miércoles, 30 de marzo de 2011

Los 7 vampiros de oro, este sábado on line



¿Qué tontería es esta?

Una muy gorda.

LOS 7 VAMPIROS (LINK)
[un fanfiction serie Z creándose en directo]
La banda de literatura Hotel Postmoderno vuelve con una nueva iniciativa de escritura colectiva a medio camino entre el reality show y la jam de escritura.
El día 2 de abril en la web www.los7vampiros.com, desde las 19.00h y durante tres horas, siete escritores jóvenes de reconocido prestigio elaborarán una narración en directo desde sus casas, utilizando los medios digitales.
Los siete escritores (4 españoles: Jorge Carrión, Alberto Olmos, Maxi Villarroya y Alberto Torres Blandina / 3 argentinos: Juan Terranova, Iván Moiseeff y Javier Sinay) crearán sus narraciones digitales en directo, basándose en siete personajes de la película de serie Z de los 70 Kung Fu contra los 7 vampiros de oro.

lunes, 28 de marzo de 2011

Autoficción, un minuto y medio en la vida de Alberto Olmos

Untitled from Alberto Otros on Vimeo.

Relato autobiográfico

El domingo 27 de marzo Alberto Otros estaba sentado en una silla y mirando la pared. Su mente no la ocupaba ningún pensamiento en especial. Tomó un lapicero de Ikea y jugueteó con él entre los dedos. Después echó mano del libro de César Aira Cómo me hice monja, leyó su contraportada y, finalmente, empezó a leerlo por la primera página.

Reseña de "Relato autobiográfico" en la revista Lecturas profundas.

Alberto Olmos recurre nuevamente a su alter ego, Alberto Otros, para contarnos su vida privada. Sólo el propio autor sabe realmente lo que hizo durante ese minuto y medio del domingo 27 de marzo, entre las 17.34.09 y las 17.35.39.

Autobiografía

El domingo 27 de marzo de 2011, entre las 17.34.09 y las 17.35.39, si mal no recuerdo, no hice nada en especial. Estaba sentado en una silla de mi habitación, mirando la pared. Creo que cogí un lápiz de Ikea que me habían traído, junto a otro montón de ellos, para subrayar libros. Luego lo dejé sobre la mesa y me puse a leer. Un libro de Walter Benjamin, seguramente.

Reseña de "Autobiografía" en la revista Lectura y sustancia.

La autobiografía de Alberto Olmos, tan esperada, decepciona a sus fieles lectores, que apenas encuentran en ella datos consabidos (sus famosos lapiceros de Ikea) y olvidos interesados. El autor parece eludir los rincones más oscuros de su propia vida, pues se escuda en su memoria para señalar como libro que leía, seguramente, el 27 de marzo de 2011, entre las 17.34.09 y las 17.35.39, uno de Walter Benjamin, que sólo comparece para saciar el ansia del autor de darse aires.

Autoficción 1

Alberto Olmos se sentó y cogió un lapiz y lo hizo girar entre los dedos. Miraba la pared, y pensaba. Se le ocurrió una novela que tratara en exclusiva el tema del talento. Buscó entre los libros de su poblada biblioteca y se encaprichó con Cómo ser monja, de César Aira. Poco a poco, su propósito de escribir una novela sobre el talento se vio saboteada por la lectura del relato autobiográfico de César Aira, que le hizo cuestionarse su propia capacidad y asumir el disparate de querer dedicar su primera novela a un asunto tan delicado.

Reseña de "Autoficción 1" en el suplemento Genette über alles.

Juego de moda, ya practicado hasta el hartazgo por Javier Cercas, Enrique Vila-Matas, Manuel Vilas, Antonio Orejudo o Javier Marías, la autoficción tienta en esta ocasión a Alberto Olmos, que retoca su trayectoria literaria al situar como posible primera novela suya El talento de los demás, que, como es sabido, fue su cuarto título publicado, y al sugerir que se trató de una novela que nunca escribió, por culpa de una obra de César Aira (asimismo autoficcional, cómo no), incluida en este "Autoficción 1" con ánimo confundidor y anhelos de subvertir el "pacto autobiográfico", por cifrar a lo Lejeune.

Autoficción 2

Alberto Olmos se sentó y cogió un lapiz y lo hizo girar entre los dedos. Miraba la pared, y pensaba. Se le ocurrió una novela que tratara en exclusiva el tema de los escritores que dejan de escribir. Buscó entre los libros de su poblada biblioteca y se encaprichó con Cómo ser monja, de César Aira. Poco a poco, su propósito de escribir una novela sobre los escritores que dejan de escribir se vio saboteada por la lectura del relato autobiográfico de César Aira, que le hizo cuestionarse su propia capacidad y asumir el disparate de querer dedicar su primera novela a un asunto tan intrascendente.


Reseña sobre "Autoficción 2" en la web Barthes über alles

Juego de moda, ya practicado hasta el hartazgo por Javier Cercas, Manuel Vilas, Antonio Orejudo o Javier Marías, la autoficción tienta en esta ocasión a Alberto Olmos, que retoca su trayectoria literaria al situar como posible primera novela suya Bartleby y compañía, y al sugerir que se trató de una novela que nunca escribió, por culpa de una obra de César Aira, asimismo autoficcional,  incluida en este "Autoficción 2" para parodiar la "autobiografía parcial".

Autoficción 3

Alfredo Olmedo, ágrafo trágico después de haber publicado dos novelas sobre su estancia en Japón, y convencido de que debía evitar una tercera obra nipona que encasillara su obra en la transterritorialidad, se sentó en su mesa de trabajo y, con la ayuda de un lápiz de Ikea y una pared gobernada de gotelé, consideró la posibilidad de escribir una obra sobre el talento de los demás, motivo tan sugerente que le hizo abrir a voleo el primer libro que encontró sobre la mesa, que no era otro que Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas.

Reseña de "Autoficción 3" aparecida en Pasajes de los libros

"Autoficción 3" cabalga con esmero sobre la onda expansiva de lo que hemos convenido en llamar "autoficción", al presentarnos un personaje narrador de onomástica sospechosamente afín a la del propio autor y con una profesión, la de escritor, cuyas obras remiten unidireccionalmente a las del propio Alberto Olmos. El guiño al Bartleby de Vila-Matas que cierra la obra redondea un homenaje sutil que se inicia intertextualmente, con ese "ágrafo trágico" que iniciaba asimismo la novela El mal de Montano.

Autoficción 4

El domingo 27 de marzo llevaba por la mitad el libro de Manuel Alberca El pacto ambiguo, y tenía en la cabeza las distinciones que hacía entre autobiografía, novela autobiográfica y autoficción, y mis dudas respecto a que algo tan de moda como la etiqueta "autoficción" fuera en absoluto novedoso, aparte de como herramienta masturbatoria de la crítica literaria más refitolera. Pensé que los autores siempre echaban mano de su vida para escribir sus novelas, y que proponer la calidad de una obra en virtud del "juego" que podía establecerse con el lector sobre la fidelidad a lo real de los lances narrados era un modo, mayormente, de desviar la atención sobre el hecho de que los novelistas hubieran llegado a creerse el género favorito de los lectores. Pensé además que las mencionadas "realidad" y "ficción" no conformaban en verdad un monstruo siamés, por cuanto toda ficción es en su integridad una documentación no fiable de la realidad, una lectura en sí misma. Se me ocurrió grabarme en vídeo durante no mucho más de un minuto, con la intuición de que ese vídeo pudiera ser considerado la "realidad" de la que se habla cuando se menciona una mezcla de "realidad y ficción" y así dotar a ese concepto, "la realidad", de perfiles incuestionables, para después hacer autobiografía de un minuto y medio de mi vida, y novela autobiográfica, y autoficción.

Reseña de "Autoficción 4" en la revista Autoyó

La edición para tabletas de "Autoficción 4" viene acompañada de un vídeo del propio autor, de bajísima calidad y sin sonido, que no aporta nada sustancial al relato, y donde sólo se ve a Alberto Olmos sentado en una silla, cogiendo un lapicero y abriendo un libro.

viernes, 25 de marzo de 2011

En defensa de las mujeres

El diario El Mundo destaca en portada ahora mismo (0:50 am) el último post de su blog Ellas, bitácora contra la discriminación de las mujeres en nuestra sociedad. Veamos el recuadro:


Ampliemos:

Vayamos un poco más arriba, dentro de la misma columna:
Vayamos un poco mas abajo, y a la derecha, con otra noticia fundamental:
Veamos cuáles son las noticias más leídas:

Finalicemos con un maravilloso ejemplo del triunfo de la igualdad... más turbia. Arriba a la derecha:

***
Me pregunto si los blogs "femeninos" de algunos diarios (Mujeres, en El País) se hacen para intentar cambiar la sociedad o para evitar que algo cambie en los periódicos.

En realidad no me lo pregunto.

La culpa se desplaza.

lunes, 21 de marzo de 2011

Derechos de los lectores (para uso de los que escriben)

Hace años Daniel Pennac hizo fortuna con un decálogo de derechos del lector en el que enumeraba, básicamente, las prácticas consabidas de todos nosotros frente a un libro, como saltarnos páginas, dejarlo a la mitad o, simplemente, no abrirlo. Podéis verlo aquí (link).

El propósito de alcanzar los diez enunciados llevó a Pennac, según mi interpretación, a incluir uno o dos "derechos" bastante insolventes e insustanciales, toda vez que los otros nueve u ocho eran, por su parte, celebraciones de la pereza, lo que siempre gana simpatías, o reconocimientos de flaquezas comunes, lo que siempre gana simpatías.

Pennac es, en rigor, un escritor simpático.

Después de varios atragantamientos lectores con novelas recientes por motivos muy concretos, me dispongo a hacer mi propia lista de "derechos de los lectores", pero no para uso de estos, sino para el de los que escriben libros, que muchas veces parecen olvidar para quién los escriben y cómo son recibidos.

Me gustaría, por aquello de la contudencia del número redondo, alcanzar los 10 epígrafes, pero ahora veremos si completo esa cifra. Va.

DERECHOS DE LOS LECTORES (PARA USO DE LOS QUE ESCRIBEN)
1. Derecho a saber qué género leen.
2. Derecho a una información precisa en las solapas.
3. Derecho a devolver un libro.
4. Derecho a la igualdad de condiciones.
5. Derecho de recepción universal.
6. Derecho a la crítica on line.
7. Derecho a cuestionar los premios.
8. Derecho a la suspicacia.
9. Derecho a la corrección.
10. Derecho a la recepción incontaminada.
Sí, he forzado un poco: 10.

Ahora, mis explicaciones.

1. Derecho a saber qué género leen.
Por mucho que se difunda la especie de que los géneros literarios no existen o están dejando de existir, o de que son demasiado constrictores para el desbordado talento de un autor particularmente genial, 8 de cada 10 libros se amoldan perfectamente a las etiquetas tradicionales. En narrativa o prosa: Novela, Nouvelle, Cuento, Miscelánea, Diario. La reincidente práctica editorial última de designar "novela" a un conjunto de cuentos, o a dos o tres nouvelles amontonadas, no dista tanto del "dolo": 1. m. Engaño, fraude, simulación.

2. Derecho a una información precisa en las solapas.
Las solapas suelen emplearse para informar al lector acerca de los datos biográficos relativos al autor que pueden ser de su interés. Teniendo yo por muy poco acertada la práctica habitual en algunos autores de "hacerse los graciosos" en su solapa, creo sin embargo incuestionable que la "solapa" debe informar siempre de la fecha y lugar de nacimiento del escritor, y de sus obras publicadas, y no debe, por contra, abultarse con informaciones irrelevantes que buscan ocultar el hecho de que el autor, en definitiva, ha escrito apenas ese libro que tenemos en las manos.

 3. Derecho a devolver un libro.
Al igual que cualquier otro producto, una novela puede salir al mercado con evidentes imperfecciones, siendo la más perceptible de ellas la relativa al propio estado material del libro (falta de un pliego, paginación errónea, roturas en la cubierta) y la menos aventada el menudeo de erratas, o una sintaxis por debajo del nivel medio de instrucción de un bachiller. Estas últimas circunstancias también deben avalar la devolución de un volumen, independientemente de que el librero entienda o no de gramática.

4. Derecho a la igualdad de condiciones.
En varias partes del paratexto (dedicatorias, agradecimientos, etcétera) algunos autores suelen incluir apelaciones a sus amigos y familiares y colegas de profesión en número y forma que da a entender a los lectores anónimos que ellos son un receptor secundario de la obra, meros comparsas de la fiesta de la ficción (fiesta que ellos, además, han pagado). Obviamente, sería ridículo proponer un número máximo de nombres amigos que pueden incluirse en el paratexto de una novela, pero también parece obvio que incluir 3 páginas de nombres al final de la obra, o una dedicatoria por cada cuento o poema, constituye sobre todo una falta de respecto a los lectores que no tienen el gusto de conocer al autor.

5. Derecho a la recepción universal.
Relacionado con el anterior, este derecho que propongo tiene que ver sin embargo con el texto. No es infrecuente encontrar en el propio desarrollo de una novela guiños a otros autores amigos sin la menor justificación narrativa, licencia que, nuevamente, da a entender que el libro fue escrito para el milieu, y no para el lector universal, como es lo honorable y juicioso. Aunque esta objeción puede ser fruto de mi particular hipersensibilidad lectora, entiendo que alguien puede siempre preguntarse, llegado el pasaje del "guiño": y, entonces, ¿por qué tengo que leerte yo?

6. Derecho a la crítica on line.
Son muchos los blogs que lectores que no escriben para publicar (o que no lo consiguen) dedican a consignar sus lecturas. Algunos autores contemplan con incomodidad que "un señor de Torrelodones" pueda fácilmente difundir la insatisfacción resultante de la lectura de un libro suyo, y que lo haga de forma agresiva o, incluso, argumentada, con conclusiones hirientes en muchos casos. Acostumbrados al incienso sucesivo de los amigos y suplementos literarios, este uso libérrimo de la blogosfera les resulta intolerable. Como es obvio, cualquier lector tiene el derecho de criticar en cualquier tono cualquier libro que se haya tomado la molestia de leer; y no digamos de comprar.

7. Derecho a cuestionar los premios.
Relacionado con el anterior, este derecho avisa de la posibilidad que tiene un lector de hacer pública manifestación de sus sospechas -fundamentadas en la propia lectura de un libro premiado o en la información que, tantas veces, puede localizarse en el propio libro o en simples búsquedas on line, y que dan pistas sobre los intereses torticeros del galardón- sobre la fiabilidad de un premio, la componenda a que se pliegan los miembros del jurado y el engaño a que se vieron sometidos 400 o 600 participantes, y, posteriormente, miles de lectores.

8. Derecho a la suspicacia.
Diversos elementos paratextuales pueden motivar lecturas sesgadas de un libro. Por ejemplo, que el libro esté dedicado al propio editor del libro. Por ejemplo, que el crítico cuyas palabras enaltecen el volumen apele en ellas al autor por su nombre de pila.

9. Derecho a la corrección.
Los lectores, mayormente en virtud de la gratuidad e inmediatez del correo electrónico, pueden hacer llegar a la editorial o al autor correcciones ortotipográficas y de sentido localizadas en las novelas que leen. No es agradable que otros pongan en evidencia tu trabajo, pero sí muy útil para ediciones posteriores.

10. Derecho a la recepción incontaminada.
A imitación de la edición anglosajona, cada vez son más los sellos españoles que incluyen en libros que acaban de salir alabanzas firmadas por autoridades más o menos literarias (críticos, otros autores, cineastas, etcétera) en las que se proclaman las excelencias del libro en cuestión, y no de otros anteriores o de la obra toda previa del autor. Esta práctica intoxica la recepción del lector, entorpece su libertad de juicio y posterga engañosamente el debate común sobre una obra, pues ésta aparece ante nosotros signada de reconocimiento cuando, a ciencia cierta, todavía no la ha leído nadie.

***
Aventuro que este post, tan seriote, puede resultar risible para muchos autores, delirantemente encantados de publicar libros que nadie lee y de salir en los libros de sus amigos, que tampoco lee nadie, salvo ese mismo autor.

Sin embargo, entiendo que algún autor primerizo o en agraz puede encontrar útil esta aproximación a los derechos de los lectores (para uso de los que escriben) y salvar su obra de un vuelo tan bajo como el que le proporcionará el ser escrita en clave de chascarrillo privado y no, como es pertinente, a mayor gloria del desocupado lector.

martes, 15 de marzo de 2011

Borgiana

En Madrid, a mediados de marzo de 2011, el novelista Alberto Olmos (1975-2045) concluyó exhausto la lectura de Obras Completas / Jorge Luis Borges (1899-1986), Emecé, Buenos Aires, 1974, edición dirigida y realizada por Carlos V. Frias, que contiene los títulos Fervor de Buenos Aires; Luna de enfrente; Cuaderno de San Martín; Evaristo Carriego; Discusión; Historia universal de la infamia; Historia de la eternidad; Ficciones; El Aleph; Otras inquisiciones; El hacedor; El otro. El mismo; Para las seis cuerdas; Elogio de la sombra; El informe de BrodieEl oro de los tigres, de signatura biblioteconómica N BOR obr, propuesta al préstamo en seis bibliotecas de la Red de Bibliotecas Públicas de la Comunidad de Madrid (BPCM): Canillejas, Central, Latina, Moratalaz, Retiro y Usera (2 ejemplares), y Disponible próximamente (http://www.madrid.org/biblio_catalogos/) en todas ellas desde el momento en el que Alberto Olmos devuelva su ejemplar a la sede pertinente, acontecimiento inevitable pero aún no provocado debido a una parálisis contemplativa del voraz lector y pertinaz novelista sobre el volumen de 22 centímetros de alto y 1.161 páginas de profundidad, verde por fuera y amarillo por dentro, ligeramente descuajaringado, mirada inquisitorial donde las haya y especulativa asimismo, aparejada a una actividad cerebral que, contaminada por la gula de la lectura, da en pensamientos burborgeantes como si N BOR Obr es cifra de algún misterio monumental (N BOR obr, N BRO BRO, N obr obr, Norborb, Bronbro, etcétera y con wikipedia), si el tormentoso timbrado de fechas de devolución obligada del libro visibles en la hoja correspondiente se rige por alguna pauta secreta (como natalicios de escritores islandeses, obituarios de bardos ingleses, efemérides del calendario mandarín, visabras del Tiempo Paralelo, entre otras), si el lector que hace quince años, y también llamado Alberto Olmos, que leyó esta misma edición de Emecé, es el mismo (o no) que el que acaba de leer la edición de Emecé, y si, siendo el mismo, está siendo influido él ahora por él antes (o al revés), siendo el Alberto Olmos en curso precedente desde el futuro del Alberto Olmos bisoño que leyó antes que él (la cursiva es de Borges) Obras Completas /Jorge Luis Borges, Emecé, etcétera (tesis todas a las que ayudarían hechos como que, quince años después, y habiendo apreciado nueva y exactamente los mismos dos o tres cuentos del maestro argentino -Emma Zunz, Esquina Rosada...- y diez o veinte expresiones y metáforas -"surtirá de puñales", "el espejo inquietaba el fondo de un corredor"-, Alberto Olmos se oyó a sí mismo repitiendo la misma frase que Alberto Olmos se oyó asimismo repitiendo hace quince años, a saber: No soporto a Borges), si la similitud extrema en el arranque del cuento El inmortal y el cuento El informe de Brodie, a pesar de estar separados por 21 años germinales, fue intencionada por parte del autor o se debió a un desdoblamiento de Jorge Luis Borges que empezó un cuento en 1949 y lo acabó dos veces, siendo la segunda en 1970, y constituyéndose ambas redacciones en palimpsesto sutil para un relato magistral que quedó a medio camino de tintas y de manos, en tierra de Nobel y de nadie, fatalmente; si Jorge Luis Borges hacía esos poemas tan espantosos por un motivo razonable, como que sus rimas quevedianas configuraban sinfonías silábicas que servirían a los alienígenas venideros para comprender a la Humanidad en su conjunto o a Borges en su matemática; todo esto pensaba Alberto Olmos a punto de erguirse para transportar Obras Completas / Jorge Luis Borges al anaquel N de novela y B de Bernhard (BER), Bioy (BIO), Bolaño (BOL) y finalmente BOR (ges), en la desconsoladora certeza de que entre las 1.162 páginas de aquel volumen lleno de cuentos llenos de libros que los personajes abrían para encontrar extrañezas y japoneses él, después de cuatro días de lectura y manoseo, de fatigar la celulosa, y de una última prórroga a la epifanía de: un marcapáginas, una flor, una hoja otoñal, una lista de la compra o una de animales del emperador, no iba a encontrar trágicamente nada residual y humano, y pequeño, perdido allí, en aquel vasto paisaje sin obsequio.

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Tiempo:  
Cigarrillos: 8

jueves, 10 de marzo de 2011

Yo, una Historia de la Literatura Española

La Historia de la Literatura Española se inició en 1998, cuando yo publiqué A bordo del naufragio. De mis fortunas y adversidades. El hecho de que toda la Literatura Española gire en torno a mí es una gran responsabilidad, pero también la ocasión de sentar cátedra inamovible sobre un asunto que es mejor no dejar en manos de filólogos, profesores universitarios, críticos u otro tipo de ignorante.

Si bien yo inauguré la Literatura Española, antes de mí estaba muy extendida la lírica popular, que vivió su momento de esplendor entre 1994 y 1998, y cuyo legado literario ha sido conocido como el Kromancero.

El kromancero toma su nombre de la obra Coplas del Kronen (Jose Ángel Mañas, 1971-2089). Se trataba de coplillas rijosas de verso infame, urbano y politoxicómano. El volumen corrió de mano en mano y tuvo numerosos imitadores: Violeta Hernando, Pedro Maestre, Lucía Etxebarría, Daniel Múgica, José Machado, por citar sólo 5.

Curioso precedente, antesala o promeio a la Historia de la Literatura Española que comienza con mi primera novela es asimismo el kromancero a lo divino. Su inventor fue Ray Loriga (1967-2089) con la obra Hérodes (1996). Se trataba, sí, de coplillas rijosas de verso infame, urbano y politoxicómano, pero todo ello a lo divino, es decir, "In god we trust".

Como es sabido, en los albores de nuestra literatura nacional lo más cercano a la labor literaria que podíamos encontrar era la actividad de copistas y calígrafos en los monasterios. El más conocido de ellos fue el monje benedictino Don Juan Manuel de la Prada (1970-2089), que, bajo estricto cumplimiento de la máxima "Ora et labora", nos regaló con su práctica amanuense códices como Cuños o el más lujoso Las más caras del Hélade, donde versiona clásicos griegos con singular exactitud.

Otro monje, esta vez de la Orden de los Cartujos, fue Juan Bonilla (1966-2089), al que debemos trabajos de copista tan formidables como El que apaga la Luz o Nadie conoce a Dios, nadie.

El capítulo (que no hemos tratado minuciosamente, y se podría) de la prehistoria de nuestra Literatura no podría cerrarse sin mencionar la escritura femenina, entonces tan mal vista que sus autoras habían de firmar con viril seudónimo. El ejemplo cimero es el de Espido Freire (1974-2089), con obras como Ir (landart) o Mel, o "cotton" El Hado, palpablemente influidas por la invasión inglesa de ácido acetilsalicílico y lavativas (la conocida Warmacia Mundial que enfrentó a España e Inglaterra por una jaqueca de una reina -ahora no recuerdo de cuál reina-).

Finalmente, merece mención aparte la literatura goliardesca, cuya principal obra fue Lo mejor que le puedo asar al Roi (manuscrito no encontrado y publicado hasta 2001), del francés alimentado en Cataluña Pablo Tusset (1960-2089).

Entonces llegué yo (1975-2045) y creé la primera novela moderna: A bordo del naufragio. De mis fortunas y adversidades (1998). Fue el inicio de la Historia de la Literatura Española, periodo fascinante que hemos de contextualizar en sus líneas sociopolíticas y ecológicas adecuadas.

Porque el estallido narrativo que veremos a continuación no hubiera sido posible sin la existencia de Erasmo de Rotterdam, estadista visionario que creó las becas Erasmus, no necesariamente para Rotterdam, sino para cualquier parte del planeta Tierra. Los españoles, especialmente los novelistas, vieron trozos del mundo, y leyeron lo que allí se andaba publicando, por lo que volvieron a casa con la amplitud de miras suficiente como para dar forma a lo que, a posteriori, se ha denominado Siglo de Oro de nuestras letras.

La concentración de tanto talento y tantas ganas de gloria no pudo, sin embargo, resolverse sin sangre. Sangre supuesta, bien es cierto. Enseguida se crearon dos movimientos intelectuales antagónicos con estéticas enfrentadas: los culteranistas y los conceptistas.

Los conceptistas estaban obsesionados con la realidad y con el menú del día en los restaurantes. Su poética era la de las cosas, así tal cual. Citemos 5: Juan Aparicio-Belmonte, Pablo Sánchez, Belén Gopegui, Ignacio Martínez de Pisón y Almudena Grandes.

Culteranistas también había unos cuantos. ¿Sus obsesiones? La historia y las ideas, las ideas de la Historia, las ideas dietéticas: cualquier cosa antes que comer un menú del día. Su rasgo de estilo era el uso indiscriminado de locuciones latinas, en concreto de la tan manoseada "nota benet" y de la menos conocida "lux martir san tous", de confusa traducción ("¿luz del mártir sobre todos?")

Autores: Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, J. A. González Sáinz, Rafael Argullol, Álvaro Pombo, por citar sólo 5.

Destacaron en su momento, por cada una de las vertientes, dos obras/autores: por los conceptistas, Antonio Orejudo (1963-2089) con Fabulosas narraciones por historias (qué gusto da leer estos títulos floridos de nuestro Siglo de Oro, imposibles en nuestros días); y por el lado culteranista, Javier Cercas (1962-2089) y su obra Sumilleres de Somalia (honda reflexión sobre el hambre en el mundo, y la Esperanza).

Como dijo el gran crítico de aquel tiempo, el Monje Luis Borje, "el barroco es aquel estilo que deliberadamente agota sus posibilidades y linda con su propia caricatura". Esta caricaturización aproximada del conceptismo y el culteranismo, la encontramos, respectivamente, en dos libros fundamentales: Manuel de Extremadura, para can sí vales, de Rafael Reig (1963-2089) y Bar, le vi en compañía, de Enrique Vila-Matas (1948-2089).

Y después, la nada. El vacío. El descrédito.

Durante el siguiente siglo y medio anual, nuestro mejor escritor fue un columnista: ¡tan pobres éramos! Se trató de David  Gistau, cuyo trágico suicidio a los 28 años fue toda nuestra aportación a ese movimiento de origen alemán llamado "sturm und punk" (o porromanticismo).

Clareó la cosa con la llegada del realismo. Cortarse las venas por amor era muy pintón pero manchaba mucho las mesas de Ikea, con lo que había costado montarlas. Así que se dejaron de cortar las venas y se pusieron a contar las ventas. Leían las mujeres, en aquel lejano siglo, y para ellas se escribían historias entretenidas y larguísimas que ocupaban el tiempo de las amas de casa cuando se iba la luz y, por tanto, también tele, internet y radiolé. Autores: Ildefonso Falconés, Julia Navarro, Matilde Asensi, Arturo Pérez Reverte, Antonio Gala, por citar sólo 5.

El cambio de siglo refrescó mentes (o F5) y una serie de autores alzó el vuelo con misiones mayores. Se les denominó Generación del 98% porque pedían el 2% restante para cambiar el mundo (no de sitio, sino de forma). Autores: Isaac Rosa (El paño ayer fue muy leído en las tertulias del café de Oriente), Álvaro Colomer, Lorenzo Silva, Andrés Barba, Elvira Navarro, por citar sólo 5.

Al mismo tiempo, una pandilla de nuevos poetas tomó el mando, y dos copas, y algunos empezaron a escribir novelas (por las copas). Se les denominó Generación del 27 (porque los demás números aleatorios ya estaban cogidos). Autores: Manuel Vilas, Elena Medel, Andrés Neuman (muy citado su Romancero argentino), Antonio Lucas (Aleixandría es su poema mayor), Luis Muñoz, por citar sólo 5.

De nuevo, al esplendor siguió el sopor, y mientras en el extranjero cuajaban las propuestas de Joyce Foster Wallace o T.S. Eliot Boyle, aquí nos íbamos ensimismando en novelas sociales cuyos autores nadie recuerda pero sus títulos sí: El ordenador, El portátil, El mac, El ratón (o mouse), El jarama (un río), El módem, La ETT, y así hasta agotar todas las combinaciones de artículo + nombre del mercado común.

Era el fin de la Literatura Española, salvada in extremis por el autor vasco Unai Elorriaga (1973-2089), que iba por libre con una literatura imaginativa, lírica y escapista. Obra recomendada: Industrias y andanzas de Van Hoff.

Si en el siglo anterior fue Europa la que nos dejó en blanco en los libros de Literatura Universal, en este siglo iba a ser América Latina. Hablamos, como todos saben, de "el bool", movimiento literario falso en rigor, articulado y artificioso, que difícilmente podemos eludir citar de esa forma por lo popularizado de su etiqueta.

"El bool", o "bolañismo mágico", desportilló las casillas del éxito, tanto comercial como crítico, tras la publicación de Cien detectives salvajes, de Roberto Bolaño, premio Herralde Breve de novela.

El "bolañismo mágico" generó además autores variopintos: Patricio Pron, Gabriela Weiner, Jaime Rodríguez, Santiago Roncagliolo, Claudia Apablaza, por citar sólo 5.

(Dato curioso: casi todos vivían en Barcelona o se quedaban a dormir un par de noches.)

¿Cuál fue la reacción nacional? Bueno, miren: opuestos a las tradiciones estéticas que nos eran propias, una serie de autores españoles trataron de parecer menos españoles y un poco más ingleses. Esta camaleónica labor la emprendió casi en solitario Javier Calvo (1973-2089), con obras como Volverás a ser reflectante o Herrumbrosas lanzas, coronas de flores. Su pasión por la capital del Reino Unido se vio consignada en el volumen Otoño en Londres hacia 2005.

Otro lobo solitario, si cabe más esquinado, fue Javier Pastor (1962-2089), cuya obra Larva, esa ciudad, fue necesariamente incomprendida.

Porque había que ir allanando el camino para que España pudiera comprender (=comprar) novelas postmodernas. No las iba a comprar a las primeras de cambio, amigos.

Así llegó, en el momento justo, Tiempo de nocilla, de Agustín Fernández Mallo. La condición de psiquiatra de su autor aportó ese plus de snobismo necesario para que los lectores se creyeran que un novelista hablando de electroshocks sabía de lo que hablaba. La novela inauguró lo que se ha conocido como "literatura experimental", "revolucionaria", "postpoética", etcétera.

Y generó el consabido grupo aledaño: Juan Francisco Ferré, Mercedes Cebrián, Jordi Carrión, Vicente Luis Mora, Alberto Torres Blandina, por citar sólo 5.

Y hasta aquí ha llegado, de momento, la Historia de la Literatura Española. No pongo examen, pero sí preguntas.

¿Qué será lo próximo?

¿Alguien lo sabe?

En la literatura española pasan cosas nuevas todo el tiempo.

Vale.

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Horas: 3.
Cigarrillos: 10.

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Correspondencias: JA Mañas-->Romancero, Ray Loriga-->Santa Teresa de Jesús, Juan Manuel de Prada-->Mester de Clerecía, Juan Bonilla-->Fray Luis de León, Espido Freire-->Fernán Caballero, Antonio Orejudo-->Miguel de Cervantes, Javier Cercas-->Góngora, Rafael Reig-->Quevedo, Enrique Vila-Matas-->Calderón de la Barca, David Gistau-->Mariano José de Larra, Ildefonso Falconés-->José María Pereda, Julia Navarro-->B. P. Galdós, Arturo Pérez Reverte-->Blasco Ibáñez, Isaac Rosa-->Unamuno, Elvira Navarro-->Ramiro de Maeztu, Álvaro Colomer-->Pío Baroja, Andrés Barba-->Azorín, Manuel Vilas-->Pedro Salinas, Andrés Neuman-->Lorca, Antonio Lucas-->Vicente Aleixandre, Unai Elorriaga-->Rafael Sánchez Ferlosio, Roberto Bolaño-->Gabriel García Márquez, Javier Calvo-->Juan Benet, Javier Pastor-->Julián Ríos, Agustín Fernández Mallo-->Luis Martín Santos.

lunes, 7 de marzo de 2011

Sin romanticismos, por favor

Me agrada hablar con gente más joven que yo porque están bonitamente equivocados, inmersos en un error de estirpe idealista que pueden permitirse, como uno también se lo permitió, mientras la vida no despliegue ante ellos la baraja de lo real, los naipes posibles, el juego de verdad.

Uno de estos errores pude apreciarlo (o creí apreciarlo y considerarlo erróneo: sin soberbia, por favor, Alberto) en una charla reciente con mi amiga I., de 25 años de edad. Me echaba en cara mi joven amiga la excesiva presencia que en mis reflexiones sobre literatura tenía últimamente el dinero y, en general, elementos de todo tipo que se apartaban de la más pura pasión literaria. I. no asumía, no comprendía, no toleraba que dentro de las intenciones creativas de un escritor pudieran colarse en ningún momento cálculos espurios como el número de ejemplares vendidos, las críticas recibidas, el dinero recibido, lo que otros autores estaban publicando en ese mismo momento, por no hablar de: la existencia de editores, correctores, jefes de prensa, periodistas culturales, presentaciones de libros; para acabar en los barros del márketing, los booktrailers y la foto de la solapa.

Mi amiga I se quedó especialmente escandalizada ante el hecho de que yo, como tantos otros autores (según le dije), utilizara Google Alerts, servicio, como es sabido, que te envía un mail cada vez que tu nombre aparece citado en algún texto de nuevo cuño publicado on line, ya sea en un periódico digital o en un blog.

"¡Estáis enfermos!", fue que dijo.

El origen de este pasmo poético es fácil de localizar: se encuentra en la pasión por la literatura que a todos nos dio impulso primero, y en el manoseo, tan infinito como incapaz de desgaste, de una serie de iconos de las letras que a todos, como digo, nos sirvieron en su día de referencia.

Básicamente, son tres: Franz Kafka, Fernando Pessoa y César Vallejo.

Mi amiga I. apelaba a este último con furor, pero nos valen los tres para hilvanar la preguntadera recriminatoria pertinente: ¿te imaginas a Vallejo yendo a una presentación, te imaginas a Kafka ganando un premio, te imaginas a Pessoa pidiendo un spot?; ¿te imaginas a Pessoa tocando la batería como Agustín Fernández Mallo, a Kafka haciendo jamsessions de escritura como Patricio Pron, a Vallejo avisándote por mail de su nuevo proyecto de revista, como Jorge Carrión?

El problema, en este tramo en concreto de la reflexión, no es otro que el de conceder a Kafka, Pessoa o Vallejo una santidad que, irónicamente, procede de despojar a la leyenda de su condición de márketing primitivo, pues, a fin de cuentas, Kafka y Pessoa y Vallejo son marcas comerciales de facetas idénticas a Apple, Ikea o Absolut Vodka. Es decir: tienen prestigio, otorgan distinción y no exigen valoración propia.

Decir Kafka, simplemente, llena toda la conversación, y no es necesario ni haberlo leído, o no todo, ni mucho menos haberlo pensado. Entendemos Kafka como divisa de pureza... desde que nos enseñaron (¿quién?, ¿dónde?) que era divisa de pureza. Como nos enseñaron que Pessoa no publicó casi nada en vida, y que Vallejo sufría versos y veía llover sobre París así luciera un sol espléndido.

No eran humanos, en definitiva.

Sin embargo, hay que asumir en primer lugar que Kafka no tuvo nunca oportunidad de subir un vídeo a Youtube, ni de conceder o no una entrevista a MarieClaire.... Les ahorro los miles de ejemplos más que se me ocurren. Porque, además, tampoco parece que haya nadie en los alrededores del presente que pueda decir: yo he tomado un café con Kafka.

Nadie.

Ni con Pessoa ni con César Vallejo.

De modo que nadie puede ir con el cuento de que uno de estos autores ha mostrado la más desesperada de las envidias porque no ha salido en el número de Granta, o porque nunca lo sacan en Babelia. Su posible mezquindad (en cualquier grado, y siempre humana) nos es tan ajena que presumimos, cuando jóvenes, que no salían de su habitación, donde, salvo ligeras colaciones, no dedicaban su tiempo a otra cosa que escribir en éxtasis místico palabras inmortales.

La realidad, sin embargo, y a pesar de la dificultad, es todavía rastreable. En el fabuloso volumen Cuando Kafka vino hacia mí, se recoge la siguiente confesión postal de Franz (tan humano): “Donde André se han vendido once ejemplares. Diez los he comprado yo mismo. Me gustaría saber quién tiene el undécimo.”

Pregunta: ¿te imaginas a Franz Kafka yendo a la librería a ver cuántos libros suyos se han vendido y a comprar él mismo diez ejemplares?

En este mismo volumen, uno de los convocados a dar testimonio de su experiencia Kafka afirma: “Le daba mucha importancia al hecho de ir bien vestido.”

Pregunta: ¿te imaginas a Franz Kafka dándole importancia al modo de vestir?

Por no hablar de su pertenencia a la tertulia que se celebraba en la Farmacia de Berta Fanta (a veces acudía Albert Einstein) y de su trato habitual con autores de singular estatus, como Franz Werfel.

A estos deslucimientos de la visión mitificada de Kafka, podemos sumar otros relativos a Pessoa, que tuve ocasión de conocer en una reciente visita a Salamanca de boca y sabiduría de un estudiante portugués allí radicado. Sus palabras me dejaron muy sorprendido. Parece ser que Pessoa, entre lo mucho que dejó escrito, dejó un diario tremendamente malicioso, donde quedaba patente su estrategia delirante de convertirse (palabras textuales; planes textuales) en el mejor poeta de la Historia de Portugal después de Camoes (siglo XVI).

Pregunta: ¿te imaginas a Pessoa no escribiendo por amor al arte literario sino con la intención expresa de llegar a ocupar el puesto de mejor poeta de su país en los últimos cuatro siglos? ¿Se puede escribir así buena poesía? ¡Horror!

Dado que escribo este texto a primera sangre, sin fondear durante meses en las bibliotecas y los estudios precedentes, me vienen de memoria otros ejemplos que, en su día, dieron con mi propio romanticismo por los suelos. Uno es el de José Donoso. En su libro memorístico Historia personal del boom, declara con honestidad (ahora sí admirable) que, antes de ponerse con la que a buen seguro es su mejor novela, El obsceno pájaro de la noche, se debatía en un sinvivir de envidia por lo que, ya mismo, habían logrado Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez; o sea, grandes éxitos. Así que toca preguntar: ¿puede uno escribir su mejor libro si está pensando en que Vargas Llosa ha tocado la gloria con La ciudad y los perros y García Márquez el cielo con Cien años de soledad?

Pues parece que sí.

También recuerdo, porque la tengo reciente, la lectura fatal de la Correspondencia de Delibes, donde se da cuenta de la pasión de mi coterráneo por las ventas ajenas, los premios posibles, las librerías donde tienen o no sus libros y los adelantos que su pureza narrativa merece.

Mención rauda para Juan Goytisolo, que, en Reinos de Taifas, aclara cómo consiguió que Jean Paul Sartre retirara un prólogo de un libro de Fernando Arrabal, prólogo que a Goytisolo le daba mucha envidia. Lo hizo, en resumen, dando a entender a Sartre que Arrabal no era suficientemente rojo.

La lista, como es obvio (lista de debilidades, de máculas, de cutrez), podría hacerse muy larga: Galdós escribiendo un episodio nacional cada tres meses, como un oficinista en nómina, etcétera.

Me pregunto, y por eso escribo, para ver si me aclaro, cuál es el dilema aquí. Me pregunto por ejemplo por qué Arthur Schnitzler, contemporáneo de Kafka, no sólo no goza de su reconocimiento y posteridad (esto no es exactamente lo que me pregunto) sino (a esto voy) de su halo. ¿Nadie se ha preocupado de pintar a Schniztler como un monje de las letras, o es él mismo el que no se preocupó de dejar perfectamente dispuestas para las generaciones venideras pistas de su pureza?

¿Pensamos en Kafka o Pessoa como los autores que fueron, los autores que nos han dicho que fueron o los autores que ellos mismos quisieron que pensáramos que fueron?

El problema, a mi juicio, está en el absoluto desconocimiento de los motores del hecho literario y, más aún, en la asunción del "escritor" como un alma ajena a la deriva del ciudadano que la aloja. Lo que mi joven amiga no puede ver (considero) es que un autor en marcha está todo el tiempo tratando de no verse a sí mismo en un callejón sin salida, dado que, como decía Norman Mailer, "todo" puede acabar con el talento de un autor (y citaba): el éxito, el fracaso, el matrimonio, el alcohol, la pereza, la soberbia, la envidia... Todo.

Aunque a menudo los autores mismos no lo vean, no es igual publicar en una editorial pequeña que en una editorial multinacional, recibir adelantos de mil euros que ganar 360.000 en un premio, vender 304 ejemplares o vender 500.000. No es igual para la escritura. El autor tiene que escribir a partir de ese hecho en su contra, dado que todos los sucesos están en contra de esa pasión primera por la literatura, y puesto que no pueden obviarse, negarse, ignorarse, uno se ve obligado a gestionarlos continuamente y a incorporarlos a su trabajo.

Lo afirmaba Enrique Vila-Matas en un pasado encuentro en León, tanto pública como privadamente: lo mejor de ser joven autor es que dispones de libertad para escribir lo que quieras. Aquí volvemos a la pregunta escandalizada: ¿es que Enrique Vila-Matas no escribe exactamente lo que quiere? ¡Qué decepción! ¡Qué sacrilegio! Pensémoslo de otro modo: ¿es que Enrique Vila-Matas puede querer querer escribir una novela histórica, un folletín, una novela negra, un novela pornográfica y obscena o un libro de recetas de cocina japonesa? Respuesta: no puede querer querer eso. Su campo de acción se va limitando según se va haciendo dueño de él; ocupar una posición es estar siempre repasando su perímetro, es decir, sus límites.

Dicho de otro modo: salvo que nada sea publicado, la obra completa de un autor se configura como reacción a las obras que han ido publicándose (las suyas propias), y a todo (o nada) lo que han generado. Yo he escrito mi próxima novela como solución a una trayectoria, no como pieza verbal sacrosanta aislada del mundo. La necesidad artística "pura" pasa a ser, cuando uno mismo es su propio precedente (y no Kafka), simple supervivencia de la vocación, que ya no puede seguir líneas rectas, sino modularse en función del entorno.

En este contexto, tan delicado, es donde debería señalarse el mérito, pues el modo en el que un autor hace avanzar su obra refleja su mayor o menor compromiso (ahora sí) romántico con la literatura, que, como cualquier otro oficio, está sujeta a servidumbres y tentaciones y corrupción, y donde la pureza no es escribir para el mito ni escribir desde la modestia (siempre falsa) o la honestidad (autoengaño), sino escribir para dar testimonio de resistencia.

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Tiempo: 2,5 horas.
Fumados: 9 cigarrillos.