lunes, 21 de febrero de 2011

Las grandes opiniones

Entender el mundo es mucho más fácil que entender mi calle. Mi calle no parece muy complicada, pero si pienso en el simple acto de poner el primer pie en la acera, y detengo la imagen, y hago una panorámica de 360º, resulta que no entiendo nada.

No entiendo nada de aceras, por ejemplo. No sé cómo se hacen, cuándo hay que renovarlas, por qué las de mi barrio llevan toda mi vida sin renovarse; cuánto cuesta una acera y cuántos trabajadores son necesarios para hacerlas. No tengo ni la menor idea de cómo funciona la administración pública en lo relativo a obras civiles. Quién decide hacer aceras. Tampoco sé nada de todos esos coches que perfilan la acera. No sé de qué están hechos exactamente, ni cómo funcionan, ni por qué a veces se rompen, ni cómo es que los arreglan.

Justo delante de ese primer paso que he dado y que he congelado hay un taller mecánico. Ignoro si su dueño trabaja en él, cuántas personas tiene contratadas, cuánto cobran, qué problemas concretos afectan a los trabajadores de los talleres mecánicos, cuáles son sus beneficios exactos, si tienen sindicatos o asociaciones o revistas de sector; en qué modo ha cambiado el mundo de los talleres mecánicos en los últimos cinco años, diez años, veinte años. Si tardan mucho o poco en arreglarte el coche, si depende de algo que tarden mucho o de alguien que tarden poco.

Tampoco sé nada de quién paga la reparación, de todos esos papeles que viajan en las guanteras de los coches, seguros y licencias, cómo funcionan, quién los inventó, qué diferencia hay entre un seguro a todo riesgo y un seguro que no sea a todo riesgo, cómo funciona el sector de los seguros, en qué se basa pagar un dinero porque a alguien se le ocurrió que pagar un dinero por si acaso era de sentido común, por qué es obligatorio tener seguro de coche, si eso no hace obligatorio estrellar el coche alguna vez, atropellar personas.

De los cubos de la basura puedo decir lo mismo. Hay uno amarillo y otro gris, en mi portal, justo detrás del talón de mi pie parado, inmóvil, que sólo ha dado un paso en la realidad: sólo uno.

Los contenedores de basura se llenan y se vacían cada noche. Eso lo sé. Pero no sé cómo funciona el servicio de recogida de basura, cuántos trabajadores tiene, cuánto cobran, cuáles son sus problemas específicos; si van tan rápido porque no trabajan por horas sino que, cuando acaban, pueden irse a su casa; y ducharse. Si hay que opositar para ello, si hay muchas corrupción en esas oposiciones o mucha competencia o nadie quiere ser recogedor de basuras o todos quieren serlo. Si los trajes que llevan los limpian en su casa o los limpia la empresa. ¿Cuándo se los cambian? ¿Al año? Qué piensan estos hombres, y por qué son todos hombres. Piensan en que tienen el peor trabajo del mundo, en que nadie los respeta. A lo mejor no piensan eso, no piensan en nada, no quieren pensarlo.

El conductor del camión de la basura tiene el mismo rango que los que van colgados detrás: pregunto. Se cambian a media noche de sitio, o el que conduce conduce siempre y los otros siempre retiran la basura. Lo ignoro.

Miro los edificios, desde mi pie parado. Hay edificios más bonitos y edificios más feos. Ignoro quién los construyó, cómo se construyen, qué pasa cuando se caen, porque algún día se caerán. No sé si las casas de la gente siguen siendo suyas cuando se han caído. Si heredan el aire o una parte proporcional del terreno. Qué problemas concretos hay en cada edificio concreto, en cada piso en concreto, en cada habitación. Ignoro si la gente que vive ahí, y ahí, y ahí, trabaja en algo o está en paro. Ignoro qué piensan de la vida, cómo se integran en la sociedad, a qué aspiran, qué delitos cometen o qué drogas consumen, en qué supermercado compran. Si anoche follaron. Si han tenido hijos porque querían tenerlos, y para qué querían tenerlos. Si los tienen por error y los alimentan por piedad. Si su vida es mejor ahora que antes, qué consideran ellos "mejor", de qué se preocupan, a quién votan, a quién odian.

Hay gitanos. Ignoro de qué viven. Ignoro su cultura. Ignoro lo que piensan de mí y lo que piensan de sí mismos. Ignoro si echan de menos cuando salían tanto en la prensa, si odian a los chinos más que a los sudamericanos, más que a los españoles. Si están perfectamente integrados o no quieren estar perfectamente integrados. Si votan. Si compran también en El corté inglés e Ikea. Si tienen carnet de conducir. Si hablan otros idiomas.

Hay chinos. No sé por qué Luna, la china que atiende el colmado de la esquina (justo a veinte metros de mi pie parado) se hace llamar Luna. No sé por qué trabaja desde las 10 am a las 10 pm; no sé si eso es legal. No sé dónde compra lo que vende, no sé si habla más de 100 palabras de mi idioma. No sé si echa de menos China, si vuelve a veces, si le gusta España, si tiene contrato laboral. Cuánto gana. Ni idea. Cuál es su relación con el universo: sentada 12 horas al día detrás de un mostrador viendo películas chinas en una tele diminuta. Qué piensa, sí, del universo. No lo sé.

Hay ecuatorianos, hay colombianos. No sé en qué trajaban, si trabajan. Mis amigos están casi todos en el paro, o trabajando en cosas que odian y por las que les pagan una puta mierda. En qué trabajan los ecuatorianos, los colombianos. No lo sé. Cuánto ganan. Qué consumen. Qué piensan. Qué beben en el Pub de la esquina, a diez metros de mi pie parado, un poco más acá que el colmado chino. De qué hablan en el Pub. Cuántos de ellos votan en su país, a quién. Para qué. Qué piensan del mundo, así en general. Y para qué. Qué comen. Cómo consiguen comida de su país. Quién la vende. Qué licencia tiene el que la vende. Es difícil de conseguir, esa licencia: me pregunto. Cuánto pagan de alquiler por la tienda donde venden comida de su país. A quién odian. Qué tal se llevan con los chinos. Qué harían o dejarían de hacer si de pronto arde una casa. Quién gana los domingos cuando juegan al fútbol. Quién organiza esos partidos. Cómo se reserva el campo. Si les cobran. De quién es la pelota.

Sin mover el pie, veo la plazuela de mi barrio. Ayer, sobre la gran acera central de la plazuela, había seis coches de policía. No sé qué hacían. No sé quién los llamó. No sé cómo se hace para convertirse en policía. No sé qué siente una persona con 23 años llevando una pistola cargada en el cinto por la calle. No sé si la pistola está cargada. No sé cuánto gana un policía. No sé cuáles son los problemas concretos, exactos, inimaginables, de ser policía. No sé si sus coches son distintos a los coches normales, salvo por la pintura. No conozco sus deberes, sus derechos, sus atribuciones. Pueden disparar si quieren: me pregunto. Pueden saltarse los semáforos: me pregunto. Pueden beber alcohol a diario: me sigo preguntando. Ignoro cómo se les facilita la ropa, si les gusta su ropa, si es molesto el traje que llevan, cuánto pesa una pistola, cuántas balas tiene. Si un mal día en un policía es un peligro o una ventaja: si ponen más multas y pegan más tiros o dejan en paz a todo el mundo. Ignoro cómo es tratar con delincuentes o presuntos delincuentes todos los días. Cómo eso forja tu carácter. Cómo se controla el miedo y cómo se controla la soberbia. Si hacen chistes de mal gusto en el coche patrulla.

A veces veo a los policías en el bar gallego de la plazuela. Es un bar-restaurante, muy grande. Empezó en una esquina y ahora ocupa tres bajos: fue conquistando los inmuebles vecinos, sustituyendo a la zapatería, que cerró, y a la mercería, que también cerró. No sé cómo se hace para fundar un negocio, un restaurante; no sé qué piden en el ayuntamiento, ni si es en el ayuntamiento donde te dan permiso. Tampoco sé cómo se hace para ampliar el negocio, si tienes que pedir también permiso o con el que tienes ya vale. No sé cómo se hace para poner una terraza en la plazuela: la han puesto. No sé si tienen permiso para poner un número determinado de mesas o no. No sé si les sale rentable. No sé cómo hacen los cálculos para que les salga rentable. No sé cuánto ganan, cuántas personas trabajan, si el dueño trabaja o no viene nunca. No sé cómo funciona un restaurante exactamente. Cómo no se les pudre la comida, cómo pueden servirte en quince minutos. Cuáles son los problemas concretos que afectan a un cocinero, a un camarero y al dueño de un restaurante.

Etcétera.

Sólo he puesto un pie en la realidad y soy incapaz de entenderla. Puedo hablar asimismo de mi desconocimiento acerca del tendido eléctrico, las tuberías, el teléfono, el servicio público de autobuses, el trazado de las calles, el colegio que hay a la vuelta de la esquina y el centro de salud que hay al otro lado y la residencia de ancianos y el parque, con sus columpios. Cuánto cuesta un columpio. No tengo ni idea, ni de cuánto cuesta un columpio ni de nada en absoluto.

Alrededor de mi pie parado, en un radio de acción de quinientos metros, hay una realidad muy compleja que nunca voy a entender.

Sin embargo, lo de Egipto está chupado: PUEBLO REVOLUCIÓN DICTADOR CAÍDO.

Ya está. Lo entiendo. Lo entiendo y voy y escribo un artículo saludando la REVOLUCIÓN y congratulándome por la CAÍDA del DICTADOR. Y tú también escribes un artículo o un post o un micropost. Y todos nos felicitamos de la caída de un DICTADOR, de la llegada de una REVOLUCIÓN, y sobre todo de que entendemos perfectamente lo que pasa en cualquier parte del mundo con sólo leer un par de noticias; o un par de miles de noticias. Y ver un vídeo. Y mirar un poco el mapa a ver dónde queda Egipto, Haití, Bolivia.

Está chupado. Nos gustan las grandes opiniones porque no tienen nada que ver con la realidad.

Yo el Planeta Tierra lo entiendo perfectamente; lo que no entiendo es mi calle.