre los mismos libros que dice que son malos.

Me pregunto qué pensarán sobre La educación física, de Pablo Fidalgo. Uno no se gana el prestigio criticando todo, sino criticando todo y apostando cada tanto por un libro, en el que se demuestra no sólo que se critica negativamente por pasión por la literatura de calidad, sino que se es capaz de reconocer esa literatura de calidad cuando surge y de jugarse un halago sin esperar otra cosa que llevar lectores a un buen libro.

Evidentemente, creo que Lector Mal-herido consigue eso a menudo. También lo cree Joaquín Rodríguez cuando afirma: "la ficción puede llegar a vender más unidades de algunos títulos elegidos, pero teniendo en cuenta el volumen global de producción y de ISBNs anuales, son más bien pocos y escasamente representativos. Por ser benignos pongamos que, si todo va bien y el autor es conocido y recibe los parabienes de Rodríguez Rivero y de Lector mal-herido (por poner dos de los pocos que leo con fruición), llegue a vender 1200 unidades."

Si un blog de crítica literaria consigue que se vendan buenos libros, es que su labor, en el caso de Lector Mal-herido en concreto, no es, en verdad, tan venenosa.

Creo que la animadversión hacia Luna Miguel está justificada, tiene argumentos y entra dentro de ciertos límites del juego. Como dicen en The Wire: That´s the game. Pero, en algunos momentos, como en este del post de CyCP, me asombra la falta de visión panorámica. Y me acuerdo de Francisco Umbral.

Francisco Umbral es un autor que me gusta mucho. Pero entiendo que Javier Marías (nada menos) y muchos otros autores que merecen un "nada menos" después de su nombre (Roberto Bolaño, etc.) consideren que su obra es "prosa sonajero" (Juan Marsé dixit) o de interés "municipal" o "barata" o incluso, mediocre. Pero lo que no es admisible, como señalaba Anna Caballé en su maravillosa biografía (Umbral. El frío de una vida), es negar el autor Umbral, el escritor Umbral; en definitiva, la pasión.

No se puede negar que Francisco Umbral es una persona empozada en la literatura hasta las cejas. No se puede negar que Javier Marías es una persona que vive para la literatura. No se puede negar a nuestros hermanos por mucho que nos zurremos con ellos por una barrita de chocolate.

Por un premio.

Somos pocos y mal avenidos: estupendo. Pero tenemos que seguir siendo pocos, porque si no no seremos ninguno.

Luna Miguel, y es lo que he comprobado después de conocerla, lleva la poesía más adentro que sus tatuajes, vive para la poesía y fomenta poesía y aunque sus poemarios no sean San Juan de la Cruz, es un activo necesario para, como diría Enrique Vila-matas, mantener "viva" la literatura. (Y en este caso, la poesía, que está mucho más muerta que cualquier otra cosa muerta, salvo el teatro.)

Todo eso, amigos, hace que Luna Miguel merezca un respeto.

El respeto no es "no criticar"; el respeto es "no negar".

Hay una diferencia, y sería bueno saberla.

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*Debido a que la moderación de comentarios me quita mucho tiempo, y a que en este post en concreto habría de leérmelos enteros para no dejar pasar insultos y vejámenes, no se permite hacer comentarios.

miércoles, 2 de febrero de 2011

A veces una voz me dice que despierte

Atrapado en el laberinto de la profesión, uno acaba por olvidar que existen otros laberintos y que al gran laberinto de la Sociedad no le importa si el tuyo, tan pequeño, tiene o no una salida.

Desde hace un par de años me noto inmerso de forma insalvable en el lodazal de la literatura. Digo lodazal como podía decir piélago o tráfago o cualquier otra palabreja, que para eso es, la palabreja, de literatura. Escribo novelas y publico novelas y frecuento a autores y a críticos y a lectores y leo yo mismo muchos libros y muchas reseñas y entrevistas con otros autores, y cada día sé más de edición y de distribución y en mi cabeza ocupan progresivamente más espacio las páginas amarillas, amarillentas, de la literatura, del Libro, del milieu.

Quiero decir que voy a la librería Tipos Infames y hablo con los libreros. Quiero decir que en la librería La independiente me conocen y me invitan a sus cosas y allí me encuentro con Elvira Navarro y hablamos sin parar de lo nuestro. Quiero decir que, a diario, apenas soy consciente de que vivo en un país que, como cualquier otro en realidad, no lee en exceso.

Y a veces una voz me dice que despierte.

El sueño, como se verá más abajo, es precisamente un sueño de nocilla. Es una quimera perfilada a partir de cuatro mails y dos charlas y un viajero del Metro que lee un libro mío. Son 40 comentarios en este blog y uno que me habla del blog y otro que lo linka y otro que dice que mi blog es "imprescindible". Emborracharse con una clara es una definición muy exacta de la vanidad.

Y a veces, sí, una voz me dice que despierte.

No es que tenga yo el sueño muy profundo, porque si de algo me alegro es de conocer casi con exactitud la distancia que me separa del suelo, que es ninguna. Ni mis libros han hecho plusmarcas comerciales ni mi nombre corre de boca en boca por los colegios. Pero el "mundillo" literario solidariamente propone que lo nuestro es estupendo y que, a fin de cuentas, todos los días sale algún escritor en el periódico y no un fontanero o un cultivador de bonsáis o un campeón de esgrima.

Hace meses quedé con un amigo, ex compañero de la facultad de periodismo. Trabaja en una ONG, en el departamento de prensa, y hablamos de su trabajo y mi trabajo y de otros temas predecibles. Cuando llegó el asunto de la lectura, mi amigo dio muestras de conocer muy apasionadamente la obra de Roberto Bolaño. Le pregunté a continuación qué le parecía Enrique Vila-Matas. Me dijo que no sabía quién era. "¿No sabes quién es Vila-Matas?", solté de sopetón. "No..." Mi amigo puso cara de haber cometido una falta extraordinaria. "No, no, tío; me encanta. Me encanta que no sepas quién es Vila-Matas".

Despierta.

El otro día en un taller literario que vengo dando a un grupo de alumnos de considerable nivel lector hablamos de Ray Loriga. Les propuse la lectura de El hombre que inventó Manhattan porque me interesaba debatir sobre los límites entre el cuento y la novela y porque me gusta mucho el estilo de Ray Loriga. Al margen de los comentarios sobre la novela en sí del autor madrileño, les hice una exposición de las particularidades que, a mi juicio, hacían de la obra de Ray Loriga algo pionero, interesante, referencial y meritorio dentro de la literatura española de los años 90. Finalmente di como prueba que la generación Nocilla tenía muchas deudas con Ray.

Se rieron.

Se rieron naturalmente. Se rieron sin derecho a réplica.

"¿Generación Nocilla? ¿Qué es eso?", dijo una.

"Bueno, es... Bueno, joder, son famosos...", me defendí.

"Nosotros tenemos una edad, Alberto, para pensar en la nocilla."

"Sí, sí... Pero, joder, son famosos..."

Me petrifiqué en mis propios argumentos al darme cuenta de que, realmente, no conocían Nocilla Dream ni parecían tomárselo siquiera en serio. Yo llevo dos o tres o cuatro años dialogando con el fenómeno de esta novela de Agustín Fernández Mallo y ya había asimilado que la palabra "Nocilla" era, en efecto, una cosa muy seria; una cosa de la que hablamos los escritores, de la que hablan los críticos, y seguramente de la que hablan los catedráticos de literatura de la universidad. Sólo en ese momento del taller me di cuenta de que llamar Nocilla a una generación literaria puede parecer una ocurrencia de lo más irrisoria.

(Precisamente por estar en el "mundillo" entiendo que esta anécdota que acabo de contar puede resultar lesiva, ácida, minusvalorante (!) y como que me estoy riendo de una serie de autores. Entiendo que este paréntesis deja claro que no es así. Por favor.)

Despierta. Del Nocilla Dream.

Sí. A veces una voz me dice que despierte y que vea la cruda realidad: la literatura no importa mucho más allá del cuadrilátero de los suplementos y de cuatrocientas personas en Madrid y otras tantas en Barcelona. Ser escritor, incluso escritor con prestigio, no es mucho mejor que ser fontanero con prestigio, prestigioso cultivador de bonsáis o prestigiado practicante de esgrima. Que te den un premio, un Ojo Crítico, no es mucho más relevante que recibir un premio a la mejor empresa andaluza de tapones de poliuretano. Seguramente el mejor fabricante de tapones de poliuretano de Andalucía tiene exactamente la misma autoestima que yo: tío, que soy el mejor fabricantes de tapones de Andalucía: respeto.

De ahí que me parezca cada vez más ridícula la obsesión de los autores por la relevancia, la publicidad, la entrevista. Tú le envías a un escritor cualquiera un mail con el asunto "Entrevista" y te contesta en 20 segundos. Nos morimos por una entrevista. Nos enojamos por la entrevistas masivas de los demás. Nos da mucha envidia si durante un mes o dos sólo hablan de Pablo Gutiérrez o Perico de los Palotes o Fernández Mallo.

Pero, en realidad, ¿a quién están diciendo nada? Hablamos de quizá 6.000 personas en España que tienen un interés parecido al mío en qué tal es la nueva novela de Fulanito Pérez. Hablamos de un puñado de personas que ni siquiera van a comprar la novela de la que se habla porque se la regalan para hacer una reseña en su blog o en el periódico o en la televisión. Hablamos de que muchísimos autores venden más y están más en la vida de la población española que "nosotros" sin que "nosotros" sepamos ni siquiera quiénes son, pues no salen en Quimera ni en ningún sitio.

Hablamos de si tiene la menor importancia "ser respetado por tus colegas literarios" frente a "ser completamente desconocido para la gente".

Hablamos de masturbación, de autocelebración, de podredumbre.

Hablamos de tapones de poliuretano, señores.

Despertad.