viernes, 25 de febrero de 2011

Sintaxis

¿Por que publicamos libros a gente que no sabe escribir?
No he conocido personas más atentas a la sintaxis que los traductores. Cuando un traductor me envía un mail, me envía siempre una pieza maestra. No hay ni un error, ni un desliz, ni una frivolidad. En mis respuestas, apresuradas, muchas veces no pongo ni mayúsculas; ni rigor; y me siento mal pensando que, precisamente, yo soy el escritor, es decir, el que debería cumplir con los votos del idioma aún en estas manifestaciones subterráneas.

¿Por qué publicamos libros a gente que no sabe escribir? Oí esta frase de boca de una traductora. Por aquel tiempo, era becaria en una editorial, y no daba crédito, tantas veces, a los textos que pasaban por sus manos y acababan en las librerías. Yo estaba de acuerdo con ella. Somos (ella, yo; muchas más personas) lectores del texto, perogrullada necesaria para distinguirnos, quizá, de otros lectores que podemos empezar denominando del sentido.

En un primer momento, puede considerarse que un escritor es un individuo que, a la alfabetización básica, suma aptitudes y conocimientos lingüísticos que le facultan para la redacción de textos rigurosamente acordes con la gramática de su idioma, y en los que su idioma ve revalidada su potencia y su riqueza.

Se puede entender asimismo que un escritor es quizá el ciudadano que más vocabulario atesora, el que ha leído más novelas y poemarios y ensayos y hasta periódicos escritos en el propio idioma en cualquier tiempo y lugar y condición; y el que utiliza el punto y coma y el modo subjuntivo.

Y el que nunca dice tacos.

Y el que deja caer el bastón sobre la cabeza del dequeísta.

Y... Pues resulta que no.

Un escritor no responde a este perfil, más adecuado para un catedrático de lengua española (personaje que, como es sabido, casi nunca escribe novelas). Afortunadamente escribir no atañe tanto al conocimiento de la lengua como al uso expresivo de la misma. El empeño de muchas personas en ser novelistas se ve a menudo malbaratado debido a que el Norte elegido por su vocación lleva al más anodino de los territorios: la corrección. La corrección da en un estilo pomposo, acartonado, standard; previsible. El texto es impecable, pero aburrido. Nos puede despertar admiración, pero no nos emociona. Se ganan muchos premios de provincias escribiendo bien, se deja boquiabiertas a algunas señoras católicas, se da el pego; pero no se hace buena literatura con caligrafía.

Miren este personaje: es tallerista, tiene 50 años, es escritor frustrado. Siempre hay un escritor frustrado de 50 años haciendo un taller. Cuando el resto de los alumnos lee sus cuentos, él anota y anota en su libreta. En la ronda de comentarios, siempre cuestionará el cuento ajeno con las mismas pequeñeces (mira su libreta): que escribió "redivido" y es "redivivo", que puso "debe de" cuando tocaba "debe", que es "cotidianidad" y no "cotidianeidad", "israelí" y no "israelita", "elite" y no "élite", "espurio" y no "espúreo". Luego cerrará su libreta con satisfacción. Cree haber hundido un transatlántico lanzándole cuatro dardos (en la palabra).

La obsesión con la gramática denota una deliciosa desesperación: qué es literatura; qué es buena literatura. No se sabe científicamente, y quien quiere demostrarlo científicamente sólo puede apelar al Libro de Estilo de El País.

Si mi texto es perfecto, pensará llegado su turno el tallerista cincuentón, ¿por qué no le gusta a nadie?

Tiene 50 años y ya no puede entender esto (epifanía de la imperfección): la literatura, peligrosamente, tiene más relación con escribir mal que con escribir bien. Un buen escritor siempre se ha dado cuenta enseguida de que no iba a ninguna parte si no ensuciaba su estilo, de que hacerlo simplemente bien lo convertiría en una réplica mediocre, y en un muermo. La única especificidad de la prosa literaria proviene de explorar los márgenes del idioma: el arrabal, la contaminación, lo popular, la jerga, el error involuntario, el lenguaje de las máquinas...

Un par de ejemplos. En la escuela nos enseñan que la conjunción "y", en una enumeración, ha de situarse entre el penúltimo y el último elemento enumerado. Tal que así:

Mi madre es alta, guapa y simpática.

También nos enseñan que varios adverbios acabados en el sufijo -mente, si se escriben de forma consecutiva, han de delegar el sufijo en el último de ellos:

José escribía maravillosa, extraordinariamente.
Sin embargo, algunos autores han jugado con estas prescripciones y nos han mostrado las posibilidades expresivas de vulnerarlas. César Vallejo:

"son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos."  
En la escuela recibiría un reglazo, y una corrección: "Son testigos los días jueves, los huesos húmeros, la soledad, la lluvia y los caminos."
 
Empobrecedor.
 
"Mi madre era alta y guapa, simpática."
 
Enriquecedor.
 
Otro ejemplo podría ser la prosa de Thomas Bernhard. Si un alumno escribe en la escuela: "Mi madre es guapa. Mi madre se levanta a las ocho de la mañana. Mi madre me prepara el desayuno. Mi madre me lleva a la escuela en coche", la profesora le diría que no debe repetirse el sujeto (norma) en frases yuxtapuestas; le obligaría a elidirlo. Y haría bien, la profesora, por mucho que el niño diera la impresión de haber leído Corrección.
 
Porque Thomas Bernhard escribe mal sabiendo que lo hace mal. Es decir, parte de una retórica propia, y toda retórica supone una intención. Así, una carta escrita por un seudo-analfabeto es seudo-analfabeta en manos del que la lee; pero esa misma carta (se ha hecho muchas veces: Molina Foix en El abrecartas, por ejemplo) intencionadamente incluida en el marco de la ficción resulta, ahora sí, literaria (expresiva).
 
Adjudico al futbolista José María Bakero una de las frases más geniales de todos los tiempos (me han dicho en Formspring que no fue Bakero quien la acuñó, por cierto). Es esta: lo difícil no es hacerlo, lo difícil es pensarlo.
 
Aprovechando el fútbol, comentemos tres goles.
 
1. Maradona. Maradona metió un famoso gol a Inglaterra jugando mal al fútbol: como delantero, recibió la pelota en su propio campo (!), como miembro de un equipo no se la pasó a nadie nunca (!): regateó a cuatrocientos rivales y metió gol. Aplausos. Chapó. Literatura genial.
 
2. Zidanne. Zidanne espera un saque de córner al borde del área. La pelota le llega directamente a su posición (estrategia); Zidanne la golpea de primeras (técnica) y la cuela por la escuadra (talento). Olé. Gran literatura.
 
3. Pérez. Pérez sale al campo sin saber ni cómo va su equipo; tampoco sabe si juega de delantero o de defensa. En realidad, estamos en un partidillo del domingo. Pérez recibe la pelota y, sin pensarlo, le da una patada: la pelota golpea en el árbitro, luego en el larguero, luego en la cabeza del portero y entra. Gol. Risas. Mala literatura.
 
Nadie admira a Pérez por meter ese gol; sólo le admiraríamos si dijera (y entonces sería un genio): voy a salir y voy a meter gol chutando contra el árbitro, porque sé que la pelota golpeará el larguero y sé que la pelota golpeará la cabeza del guardameta, y entrará; o al menos intuyo que pasará algo interesante si disparo contra el árbitro.

La intuición también abre caminos en la literatura.

Ahora vamos con el asunto delicado. El lector del texto frente al lector del sentido. Yo y la traductora, y muchas más personas, frente a muchos lectores para los que el texto, su sintaxis, parece resultarles secundario. Nuestro problema (yo, traductora, otros) es éste: que tú no sepas escribir no significa que yo no sepa leer.

Me gusta que algo esté bien escrito, o que esté escrito de una forma que me provoque una recepción interesante, extrañadora. En el primer caso, esa buena escritura lleva a la transmisión limpia de la información (narradores puros: Hemingway, García Márquez, Vargas Llosa); en el segundo caso, lleva al núcleo de la psique -somos lenguaje- (prosistas puros: Samuel Beckett, Thomas Bernhard, Fernando Vallejo).

Para distinguir los bandos del debate nos sirve este sencillo test: ¿qué piensas tú de esta cita?:

Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su enorme trasero. La colmena. Camilo José Cela. (Nota: cito de memoria.)

Marque opción:

1. Nada. Qué voy a pensar. Una gorda en un café choca con los clientes. Como si pusiera: "Cuando Doña Rosa se mueve por su Café, tropieza con los clientes."

2. Me encanta. "va y viene": musicalidad; "por entre": dos preposiciones seguidas, anómalo, me atrae; "tropezando a los clientes": sorprendente, nunca había visto el verbo tropezar empleado con la preposición "a".

Disfruto mucho leyendo a Cela. Y César Vallejo es mi Dios: este poema suyo (LINK) es casi todo lo que diría sobre literatura en español si fuera posible explicarse sólo con un ejemplo. Es un poema hecho de sintaxis, de la sorpresa de la sintaxis, de escribir mal todo el tiempo. Así de mal.

Entiendo (y más: ¡respeto!) al lector del sentido, ese al que le da igual la forma gramatical en sí misma y gusta de escribir y leer bajo mínimos aceptables de correción y expresividad: si no, ni yo ni nadie apreciaríamos, porque los hemos leído traducidos, a Faulkner, Mishima, Tolstoi o Kafka. Evidentemente yo no puedo apreciar si la prosa de Tolstoi, su ruso, es mejor ruso que el ruso de Dostoievsky. Pero estoy seguro de que en Rusia tienen una opinión bastante distinta sobre eso: Nabokov dejó dicho que la buena fortuna de Dostoievsky en el mundo anglosajón se debía a que no lo habían leído en ruso (!).

Sin embargo, el lector del sentido (que es también el lector común) parece condescender en exceso con la mala redacción, al punto de que acaba negando que la literatura tenga que ver con escribir.

(!)

Veamos este extracto:

"Sabía lo que estaba pensando mi hija mientras me miraba hacer la maleta con sus penetrantes ojos negros y un poco asustados. Los tenía como su madre y los labios finos como yo, pero según se hacía mayor y su cuerpo se ensanchaba había acabado pareciéndose más y más a ella. Si la comparaba con fotos de Raquel de cuando tenía cincuenta años eran como dos gotas de agua. Mi hija pensaba que era un viejo loco y sin remedio obsesionado por aquel pasado que ya a nadie le importaba y del que no era capaz de olvidar ni un día, ni un detalle, ni una cara, ni un nombre, aunque fuese un largo y difícil nombre alemán, y sin embargo a menudo tenía que hacer un gran esfuerzo para recordar el título de una película." L.q.e.t.n., C. S.
El lector del sentido capta la información: un señor hace una maleta, su hija lo mira, su hija está asustada, su hija ha salido en esto a la madre y en esto al padre, el señor es viejo, está obsesionado con el pasado, recuerda con detalle muchas cosas del pasado, sobre todo nombres alemanes, los títulos de las películas no los recuerda...

Todo bien. El lector del texto también entiende eso, pero le da igual. No le interesa nada. Ha visto está película de novela en quinientas películas de cine. No va a seguir leyendo porque el texto está mal escrito. Porque sin el cliché (lo que se quiere contar es obvio) casi ninguna frase de la cita que he puesto más arriba tendría coherencia.

La coherencia que busca el lector del texto, frente al lector del sentido, es precisamente la que dimana de la propia escritura, no del hecho de que todos sabemos cómo son las relaciones padre-hija, y todos sabemos que el nazismo es muy malo, y todos sabemos que cuando llueve los tejados se mojan. El lector del texto exige que la novela cree el mundo, no que lo importe del catálogo de lo tangible.

En la cita, si nos atenemos a la sintaxis, parece que los ojos están dentro de la maleta (!), que los labios de la hija son finos como el padre (no como los labios del padre: sino como el padre, así en general) o que "sin remedio" nos vale tanto para loco como para obsesionado.

¿Puede excusarse este texto en la creencia de que la autora escribe mal aposta? ¿Puede excusarse que la crítica literaria no diga en ningún momento nada de cómo está escrita esta novela? ¿Estamos locos o, peor, somos talibanes, los cientos (¿miles?) de lectores que no podemos leer esta novela porque para nosotros resulta ilegible?

Y, ya que estamos, ¿qué es la sintaxis?

Les daré mi idea: la sintaxis es distribución de información. Es decir: claridad. Da igual el vocabulario empleado, incluso la riqueza o pobreza en las construcción de oraciones: sólo importa la claridad.

Ejemplo:

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo." Cien años de soledad, Gabriel García Márquez. (Nota: cito de memoria.)
El comienzo de la famosa novela de GGM es claro, pero no es sencillo. De hecho, es tremendamente complejo. Se retuerce el tiempo narrativo en una sola frase. Pero la frase se entiende porque está bien escrita. Probemos a escribirla mal:

1. "Muchos años después, el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, había de recordar cuando su padre lo llevó a conocer el hielo aquella tarde remota."

2. "Frente al pelotón de fusilamiento, muchos años después, el coronel Aureliano Buendía había de recodar aquella tarde remota en que conoció el hielo porque su padre lo llevó."

3. "El coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, había de recordar que su padre una tarde remota lo llevó a conocer el hielo."

Apenas soy capaz de creerme que haya lectores a los que la mala escritura nº1 les valga lo mismo que la escritura original. Tampoco me creo que leyendo el ejemplo nº2 el lector no alce las cejas y se pregunte: ¿Lo llevó, el qué, el hielo a la casa para que lo viera el hijo o al hijo al lugar donde estaba el hielo? Al parecer, da igual: el hijo conocerá el hielo en cualquiera de los dos supuestos (!). Sobre el ejemplo nº 3 no quiero ni pensar, la verdad.

Olvidándonos de la procedencia de los dos textos citados líneas más arriba, y de quiénes son sus autores, ¿no resulta obvio que hay una distancia abismal entre lo del coronel y lo del señor que hace su maleta? ¿Y no resulta obvio que esa diferencia no tiene nada que ver con que la historia de un coronel sea más interesante que la historia de un nazi, sino con el estilo? ¿No es precisamente eso lo que hace que casi todas las buenas novelas, llevadas al cine, den en películas malísimas, el hecho de que no eran buenas por la historia, sino por la textura?

Dado que tantos autores de escritura chapucera ponen a García Márquez, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar como sus referentes, cabe preguntarse: ¿qué se supone que apreciaron en la lectura de sus obras, su imaginación desbordante? ¿No se dan cuenta de que los personajes de García Márquez no vuelan gracias a la imaginación de su autor sino gracias a que el autor pone en la nuestra las palabras exactas?

El hecho de que los best-sellers (con cocodrilos) estén tan mal escritos que casi creen miopía no me incomoda tanto como el hecho de que algunas propuestas literarias de cierta enjundia se vean -por ello mismo quizá- dispensadas de la obligación de presentarse ante los lectores con un mínimo de aseo sintáctico, aseo que supuestamente los críticos literarios estaban encargados de constatar, ditirambos rutinarios al margen. No lo hacen; nunca lo hacen; ni siquiera los propios escritores lo hacen, obnubilados por la menudencia de si el escritor es moderno o antiguo, de si pone nudos en la trama o mete una foto. Las palabras parece que sólo pasaban por allí.

La literatura, sin embargo, viene dispensanda en artefactos llamados libros donde no hay otra cosa que palabras.

No hay otra cosa que palabras.

¿Lo han notado? Una palabra detrás de otra. Pone "dragón", pero no hay un dragón; pone "la casa era roja", pero no hay ni siquiera una casa. ¿Lo han notado?

Es un hecho fascinante que los libros sean cosas que se escriben; que en realidad no haya nada dentro, salvo lenguaje.

Es fascinante aquí y ahora, sarcásticamente, cuando en lugar de una perogrullada parece un disparate esperar de un escritor que sepa escribir.

Nadie espera de un lector que sepa leer; sin embargo, en una muestra de optimismo impropia de mí, les aviso: saben.

Cuidado.
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*Origen del post: una charla con Antonio J. Rodríguez sobre literatura de nuestro tiempo; referencias de Antonio J. Rodríguez a un artículo de Javier Calvo en Sigueleyendo.es; una charla ayer con Juan Aparicio-Belmonte y Federico Guzmán Rubio.

*Aclaraciones obligadas: No he leído finalmente el artículo de Javier Calvo, titulado Los que escriben mal (LINK) por pereza mental; la web que lo aloja suele animar confrontaciones gratuitas con habilidosa brevedad; por ello me apresuro a matizar que este post no se escribe en respuesta a ese artículo, dado que no sólo no lo he leído, sino que Javier Calvo, cuya sintaxis a menudo me desconcierta, ha dado muestras sobradas de lo bien que escribe en Corona de flores, particularmente.

*Notas:

1. Estoy totalmente a favor de que en las novelas se incluyan todos los elementos que el formato permita. Ya lo hacía Sterne hace 300 años; no ponía fotos porque no podía: seguro. No incluyo este matiz en la parte final de post porque quebraba su contundencia. Tampoco obsta esta concesión a rayas, fotos, espacios en blanco, tipografía alocada (vídeos en los ebook) para que la prosa a la que hace compañía atienda a un mínimo de aliento literario, dado que todos recibimos a diario suficiente basura en el correo.
2. Considero que muchos lectores del sentido no se dan cuenta de que en realidad un libro les ha gustado por el estilo.
3. Y añado finalmente que la licencia intelectual de apuntar que la literatura es "escribir mal" no justifica cualquier texto literario. Del mismo modo que el Dogma de Lars von Trier no convirtió en cine todos los vídeos de bautizos.

*Honores esperados

1. La web Sigueleyendo, en riguroso acatamiento de su nombre, no fue capaz de seguir leyendo este post, motivo por el cual no vieron que, en efecto, los citaba. Me dedican uno de los infantiles enlaces de su carrusel de noticias ajenas, tan interesante unas veces como sonrojante en otras. Aquí.
2. Sí, la web Sigueleyendo (nos), en riguroso acatamiento de su... inteligencia... me dedica uno de sus... supuestamente graciosos enlaces... dirigido a este post con la consigna Que lo sepan, que me traducen... incongruencia muy propia de alguien... que sigue leyendo (se)... y no sabe, por tanto, leer. Aquí.