domingo, 18 de noviembre de 2012

-------------------->[Próximos conciertos] [update]

 Y otro evento, el martes 4 de diciembre Fnac Callao, 19.30...



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Querido desierto de seis meses ("Desierto estoy de mí", Quevedo):

No he pasado mucho por aquí durante 2012 y espero subsanar esta ausencia el año que viene, más que nada porque el 13 siempre invita a la escritura. Si reaparezco puntualmente es para airear un poco el blog y cambiarle los carteles. Más que anunciador, este post es decorativo. Vean y posen.

1. A finales de noviembre, la colección Flash de Random House Mondadori sacará a la venta -en formato ebook, obviamente- mi librito 98% sexo -10mil palabras-. Esta es la cubierta:



2. Unas horas después -todo está estratégicamente programado- aparecerá en papel Pose, un "díptico modal" que publico junto a La Uña Rota, editores con los que hacía tiempo que quería colaborar. Segovia connection! Ésta -o algo muy parecido- será la cubierta:




3. Diseño sueco. No me resisto a mostrar el diseño a lo Ikea de un libro de ensayos sobre la crisis que ha publicado la editorial Astor Forlag. Se titula Kris. Mi comparecencia pudo deberse a un error de apreciación política del editor, pues no me cabe duda de que hay en España escritores de izquierdismo más demagogo y borreguil del que uno mismo pueda representar. Tentadoramente traducible, este volumen, por cierto.


y4. Cromos ajenos. El próximo martes 27 de noviembre, en Tipos infames y a las 7.30 pm, presentaré la novela Será mañana, de Federico Guzmán Rubio, bajo el patrocinio de Lengua de Trapo. Estampa:



Entradas ya a la venta

lunes, 14 de mayo de 2012

El pinchadiscos

Hace unas semanas, al jubilar algunos muebles de la casa, me encontré, dentro de un pequeño armario, con una pila de ejemplares del suplemento El Cultural. Databan todos del año 1999/2000. Por aquel entonces, yo acababa de publicar mi primera novela y era lo suficientemente joven como para interesarme por lo que decían acerca de ella, y por lo que decían acerca de las novelas de los demás, y por quién decía todo eso y por los gustos sucesivos de uno que otro crítico.

Hojeé los viejos ejemplares de El Cultural, repartidos antaño con La razón. El efecto que me produjo esta prospección era previsible: sic transit gloria mundi. Decenas de escritores vieron en El Cultural alabadas sus novelas, y hasta recibían maldiciones como estas: “un escritor a tener en cuenta”, “seguiremos con suma atención la trayectoria de este autor”, “un novelista que dará que hablar”. Casi sin excepción, todos estos escritores desaparecieron.

Los críticos que echaron aquellas maldiciones, sin embargo, siguen a día de hoy escribiendo en El Cultural; escribiendo exactamente las mismas palabras fatales y los mismos elogios, idénticos vaticinios y condenaciones.

Yo ahora atiendo poco a la prensa literaria; apenas la hojeo. Me interesa con frecuencia saber cómo es recibida una novela, pero para saberlo me limito a leer el último párrafo de las reseñas que se le dedican. Normalmente es en ese punto donde el crítico se permite un juicio contundente, portátil. Sin embargo, muchas veces, ni leyendo la crítica entera me acabo de enterar de si la novela que se comenta le ha gustado o no a un señor.

Así las cosas, el único motivo por el que, ocasionalmente, llego a leer entera una reseña literaria tiene que ver con su propia escritura: me recreo con lo que el crítico tiene que decir, y con cómo lo expresa, y no tanto con el modo en que acomete la rutina de inflar un me gusta / no me gusta / no sé si me gusta para cumplir con el expediente, y ganarse el jornal.

En estos momentos, no sería capaz de nombrar a muchos críticos a cuyas reseñas recurra para una lectura íntegra, en verdad. Esto se debe a que el ejercicio de la crítica, si bien no requiere de invención, sí necesita creatividad, y en ese punto el texto crítico se asemeja al texto literario, pues ambos se enfrentan de continuo al reto de seducir a sus lectores, que ya han visto muchas veces expresiones como “rostro surcado de arrugas” o “la musculatura de la prosa”, y demandan algo más.

El crítico, el viejo crítico, fatigado tras tantos años de veredictos y degollamientos, asiste entre resignado y dignísimo al declive de la propia inspiración, a la fosilización de su vocabulario y a la suficiencia de su saber hacer, que le permitiría, si así lo deseara, escribir una reseña sobre una novela después de leer tan solo las solapas, tropelía intelectual que su férreo sentido moral le impide cometer, empero.

La crítica tradicional, qué duda cabe, se encuentra estos días en proceso de consunción, si no de extinción, y sobre ello se ha escrito y debatido ya mucho en los propios periódicos. Sin embargo, recientemente, un par de voces ganosas de resistencia han redirigido las lamentaciones del gremio hacia los nuevos soportes de opinión, los blogs o bitácotas personales, en la creencia de que, si acaso no fueran los culpables de esta merma en la atención que la sociedad ha asestado a los zoilos y a sus veredictos, al menos sí sirven como un cómodo saco de arena sobre el que desahogarse.

Los agresivos vocales a que me refiero son, lógicamente, Alberto Santamaría e Ignacio Echevarría. Ambos, de aquella manera, me han mencionado en sus escritos. Echevarría, concretamente, me menciona con frecuencia.

La primera de esas menciones fue hace bastante tiempo. Al parecer, Ignacio Echevarría no podía dejar de afearme que, en una entrevista, yo afirmara que ser leído por 500 personas me desalentaba enormemente. Él, si no lo entendí mal, echó mano de ese código de pureza estética que asiste a las mentes más rigurosamente entregadas a la vigilancia del trabajo ajeno y me instruyó en los protocolos literarios dignos de tener en cuenta por un escritor genuino, frente a las preocupaciones banales y de todo punto irrisorias de un simple escribidor. El asunto, a mi juicio muy ridículo, lo dejé estar prácticamente, sobre todo a sabiendas de que Ignacio Echevarría, justo después de escribir su artículo, iría a comer con algún escritor amigo, y que de lo único de lo que hablarían sería de ventas.

Sin embargo, esta lección que me dio don Ignacio sirve ahora como irregular piedra de toque para sus propias tribulaciones. Si el escritor ha de escribir con la única expectativa de que el crítico Ignacio Echevarría lea su libro, y nos diga lo bueno que es, quizá el crítico debería escribir con el único anhelo de que el escritor cuya novela reseña lea dicha reseña y le dé las gracias, una tarde que se crucen en la calle. Me pregunto por qué un crítico puede defender para sus reseñas o comentarios la necesidad o conveniencia de un público amplio, y el escritor para sus libros no, y por qué ahora 500 personas leyendo crítica literaria no son suficientes, y sí lo eran para la novela de un fulano. Al menos ese fulano ha escrito trescientas páginas, y no folio y medio.

Bueno, pues el lío ahora es, como dije más arriba, el enfrentamiento con los blogs literarios que inició desde la universidad de Salamanca Alberto Santamaría y que, desde hace unas semanas, viene secundando don Ignacio. Parece obvio que estas andanadas contra la red surgen de la evidencia de que determinados blogs literarios son masivamente leídos -desde la generosidad semántica de considerar masa a los lectores que queden en nuestro país-. Por darles un dato, un blog sobre libros que alcance cierta popularidad puede tener unas mil visitas al día; a veces dos mil; a veces, incluso tres mil. Eso hace un total anual de más de trescientas mil visitas, que no son trescientas mil personas diferentes, pero sí, desde luego, más de 500.

No sé ustedes, pero yo dudo mucho que Alberto e Ignacio se hubieran preocupado de desprestigiar a determinados blogs literarios –los más leídos- si estos no tuvieran a día de hoy una influencia real; esto es, más lectores que ellos.

El descrédito lo troquela Santamaría con dos palabras: conservador y kitsch. Se trata de estigmatizar a estas bitácoras con los apelativos más apestados: ¿quién quiere ser conservador; quién, hortera? Echevarría reproduce buena parte del post de Santamaría en su artículo De la crítica en internet, con lo que nos encontramos a un profesor de la inveterada Universidad de Salamanca y a un crítico literario con treinta años de reseñas pagadas en los periódicos de papel acusando a ciudadanos ociosos que escriben gratis en Internet, que a nadie le rinden cuentas ni le deben pleitesía, de conservadores. No sé a ustedes qué perfil se les hace más conservador; más, en puridad, establecido.

A mi juicio, de algo tan natural como la frustración personal de no ser leído surge, en el caso de Santamaría –y no en vano hace pie su virulencia en una encuesta de El Cultural sobre mejores blogs literarios, donde el suyo no figuraba, y sí el de esos blogueros conservadores y kitsch-, una maquinaria de trituración conceptual que, contrachapada de Walter Benjamin, oculta lo mejor que puede su propio mecanismo motivador. Es ahí, además, donde encontramos precisamente las razones por las cuales los textos de crítica literaria tal como le gustan a Ignacio Echevarría se leen cada vez menos: son, simplemente, aburridos.

Walter Benjamin, tan solícito, también es mencionado a menudo en los artículos de Ignacio Echevarría y, no siendo esta la única concordancia textual con los post de Santamaría -como veremos-, me lleva a cuestionarme si resulta adecuado y no digamos ético hacerse eco –y pega- de decenas de renglones de Benjamin –o de otros- cuando a uno sólo se le pide en el periódico rellenar por sí mismo unas cien líneas. Si de un largo ensayo –o uno corto- se tratara, la herramienta del argumento de autoridad sería comprensible; pero, en folio y medio, parece incluida de matute.

Como digo, no sólo cuentan con los mismos teutones tutelares, don Ignacio y don Alberto, sino que también disponen de un estilo, para más inri, indistinguible: el estilo estándar del intelectual de toda la vida.

En este estilo, la frase ha de ser larga y enrevesada, concienzudamente conceptual, hasta lindar en la aporía; el vocabulario, excluyente; y, sobre todo, no ha de darse cabida al humor.

Con un ejemplo lo vemos más claro: "Intenet ha desarrollado, en el marco de la literatura y de las artes, un modelo de crítica kitsch. Lo kitsch lo tomamos aquí en su sentido primitivo: como aquello que se asienta en su ser efecto puro; como aquello que disfruta (de sí mismo) en el darse como efecto. De esta forma, lo kitsch lo entendemos como el proceso por el cual se acepta como normal en la política literaria del momento elementos que aparecen únicamente con el afán de su efectividad.Dicho de otro modo: lo kitsch es la cultura conservadora del efecto sin contenido, que llevado al territorio de la crítica supone, precisamente, la retirada de lo crítico." (A.S.)

Seguramente, cambiando kitsch por pulp, trash o camp el párrafo simularía de manera parecida su solvencia; quizá, si trocáramos kitsch por punk, el párrafo tendría algún sentido. Pero ni pulp ni punk son extranjerismos que socaven la imagen de los blogs que se trata de estigmatizar –pulp y punk molan-; sólo kitsch cumplía ese objetivo.

El post de Santamaría, en primera instancia, generó varios comentarios desafectos con su tesis; a estos comentarios, Ignacio Echevarría los ha calificado, en efecto, de imbéciles.

Veamos por tanto un comentario que no es imbécil, sino que está de acuerdo con Alberto Santamaría e Ignacio Echevarría. Atiendan al tono: "Me parece que ninguno [de los comentaristas anteriores] ha leído muy bien el texto de Alberto. Ni siquiera Javier Calvo, que lo malinterpreta desde el inicio –los demás se limitan a hacer eco del malentendido-. El texto NO va de crear una separación entre crítica académica y crítica amateur (popular, bloguera, etc.). El texto NO va de hacer un control policial de la crítica, por favor. El texto simplemente describe una práctica de banalización del ejercicio de la crítica a través de una gestualidad del efecto puro cuya apariencia rompedora sirve de maquillaje a una estrategia conservadora y cínica. Para decirlo con más sencillez: esta gente es a la crítica lo que Jeff Koons es al arte contemporáneo."

El tono: altivo, soberbio, engreído, despectivo, excluyente, aleccionador, irrespetuoso, sobrado, redicho, mayúsculo (NO; NO).

Noten la mímesis: El correligionario le explica el post a los comentaristas que discrepan de él –incluso a Javier Calvo; noten el trato preferencial- con las mismas palabras con las que está escrito. Al parecer, estas figurillas de porcelana de la inteligencia apenas aceptan otra forma que aquella en la que se fraguan, pues, como estilemas recocidos que son -y al igual que las piezas de Lladró- sólo encierran aire.

Echevarría, después de glosar este texto de Santamaría, escribió otro artículo sobre el asunto. Su título era El crítico como disc-jokey, encabezado algo confuso si atendemos a que sus tutores de ahora le susurran las ideas desde 1936 y desde 1968; quizá El crítico como pinchadiscos hubiera despistado menos.

Si bien apuntalar una opinión acerca de las bitácoras personales on line en textos anteriores a la propia creación de internet se me antoja algo estrambótico, llama aún más la atención que buena parte de esas ideas adoptadas y manipuladas para armar el discurso propio exuden semejante viscosidad aristocrática; en resumidas cuentas, interpreta uno que Echevarría está muy disgustado porque cualquier “imbécil” pueda opinar libremente en internet, y encima sobre libros; y encima, en ocasiones, con influencia.

Aquí a don Ignacio se le escapan muchos matices, fruto sin duda de su desconocimiento del medio. El primero de ellos lo encontramos en el dato de que actualmente en todo el mundo hay unos quinientos millones de blogs, por lo que abrirse un blog –y más acerca de literatura- no deja precisamente a las puertas de la gloria intelectual, sino en la mesa camilla de la tertulia con amigos. A diferencia de firmar artículos en El País o en El Mundo, la firma en un blog no adjudica un público previo, no se da uno por leído sólo por estar ahí, como es el caso de las tribunas periodísticas tradicionales, sino que se genera ese público con el propio trabajo, que requiere de constancia y de ciertas dotes de gestión.

Además, no cuenta el bloguero con editores o correctores, ni mucho menos con consejeros, por lo que si escribe “inflinge” (como Luis Goytisolo en la página 915 de Antagonía, edición a cargo de Ignacio Echevarría, 2012) numerosos lectores le afearán públicamente el estropicio, y no harán la vista gorda como ha sucedido en los últimos treinta años en tres ediciones distintas –Seix Barral, Teoría del conocimiento, 1981, pág. 18; Alfaguara, Tomo II, pag. 360- con la falta de ortografía que indico entre comillas.

Es probable, en definitiva, que los tiempos que corren no sean los más adecuados para la prosa apretujada y displicente que practica Ignacio Echevarría, toda vez que, tanto sus textos como los de Alberto Santamaría, uno puede llegar a disfrutarlos si se los toma con calma. Porque los blogs literarios que ambos se han molestado en avillanar son antes que nada simpáticos, vivaces e inmediatos, y mucho más atentos a las novedades editoriales de lo que parecen estarlo los mismos críticos literarios oficiales. Esta simpatía, y esa atención a lo que ahora mismo propone la industria editorial española, nos da las claves de por qué el lector curioso los visita y de por qué los sellos literarios han acabado por enviarles sus libros y por citar sus reseñas en sus notas de prensa, amén de difundirlas en facebook.

No hay más misterio.

A pesar de ello, Ignacio Echevarría plantaba un “1” a su artículo del pasado viernes, por lo que habremos de esperar al viernes que viene -a ese “2” incontinente- para conocer con precisión los extremos a los que puede llegar la visión estamental de la libre lectura.

martes, 8 de mayo de 2012

Todas las proposiciones valen lo mismo

Soy escritor.

Soy un buen escritor.

Soy un mal escritor.

En realidad, no soy escritor.

No me siento orgulloso de mi obra.

Me siento muy orgulloso de mi obra.

Escribo este post para autopromocionarme.

Gestiono este blog para autopromocionarme.

No gestiono este blog para autopromocionarme.

No escribo este post para autopromocionarme.

No soy famoso.

Soy famoso.

Ejército enemigo es un gran libro.

Ejército enemigo es un mal libro.

Me gusta tu libro.

No me gusta tu libro.

Admiro el 15M.

Detesto el 15M.

Soy un héroe literario español.

No soy un héroe literario español.

Me gusta tu libro.

No me gusta tu libro.

Eres un escritor honesto.

No eres un escritor honesto.

Eres pobre.

Eres rico.

La crítica te ha puesto muy bien.

La crítica te ha puesto muy mal.

El Adelantado de Segovia es el diario de referencia de España.

El Adelantado de Segovia no es el diario de referencia de España.

Daría un brazo por escribir un best seller.

No daría un brazo por escribir un best seller.

Es escritor, ha escrito 40 folios.

Es escritor, ha escrito 60 folios.

Es escritor, ha escrito 8 novelas.

Es escritor, no ha escrito ningún libro.

Es escritor.

No es escritor.

No es escritor, ha escrito 8 novelas.

No es escritor, no tiene 500 lectores.

Tengo 500 lectores.

No tengo 500 lectores.

Tengo 501 lectores.

No tengo 501 lectores.

Soy un muerto de hambre.

No soy un muerto de hambre.

Es editor.

No es editor.

Es crítica literaria.

No es kitsch.

No es crítica literaria.

Es kitsch.

Nicanor Parra es poeta.

Nicanor Parra es un payaso.

Es un buen poema.

No es un buen poema.

No es poeta.

Es poeta.

Es premio Cervantes.

Es premio Cervantes.

Son las 14.11 horas.

No son las 14.11 horas.

Esto es un post.

Esto no es un post.

Soy un paleto.

No soy un paleto.

Soy de Segovia.

Eres de Madrid.

Soy escritor.

Eres escritor.

No eres escritor.

Yo me he hecho a mí mismo.

Yo no me he hecho a mí mismo.

Tú te has hecho a ti mismo.

Tú no te has hecho a ti mismo.

Yo dije eso.

Todas las proposiciones valen lo mismo.

Yo no dije eso.

Todas las personas valen lo mismo.

Todas las personas no valen lo mismo.

Todas las proposiciones valen lo mismo.

Lo mismo valen todas las proposiciones.

No se admiten comentarios.

No se admiten comentarios.

Todos los comentarios que no se admiten valen lo mismo.

lunes, 5 de marzo de 2012

Silencio

Después de asistir al Encuentro de Blogs literarios del pasado sábado en Madrid (link), parece interesante comentar aquí, con más sosiego y sintaxis, algunas ideas en torno a blogs y literatura.

Al pie del post he colocado -colocaré- un esquema sobre lo que entiendo yo por blog literario. En este post quiero centrarme, sin embargo, en algunos casos particulares de blog literario y en algunas discrepancias surgidas en la charla en la que participé.

El caso más particular de blog literario es el que yo llamaría "blog literario puro". Sería este un blog donde alguien escribiera ex profeso lo que el buen saber y entender consideraría literatura. Es un caso especial porque, en cierto sentido, resulta inviable.

Las dinámicas y protocolos de la escritura son esencialmente opuestos a los de los blogs. Escribir es una larga concentración interrumpida que sólo se da por finalizada con el gesto de publicar. Gestionar un blog, sin embargo, es publicación constante. Enfrentar ambos recorridos crea cortocircuitos tanto en una como en otra actividad. Uno no puede escribir satisfactoriamente cada día; tampoco puede ir enseñando lo escrito sin perjuicio de lo que resta por escribir; por citar un tercer aspecto: la corrección que merece todo texto se entiende como impertinente una vez que el texto se ha hecho público.

Sin embargo, un blog no es tal si no expone algo semanalmente. Tampoco participa de la naturaleza del blog la imposibilidad de incorporar lectores in media res, sin necesidad de una lectura íntegra de sus contenidos. Finalmente, creo intuir que la naturaleza online de un texto parte de un detalle específico que puede resultar anecdótico para muchos -no para mí, obviamente-, y es este: el texto del blog se escribe en el propio espacio en blanco del editor de contenidos de la bitácora. Escribir, por ejemplo, en Word, y después pegar el texto en el blog, no es bloguear; es simularlo.

Así las cosas, parece lógico entender la hermandad surgida entre el blog y el diario, y la práctica inexistencia de blogs de creación literaria que ensanchen su sentido por la acumulación de posts. En rigor, los posts multiplican el sentido del discurso, que es siempre efervescente y -vi esta palabra en algún sitio- hodiernista, esto es, ávido del día, fanático del presente, sin historia.

La dificultad de llevar un blog regularmente donde la creación sea protagonista -la creación ex profeso, repito- es lo que hace que la escena blog española la protagonicen blogs de reseñas literarias o comentarios al paso de la actualidad del mundillo. Es más fácil opinar que crear.

En la charla en la que participé junto a Javier Avilés, fueron los otros dos participantes los que más oposición mostraron hacia las virtudes o bondades de los "blogs literarios". Luis Magrinyá nos dejó descolocados con una afirmación similar a la siguiente: "Qué manía la de publicar todo el tiempo; yo publico cada cinco años, no podría decir algo todos los días. ¿No os estresa esa obligación de alimentar diariamente el blog? ¿Por qué hay que estar siempre diciendo algo?"

Creo que fue aquí cuando hablé de que esa obligación, ese estrés, no existen. Propuse que el blog se adapta al carácter de algunas personas, que podemos interpretar, en lo que nos toca para este post, como dotado de cierta capacidad para generar texto facilmente. A fin de cuentas -y salvando distancias-, siempre hubo autores que acababan una novela al año y autores que escribían una sola en toda su vida. Por otro lado, es bastante dudoso que los autores que no publican habitualmente muestren deferencia alguna hacia el público o un pudor particular a la hora de mostrar sus creaciones. Tan romántico se me hace pensar que hay escritores que efectivamente escriben a diario y que luego seleccionan "lo mejor" de su producción en los últimos seis o siete años para darlo a la imprenta como tremendista considerar que hay quien se flagela y tortura y hasta indigesta a voluntad para cumplir con una continuada presencia verbal en librerías o en su propio blog. Creo que todo es más simple, y que, en cuanto al asunto que trato, los blogs han venido a disponer una vía de escape para aquellas personas que, mal que bien, disfrutan escribiendo y lo hacen a diario y con soltura. [Comentario al margen: no tengo noticia de que ningún escritor de la historia, una vez muerto, haya dejado en herencia una tonelada de literatura por él desechada, frente a una obra efectivamente publicada de escasos volúmenes. Si pensamos en los inéditos que aparecieron después de la muerte de Roberto Bolaño, encontramos justamente el caso contrario: alguien que publicó mucho dejó también mucho sin publicar. Alguien que publicó poco suele dejar también poco inédito; normalmente nada. Maldad también al margen es la de comprobar -no así con Magrinyá, obvia y amorosamamente- cómo esas obras aplazadas y esperadas, depuradas a lo largo -dicen- de años no son muchas veces mejores que una obra cualquiera, y tantas veces son en verdad pésimas, con todo y la demora.]

La creencia de Luis Magrinyá de que hay en los autores facundos una especie de disciplina inglesa o calistenia literaria matutina fue seguida -o pudo serlo- por la creencia a su vez de Constantino Bértolo de que un blog se hace por márketing o automárketing o promoción. Aquí también discrepé -en la medida en la que uno se permite discrepar de alguien de tan imponente inteligencia-.

Afirmé que uno puede abrirse un blog en cualquier momento y escribir sobre su propia vida durante meses y, con suerte, alcanzar una media de visitas mensuales de unos 50 internautas; seguramente 40 de ellos llegaron al blog por error. Esto quiere decir que un blog -entre 500 millones de blogs que hay en el mundo- difícilmente puede considerarse ab ovo como herramienta de autopromoción. Incluso un blog firmado por un autor o periodista conocido -digamos, su nombre en medios de tirada nacional- carece por completo de visibilidad en sus primeras semanas y meses; a veces incluso años.

Dejando de lado otras características, hay que notar -y valorar- la diferencia que hay entre abrir un blog y gestionarlo con tino y abrir un blog y dedicarse a pasear el propio NickName por todos los blogs del propio entorno -el literario, en este caso- dejando comentarios cuyo fin muchas veces no es decir nada, sino posibilitar en un sólo clic el descubrimiento del propio blog. Eso, en efecto, y sin mayores escándalos, es promoción.

Si se considera que Hikikomori, por ejemplo, es un blog que yo hago para autopromocionarme, también debería considerarse que cada vez que pongo un pie en la calle me estoy haciendo promoción. Promocionarse no es "estar", sino "dónde" estás. Si yo pusiera un pie en la calle cada día, no para ir al Pepe Botella o a comprar el pan, sino para asistir a los 400 eventos literarios que hay en Madrid a la semana, entonces sí que salir de casa sería en mi caso "hacerme promoción".

Por ello, afirmé -nuevamente con simpleza occamiana- que la gente que escribe un blog lo hace porque le sale solo, y ya está.

En este punto sugerí que el blog completa el círculo de la literatura de tal forma que resulta en sí mismo autoralmente satisfactorio. Esto es: se escribe, se publica, se es leído. No hay prestigio -o al menos no el que otorga un sello editorial- ni hay dinero -el contenido se ofrece gratuitamente-. Por ello, consideré la broma de entender los blogs de creación literaria como un favor que la tecnología ha hecho a los editores, dado que muchos aficionados a la escritura pueden prescindir perfectamente de su concurso toda vez que, repito, no necesitan conseguir ni prestigio ni dinero por sus textos.

Aquí Constantino Bértolo opuso que, muy al contrario, los blogs había extendido el vicio de escribir y que, por tanto, acababan llegando más manuscritos a su mesa que antes. Sobre si las cosas que salían en los blogs podían considerarse narrativa, y no digamos una forma nueva de la misma, Bértolo consideró imposible este extremo, dado que los blogs son abusadores del presente, y, según él, "el narrador de toda novela es el tiempo", y no puede narrarse en un presente -esto me lo invento, o reinterpreto- que no es ni continuo ni acumulativo, sino simples alfilerazos verbales superpuestos.

Esta objeción, muy interesante, nos indica en definitiva que los blogs no se han hecho para escribir novelas -seguramente, como pasa con Twitter, nada tecnológico se hace en realidad con un fin específico, sino con mucha manga ancha de cara al usuario, en el que, en verdad, se delega toda la imaginación- sino para contar por contar y para dar señales de vida cada tanto: escribir es respirar en el mundo digital.

Juan Aparicio-Belmonte, en otra charla, dijo que los blogs no son un género literario, pero que algunos géneros literarios se adaptan particularmente bien al formato del blog. Estos son el diario y la reseña (si entendemos por género literario el ejercicio de la crítica). Se habló de fragmentarismo, y en este caso no creo que pueda apelarse al fragmentarismo como una opción estética, sino como una restricción técnica procedente de la morfología del blog.

En cuanto a los blogs que hablan de literatura, hace semanas Alberto Santamaría señaló que internet "ha desarrollado un modelo de crítica kitsch" en referencia a esos blogs que opinan de libros con desenfado, ligereza, sin andamiaje teórico y, tantas veces, en lenguaje coloquial o hasta argot callejero. Por un lado, parece difícil validar la afirmación de que internet ha creado algún tipo de crítica literaria. Los blogs con estas características forman parte de un árbol genealógico de origen antediluviano: La fiera literaria->los fanzines->los pasquines->los panfletos->los goliardos->los yambógrafos. Esto es: siglo XXI, años 80, siglo XIX, siglo XVIII, siglo XIII, siglo VII (a. d. C.).

El calificativo de "kitsch", justificado porque en estas bitácoras se busca  "el efecto puro", tampoco parece muy atinado. Justamente el "punk" se adecuaría mejor a la definición "efecto sin contenido"; casi cualquier etiqueta (trash, gore...) de este catálogo de extranjerismos de la cultura popular se aviene con mayor precisión a un blog de crítica literaria no tradicional que kitsch. Por no hablar del "épateur le bourgeoisie" de los simbolistas.

Ahora pondré el esquema de blogs literarios que se me ha ocurrido. Sea más o menos útil, lo que parece innegable a día de hoy, con tantas facilidades para decir y escribir, y para publicar (blogs, redes sociales, Kindle Direct Publishing), es que el silencio no tiene futuro.


BLOGS LITERARIOS:
1. BLOG DE CREACIÓN
por contenido
1.1. Texto hecho ex profeso.
1.2. Texto recuperado.
por autoría
1.1a Autor con obra publicada..
1.2a Autor sin obra publicada.
por género
1.1b Poesía
1.2b Relato
1.3b Novela
1.4b Diario
2. BLOG DE RESEÑAS
por contenido
2.1 Reseñas ex profeso
2.2 Reseñas republicadas
por autoría
2.1a Autor reconocido
2.2a Autos desconocido
por intención
2.1b Analítica
2.2b Paródica

domingo, 19 de febrero de 2012

[mini agenda]

1 DE MARZO

3 DE MARZO


#EncuentroBlogsLiterarios


PROGRAMA
Madrid, 3 de Marzo, en MediaLab Prado
11h 00 
Apertura
Gonzalo Garrido. Escritor. Blog Literatura basura.
Belén Bermejo. Editora de Espasa Ficción. Blog La amena biblioteca de Redfield Hall.
11h 15
A qué llamamos blogs literarios-Panel
Paloma Bravo. Escritora. Blog La novia de papá.
David Pérez Vega. Escritor. Blog Desde la ciudad sin cines.
Pilar Adón. Escritora. Blog Leo en el océano.
Jordi Corominas. Escritor. Blog Jordi Corominas.
Julián Rodríguez. Escritor. Editor de Periférica. Blog de Julián Rodríguez.
Ainize Salaberri y Jenn Díaz. Escritoras. Editoras revista Granite&Rainbow.
Modera:
Daniel Arjona. Periodista de El Cultural.
12h 15  

Qué aportan y cómo influyen en la narrativa
actual--Entrevista a 4
Alberto Olmos. Escritor. Blogs Lector Mal-herido y Hikikomori.
Javier Avilés. Escritor. Blog El lamento de Portnoy.         
Constantino Bértolo. Escritor. Editor Caballo de Troya.
Pregunta
Luis Magrinyà. Escritor. Editor de Alba.
13h 00  
Break
13h 15  
¿Puede convertirse en un género literario?-Panel
Enrique Redel. Editor de Impedimenta.
Gregori Dolz. Editor de Alrevés.
Juan Aparicio Belmonte. Escritor.  
Sergio del Molino. Escritor. Blog de Sergio del Molino.
José Antonio Valverde. Librero.
Modera: 
José A. Muñoz. Director de Revista de Letras. 
14h15
¿Tiene sentido editarlos en libro? ¿Cómo se
comercializan los blogs?-Panel
Eduardo Laporte. Escritor. Blog  El náuGrafo digital.
Imma Turbau. Escritora.
Emi Lope. Editora Plaza & Janés.
Amalia López. Editora Sinerrata. 
Jorge Degeneffe. Jefe compras del departamento de librería de Hipercor. 
Javier López. Librero La Independiente.
Modera:
Antonio Lucas. Periodista de El Mundo. 
15h 00
Finalización
19h 30  
Vino en La Independiente y firma de libros 
autores

jueves, 2 de febrero de 2012

Creer que has muerto

El lunes por la noche creí que me había muerto. Llevo varios meses con unos dolores inexplicables en la parte izquierda del pecho, agarrados al corazón o, quizá, al pulmón izquierdo -tan importante me creo- y, sin embargo, no había acudido al médico para que me confirmaran la dolencia cardiaca, sino que había asumido ya que era algo grave y que habría de sobrellevar ese dolor día a día hasta algún desenlace irremediable, como cuando me monto en un avión y sé que se va a estrellar, y sin embargo no corro a buscar a la azafata para que me deje salir de mi propia muerte, sino que me resigno a ella con humildad.

Pero el lunes los dolores dieron en calambres todo a lo largo del brazo izquierdo. Me notaba "raro", que es lo mínimo que tiene uno que notar cuando se ha muerto. Me llevé la mano al corazón y no me encontraba el latido. Como he escuchado últimamente muchas historias de ataques al corazón entendí claramente que yo tenía uno. No quería ser menos que mis mayores.

Así que me puse pálido y consideré que me quedaba media hora de vida. Al parecer a uno le da un ataque al corazón y puede hasta llamar por teléfono; no te quedas inerte en tu casa solitaria hasta que te encuentra un familiar después de dos semanas. Yo no llamé por teléfono sino que fui al cercano Hospital Doce de Octubre. Cuanto más cerca estaba del Hospital Doce de Octubre más muerto me sentía.

La palabra URGENCIAS me confirmó que estaba totalmente muerto. La vi y empecé a arrastrarme en busca de alguna bata blanca. En la recepción no había muchos muertos, me acerqué al mostrador y mostré mi tarjeta sanitaria. La señora me atendió con tal parsimonia que tuve que decirle: Creo que me ha dado un ataque al corazón, a lo que ella contestó: Por esa puerta, por favor. Los muertos somos obedientes.

Me atendió enseguida un médico. Me pinzó el dedo índice con un aparatito cableado hacia una pantalla donde salieron números cordiales: un 86. Eso me hizo pensar que no estaba muerto. Sin embargo seguía sintiéndome raro y empeñadamente agónico, por lo que empecé a cruzar puertas y a dar trabajo a medio hospital. Un reconocimiento, una charla de diez minutos con una médica, extracción de sangre, un cardiograma o electrograma, una pastilla de Orfidal, una radiografía, unas recetas.

La conclusión general de tanto trajín científico fue que yo no tenía nada. Como soy muy mirado iba pidiendo perdón a todo el mundo por hacerles perder el tiempo. En la sala de espera en la que me metían entre prueba y prueba vi un cartel que decía: "Usted está en una sala de prioridad moderada".

El personal sanitario lo conformaban en su mayoría mujeres; algunas eran más jóvenes que yo y lucían gafas que, fuera de este entorno laboral, las hubieran hecho pasar por perfectas modernas. La doctora tenía esa mirada de vuelta de todo que caracteriza felizmente a su profesión. Me dijo que, en puridad, era prácticamente imposible que yo sufriera un ataque al corazón. Fumas, pero no tanto, y no tomas coca ni tienes antecedentes familiares ni una edad avanzada. Yo me sentía poca cosa visto de esa manera. Creo que un ataque al corazón no se lo puedes negar a nadie.

Acabé a las 4 de la mañana. Me tuvieron manoseado unas tres horas y mi cuerpo acabó lleno de agujeros y pegatinas. La identificación alrededor de mi muñeca parecía la entrada a un festival de música.

Tengo la sensación de haber cambiado de gustos musicales.

viernes, 27 de enero de 2012

Drive Madrid (boceto)






Guest star: Pepe

etc.

(Invito a aquellos que tengan más tiempo y más habilidad a desarrollar esta idea, que le he copiado a @ClevelandCavalier)

jueves, 19 de enero de 2012

Dinero [publicidad subliminal]

Hoy sale a la venta Ejército enemigo en versión Kindle. Al menos eso dice Amazon: 19 de enero. Es la primera vez que un libro mío está disponible... sin libro. Dado que se trata de un archivo digital, parece que, por una vez, no habrá problemas de distribución; también es cierto que, por una vez, el libro no podrá agotarse. Uno andaba harto de que se agotaran sus libros.

Ejército enemigo en versión Kindle cuesta 13,29 euros; en papel cuesta 19,90. A mí me parece más caro en papel que en digital, esto es, me parece más caro 19,90 que 13,29. Cosas mías. A otros les parece que 13,29 es un precio inadmisible para una novela en formato digital, porque, aunque es la misma novela e incluye las mismas escenas de sexo, no te dan bolsita cuando la compras.

Creo que, con la adquisición de una novela en formato digital, las editoriales deberían obsequiar al comprador con un paquete de quinientos folios DIN-A4. El modo de lectura sería el siguiente: con una mano sujetan el kindle donde leen la novela y con la otra acarician el paquete de folios. Cuando la lectura tenga lugar fuera de casa, el paquete de folios puede transportarse en una mochila, o debajo del brazo, o utilizarse como soporte del soporte kindle. Creo que, entonces, todos estaríamos contentos.

Nunca he sabido por qué mis libros cuestan lo que cuestan. Intuyo que tiene que ver con la cadena de valor que va desde el autor al librero, pasando por cualquiera que entre medias cambie una coma al texto, o lo fabrique. En todo caso, poner un precio es tirarse un farol. Una cocacola no cuesta lo mismo en el chino de mi barrio que en el Hotel Ritz, siendo en rigor exactamente la misma lata de refresco de cola, con idénticas caducidad y calorías. El Hotel Ritz se tira el farol de que la cocacola allí cuesta 6 euros (me lo he inventado; seguramente cuesta 12) y si alguien entiende justa la transacción (12 euros por tomar cocacola en el Hotel Ritz) pues el farol queda legitimado. Esto ha sido así toda la vida, o al menos desde que a mediados del siglo XIX se multiplicó la oferta comercial y empezó a desplegar sus alas la gran mantícora de nuestro tiempo: la publicidad.

Ya hace tiempo que las películas más comerciales, las que vienen de Hollywood, gastan más dinero en promoción que en producción. El anuncio de la película cuesta más que la película. Nadie tiene necesidad de ver ninguna película, y seguramente no nos acordaríamos de ver películas nuevas si no nos avisaran de que las han hecho. Resulta obvio y consabido que la publicidad crea necesidades.

Decía Leon Bloy que la pobreza es la falta de lo superfluo, y la miseria la falta de lo imprescindible. Lo imprescindible es la comida, la ropa y el cobijo; lo demás es superfluo.

Prácticamente todo el consumo humano es superfluo. Pero muy entretenido. Comprar es antidepresivo y filosófico. Consumir es nuestra forma de pensar y de ser en el mundo.

Consumir obra artística no es muy diferente de comprar pulseras Power Balance. Costaban 40 euros y eran apenas un trozo de silicona. Decían que equilibraban la energía del cuerpo y hacían felices a la gente. Hicieron felices a la gente mientras la gente creyó que les hacían felices. También uno deja de leer, no se crean. De ver películas. De escuchar música. Yo me quedé en Arctic Monkeys, justamente en los discos suyos que compré. Sus discos gratuitos ya no los he escuchado. Cuando cobraban me parecían mejores.

Que te cobren es un favor que te hacen, creo yo. Te dan más ganas de hacer cosas. Yo nunca voy a exposiciones, por ejemplo. Si disfruto de obra artística de forma gratuita es siempre porque me han "invitado". Esto es, sólo puedo disfrutar de algo gratuito si sé que a alguien se lo están cobrando. El martes me invitaron a esos monólogos de Paramount Comedy en Joy Eslava, y disfruté del de Dani Alés porque estaba rodeado de gente que pagó por verle. De hecho, se reían mucho más que yo. Tengo muchos amigos ingeniosos y, a veces, les pido que se callen. No pasaría lo mismo si me cobraran por escucharlos.

Dice David Mamet en Manifiesto que para hablar de teatro hay que partir del siguiente aserto: el público ha pagado por la obra. Mamet no considera teatro un show donde la gente no haya aflojado unos dineros. Según él, si no pagan no pueden opinar.

Esto puede ser así en teoría pero no lo es en la práctica. Yo he escrito alegremente unos 1000 post gratuitos en los últimos siete años y siempre ha habido alguien que en los comentarios me ha dicho que no le ha gustado el post. También me ha pasado a menudo hilvanar una serie de post más o menos interesantes y, cuando tenía un día malo, publicar uno anodino y ver a decenas de comentaristas exigirme volver a la calidad acostubrada. ¿Con qué derecho? Lo ignoro. Yo creo que es la inercia de toda una vida pagando y exigiendo la que hace a alguien afear un contenido on line por el que no ha pagado y que nadie le ha pedido que lea y que nadie ha dicho que sea fundamental para su vida (textos legislativos, por ejemplo).

El fascinante panorama que se avecina está trayéndonos nuevas relaciones entre tu dinero y el trabajo de los demás. Una de ellas, muy publicitada, es la de una revista que cobra antes de que sea siquiera impresa. Los consumidores de esta publicación ignoran además qué van a encontrase entre sus páginas: la compran a ciegas. Esto es así porque esa revista simboliza modernidad y buen rollo, de modo que comprarla es un acto de fe idéntico al que ha caracterizado el consumo durante los últimos 150 años. La compra como símbolo en literatura es mucho más habitual de lo que puede parecer. Se compra el libro premiado, el libro polémico, el libro bonito y el libro que compran los demás. El panfleto de Hessel, Indignaos, no vende porque diga nada en absoluto, sino porque comprarlo es una muestra de indignación, y porque el número de sus ejemplares vendidos presupone un censo de disconformes. Da igual su contenido.

Otra práctica que en nuestros días se propone como novedosa es el crowdfunding. Nuevamente se le pide dinero a la gente por hacer posible un contenido. Esto lo hacían ya las inmobiliarias hace años, cobrarte por hacerte la casa, luego. El crowdfunding se utiliza sobre todo para grabar discos y filmar películas. Entre amigos y fans del grupo o del cantante, o del director o equipo audiovisual, se va consiguiendo la pasta. Esta práctica convierte al consumidor o cliente en productor y, por tanto, le da derecho a una exigencia mayor que antes, cuando compraba el producto ya acabado. Entre otras, la exigencia del crowdfoundero es que la obra sea hecha. Personalmente no me gustaría que mil cuatrocientas personas me dijeran lo que tengo que hacer. Tampoco me gustaría que mil cuatrocientas personas evaluaran si he hecho lo que su dinero suponía que yo tenía que hacer. Prefiero hacer lo que me dé la gana, incluso no hacerlo.

Tengo un libro armado a raíz de unos posts que publiqué en este blog, posts que se conocen como La serie de los ceros y los unos. Estoy pensando en subir ese libro directamente a Amazon y cobrar 200 euros por él. A mí mi libro me parece tan bueno como pueden imaginarse. He pensado que 200 euros es un precio que me mola. Es un precio absurdo, pero me mola. Me envanece tasar mi propia obra a un precio delirante. 200 euros por un archivo digital. Pienso que puede ser o eso o nada; que le doy a la Humanidad mi libro por 200 euros o que se queda en mi ordenador. A fin de cuentas no estaría privando a la Humanidad del agua potable. Es sólo un libro. Genial, pero sólo un libro. No creo que nadie vaya a irrumpir en mi casa pistola en mano y obligarme a publicarlo. Además, lo tengo muy bien escondido y soy muy tozudo. 200 euros.

Este post es un desvarío: lo sé. Si me hubieran pagado lo hubiera hecho mejor; pero si estuviera más inspirado lo hubiera hecho mucho mejor, y gratis. Personalmente creo que escribo mejor cuando no me pagan; pero también escribo mejor cuando no me comparten, me patrocinan, se apiadan de mí o me lían con gilipolleces. Escribir es un acto libre y autocomplaciente que no tiene nada que ver con el dinero; lo único que tiene que ver con el dinero es pensar que lo haces gratis. Cuando las cosas son gratis el dinero está por todos lados; es como aquello que decía Heinrich Böll de los ateos: siempre están hablando de dios.

jueves, 12 de enero de 2012

Hombre campeón, mujer enferma

Un día cualquiera en la portada de un periódico digital...


LAS MUJERES... 

Las mujeres lloran.

Las mujeres están enfermas. 

Las mujeres sonríen.

Las mujeres están buenas.

Las mujeres son princesas.


Las mujeres están enfermas.

Las mujeres riegan las plantas.

Las mujeres son idiotas.

¿?

Las mujeres están buenas.


LOS HOMBRES...

 Los hombres triunfan.

Los hombres triunfan.


Los hombres mandan.

Los hombres triunfan.

Los hombres triunfan.

Los hombres mandan.



LO MÁS LEÍDO 

Las mujeres están buenas y son tontas y fingen, son muy distintas a los hombres, llevan faldas y se pelean con sus hijas; los hombres, gracias a dios, sobreviven.


¿?

[risas]

viernes, 6 de enero de 2012

Serenidad [Ley Sinde]

He puesto esta palabra, serenidad, como encabezamiento del texto para no olvidarme de escribirlo con cierto desapego, con simulada indiferencia, y no caer en la pasión defensiva o en la ira atacante, dado que el tema se deja desquiciar por ambos extremos.

El tema es, venga, la Ley Sinde, la Cultura Libre; a todo lo cual me apetece dar un repaso, estrictamente personal.

Cuando empezó a rodar la polémica, me vinieron a la cabeza algunas ideas sencillas. Sencillo me parecía comprender que cualquier ciudadano podía escribir, componer, filmar o diseñar, y, una vez completado el proceso creativo, tratar de vender la obra resultante (convertirlo en un producto comercial) o, por el contrario, difundirlo directamente y sin exigencias económicas a través de internet. (Bien es verdad que, a día de hoy, es posible hacer ambas cosas.)

También sencillo me resultaba deducir que la mayoría de nosotros preferiríamos ver gratis las películas, leer gratis los libros y escuchar música sin llevar a cabo ningún desembolso.

Asimismo, consideré que el sentido común nos advertiría a todos de que no entraba dentro de la legalidad ni de la lógica comercial que alguien que quiere vender algo condescendiera a su distribución libre sólo porque esa distribución libre había encontrado un camino. Aquí, obviamente, me equivoqué.

Numerosas personas y, entre ellas, señalados líderes del ciberespacio, adoptaron una postura y difundieron un discurso que, si no lo entendí mal, daba a entender que la coyuntura tecnológica, que permitía la libre circulación de contenidos culturales sin el control de sus dueños ni de sus tradicionales distribuidores de pago, había de ser aprovechada para la instauración de un nuevo marco para las obras de creación, que dejarían de estar sometidas a las reglas del mercado: a la oferta y la demanda, a la promoción, a la cadena de intermediarios, así como liberadas de esa inaccesibilidad con la que se presentaban ante las capas más humildes de la sociedad, que, obviamente, no pueden destinar porcentajes muy vistosos de sus salarios al consumo de productos culturales.

En ese momento del debate, otra idea sencilla me vino a la cabeza. Era la de que, puestos a proporcionar de forma gratuita algún producto o servicio a la población mundial, parecía más necesaria la gratuidad de los alimentos, o del transporte, o de las medicinas, que la de los libros o los discos. Sin embargo, la gratuidad del pan, el milagro milanés de que, cada mañana, todos nos acerquemos a la panadería o al chino y tomemos libremente una o dos barras, se antojaba de inmediato imposible, porque nadie iba a hacer pan desde las cinco de la mañana para luego entregarlo a manos llenas, salvo si el propio gobierno corría con todos los costes. Esta idea (un punto demagógica, bien es cierto) ponía de relieve un par diferencias entre el pan y, digamos, la música: una era la de que el pan, como producto, comporta una materialidad inexcusable y, por tanto, gravosa, mientras que la música, una vez que se cuenta con los instrumentos y aparatos (qué sé yo) pertinentes para su producción y grabación, viene a dar en algo que, prácticamente, no existe (en su formato digital), por lo que aquello que se toma gratuitamente en este caso no es realmente "algo", sino casi sólo un bien espiritual; la segunda diferencia que parecía proponer mi loca idea de dar antes leche gratis que libros gratis, era la de que las personas que hacen el pan u ordeñan vacas y cargan lecheras en los camiones, a diferencia de las personas que hacen música o literatura, no lo hacen por entretenimiento o desarrollo personal, sino efectivamente porque de ese esfuerzo se recibe la compensación económica pactada o acostumbrada.

Cuando la Ley Sinde asomó la patita, tuve otra idea, no sé si sencilla, pero sí bastante iluminadora. Me di cuenta de que entre los promotores del discurso sobre Cultura Libre en internet, entre aquellos que muñían manifiestos y acudían a las reuniones con la ministra y aparecían en las cadenas de radio, se hallaban representados, de todos los cibernautas que era posible representar, los empresarios muy especialmente. Algunos, en concreto, con empresas que facturaban 6 millones de euros anuales.

Esta idea conectaba ya de forma directa con la industria tecnológica. En ella, según es perceptible y uno mismo ha corroborado en algún epígrafe de su currículum, no hay apenas nada que valga menos que el "contenido". Si en una diario nacional, o regional, una colaboración podía en su día llegar a estar valorada en torno a los 150 euros -y en mucho más, claro- en internet, en blogs de empresas especializadas en la bitácora como producto, la remuneración habitual para un redactor era de 1 euro por post y, en algunos casos de delirante generosidad, de 9 euros por post.

En estas empresas de blogs "verticales", el contenido, el texto, es apenas un anzuelo para el tráfico de usuarios, por lo que ese texto se escribe para que google lo encuentre y los visitantes de las bitácoras encuentren los anuncios y pinchen en ellos, o al menos suban las visitas del blog, que son las que justifican las tarifas publicitarias. El contenido en sí, su rigor, corrección gramatical, etcétera, no han sido nunca prioritarios, aunque, en los últimos años, he notado una mejora considerable en esos aspectos.

Por otro lado, también parece obvio que si una empresa fabrica un aparato para leer libros, o abre una web donde visionar películas, nada le vendría mejor que la circunstancia de que esos libros y películas fueran completamente gratis, tanto para ellos en tanto empresarios como para sus clientes, que sólo pagarían el aparato de leer en sí o quién sabe qué cuota ingeniosa por navegar por su página (finalmente fue una cuota para poder ver las películas durante más de 72 minutos: ingenio no faltó).

Así, un empresario tecnológico (por llamarlo de alguna manera) se convertía en líder o supporter de un movimiento social (Cultura libre), hecho verdaderamente digno de pasar a la Historia de lo Nunca Visto.

Sin embargo, los demandantes de Cultura Libre nunca llegaron a proponer al empresario inventor del aparato fabricado para disfrutar de la cultura libre que lo regalara; o al empresario fundador de una web de visionado de películas, que no pusiera publicidad ni cuota alguna en su página. En ambos casos, se entendía lógico que uno pagara por disfrutar del aparato con el que disfrutaría gratis de la cultura. No entraba en cabeza humana que a uno le fueran a dar gratis un iPod o un Ipad o un Kindle, con lo bonitos que eran y el gusto que daba comprarlos.

Avanzaron los meses y, entre el retraso de la llamada Ley Sinde en ser aprobada y el hecho palmario de que una Ley difícilmente iba a acorralar el vasto territorio de internet, me di cuenta de otra cosa. Fue justo cuando se entregaron los premios Goya. Alguien en Twitter comentó que la película ganadora, Pa negre, no estaba disponible para ser visionada de forma gratuita en ninguna de las webs especializadas en este tipo de servicio. Tirando el hilo de esa evidencia, y fatigando el buscador de google, llegué a la conclusión de que Cultura Libre podía muy bien traducirse como Cultura Famosa Libre o Cultura De moda Libre o Cultura Muy Popular libre. Esto quería decir que cualquier película del año en curso que encabezara la taquilla española -o que la fuera a encabezar- estaba enseguida on line, gratis; pero cientos de películas pequeñas, independientes o producidas en países sin una gran industria de promoción de su cine seguían siendo imposibles de ver si uno no acudía a la sala en la semana escasa que aguantaban en cartel -dado que, realmente, apenas iban a tener dos o tres mil espectadores en España-.

Asimismo, las novelas que podían y pueden descargarse on line sin coste alguno son todas aquellas que o venden mucho o son profusamente citadas en los medios de comunicación; de la mayoría de las novelas, las que venden unos 800 ejemplares (repito, la mayoría) obviamente no va a encontrarse ninguna, porque nadie se va a molestar en scanear o tipear un libro que le es indiferente a la mayoría de los lectores de España.

Esto deja, pensaba no hace mucho, la Cultura Libre en un remedo casi exacto de la Cultura Oficial, o del Ocio Oficial, de modo que si el Ocio Oficial nos propone o fuerza o machaca el cerebelo con la necesidad de consumir Torrente 4, la Cultura Libre nos dará Torrente 4, y si en el Ocio oficial la película La influencia, de Pedro Aguilera (que vimos, según datos del ministerio, o ex-ministerio, de Cultura 2.799 personas en España; Torrente 4 -por si alguien necesita verlo así de claro- tuvo 2.583.238 espectadores -yo no pude ir, sintiéndolo mucho-), decía, si La influencia pasa desapercibida para el Ocio Oficial, o la Cultura Oficial, o la Cultura Publicitada, pasará asimismo desapercibida para la Cultura Libre o las webs de películas gratuitas en internet, que, simplemente, no se molestarán en ofrecer esa película dentro de la oferta de Cultura Libre de sus webs.

Yo aquí, la verdad, no veo mucho avance.

De hecho, y entramos en la parte personal del infinito post que les traigo hoy, quise ver con X esta película no hace mucho, La influencia, digo, y no fuimos capaces de encontrarla en ningún sitio de vídeo en streaming. Este dato puede hacer interesante que les cuente mi experiencia "pirata", si me permiten lo fatuo del adjetivo.

Creo que fue hace cuatro años cuando, en la oficina donde trabajaba, dejé caer a mis compañeros de departamento -perfectamente locos por la música- que me acababa de comprar un cedé de una cantante que no conocía, una vieja gloria de los años 60. El cedé me había costado 13 euros (o así) y venían unas treinta o cuarenta canciones. Esto lo dije a mis compañeros con indisimulado orgullo de consumidor.

Mi compañera C se rió de mí -por messenger- y me pasó en 45 segundos el archivo del mismo disco que yo había comprado la tarde anterior. A ese disco siguieron muchos más, que ella dejaba en una tentadora carpeta común, por si alguno de nosotros quería apropiárselos. Finalmente me enteré de las mágicas palabras de Alí Babá ("descarga directa") y llevé a cabo mis primeras incursiones "delictivas".

-Me llamo Alberto y soy alcohólico.

Digo: me bajé bastante música durante unos meses. Me impresionó, al principio, ver cómo en mi cabeza dejaba de tener sentido comprar un cedé. Quiero decir: comprar un cedé se convirtió en algo absurdo. ¿A quién se le ocurría pagar por un cedé? Sólo me llevó 24 horas considerar improcedente una adquisición que, durante unos 15 años de mi vida, no diría que fue masiva pero sí constante (tengo unos 150 o 200 cedés originales).

La segunda experiencia que me deparó "descarga directa" fue la de querer descargarme toda la música del mundo, pero no para escucharla, no; para tenerla. Una vez que la tenía, sólo la pura casualidad me hacía escuchar un disco entero, de modo que, según calculé, el 40% de las canciones que me bajé no las escuché ni una sola vez, no digo enteras, ni tan siquiera sus primeros 10 segundos.

La tercera consecuencia o fase de esta etapa criminal que aquí les revelo, fue la de que se acabó la etapa criminal. No me bajo música desde hace dos años o dos años y medio. La música, de hecho, ha dejado de interesarme.

Así que, a la hora de contemplar el tsunami digital sobre la literatura, me he buscado un bungalow bastante resguardado, por decirlo de alguna manera. Al ver en Amazon la cantidad de libros que se venden a 0 euros, todos clásicos, -entendiendo "clasico" como "autor muerto", que ya es entender de libros- me he imaginado a mí mismo bajándome 400 libros al día y acumulando -sé que no caben tantos, ok- un total de 1.000.000 de libros en mi Kindle, cosa que me dejaría a solo un paso de leerlos todos. Paso que nunca daría, como es obvio, y no porque leer 1millón de libros sea imposible, sino porque se nos revela de pronto irrelevante: sobre todo comparado con dedicar el tiempo a bajarse más libros: eso sí que cultiva, bajarse los libros.

Curiosamente -consideré ya estos mismos días- vengo de un hogar donde no había libros, quiero decir, ninguno. Eso no ha impedido que yo mismo haya hecho algunos libros. Esto ha sido posible por la compra escolar de novelas para las clases de literatura, que llegaron hasta la universidad, por la compra ya privada y caprichosa de otras novelas, bastantes más, por el regalo de libros por parte de los amigos, por el préstamo debido a esos amigos o, mayormente, a las bibliotecas. Quiero decir que a mí, que nunca tuve libros y ahora debo de tener unos 300 -poquísimos para alguien que, bueno, es escritor; en realidad, odio los libros, me deshago de todos los que puedo, la verdad-, qué decía, que, para alguien con mi perfil, todo esto de la Cultura Libre Literaria no me aporta nada, salvo un nuevo pasillo por el que perderme en el laberinto de la lectura: a lo mejor en lugar de irme a la biblioteca de Fuencarral a por un libro que sólo allí tienen me lo compro (o bajo) en Internet, pero eso no quiere decir que internet salve mi ignorancia, sólo que la achicará internet y no un viaje en metro.

La única vez que estuve en la indigencia cultural fue cuando residí en Japón, durante tres años. Me llevé varios libros y, cada vez que volvía a España, echaba otros pocos más a la maleta, algunos de ellos comprados en la Fnac. Seguramente fueron esas navidades de paso por mi país los momentos de mi vida en que más libros he comprado de una tacada, y hablo de comprar siete libros -todos de bolsillo y muy gruesos-. En Japón, exploré, en 2004, lo que se llamaba "biblioteca virtual". Ya estaban allí lo que ahora llama Amazon "clásicos", y eran todos "autores muertos" que, la verdad, podían haberse llevado consigo a la tumba sus creaciones: casi todo lo que traté de leer en la pantalla era bastante lamentable.

De hecho, ahora que lo escribo, me doy cuenta de que en Japón leí muy bien porque tenía pocos libros, y todos fundamentales -no era ocasión para llevarme un libro cualquiera, sino clásicos-clásicos, como el Quijote, que leí por tercera vez, o Rayuela o Nostromo-. De modo que la Cultura Libre se me está antojando más bárbara que aleccionadora, según se me va yendo el post de las manos.

Lo encauzo apenas con otra idea que me ha venido a la cabeza estos días, y es la contradicción de ver a los defensores de la Cultura libre ganar dinero con la Cultura... gratis. Los gurús de la cosa viven de hecho de promover que la Cultura esté disponible para todos sin coste alguno, lo cuál me lleva a preguntarme de dónde sacan ellos el dinero que sacan, que no parece poco.

También he creído o querido ver una contradicción en que, en tiempos de crisis, de salarios mínimos congelados y recortes a mansalva, se abogue, al mismo tiempo que se condenan estos estragos, porque una serie de personas, los artistas, digamos, no hagan dinero con su trabajo. Todos entendemos naturalmente indecente lo subterráneo de algunos salarios, los despidos masivos, el alzamiento de bienes por parte de algunos sujetos bien posicionados, pero, en paralelo, una parte considerable de la población no ve gravedad moral alguna en que todos rebajemos o anulemos los medios de supervivencia de que disponen los músicos, los escritores o los cineastas.

Esto, la verdad, también me resulta complicado de entender.

Afirmé arriba haberme bajado una enorme cantidad de canciones, y lo hice, amén de para posicionarme a mí mismo en el sitio que me corresponde -no tanto en el de escritor; o no sólo en el de escritor con obra en el mercado, sino en el de internauta-, para deslizar la idea de que una cosa es la comisión del delito, o de la infracción, o del comportamiento no ejemplar, y otra la defensa que uno puede hacer -razonada o delirante- de que sus acciones no deben juzgarse como lesivas para el interés ajeno o el bien común. Esto quiere decir que si yo mato a una persona por motivos que entiendo legítimos -crimen que se me pasa por la cabeza cada tanto- no haré, sin embargo, una impugnación a la ley que derive en mi puesta en libertad o en mi condecoración, sino que acataré las reglas del juego.

Hay ejemplos menos sanguinarios: consumir drogas, circular por la carretera a 180 kilómetros por hora (como le gusta a Rosa Regás), frecuentar prostitutas o sisar en el supermercado. Es probable que todos hayamos hecho alguna de estas cosas alguna vez en nuestra vida, pero es menos probable que consideremos en todos los casos que el Estado debería permitirnos hacerlas, sin regulación alguna y según nos viniera en gana: ¿puedo circular a 180 kilómetros por hora delante de las puertas de un colegio?, ¿pueden drogarse los niños?, ¿pueden prostituirse los adolescentes?, etcétera.

Sin embargo, respecto a la cultura libre no parece haberse propuesto, desde el bando que la defiende, ningún matiz o transición o respeto mínimo por los débiles implicados en la polémica, que, simplemente, deberán apañárselas como puedan.

Lo más inaudito para mi capacidad de alarma ha sido ver cómo se ponía en cuestión -precisamente en alguno de los blogs sobre libros propiedad de un empresario contrario a la Ley Sinde- el derecho a la propiedad intelectual; no sabía uno que se podía cuestionar un "derecho", esa palabra, esa santidad, con tanta soberbia y tanta alegría. "Este derecho lo quitamos, que no nos gusta". Y todo por otro derecho, el de la libertad de expresión, que no es, en definitivas cuentas, nada más que el derecho a ver Torrente 4 sin pagar -si fuera a ver La influencia, todavía-.

Esta soberbia y alegría ha tenido -y supongo que por eso me he puesto a dar un repaso al tema- su último aldabonazo en una lista negra que se ha elaborado con los nombres de todos aquellos escritores, músicos y cineastas que alguna vez han dicho algo a favor de la Ley Sinde o, más naturalmente, a favor de su propio derecho a recibir compensación por su trabajo. Si la lista negra fuera de activistas del 15M o de defensores de la Cultura Libre, y se estableciera que aparecer en ella conllevara dificultades para conseguir un trabajo o una colaboración en prensa o entrar en los cines, estaríamos hablando de fascismo.

Han pasado unos días desde que escribí lo que quizá alguien ha tenido la paciencia de leer, y una nueva noticia se incorpora a esta panorámica personal del asunto: Público. Hoy mismo Antonio Orejudo publicaba en ese diario, cuya continuidad peligra por problemas económicos, un artículo donde afirmaba lo siguiente:
Perdonadme la pregunta, pero… ¿no compraban ya el periódico de papel todos esos fans que lloran ahora su desaparición? Pues no, parece ser que no. La mayoría debía de entrar, pinchar aquí y allá, reafirmar sus ideas izquierdistas, y a otra cosa, convencida de que un periódico tan rojo, tan a favor de los internautas, tan guay, tan juvenil, brotaba espontáneamente del puro buen rollo. //Pues parece ser que no, queridos amigos de la cultura gratuita en internet, parece ser que hasta Público necesita dinero entre otras cosas para pagar a los 160 profesionales que ponen el periódico en la calle todos los días. (link)
Entiendo que Antonio Orejudo ha pasado ya a formar parte de la lista negra de la que hablaba más arriba. Por hablar. El famoso artículo La cena del miedo debería reciclarse y redirigirse hacia los que realmente tienen miedo: los autores, no tanto miedo a ver cómo las previsiones económicas para sus creaciones se deshacen en cuestión de horas, sino miedo a hablar, a decir lo que piensan de un asunto, algo que también viene protegido y validado por el derecho a la libertad de expresión.

He copiado más abajo otro link informativo de hoy mismo: en él, las empresas más poderosas de la industria digital mundial plantan cara a la SOPA, especie de Ley Sinde estadounidense. La noticia (link) aparece en El país y, nuevamente, el redactor del periódico da a entender que Yahoo es un aguerrido luchador por los derechos humanos. Repito: nunca un "movimiento social" había sido tan apoyado por las piezas más duras y sólidas del capitalismo.

En fin: esto pienso. No es mi intención recibir el honor de aparecer en la lista negra de malvados defensores de sus derechos, ni tratar de convencer a nadie; sólo quería anotar algunas ideas que puntualmente y durante estos últimos meses me han venido a la cabeza sobre el futuro de la industria cultural, futuro que no me atrevo a prever ni en sus perfiles más básicos -a diferencia de los gurús de internet, que parecen tenerlo sumamente claro-.

Hay bastantes aspectos de este texto bruto que me gustaría matizar o ampliar; también me hubiera gustado explorar la idea de que la Cultura fuera libre a partir de un breve periodo de tiempo (cinco años), dado que tanto libros como películas encuentran su beneficio en los efectos inmediatos que las campañas de publicidad tienen sobre los consumidores, y en el encanto de la "novedad". No en vano en las webs de películas se consideran clásicos o "películas antiguas" filmes del año 2003.

Otro tema que me gustaría comentar es el del "crowdfunding", desde la perspectiva que sugieren algunas ideas sobre el teatro que David Mamet expone en su libro Manifiesto.

Todo, otro día.

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