martes, 31 de diciembre de 2013

raudo # 98

La magia matemática, el misterio en la cifra, contar hasta diez (dice un amigo que las cosas las contamos -necesitamos contarlas- sólo a partir de 4: gente, coches, paraguas), ese abismo inmensamente diminuto (y no sé por qué, recuerdo: No hay extensión más grande que mi herida) entre un número y el siguiente, entre determinado número y el siguiente, por ejemplo, entre el 99 y el 100, pues pensé hace días, sin echar las cuentas, que sería bonito que el número 100 de estos escritores volanderos y digitales y públicos por íntimos coincidiera con el final del año, con el 31 -menudo número no redondo, cubista, narigón- de diciembre: si esa coincidencia se hubiera dado -pensé- pues lo dejaba, o me daba un respiro (por azares así de menores decidimos una vida, la decantamos), pero veo ahora -vi hace tres, cuatro días- que no llegaba, que no se encontraban la escritura y la nochevieja, el año nuevo y el silencio, así que habré de apañármelas para publicar algo, escribirlo, el 1 de enero, y el 2, así hasta que una confluencia de hechos, nociones y supersticiones me diga cállate, algo de lo que uno nunca está muy lejos, porque callarse es una tentación, un alivio, dejar de decir, dejar de emitir, cesar en la vitalidad del verbo, pero no es el caso, así que aquí van las palabras, más grandes que mi herida, del último día del año 2013, un año que no sabe uno pensar, del que cuesta hacer un balance, porque cualquier cosa sucedida hace más de cuatro meses me parece de hace más de cuatro años, o de cualquier año anterior a 2013, y sólo recuerda uno, ahora, los meses inmediatos, con sus conflictos, sus tiras y aflojas, de modo que qué balance va a hacer uno, apenas un almanaque de escozores, como si fuera tan importante: lo difícil es acordarse de la feliz nada, del hueco alegre, de tardes que pasaron sin que nos diéramos cuenta, entre amigos, entre libros, entre el césped infinito de las televisiones, cuántos partidos ha visto uno, madre de dios, y cuántos cafés y cuántas cañas, y cuántos libros, y eso fue el año 2013, poca cosa en los hechos, o todo él un hecho anodino, usual, de vida vivida en dirección única, hacia el remanso.

lunes, 30 de diciembre de 2013

domingo, 29 de diciembre de 2013

raudo # 96

Capitalismo: una historia de amor, del simpático panfletario Michael Moore -que pasó de la fama al canon (el olvido) en el transcurso de dos o tres años-, filme que veo ahora casi por casualidad -nada tan escasamente navideño como un documental contra el capitalismo: de hecho, la Navidad es el éxtasis del capitalismo- y que disfruto y asumo y aplaudo, amén de verme absolutamente en shock por el milimétrico retrato que ofrece de la degradación social española actual hace cinco años, cuando esa misma degradación cumplía sus lúgubres plazos en Estados Unidos, pues todo lo que pasó allí pasó aquí, y sólo cambia el nombre del banco y la dirección del domicilio desahuciado, las caras y los nombres de los ladrones, el idioma en el que se ejecutan las atrocidades, a lo sumo las cantidades que se manejan, siempre más obscenas que las de nuestro pequeño país paralelo, mimético, clónico, patético, como el loro de un psicópata o la sombra de una gran hucha resquebrajada.

sábado, 28 de diciembre de 2013

raudo # 95

Me quedo algo sorprendido al ver en la parte de arriba del portátil que hoy es 28 de diciembre, una fecha que siempre significó algo -bromas, titulares en los periódicos aún más ridículos de lo habitual, pero casi más verosímiles, algún correo electrónico delirante y, claro, la resurrección -la no muerte- de Elvis Prestley-, sin embargo, no sé si no estamos para bromas, o si yo mismo vivo ya del otro lado de las fronteras infantiles -los Reyes, ahora Papá Noel, la propia Navidad: apenas me importan-, el caso es que, quizá por primera vez, el 28 de diciembre es otro día más, otro día menos, una fecha transparente y casi anónima, como el cumpleaños de un amigo que ya no es tu amigo, y del que de pronto recuerdas que cumplía años en esa fecha, el día de hoy, pero no puedes hacer nada para que sepa que lo has recordado; todo el tiempo es una broma.

jueves, 26 de diciembre de 2013

raudo # 93

Sin saber cómo -no hay conversación precedente e incitadora, no hay link previo, ni siquiera un aniversario-, me encuentro viendo de nuevo JFK, aquella película de los años noventa, de Oliver Stone, cuando Kevin Costner era una gran estrella -y una gran persona, nuestro héroe romántico-político-, cuando tantos otros actores no eran nadie -luego lo fueron, lo dejaron de ser, lo siguen siendo: según casos-, y uno no sabía ni sus nombres -que Gary Oldman hacía de Lee Harvey Oswald; que Vincent D'Onofrio aparece treinta segundos; aparte: que está Jack Lemmon-, y, como entonces, las tres horas se me hacen cortas -cliché- y exactamente igual de intensas, de fascinantes, y, ahora, con la Red, hasta dejo de ver la película -la pauso- unos instantes para mirar en la Wikipedia quién es Garrison y qué cara real tenía Ferrie -las cejas de Joe Pesci, madre de dios-, y, luego, piensa uno en lo inconcebible que puede llegar a considerarse que se haga una superproducción para decir -entre otras cosas- que el presidente de los Estados Unidos número 36 estuvo detrás -o, al menos, informado, al tanto, en el ajo- del asesinato del presidente número 35: que uno tenga el valor de rodar o de intervenir en una película así, que esa película -que fue un gran éxito- se distribuyera por todo el mundo con su desolador mensaje y su inçómoda -esta sí- verdad, además: que en toda la historia del cine español no haya una sola película tan valiente, tan informada, sobre ningún tema histórico fundamental, ni sobre la Guerra Civil, ni sobre el franquismo, ni sobre ETA, ni sobre los GAL, una película documentada y espectacular, partidaria pero inteligente; amén de sopesar cómo, ante la realidad, tratamos siempre de hilvanar un relato racional y en el cual todas las piezas encajen, cuando la realidad, por principio, es desbarajuste y cabos sueltos: y entonces el malvado, el criminal, acaba siendo un creador genial de hechos y de las consecuencias de esos hechos, que obedecen milimétricamente a sus designios, algo no sólo difícil, sino realmente imposible: lo único que echa por tierra las tesis conspiratorias sobre el asesinato de JFK es que presupondrían que los asesinos, los "autores intelectuales", son, en rigor, las mayores inteligencias de la Historia: "La política es el campo de acción de cerebros mediocres", nos dice Nietzsche, sin embargo.

martes, 24 de diciembre de 2013

raudo # 91

A menudo -por simple resonancia (o sea, "sonido producido por repercusión de otro")- me acuerdo de un comentario que hizo un escritor joven -autor de un libro de carácter social que obtuvo cierto éxito- en la revista cultural donde uno colaboraba sin remuneración alguna y, por más señas, a un artículo mío donde hablaba de la demagogia de cierta izquierda, de esa cala o calita puramente monetaria que encontraron algunos (o algunas) en hipertrofiar las demandas sociales más evidentes en burda aspiración al beneficio propio, y decía el tal comentario algo parecido a esto: cómo se nota que tú no tienes problemas para vivir, o, quizá -podría buscarlo, pero esto lo escribo sobre lo que me queda en la memoria, y seguramente es más honesto hacerlo así-, o quizá (digo) decía algo del estilo a: cómo se nota que no tienes problemas para llegar a fin de mes: creo que ésta es una cita más exacta del comentario, al que, por otro lado, no respondí, pues no podía responder sin caerme de bruces en el victimismo, esa demagogia hacia dentro, sin embargo, como esa experiencia dolorosísima de verse acusado con palabras a las que uno no puede responder se ha repetido un par de veces en las últimas semanas, no me queda otra que volver a pensar, día sí día no, en ese callejón sin salida de la calumnia, y pienso, en primer lugar, en que ésta puede ser fruto de la estupidez o de la ignorancia, además, puede serlo de la falsedad consciente, y, al cabo, puede serlo de la pura vileza; creo que el joven del "no tienes problemas para llegar a fin de mes" ha de colocarse claramente en la primera categoría, pues qué sabe él lo que yo gano a fin de mes y qué comprensible resulta que se dejara llevar por una militancia mal modulada y empezara a disparar a todo lo que se movía; otros, justamente los más recientes, sí son ya falsarios o villanos, pues a buen seguro saben que lo que dicen no tiene fundamento, pero también conocen la poca necesidad que hay de tener fundamento alguno a la hora de cargar a alguien con el peso de la calumnia: anda y que lo niegue, pensarán, pensarían, pensaron el falsario y el villano, porque -y es lo que me tiene loco estos días- a uno lo puedes acusar de cualquier cosa y sentarte tranquilamente a ver que dice, porque, diga lo que diga, te estará enalteciendo: es esa expresión, tan bonita en realidad, que dice "tu palabra contra la mía", secuencia verbal extraordinariamente democrática, porque da a entender que tu palabra y la mía valen lo mismo; sin embargo, no pueden valer lo mismo -y dejarse el juicio final a la interpretación o al capricho del oyente, incluso a su tasado de la retórica de cada cual-, no pueden valer lo mismo la basura y la verdad, siendo basura que el joven autor diga "se nota que no tienes problemas para llegar a fin de mes", porque, si viera mi declaración de la renta -sin ir más lejos-, no daría crédito, y si viera mi domicilio y el modo en el que vivo, no daría crédito y sus palabras, estúpidas o ignorantes, se le volverían estiércol en las manos, y habría de pedirme perdón: pero uno no puede decir esto en público -siendo aquí un lugar público que entiendo íntimo: ya dije- porque llorar es poca cosa como argumentario; los otros, falsarios y viles, ya saben que sus palabras son escoria, y frente a la escoria de poco valen las palabras opuestas, y muy escaso consuelo es el silencio, qué le vamos a hacer; de modo que tiene uno que asumir que hay gente así, tan increíblemente miserable, tan hipócrita, tan autoindulgente, y esperar a que pase el tiempo, por ver si acierta -aunque sólo sea de chiripa- a darle a cada uno lo que se merece.

lunes, 23 de diciembre de 2013

raudo # 90

La, así llamada, "defensa de tesis", denominación bastante absurda -o, al menos, anticuada- toda vez que la tesis, mientras se defiende, no es en absoluto atacada por nadie del tribunal.

domingo, 22 de diciembre de 2013

raudo # 89

En España, si no eres de la izquierda blanda, necesariamente tienes que ser de la derecha dura. Dicen.

sábado, 21 de diciembre de 2013

raudo # 88

90.000 mujeres, más o menos, de las que abortaron en cualquiera de los años inmediatamente anteriores al actual no podrían haberlo hecho según la nueva ley (cito) de protección de la vida del concebido y los derechos de la embarazada (fin de la cita: y uno se pregunta quién le escribe las cosas al gobierno (a veces me he preguntado quién redacta -muy bien- los carteles de los autobuses urbanos), y más en este caso, no tan esmerado, pues chirría -sintácticamente- que un concebido tenga vida -como rechinaría que una carrera tuviera hacia la mitad una meta- y falta (considero) una preposición delante de "los derechos de la embarazada", para que fueran también efectivamente protegidos, aunque desactivar una de las opciones (sí/no) que posee una mujer encinta no parezca, desde luego, una ampliación de sus derechos, ni aun de su libertad), esto es, que 90.000 mujeres, muy previsiblemente, se verán en el año 2014, y en el año 2015, y en el año 2016, acorraladas por su propio vientre, obligadas a tomar una decisión siempre difícil -la frivolización del aborto que acometió el anterior gobierno también tuvo lo suyo- que además, ahora, es ilegal y, por tanto, debe ejecutarse en otro país, o en la cladestinidad más intolerable, pues practicar abortos ilegales es el nuevo negocio (no-ven-ta-mil-mu-je-res) que ha inventado el ministro de Justicia, al cosificar a la mujer, condenándola a jaula de sí, cadena de montaje y destino de otro, pues uno entendería, en personas con una radical conciencia de la inviolabilidad de la vida, todo tipo de medidas disuasorias respecto a la interrupción del embarazado, y hasta otras tantas ocurrencias en favor de la castidad e incluso de  la virginidad: cualquier campaña, cualquier discurso, cualquier mensaje, pero no, desde luego, esta conversión de 90.000 mujeres (no-ven-ta-mil-al-año), por ley, en esclavas natales.

viernes, 20 de diciembre de 2013

jueves, 19 de diciembre de 2013

raudo # 86

Esa gente que usa paraguas y camina arrimada a la pared, donde la lluvia, por tramos -por portales, marquesinas, toldos, voladizos, cornisas-, apenas empapa, y que no se aparta cuando alguien que no utiliza paraguas -y que también camina por la calle rozando edificios- se cruza en su camino -de hecho, en el cruce se producen pequeñas puñaladas a la dignidad: esas varillas que amenazan la integridad de un ojo, los peinados, el paño de los abrigos-: esa gente, digo, esa gente, que ni siquiera comparte la lluvia.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

raudo # 85

Y llegar a preguntarse si hay alguna posibilidad ahora mismo de que alguien cuyo nombre aparezca en un titular de periódico pueda ser un hombre honrado, persona de bien, no tanto porque abunden los encabezados que emparejan nombres y delitos, patronímico y condena, sino porque aquellos mismos titulares que nos hablaban de deportes o de espectáculos, o de acciones solidarias, se transformaron de pronto en enunciados delincuentes, con el mismo sujeto y un predicado menos festivo, por lo que uno puede leer ya la prensa desde el futuro, encontrar sórdidos significados venideros, y donde dice que Fulano gana tal campeonato sobre-leer que Fulano comete tal delito, donde dice que Mengano dona tal cantidad de dinero a tal ONG proto-leer que Fulano y tal ONG están ahora mismo robándonos a todos; y donde dice que se hacen cosas infra-leer que no se hace nada, que ya nos contarán dentro de diez años lo que de verdad estaban haciendo nuestros héroes, nuestros modelos, todos estos grandes hombres sonrientes.

martes, 17 de diciembre de 2013

raudo # 84

Codificar lo evidente: así puede entenderse que ahora mismo vaya a escribir determinadas palabras, cierta frase demoledora, pues no constituye la frase un punto de partida -tampoco de llegada-, ni un mandamiento personal, sino la cristalización verbal de una tendencia que ya es norma en mí, censura en mí, desatención; y es: que a partir del 1 de enero de 2014 no leeré ninguna novedad literaria española -ni en español- salvo con clamor de fondo, al albur de recomendaciones masivas y apasionadas, porque morirse sin leer tal o cual libro sea intolerable, pues ya gasté los ojos sobre la efímera actualidad de nuestras letras durantes muchos años, un poco para nada -que eso es lo de menos-, con sensaciones tantas veces ridículas: de desagradecimiento, de animadversión, de falta de respeto (los que votan y juzgan las mejores novelas del año apenas si leyeron el 10% de lo que yo leí), amén de por imperativos intelectuales cada vez más aplastantes: Chateaubriand, Juvenal, un tal Trollope; que todo lo que sé empieza a olvidárseme, que escribís muy mal; que es la hora.

lunes, 16 de diciembre de 2013

raudo # 83

Lo importante, pensar -a veces, un rato, no te marees- en lo importante, qué es lo importante, lo importante de la vida, lo importante de ser-en-el-mundo, qué pesa y que quedará, qué trasciende, a cuánto está el kilo de trascendencia, cómo vamos de un punto a otro sin ser sólo eso que une un punto con otro, esa línea escrita en el agua -epitafio-, tanta nimiedad inmensa no me deja ver lo importante; es tan pequeño lo importante; y detenerse enseguida no sea que acabemos fundando sectas.

domingo, 15 de diciembre de 2013

raudo # 82

Que se acaba el día y no escribe uno nada, con lo fácil que es teclear, hundir botones, hundir quince botones y dejar una frase de tres palabras, hoy es domingo, la luna llena, el mar avanza, Quevedo escribió un poema, un soneto, en el que todas las palabras empezaban por A, así algunos articulan aforismos; por ejemplo, decir, ya que encadeno, que me dejo ir, decir que tengo pendiente un escrito sobre librerías y bibliotecas, sobre esos hermanastros del almacenaje, sobre el Caín y Abel de los libros, la cainita librería, interesada y escaparate, donde gozo de la tentación del consumo, del glamour de la novedad, pero nunca de los libros en sí mismos -en la librería comienza el comercio del signo, dice Barthes-, frente a la generosa biblioteca, donde todo es bufé libre y hallazgo, posibilismo, amor, libros que quiero leer pero no tener, libros que no he de elegir por su precio -en la librería, cuando compro un libro, dejo de comprar todos los demás; en la biblioteca, cuando saco un libro en préstamo, instauro una infinita cola de lectura: todos llegan, todo llega-, las bibliotecas están llenas de ciudadanos -y algunas, tan modernas, amontonan ciudadanos de todas las edades, adolescentes despatarrados por el suelo, ancianos adictos al tacto de la tinta (sus periódicos de siempre), adultos con vídeos o cedés, señoritas reunidas en salas multiuso-, las librerías están llenas de clientes, indistinguibles, mironeros, abusivamente conscientes de su poder de clientes, de su autoridad monetaria, que incluye el privilegio del grito, de la queja tronante, también; en la biblioteca, sin embargo, se guarda silencio, no sólo porque alguien está leyendo, estudiando, no sólo porque un cartel pide ese silencio, sino porque la institución nos convierte en comunidad de respeto.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

raudo # 78

Recordar para narrar -para desfigurar- aquel día, lunes, no hace mucho, en que iba en el tren en dirección a Sol y empezó a sonar un pitido molesto, quizá procedente del baño público del vagón colindante -de su puerta mal cerrada, mal abierta, mal tratada-, pitido que se impuso sobre el pasaje numeroso, al punto que algunos -una chica muy guapa, noté- se cambiaban de asiento, se iban hacia el fondo -el fondo doble: puede ser hacia la cabecera, puede ser hacia la cola- del tren, por no oírlo más, el pitido cadencioso, picajoso, nada grave, nada que a mí me afectara demasiado, con los cascos, con mi lectura, las rodillas apretadas y reunidas con otras rodillas en el hueco entre los asientos enfrentados, mirar un poco la estación que cae, el viajero que entra, el que sale, seguir leyendo y oyendo -más que escuchando- mi propia música desatendida, volver la vista, un segundo, hacia una piernas en medias negras, falda corta de volantes, morada, seguir leyendo (y todo lo demás) hasta que Sol cartelea por las ventanas y salgo, en masa y en manada, fluyendo con mansedumbre de rebaño, hacia unas escaleras mecánicas, de las tantas que hay en Sol, de las tantas que ha de utilizar uno para tocar techo y suelo, ver el cielo, ver la falda morada, de volantes, las piernas negras, por la licra -¿será licra?, será seda; será algo, materiales de la estética-, delante de mí, a unos escalones por delante, y mirarlas ahora (entonces) -mirar las piernas, mirar la falda- con una mayor intención, pero no excesiva, casi solamente inevitable: las escaleras, su pendiente, los ojos, su simple apertura y recepción de lo real, y nuevas escaleras mecánicas, y nueva mecánica de la mirada: uno ve o mira muchas veces sin tanta premeditación, unas piernas, un culo, unas rastas, un abrigo desflecado, lo que te ponga delante el mundo y el aburrimiento de andar el mundo, y, sin querer tampoco, pero por una competencia de peatones y de pasos, voy dando alcance -o me van dejando dar alcance- a las falda violeta y sus volantes y sus piernas de seda o licra -o quién sabe-, hasta que, en un descansillo, el que se haya entre la segunda escalera mecánica y la tercera escalera mecánica, la mujer -que ya ha crecido indumentaria, pues lleva abrigo rojo, de paño, y es pelirroja, y tendrá 30 o 30 y muchos años- camina más o menos a mi lado, un poco por delante aún, de modo que tomamos las escalera mecánica al mismo tiempo, ella -hay dos escaleras mecánicas paralelas que suben y dos que bajan- la de la derecha, yo la de la izquierda, y ahora, en mi ascender automático, nada tengo que mirar más arriba, y miro los dientes de los escalones engrasados y engrasarse contra otros dientes metálicos, desaparecer en lo alto, algunos zapatos, nada muy excitante, así que vuelvo la cabeza, hacia mi derecha, indolente y sin saber por qué -quizá me llaman, me convocan; quizá uno sabe que lo miran- y ella me está mirando, falda violeta, violenta, volantes, medias y abrigo rojo de paño, pelirroja, con mirada inocente y sabia, con ojos de Hola, con una serenidad devastadora, y bajo la vista, yo, bajo las manos, bajo un peldaño y me quedo atrás, cohibido por la sinceridad de la comunicación, y no levanto la vista mientras la escalera me levanta hasta la calle, ni tampoco cuando la siguiente escalera, la cuarta, me levanta hasta la calle, sólo sigo siendo subido hacia la calle, con una mirada en la memoria y no sé, no miro, si  también en el cuerpo, activa, hasta dar en los torniquetes -así llamados- de salida, y tirar mi billete inútil en una papelera concreta -la papelera de siempre- y tomar otra escalera mecánica, la última y definitiva, aún sonrojado por la mirada de una mujer pelirroja, peligrosa, y hasta cuando llego a la calle noto que ando deprisa, que huyo -y hasta pienso chistes para llegar a casa: vengo huyendo de una mujer guapa y joven, no te creas-, hasta andando por mi calle tengo la sensación de acoso, de sofoco, de violencia violeta, paño rojo, pelo rojo; cuando meto la llave en la cerradura del portal también; antes de entrar -antes de abrir-, vuelvo la cabeza, miro hacia el final curvo y oscuro y promisorio de la calle, y no sé lo que veo.

lunes, 9 de diciembre de 2013

raudo # 76

Un apunte técnico, no habiendo nada mejor -o competencia intelectual mejor, a mano- que decir: que aquí se muestran los escritos de veinticinco en veinticinco, aunque quería uno dejarlos todos seguidos en tumulto incontenible, pero algo en blogger me disuadió de plantearlo finalmente así, o algo en el estorbo de un scroll infinito, y fue el 25 -sin mayores méritos que su redondez- el valor elegido para el corte, el capítulo, la parcela.

domingo, 8 de diciembre de 2013

raudo # 75

Pensar en el misterio de que uno, a veces, con todas las palabras hábiles en su cabeza, y tantas líneas de pensamiento abiertas -así sean bagatelas, asuntos domésticos, preocupaciones de mesa camilla-, pueda llegar a no tener nada que decir, por escrito, durante 24 horas.

sábado, 7 de diciembre de 2013

raudo # 74

Después de tantos ratos mal gastados,
tantas obscuras noches mal dormidas;
después de tantas quejas repetidas,
tantos suspiros tristes derramados;

después de tantos gustos mal logrados
y tantas justas penas merecidas;
después de tantas lágrimas perdidas
y tantos pasos sin concierto dados,

sólo se queda entre las manos mías
de un engaño tan vil conocimiento,
acompañado de esperanzas frías.

Y vengo a conocer que, en el contento
del mundo, compra el alma en tales días,
con gran trabajo, su arrepentimiento.

viernes, 6 de diciembre de 2013

raudo # 73

Una estampa de Málaga -casi un cuadro, una fotografía, incluso un fotograma para película española- que recuerdo estos días: caminaba por una calle y me encontré con un bar en obras, todo polvo de yeso, cables sueltos, martillos, goterones de pintura sobre la futura barra del local y sobre las baldosas y sillas y mesas, y plástico cubriendo algunas máquinas: era la hora de comer, y en una de las mesas manchadas, toda una familia, moteada de arriba abajo -de pies a cabeza, digo, pero, también, de padre a hijo, de hija a madre, de abuelo a abuela- por la pintura y el escombro y el esfuerzo, comía con normalidad onírica, en mitad de la batalla de la construcción, como si no compareciera todo el apocalipsis alrededor de su mesa, feliz.

jueves, 5 de diciembre de 2013

raudo # 72

Que en la calle Mayor los coches circulan en un sentido y las bicicletas en otro, de modo que el peatón puede ser atropellado en ambos, motivo por el cual el Ayuntamiento ha ordenado escribir sobre el asfalto, escribir una nota, un aviso, una comanda, que dice: "mire->", con flechita (si no recuerdo mal), y luego de la flechita (recordada o inventada), el símbolo del carril-bici, que viene, que fluye, que amenaza en sentido opuesto al del taxi o el del bus turístico, el del camión de la basura (los atropelladores habituales), pero ese "mire->", flechado, no se entiende bien en una primera lectura -ese "mire->" es una novela de Beckett por sí solo-, pues nadie -ningún español- ha dicho nunca "mire", se ha puesto imperativo con usted (¿cómo te vas a poner imperativo con un señor, un anciano, un gran jefe, un ministro?), así que, entre que te aclaras el vocabulario y los tiempos verbales, es casi seguro que una bicicleta te pasa por encima; ese "mire->", traducción acomplejada del inglés, del "look->" londinense, también con flechita -la flechita es lo único bien traducido-, no nos vale, no nos cuadra, mejor hubiera sido tirar de naturalidad y de madres: "cuidado", sólo "cuidado", y la flechita (->), nos venía valiendo; o, ya puestos: "ojo" -y, sí, la flechita-, "ojo", tan corto, útil y, curiosamente, parecido -más parecido, más inglés, más redondito- al "look" que importamos para avisar, y los siniestros.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

raudo # 71

El malestar, el mal cuerpo, la desazón de la trifulca, mayormente si es cara a cara, cuerpo a cuerpo, con las palabras vivas volando -atizando- a tu alrededor, esa disciplina de la lucha -la discusión, el desplante- que queda tantas veces a un paso de la pelea real, los puñetazos, los mordiscos, sólo impedidos, casi siempre, por un hálito de sentido común, de madurez, o por la intercesión -incluso, la presencia- ajena, como en Málaga, de copas, de conocimientos, personas nuevas que uno saluda inocentemente, y luego acaban -una o dos personas- deponiendo su copa, su cortesía, su transigencia, insultando, mirando para otro lado, por algo que uno dice o les dice, unas pocas palabras maltomadas: qué tensión incomprensible, la del desencuentro, qué violencia la de no estar de acuerdo o no ser dado en razón, cuánto odio, acumulado y acumulándose sobre el lomo de tu conciencia, y todos son nombres que sumo o resto, y saludos mañana que tendré que negar, oscuridades.

martes, 3 de diciembre de 2013

raudo # 70

He conseguido que mi madre tenga miedo a volar (o bien: he conseguido que mi madre tenga miedo a volar; o: he conseguido que mi madre tenga miedo a volar; o: he conseguido que mi madre tenga miedo a volar).

lunes, 2 de diciembre de 2013

raudo # 69

Agradecer o agradecerse que la dinámica de estos escritos -uno al día, haya o no algo que decir, sean breves o largos, reflexiones, citas o efemérides- me obligue a seguir adelante, a dejar atrás, a entender que todo lo que pueda preocuparle a uno dura exactamente 24 horas.

domingo, 1 de diciembre de 2013

raudo # 68

Me acuerdo a menudo, estos días, de una cita, o medio cita, de una apreciación (un consejo) de Charles Bukowski (que quería copiar aquí, pero que no sé si guardé o no en algún documento, ni en cuál), se trata de unos versos de (y este título casi equivale a la cita perdida) lo más importante es saber atravesar el fuego, dicen algo como: si quieres dedicarte a los libros, a escribir, has de saber que te atacarán (dice Hank) por dónde más te duela (seguramente no era tan ramplón, el verso), consejo (apreciación) que uno entiende (cursiva), pero que va entendiendo de verdad (en-carne-propia) estos días, estos sábados, estos viernes de reseñas y légamo pues, lo último -y como lo tengo en la cabeza lo escribo, aunque luego sea posible que este post íntimo y público quede como una respuesta que no es, un ataque que, bueno, sí es, un debate que no, pues aquí venimos con la sintaxis culebreante y la experimentación para uso propio: a santo de qué explicar nada-, digo, lo último, es la reseña de un tal Fernando Valls, cuyos méritos (de ahí el tal) desconozco, salvo, justamente, su labor de antólogo de cuentos y seguidor del género en un blog que blablablá, y el caso es que la reseña dice cosas, muchas, variadas, y con algunas está uno de acuerdo (ciertamente la "voluntad de estilo" no es la característica más destacada de los autores de Última temporada, libro al que atañe la recensión de Valls, y ciertamente hay altibajos entre los firmantes, unos mejores, otros peores, dentro, claro, de que en eso, por gustos y simpatías estéticas, nunca nos pondríamos todos de acuerdo) y con otras, obviamente, no, de tan disparatadas y hasta patéticas que resultan; pero hay, también, nuevamente, una afirmación que me causa pasmo -como al otro estupor-, desasosiego, incluso una definitiva tristeza (y sólo esas siete palabras justifican este escrito: todo lo demás, siendo discutible, es legítimo), ya que, como aquel otro con lo del Monopoly, y aquellos otros con lo de mi afán promocional, Valls afirma gratuitamente -aunque cobrando, de Babelia-, sin más argumentos que aquellos propios de la bilis y de la mala fe, que yo (cito) vivo "obsesionado con los premios y los adelantos", y se queda -dios lo bendiga- tan pancho, de modo que he de buscar un símil nuevo, pues aquel de la infidelidad ya lo gasté, y encuentro éste: que vivo, también, obsesionado con la cocaína, veo mucha cocaína a mi alrededor, a veces no veo más que cocaína a mi alrededor, por lo que, quizá a menudo, comento cuánta cocaína hay a mi alrededor, lo que llevaría a un Fernando Valls -o sea, a un tipo sin escrúpulos ni sentido ético, por lo que se ve- a afirmar -cobrando-, con alevosía, gratuidad y cachaza: Alberto Olmos vive obsesionado con la cocaína, o séase, que de no haber probado nunca la cocaína -virgninidad de la que estoy satisfecho pero en modo alguno orgulloso- paso a ser un cocainómano reconocido, y así "obsesionado con los premios y los adelantos", dicho en tan alto foro, y con tal displicencia, significa -tachán- que en efecto vivo obnubilado por los galardones y los dineros, y, sin embargo -pobre de mí-, si se piensa un poco -incluso no siendo yo, no siendo juez y parte-, ¿cómo puede afirmarse que un autor sin premios está obsesionado con los premios?, pues ahí está mi biografía, mi wikipedia, finalista de algo en 1998 (!), ganador de algo local en 2006, y para de contar, cuando justamente Valls es experto en cuentos, o sea, en cuentistas, o sea, en gente que gana 23 premios provinciales al año, autores a los que no les importa escribir de frutos secos gallegos si el concurso de tal pueblo de Pontevedra especifica dicho asunto como obligado tema del relato: pero soy yo, que ni siquiera participo en concursos, el que vive obsesionado con los premios -pobre de mí-; y luego, en segundo término, tenemos otra calumnia igualmente aleatoria -bien podría Valls, el tal, decir: vive obsesionado con el sistema métrico decimal, la factura de la luz y el color amarillo: tanto daba- y es: "obsesionado con los adelantos", y, claro, te tienes que reír, y ponerte triste, pero mejor será reír, cuando uno, de nueve o diez libros que ha publicado, no ha cobrado adelanto en casi la mitad de ellos, y apenas nada en los restantes títulos, y, además, ningún editor de los varios que ha tenido (uno) podrá decir que el aquí presente le dio la brasa, la barrila, el santo coñazo con el dinero, que negoció siquiera lo que le ofrecían, pues siempre pasé de largo sobre este asunto e incluso en un libro (Tatami) fui yo, chulísimo, el que dijo: no quiero cobrar adelanto, quiero cobrar lo que se venda, todo lo cual Valls no tiene por qué saber, pero parte sí, por puro sentido común y, claro, algo de honradez e intuición: quien ha publicado cuatro novelas en Lengua de Trapo muy obsesionado con los adelantos no puede estar; quien se pasa la vida escribiendo y publicando sin remuneración alguna tanta importancia no le debe de dar al dinero literario; pero ¿y qué más da?, "obsesionado con los premios y los adelantos" dice de mí, consigna de mí, cincela de mí, dictamina; calumnia; algo que no dice de tantos de sus autores favoritos, que cuentan sus novelas por premios y alguno de los cuales ha llegado a preguntarme a mí -no yo a él- cuánto te dan, cuánto te han dado, ay; te tienes que reír; soy cocainómano porque no pruebo la cocaína, también; qué risa todo.Qué pena.

sábado, 30 de noviembre de 2013

viernes, 29 de noviembre de 2013

raudo # 66

La hijoputez, nuevamente, justificada, impune, la misma avilantez de siempre (me suena más exacto que maldad, avilantez), ese estilete de la ofensa que parece buscar clavaduras, los puntos ciegos de lo políticamente correcto -los homosexuales, no; los calvos, sí; las mujeres, no; los gordos y las gordas, sí- como sucede, ay, en esa foto que me envían (y por qué me la envían: ¿para compartir bilis, risas infames?), la imagen de un escritor nacido en los 70 y columnista de un periódico de derechas, muy de derechas el periódico y muy de derechas y catolicón el aún joven articulista, tomada subrepticiamente en un transporte público: el damnificado no aparece con su mejor planta, y su obesidad queda de manifiesto en cada rincón del (digamos) fotograma, y el autor de la foto ya lo califica, en su línea descriptiva, como "el gordo ese", dando pie en la sección de comentarios a más "gordo" y más "barriga" y hasta a varios "hijo de puta" (hijo de puta por ser gordo, se entiende), y tanto el fotógrafo subrepticio como sus palmeros no parecen temer por la imagen que ellos mismos (de hecho, más que la propia persona fotografiada) están ofreciendo al mundo (pues si la foto me ha llegado a mí, a cuántos no habrá llegado), sedadas sus conciencias porque, en definitiva, es de un reaccionario de quien nos estamos riendo (no tendrían cojones para hacer esto con una ministra socialista, una lesbiana, un portavoz de algún movimiento social: no); sin embargo, lo que la imagen muestra, lo que la fotografía perfila (cuando tantos opinadores y escritores progresistas ha conocido uno que no han tomado nunca el autobús o el metro, pues hasta para comprar el pan llaman a un taxi ) es a un hombre que lee buenos libros y usa el transporte público.

jueves, 28 de noviembre de 2013

raudo # 65

Según parece, fue Javier Marías, tras leerlo en francés, quien originó las primeras traducciones de Thomas Bernhard al español.

martes, 26 de noviembre de 2013

raudo # 63

Two roads diverged in a yellow wood,
And sorry I could not travel both
And be one traveler, long I stood
And looked down one as far as I could
To where it bent in the undergrowth;

Then took the other, as just as fair,
And having perhaps the better claim,
Because it was grassy and wanted wear;
Though as for that the passing there
Had worn them really about the same,

And both that morning equally lay
In leaves no step had trodden black.
Oh, I kept the first for another day!
Yet knowing how way leads on to way,
I doubted if I should ever come back.

I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I—
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.

lunes, 25 de noviembre de 2013

raudo # 62

Considerar, después de leer la Poesía completa de Miguel Hernández, si la expresión "se crece con el castigo", oída durante años en el ámbito taurino, y reutilizada después en tantos otros contextos de actualidad, la acuñó en primera instancia el poeta de Orihuela ("Como el toro me crezco en el castigo"), colaborador además en el tratado Los toros, de Cossío.

domingo, 24 de noviembre de 2013

raudo # 61

No leerlo y hablar mucho de él, dijo un crítico (y escritor), nacido en los años sesenta, hace tiempo, sobre la novela infinita (mil y pico páginas) de otro escritor, americano, nacido en los sesenta y muerto (esto da un poco lo mismo) ahorcado, frase que me ha venido a la cabeza después de sumar los elogios, y restar las páginas, y multiplicar los títulos de varias largas novelas recientemente reeditadas, que hacen las delicias de cuatro modernos a pesar de estar casi todas disponibles en las bibliotecas, y que provocan comentarios, posts, opiniones, entusiasmos, desde el primer instante, pero nunca a partir del último, nunca después de pasar dos o tres semanas -las necesarias- leyendo el libro de mil y pico páginas hasta el final: no creo que nadie que hable bien de El plantador de tabaco haya leído El plantador de tabaco hasta la última página, la verdad, o, dicho menos violentamente: quizá todos hablamos bien antes de tiempo.

jueves, 21 de noviembre de 2013

raudo # 58

Aventurar (como casi siempre: por puro juego), a la vista de tantas biografías fantasmales en las solapas de las novelas -uno es director, el otro subdirector; la otra fundadora; aquel redactor jefe; aquella directora adjunta-, que el origen de este delirio curricular, según el cual todo el mundo puede ser jefe de sí mismo, y proclamarlo, e inventarse alegremente linajes laborales (siempre ejecutivos), por mucho que lo que se dirige o subdirige, o funda, o encabeza, sea una revista desconocida, una web donde nadie cobra (y ser redactor jefe allí, sin sueldo, es poco menos que ejercer de voluntario en unos juegos olímpicos), una cita mensual o semanal de amigos vagamente interesados en las conspiraciones de salón o un nuevo movimiento literario estático, o incluso una orden (sic), pueda estar en aquel reino circular, redondo, en aquella monarquía de la circunferencia, que le cayó o le sobrevino a nuestro más eximio escritor -al tiempo que va rechazando los honores oficiales de su patria- o, si no, en el anuncio publicitario del fabricante de muebles sueco, aquel que decía: Bienvenido a la república independiente de tu casa; en uno o en otro (en el eximio escritor o en el fabricante de muebles sueco) debe de haberse iniciado esta infección jerárquica, aventuro, por puro juego; esta ridícula falsificación de los propios logros, al punto de que ya sólo ser, ser uno mismo, puede proponerse como una forma de imperio, o incluso como toda un Era de la Humanidad; o un Eón; o un Supereón: todo es ponerse.

martes, 19 de noviembre de 2013

raudo # 56

Era una ciudad dada la vuelta, boca abajo, vista desde las raíces; sin raíces, sin eje en que girar, sin barrenderos; el Madrid de la basura, la basura de Madrid, las largas aceras solapadas, las estrictas esquinas ahora romas -de bolsas, por bolsas, con las bolsas-, las áreas de contenedores de reciclaje tomadas por el detritus revolucionario de la indolencia: toda esta intimidad que nos hemos enseñado, madrileños, tus mondas de patata y tus compresas, mis condones, mis bolígrafos agotados, sus compases sin punta, sus galletas caducadas, los tetrabricks del otro, las lentejas de aquella, el hueso sanguinolento y desbarbado de tantos comensales en tantos menús del día; las cajas de cartón y las naranjas; la perfumería tintineando su ausencia en frascos facetados; unas pocas gotas de alcohol dentro de miles de botellas cadenciosas: qué más, nada más, es una ciudad puesta en sitio, boca arriba, vista desde sus pétalos, nada íntima, dócil, oficial, diplomática de cepillos y nóminas; correcta. Es.

lunes, 18 de noviembre de 2013

jueves, 14 de noviembre de 2013

raudo # 51

La última vez que hice público mi interés por un blog de crítica literaria, en un suplemento cultural de tirada considerable, el blogger por mí alabado tardó apenas unas semanas en desempolvar un libro mío de hace años y criticarlo fieramente, en agradecimiento por mi recomendación manifiesta, supongo, para después continuar atento a mi obra y a la calidad de sus cuchillos y probar los filos de unos en las entrañas de la otra, en una ya larga relación de cría cuervos... y de de biennacidos es ser agradecidos y de temerarias puntadas dadas por mí sin hilo alguno; con todo, qué extraordinariamente bien escrito está este nuevo blog con el que me he topado: http://lahoradellobo.wordpress.com/, blog que recomiendo al buen lector desde mi más inocente reincidencia.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

raudo # 50

Así que los doctorandos, o tesinandos (o, de hecho, ya doctores), tienen la tácita obligación, después de la defensa de su tesis, de invitar a comer ese mismo día a los catedráticos y profesores que acaban de valorar (sobresaliente, notable, cum laude) su trabajo de varios años, me dicen; y olé.

martes, 12 de noviembre de 2013

raudo # 49

Incluso recuerdo que aquel 8 de octubre de 1993, al ver una fecha como 24-11-2013 en el documento, sonreí, pues parecía imposible que nunca llegaran a pasar 20 años y que, de verdad, llegara el día en el que habría que renovar el permiso de conducción.

lunes, 11 de noviembre de 2013

raudo # 48

A diferencia del centro de la ciudad, el barrio de Almendrales, después de una semana de huelga de los servicios de limpieza viaria y de jardines de Madrid, está exactamente (o casi exactamente) igual de limpio (o de sucio) que siempre.

domingo, 10 de noviembre de 2013

raudo # 47

En el "ajedrez rápido", cuando uno tiene que atender igualmente al número de piezas perdidas, a la defensa y al ataque, y a no perder por tiempo -el milagro de ganar cuando sólo tienes el rey y un peón frente a caballos, torres y la dama del rival, pero a él le quedan 5 segundos a ti 1 minuto-, hay jugadores que no acaban de asumir que, hasta el último suspiro, se pude ganar o perder, motivo por el cual yo nunca me rindo, lo que, a veces, provoca quejas para mí incomprensibles por parte de algunos de mis rivales, uno de los cuales me envía el siguiente mensaje después de la partida: learn how to resign, Alberto, o lo que es lo mismo: aprende a darte por vencido, Alberto, consejo que me niego a seguir, salvo en su traducción errónea e inmediata, que sin duda prefiero: aprende a resignarte, Alberto.

sábado, 9 de noviembre de 2013

raudo # 46

Fascinado por esa herramienta defensiva que consiste en convertir al acusador en acusado, con la ayuda de su propio discurso de denuncia, de modo que si uno, por ejemplo, no es infiel a su pareja pero nota que todos a su alrededor lo son, y se obsesiona con ese comportamiento y acaba emitiendo la afirmación -que mezcla escepticismo y diagnosis, hartazgo de la hipocresía y un cierto ánimo suicida- de que todos somos infieles, los infieles de hecho lo señalarán a él como el único infiel, pues a fin de cuentas afirma que todos son infieles, a pesar de que su enunciado quería visibilizar una realidad que, de tan aplastante, le resulta insoportable en su secretismo; y así -según las últimas emanaciones de un odio obsesivo e incomprensible datado en el día de ayer- yo, por considerar el entorno literario asfixiantemente corrompido, soy, para el ilustre odiador, el primer "especulador" literario del país, el número uno de entre los "postulantes resentidos", en definitiva, el único corrupto, pues, para esta lógica ponzoñosa, la corrupción no califica al que la comete, sino al que la ve.

viernes, 8 de noviembre de 2013

raudo # 45

A la altura del capítulo 41 de Moby-Dick, y tras detectar en la novela casi la práctica totalidad de los errores del novelista principiante  -desequilibrio entre la extensión de los capítulos, algunos de veinte páginas y otros de una; cambios injustificados del tiempo verbal, que narra en presente cuando la obra se plantea como relato en pretérito; intromisión en la psique del capitán Ajab cuando el narrador es un narrador-testigo; capítulos enteros dedicados a la taxonomía de los cetaceos, al "tope", a las toneladas y millones que mueve la caza de la ballena: todo ello tan literario como una página cualquiera del Finantial Times; demora insoportable del meollo de la historia; diálogos shakespereanamente inverosímiles; descripciones funcionariales de la ropa y el físico y la vida pasada de casi una decena de personajes... etcétera-, pienso en los cincuenta o sesenta años en los que esta obra, tras su fracaso inicial, fue ignorada, en la reivindicación que el Modernismo hizo de ella desde comienzos de los años 20, y en su consideración actual como clásico de la literatura de todos los tiempos, y me pregunto -dado que puede decirse que estoy de acuerdo con aquel lapso condenatorio- por qué hemos de creer que antes estaban equivocados y que ahora tenemos razón; y por qué también creemos que, cuando un libro deja de estar olvidado, no volverá a ser olvidado nunca, como si el olvido no fuera, de hecho, reincidente.

jueves, 7 de noviembre de 2013

raudo # 44

En rigor, Moby-Dick empieza con 79 citas literarias consecutivas ubicadas antes del conocido "Llamadme Ismael".

miércoles, 6 de noviembre de 2013

raudo # 43

A lo largo de los 159 minutos de duración de la película documental The act of killing, que trata de modo muy peculiar el asesinato en Indonesia, hacia el año 1965, de 500.000 ciudadanos adscritos al partido comunista -aunque la cifra pudo ser mucho más alta, en la medida en la que la letal vinculación política se ensanchaba, interpretaba o inventaba-, protagonizada por un alegre anciano que mató él solo, estrangulándolas con un alambre, a unas mil personas, no sale -y ese es su acierto- ni una sola víctima.

martes, 5 de noviembre de 2013

raudo # 42

Ronald Reagan afirmó que sólo había leído ocho libros en toda su vida.

*Fuente. El comunista manifiesto.

lunes, 4 de noviembre de 2013

raudo # 41

El artículo de un novelista argentino sobre insultos entre escritores -lo que dijo Joseph Conrad sobre DH Lawrence, lo que opinó Lev Tolstoi acerca de Anton Chejov; Coleridge sobre Gibbon; Whitman sobre Thoureau-, copiado en su mayor parte de Reader´s block y/o Vanishing point, de David Markson; sin citarle.

domingo, 3 de noviembre de 2013

raudo # 40

Sergei Eisenstein soñaba con llevar a cabo una adaptación cinematográfica de El capital en colaboración con James Joyce.

*Fuente. El comunista manifiesto.

sábado, 2 de noviembre de 2013

raudo # 39

Recordar -minutos más tarde- una frase de Bob Dylan -que no sé dónde leí o a quién debo su conocimiento; ni siquiera si es realmente de Bob Dylan- después del encuentro -tras salir ayer tarde del cine y tomar una copa y estar volviendo a casa- por las calles aledañas a Ópera con cuatro o cinco hombres -menores de 40 años, quizá incluso menores de 30 años- y de que uno de los ellos se separara del grupo y se dirigiera hacia mí decididamente y me tendiera la mano y -ante mi pasmo: se la estreché- me dijera sin más: Alberto, gracias por tu literatura, para luego seguir su camino y dejarme a medias envanecido y a medias alterado, debatiendo con mi acompañante si estas irrupciones en la vida de los demás -por la legitimación que parece otorgar conocer su obra artística- son o no de recibo, las hace o no uno mismo, tienen o no algún sentido y, luego, llegar a la afirmación de Bob Dylan, tan cruel y tan cierta: Que te gusten mis canciones no significa que yo te deba nada.

miércoles, 30 de octubre de 2013

raudo #36

Primero -cómo no- fue Google, a través de su Gmail, y ahora Yahoo se suma a esa práctica estética o a ese modo de entender la correspondencia electrónica que consiste en mostrar las primeras palabras del mensaje antes de que uno lo abra, como si una carta te llegara, te hubiera llegado alguna vez, a medio abrir, o en sobres con ventanas caprichosas que permitieran leer algunas de las frases, algo que siempre despertaría suspicacias, las hubiera despertado, porque una carta a medio abrir, mal cerrada, rota, no es una carta como dios manda, el secreto y la exclusividad de la palabra, sino verbo averiado, y así, Yahoo, como primero Gmail, nos sabotean la decisión de no saber, de no saber de momento, algo que yo hago a menudo, dejar un correo electrónico sin abrir porque no me apetece su incursión en mi rutina, ese día en concreto, porque trae malas noticias o porque trae tareas, implicaciones, desvíos de la actividad, algo que ahora será más difícil de hacer, pues Yahoo quiere que sepas enseguida, que muerdas el anzuelo de la comunicación, como un cartero que te entregara las cartas en mano a la puerta de tu casa y, cuando vas a cerrarle la puerta, te dijera: Ésa, esa de Japón; ésa.

martes, 29 de octubre de 2013

raudo #35

200.000 seguidores en Twitter tenía una web cultural que ayer cerró debido a "un problema de financiación", lo que lleva a pensar que todo el amor del mundo es poca cosa dentro del sistema capitalista en comparación con un banner de El Corte Inglés.

lunes, 28 de octubre de 2013

raudo #34

Pensar en la muerte desde los presupuestos más obvios, al hilo del fallecimiento o no fallecimiento -fallecimiento fue- de Lou Reed, que, durante dos o tres minutos, estuvo vivo y estuvo muerto en la red social Twitter, donde a menudo muchos mueren de mentira y no es tan fácil distinguir -durante dos o tres minutos- si alguien -alguien famoso- se ha muerto a ciencia cierta, para siempre -¿por cuánto tiempo nos morimos?, Neruda-, siendo esa "ciencia cierta" la ciencia que demanda las obviedades: que uno se muere cuando deja de estar vivo (pero uno nunca sabe que está muerto; uno nunca se sabe muerto), que otros, el círculo próximo, sí saben que uno ha muerto porque contemplan el cadáver -la verdad del cadáver, gobiernos que matan terroristas y necesitan una fotografía del cuerpo abatido; madres que no creen que sus hijos hayan muerto porque no apareció un cadáver: la muerte como dato frente a la muerte como objeto-, que otros, el círculos de amigos y conocidos, lo saben porque alguien que lo ha visto muerto se lo ha dicho, y su decir no puede tomarse a la ligera, pues una broma de esa gravedad -mi padre ha muerto, le dijo Antoine Doinel al maestro- no tiene gracia y no puede hacerse; y que el resto, los círculos concéntricos de aquellos para los que la muerte de alguien puede siquiera llegar a significar algo -no hay significado alguno en la frase "Lou Reed ha muerto" si no se sabe quién es Lou Reed: la ignorancia es un lugar donde no se muere nadie- lo sabrán ya en virtud de una tercería cada vez menos autorizada y rigurosa, gracias a la intermediación de voces que se hacen eco de otras voces que se han hecho eco de otras voces que se hicieron eco de otras voces que se habrían hecho eco de voces quizá por fin fiables en una sucesión de modos verbales y modulaciones de un silencio -el cadáver- que, durante dos o tres minutos (de saber a saber que se sabe) consiguieron que una persona dejara de estar viva y, al mismo tiempo, dejara de estar muerta.

domingo, 27 de octubre de 2013

raudo #33

Vía David Markson, Pascal: Discúlpame por haberte escrito una carta tan larga, pues no tuve tiempo de escribirte una corta.

viernes, 25 de octubre de 2013

jueves, 24 de octubre de 2013

raudo #30

Lechazo, la simpática, castiza palabra que empleó la autora nacida en los años sesenta -en una charla donde yo me encontraba entre el público- para condensar la idea de que, como ella, como tantos, como yo, el autor joven se llevará una sorpresa atroz si calcula que podrá vivir de los libros que escribe.

miércoles, 23 de octubre de 2013

raudo #29

Sólo veinticuatro frases componían la última novela que publicó Friedrich Dürrenmatt, titulada El encargo, cuya primera edición en español alcanzaba las 144 páginas.

martes, 22 de octubre de 2013

raudo #28

Aunque algunos de estos pequeños textos, después de todo, sí que pueden tener una intención claramente comunicativa, el deseo de mostrar, incluso desde una vanidad pueril o un ego mal controlado, pues no otra cosa podrá verse en este mismo que ahora tecleo, sonriente o, al menos, poseído por el duende de la ironía, pues, tras leer aquí y allá comentarios sobre el raudo más leído de la serie, el #18, comentarios que apuntaban a -prácticamente- mi genialidad a la hora de hacer promoción de libros cuyo éxito o fracaso me son indiferentes, a una como capacidad a lo Walter White para conocer el orden del mundo y dominarlo con una simple sucesión de palabras -sospecha que, de tan halagadora, siente uno mucho desmentir-, caigo en la tentación de comunicar -ahora sí- a los lectores y merodeadores de esta serie mi simple, basto, nada sutil concepto de lo que es la publicidad:
México DF

lunes, 21 de octubre de 2013

raudo #27

La tentación -a la que me rindo ahora- de escribir un texto donde informe de que estos breves pasajes que voy publicando en el blog no tienen la intención de comunicar nada, de comunicar nada a nadie, y mucho menos a las personas que puedan o no estar detrás de las difusas referencias que se encuentran en ellos, sino sólo la intención de decir, de decir algo a nadie, como confidencias enajenadas que no han de ser tenidas en cuenta.

domingo, 20 de octubre de 2013

raudo #26

Ser incapaz de elegir entre la risa y el escándalo ante la afirmación por parte de un autor nacido en los años cincuenta, y prescriptor literario durante las últimas tres décadas desde púlpitos privilegiados -de libros que nunca sentí realmente la necesidad de leer-, de que él, hasta ahora, nunca había leído a Thomas Bernhard.

sábado, 19 de octubre de 2013

raudo #25

La sensación -caprichosa y juguetona, bien es cierto, pero intuitivamente muy firme- de que la mediocridad de un autor es directamente proporcional al número de personas que, de una u otra manera (al principio del libro, en dos o tres páginas finales; en cada cuento o en cada poema)- incluye en las dedicatorias.

viernes, 18 de octubre de 2013

raudo #24

Jugando al ajedrez en chess.com, partidas rápidas -cada jugador dispone de 3 minutos- (algo que no aleja el juego de su tedioso original, pues mover más rápido no equivale a mover otra cosa, sino a ahorrarse el rodeo de la cavilación: algo similar, pensé hace tiempo, a lo que sucedía cuando uno era estudiante de bachillerato y sacaba sobresaliente en Historia después de varios días previos repitiendo decenas de veces los distintos temas, cuando en verdad habría obtenido sobresaliente también si los repasos se hubieran reducido a la mitad, o incluso a uno o dos), descubro justo ahora -y son miles las partidas que jugué- que también del ajedrez puede decirse lo que tantas veces se dice del fútbol: que es un esquema un prototipo una simulación de la vida, el magma reducido a líneas fundamentales, a principios básicos: el objetivo, la estrategia, la derrota, la recuperación, la suerte, la maldad -jugadores que pueden dar jaque mate en el siguiente movimiento y prefieren devorar los restos de tu ejército: humillarte-, la generosidad -un error que pone en peligro tu dama (comida fácilmente por un caballo) y el adversario (se nota en que piensa de más) no lo hace: la perdona-, el estrés -tu reloj indica 20 segundos; el de tu rival, 21: se pierde por tiempo, también-, el ánimo de superación -jugar 10 partidas seguidas con un jugador mucho mejor que tú y perderlas todas y querer jugar la undécima-, la madurez: de pronto no pierdo, de pronto gano a todos mis rivales, incluso a aquellos que tienen una calificación muy superior a la mía: no dejo de jugar durante dos o tres días sin que nadie me gane, como si milagrosamente me hubiera poseído el espíritu de un Kasparov o de un Capablanca, el hecho de saber que voy a ganar hace que vaya a ganar, la confianza absoluta en una especie de iluminación ajedrecística es tan obscena que, incluso cuando pierdo por un peón o dos, sé que voy a ganar: y gano, y cuando no juego reflexiono sobre ello y me doy cuenta de que lo que me hacía perder antes no era apresuramiento, ignorancia, inferioridad, era algo peor: era pasión, que jugaba con tanta pasión que no pensaba -el pensamiento puro es matemático, apático-, lo que me lleva a considerar que, si juego sin pasión, ganaré siempre, porque hay una lógica y una precaución netamente intelectuales, invencibles, pero cómo hacer algo sin pasión cuando te apasiona -me pregunto-, y más: qué sentido tiene hacer algo sin pasión y hacerlo bien -me pregunto-, hasta que un día vuelve a mí toda la pasión por el ajedrez -inmensa, obsesiva, satisfactoria-, y entonces pierdo.

jueves, 17 de octubre de 2013

raudo #23

La frase que, como tantas, me viene de vez en cuando a la cabeza -una novela, un cuento, un ensayo sobre el recuerdo de la frase-, esa que dice: yo no tengo amigos tontos, o, dicho de otra manera, todos mis amigos son inteligentes, frase que oí hace tiempo y que, de una u otra manera, he visto reformulada por varias de las personas que he tratado a lo largo de los años, y que me hace pensar, también, en esa práctica entre escritores, la de alabar el libro del amigo, siempre, la de considerar en público, siempre, que la nueva novela de un amigo es excepcional, necesaria, como si la amistad, tanto en la frase y en sus reformulaciones como en la práctica amical-crítica, fuera una cuestión arancelaria, una oposición, sucesivas pruebas de nivel, de modo que se elige a los amigos tras someterlos a examen -pero la familia no se examina-, y así luego puede afirmarse que son inteligentes, que son grandes escritores, pues se leyeron sus libros antes de decidirse por su amistad -un autor español, años 70, ironizaba en su blog: sólo acepto amigos que escriban bien-, cuando, a fin de cuentas, lo mejor que se puede decir de los amigos, lo más elogioso, es que no son los mejores escritores del mundo.

miércoles, 16 de octubre de 2013

raudo #22

Leo un post de un autor nacido en los años 60 sobre un ránking de mejores poemarios españoles publicados en los últimos 35 años, ránking que el autor desecha enseguida con la resignación del que sabe -y no puede decirlo- que la democracia -el voto de varios- no siempre elige lo mejor, ni aun lo segundo mejor, y se me ocurre -o se me impone- elegir a mi vez los 10 mejores poemarios españoles de los últimos 35 años, como juego, como reto, como mira-a-ver-si-tú-lo-haces-mejor, y no es fácil, nunca es fácil ese puesto de cancerbero del talento de los demás, pero me pongo sincero, y simple, y empiezo a recordar poemarios desde 1980 (aprox.) que puedan haberme gustado -al menos en su momento-, y me acuerdo de estos diez: Teoría solar, de Vicente Valero, Diario cómplice, de Luis García Montero, Obra poética, de Eduardo Haro Ibars, La educación física, de Pablo Fidalgo, De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, de Blanca Andréu, [lo que sea que publicara en esos 35 años], de Leopoldo María Panero, El fósforo astillado, de Juan Andrés García Román, [evidentemente, aunque no sea su mejor libro, el que toque de:],  Claudio Rodríguez,  [no me gusta nada PeCasCor: pero nombrarlo haría que corriera el aire], La caja de plata, de Luis Alberto de Cuenca, [el poemario ferroviario de Antonio Hernández: en la reserva; y también Juan Carlos Suñén y, más abajo, Mestre], [hombre, no puede faltar:] Las afueras, de Pablo García Casado, [posibilidad de salpimentar la lista con algún poeta terrible, sucio: Roger Wolfe o David González], [echo cuentas: sólo falta uno:] Hilos, de Chantal Maillard.

martes, 15 de octubre de 2013

raudo #21

Siendo el mal o el Mal o el Mal Absoluto un tema tan socorrido en las novelas últimas de países que nada tienen que narrar -España- o en los autores que nada tienen que narrar -los españoles-, y siendo un asunto, el Mal o el mal o el Absoluto Mal, que apenas me ha interesado nunca para escribir yo mismo sobre él -un autor español o latinoamericano de 30 o 40 años escribiendo sobre Auschwitz: por favor-, atiendo sin embargo con enorme inquietud -diríase que estética, literaria, narrativa- a pequeñas manifestaciones de una maldad particular, aquella que se emite, se practica o se lleva a cabo desde una suerte de legitimación, como aplaudir y hasta vitorear la caída de la industria musical porque en los años 90 amasaban fortunas descomunales, como alegrarse por el despido como columnista de un director de cine que bromeó -precisamente- sobre el Holocausto, como la facilidad con la que cualquier ataque contra alguien que alguna vez incurrió en el delito o en la inmoralidad es celebrado visceralmente, decenas de pequeñas sevicias intrascendentes, casi veniales, pero encarnadas en personas que a buen seguro tienen una gran opinión de sí mismos y de sus principios éticos, y sin embargo hay como un anhelo de fisura en la propia honra -por decirlo a la antigua-, en la propia reputación, un oportunismo rabioso, que espera en medio de la histeria la ocasión de hacer de la crueldad un ejercicio de irresponsabilidad que sea pasado por alto: ese es el mal que me interesa.

lunes, 14 de octubre de 2013

raudo #20

El comentario, oído a un autor maduro, de que si bien en un principio la llegada a España del Índice Nielsen parecía beneficiosa para los autores -pues impediría que algunos editores escamotearan ejemplares vendidos en sus inapelables liquidaciones -, al cabo ha resultado ser una herramienta para rebajar los anticipos, pues un editor puede saber de forma fiable cuánto ha vendido un autor en otro sello y hacerle una oferta, ya no basada en su reputación, sino en su más exacto valor mercantil; es decir, los escritores nunca quisieron que se supiera cuánto vendían, sino cuánto no les decían que vendían: el agujero negro de sus ilusiones.

domingo, 13 de octubre de 2013

raudo #19

Mientras uno ve apresuradamente Breaking Bad al objeto de poder entender la realidad -de qué habla la gente es la realidad o, al menos, su semblante-, varias ideas se anteponen a las escenas más anodinas de cada capítulo -incluso a capítulos por completo anodinos-, como qué personaje secundario es mi favorito de todas las series de televisión que he visto (Omar Little, en The Wire, Peggy, en Mad Men, Hank en esta Breaking Bad) (amén de considerar que el protagonista nunca será mi personaje favorito, porque su carácter ya se ha fundido con la serie entera, y la antonomasia no genera gustos), como la paciencia que uno tiene (capítulo "Fly", tercera temporada) con el relato audiovisual seriado, donde uno puede estar 45 minutos aburriéndose sin tomar nunca la decisión de abandonarlo (yo no aguantaría 45 minutos aburridos en una película, sin embargo), como la facilidad con la que, capítulo tras capítulo, puedo anticipar lo que va a suceder, no por la lógica de la historia, sino por la lógica propia del que escribe la historia, por los mecanismos de la ficción y de esta ficción en particular (los personajes son las intenciones del autor); como el interés mayor que para mí tienen -interés, de hecho, casi exclusivo- las escenas de violencia de Breaking Bad, frente a las escenas de vida familiar o de conflictos de pareja -soporíferas-, pues la violencia (piernas cortadas, disparos en la cabeza, palizas que deforman un rostro) me da paz.

sábado, 12 de octubre de 2013

raudo #18

Parásito, me dice el editor, en relación al, en efecto, sujeto que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y depauperándolo sin llegar a matarlo, quizá antes -o quizá justamente después- de responder a mi pregunta -sobre qué publicará el sello el año que viene- con otra pregunta: ¿estaremos aquí el año que viene?, y quizá después -o justamente antes- de que yo le contara que el sujeto que vive a costa de y alimentándose de y depauperándolo sin ya tiene el libro que acaba de darme -el libro fotografiado en el anterior post-, ese libro donde 20 personas colaboran por apenas nada, y que yo he hecho por nada, y que la editorial ha hecho para ¿estaremos aquí el año que viene?, ese libro, amigos, y le señalo -le ilustro sobre- un comentario delicioso en un blog, donde el sujeto que vive a costa de desvela (sonrisas) la lista secreta (sonrisas) de los autores (20) de nuestro libro, pero no por orden alfabético, como aparece en las diversas notas de prensa enviadas desde hace meses a varios medios de comunicación, ese orden alfabético que figura también en la cubierta del libro, cubierta que algunos autores han colgado de hecho en facebook, sino en un orden que podría figurársenos como aleatorio, al buen tuntún, si no fuera porque es exactamente el orden del índice del libro, sólo de ahí puede haberse copiado, sólo de ahí puede haberse copiado si se tiene ya el libro, pero el libro no existía cuando apareció el comentario, sólo el pdf, el pdf que únicamente teníamos la editorial, yo... y los 20 autores, uno de los cuales, una de las cuales, ha de habérselo pasado al parásito, cuya inteligencia no alcanza para cambiar al menos el orden del listado según lo va transcribiendo, ni para darse cuenta de que hay dos autores más en la página siguiente del pdf, dos autores cuyo nombre, por tanto, no da en su desvelador (!) comentario de la lista secreta (!!): es tan simpática la estupidez, es tan miserable la estupidez, llorar hace semanas por la desaparición de una editorial independiente, llorar el parásito, llorar el autor o la autora que le ha enviado el pdf, y después seguir saboteando a editoriales que no saben si estarán aquí el año que viene, saboteando el propio libro en el que aparece tu texto y tu nombre, la ruinosa inversión que se hizo en tu favor, en favor de 19 autores jóvenes más, enviando alegremente el documento, por ver si en lugar de 500 vendemos 450 y así, con suerte, no estamos aquí el año que viene, y será tan simpático, tan miserable, leer, el año que viene, las condolencias del sujeto que vive a costa de y del autor o de la autora que hace con el libro de todos lo que no haría con su propio libro, plañidos y quebrantos como ay-dios-mío-qué-pena otra editorial pequeña que cierra, ay-virgen-santa-qué-contrariedad otro sello independiente que desaparece, ay-ay cada vez se estrecha más el abanico de posibilidades para que publiquen los autores jóvenes y las voces experimentales y los escritores minoritarios, ay qué pena tan auténtica nos dan los caídos por la crisis económica; sí, amigos, qué simpático va a ser oírles, qué miserable.

jueves, 10 de octubre de 2013

raudo #16

Si es sabido que en alemán existe una palabra para el sentimiento de alegría por la desgracia ajena -Schadenfreude-, hay que saber que en España existe un colectivo entero donde este sentimiento es permanentemente alimentado: desde el autor inédito al autor consagrado, desde el crítico odioso al erudito remolón, en bitácoras literarias y redacciones de suplementos o revistas, por correo electrónico o llamada telefónica o en una charla en la barra del bar, como sea, siempre hay alguien que anhela de corazón el fracaso de un escritor, su exterminio, el fin de su palabra, el punto final de su bibliografía, y es irónica y cruel esta esperanza en el dolor del otro, del que escribe, porque el que escribe está siempre caminando al borde del abismo, al borde del silencio, colgando del vacío por el capricho de un editor, y nadie nunca vio publicados todos sus libros en los lugares que quería, en las condiciones deseadas, en los tiempos acordados, ni cobrando, ni fácilmente, ni enseguida, ni los verá, nadie, publicados mañana, pasado mañana, dentro de veinte años: el que aguarda tu desgracia es aquel que la desconoce.

miércoles, 9 de octubre de 2013

raudo #15

Noli timere.

Seamus Heaney a su esposa en un mensaje de texto, minutos antes de fallecer. En latín significa: No temas.

[De un artículo sobre "últimas palabras" en un periódico veracruzano]

martes, 8 de octubre de 2013

raudo #14

Siente cómo te envuelve la magia que nos heredaron nuestros antepasados.
(Eslogan promocional de México en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez)

lunes, 7 de octubre de 2013

raudo #13

Londres después de medianoche, de Augusto Cruz García-Mora; Realidad&Deseo Producciones, de Hernán Bravo Varela; Oficios de ciega pertenencia, de Hernán Bravo Varela; Poesía escogida, de Ernesto Cardenal; A pie,de Luigi Amara; Historia de la literatura española 6/1. El siglo XX, de GG Brown; La fila india, de Antonio Ortuño; Nuevo museo del chisme, de Edgardo Cozarinsky; El arte de enseñar a escribir, de Mario Bellatin.

Export/Import.

domingo, 6 de octubre de 2013

raudo #12

En una cena, una de tantas, una con patrocinio, una para todos, una a la que hay que ir, una a la que nos llevan, a todos, por tandas, en camionetas (SUV), en autobuses demediados, en esa cena, esto: ir con alguien (ella) y esperar al resto para tomar el transporte y cenar juntos, los españoles, los amigos, los conocidos, los reciénconocidos, y no ver venir al resto, pero sí a uno, poco conocido, que se acerca se une se monta en la camioneta con nosotros dos y nos sigue luego por los pasillos del restaurante, donde elegimos una mesa larga medio vacía a cuyo extremo nos colocamos para hacer sitio a los que tienen que venir, los españoles, los conocidos, los semiconocidos, que no llegan nunca, y habla, el apegado, el unido, el incorporado por sus propias razones, y pedimos de beber y hasta cubrimos una parte del mantel respectivo, del trozo de mantel de cada uno, de miguitas de pan, así es el uso que hacemos ya del espacio, cómo nos los apropiamos, entonces, él, autor latinoamericano joven, ve llegar al fondo a alguien, alguien mayor, un editor, Alguien, y convenimos en que vaya a buscarlo y lo traiga a nuestro amplio espacio vacío, todas esas sillas que reservamos ferozmente, mientras las demás mesas se van llenando, y la nuestra misma también se va llenando, se va acercando a nosotros el desconocido, el otro, otros grupos de conocidos o de amigos, de españoles, y el escritor latinoamericano joven se levanta y va hacia el editor, hacia Alguien, y lo veo hablar con él, campanudamente, cachazudamente, así, y veo también como ese editor toma asiento en otra mesa, allá al fondo, y cómo, enseguida, el escritor joven latinoamericano toma también asiento, a su lado, y sigue hablando, mientras su vaso de cerveza con limón (o lima: no sé) se va desgasificando sobre la mesa, a mi lado, junto al vino tinto de ella, y ambos seguimos mirando hacia el final de la sala, hacia las cabezas móviles del editor Alguien y del escritor joven latinoamericano, que no vuelve nunca la cara hacia nosotros, que no vuelve él mismo nunca a nosotros, a su silla, su mantel migoso, su limón en la cerveza, sino que resiste allí su posición, su posicionamiento, consciente de haber encontrado ya el mejor sitio posible para sus intereses.
Y el asco.

sábado, 5 de octubre de 2013

raudo #11

El autor de una de las novelas sobre drogas más conocida en los años 90, que dio lugar a la película sobre drogas más conocida de los años 90, película donde muchos de mi generación vimos por primera vez el modo de inyección de la heroína, y la delgadez extrema del heroinómano, y la desoladora habitación donde vive, y sus padres desesperados, y bebés arrastrándose por el techo, vómitos, mierda, crimen, muerte, ese autor, ahora, hoy, ayer, se enfada olímpicamente porque el hotel donde se aloja carece de un gimnasio equipado a la altura de sus exigencias.

jueves, 3 de octubre de 2013

raudo #9

En una de las pantallas de televisión que corona el amplio ventanal del estudio de radio están emitiendo el nuevo videoclip de Miles Cyrus, ese en el que la cantante -en bragas y sujetador- se deja atosigar por una enorme bola negra de demolición de edificios. Al otro lado del cristal, tres locutores de unos cuarenta años, grandes, sonrientes, ufanos, hablan de las marchas de los maestros contra quién sabe qué reforma del gobierno, manifestaciones que están paralizando la ciudad y dando lugar a altercados y detenciones. Una chica de producción acaba de entrar en el estudio y de depositar delante de cada uno de los locutores un ejemplar de mi novela. Mientras hablan o dejan hablar a otro, cada locutor toma el libro, mira la portada, lo voltea y lee en diagonal la contraportada, lo hojea por sus páginas finales sin abrir el volumen del todo y vuelve a dejar el libro sobre la mesa. Dos o tres minutos después de observar estas inspecciones sumarísimas de mi novela, paso con ellos para realizar la entrevista.

Que resulta excelente.

miércoles, 2 de octubre de 2013

martes, 1 de octubre de 2013

raudo #7

La Roma es una burbuja. Me cuentan.

La Roma es una burbuja. Hicieron una encuesta sobre las preocupaciones de las distintas colonias del DF y en unas ocupaba el primer lugar la delincuencia, en otras la falta de trabajo... En La Roma salió la caca de los perros. 

Me cuentan que una residente hipster artista moderna de La Roma se puso a tejer, se puso a tejer, y tejió decenas de rebequitas y jerseys para después colocarlos alrededor del tronco de varios árboles en La Roma. A la mañana siguiente de esta "sobreestetización", todo el tejido había sido arrancado. La hipster moderna artista residente en La Roma montó en cólera y anunció que iba a quejarse al Gobernador de la Ciudad de México por la intolerancia de la gente hacia las rebequitas con las que ella abrigaba los árboles de la colonia.

Me cuentan.

lunes, 30 de septiembre de 2013

raudo #6

El tráfico del DF es mayoritariamente japonés. Mazda. Honda. Mitsubishi. Nissan.

Un niño de unos ocho años cruza a la carrera por entre los coches en marcha.

Lloviendo.

domingo, 29 de septiembre de 2013

raudo #5

En el hotel de México DF donde me alojo, se exhibe un cartel en la recepción que dice: En este establecimiento no se discrimina a ninguna persona: ni por género ni por raza ni por nacionalidad ni por religión y ni por capacidades especiales (sic).

Me informan de que muchos escritores suelen hospedarse aquí.

sábado, 28 de septiembre de 2013

raudo #4

Esas novelas realistas italianas -las de Moravia, las de Pavese- que pueden entenderse a la perfección leyendo sólo los diálogos.

viernes, 27 de septiembre de 2013

raudo # 3

El lector imbécil (aquel simpático esquema de Cipolla: hago mal a los demás y me hago mal a mí mismo): lector que elige los libros que sabe que no le van a gustar, como un viajero que tomara las rutas menos atractivas y volviera diciendo que todos los países del mundo son feos. Existe esta clase de viajero, el que desea -quizá sin saberlo- sufrir el viaje para tener luego algo más enjundioso que contar, más interesante que Todo bien, Qué bonito, Preciosa la ciudad, y despertar así la atención y la complicidad de sus oyentes. El viajero masoca no ama viajar, ama volver ofendido; el lector masoca no ama leer, ama su insatisfacción. Ambos practican una suerte de aristocracia de la infelicidad, un ejercicio decadente y envilecedor. Pudrirse como reclamo.

jueves, 26 de septiembre de 2013

raudo #2

La anécdota, casi detectivesca, según la cual yo adjudico comentarios anónimos insultantes a una persona en concreto -a la que odio como si fuera de verdad el autor de los anónimos; Ozo, por sus siglas inversas- hasta que veo un comentario -hace dos veranos- (anónimo, por supuesto) en el que se afirma que voy a publicar mi siguiente obra -Pose- con la "editorial de mi pueblo" y, a los pocos días -el libro está programado para diciembre, nada menos-, coincido con el editor y le pregunto cómo puede nadie saber ya que vamos a sacar ese librito, si ni siquiera hemos firmado el contrato, si yo no se lo he dicho prácticamente a ningún amigo, si... ¿se lo has dicho tú a alguien?, pregunto, y él, después de pensarlo un buen rato, cae en la cuenta y me dice: Pasó por aquí Ozo (por sus siglas inversas) y se lo dije.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

raudo #1

Después de asistir a la charla que Ricardo Piglia ofreció en la Casa de América de Madrid, y de procesar las dos o tres ideas geniales que dejó caer en su intervención -a pesar de su presentador-, me ha venido a la cabeza la duda siguiente: ¿Por qué hace uno preguntas al final de un coloquio?

Habiendo yo leído varios -muchos- libros de Piglia y encontrado en ellos sugerentes presupuestos intelectuales, y considerándolo el mejor escritor latinoamericano vivo, admito no tener nada que preguntar a Ricardo Piglia en los minutos de la basura de sus conferencias. Cientos de páginas leídas al autor, y esa hora y pico de hablar sin parar por su parte, demandan mi silencio.

Así, al margen de incontinencias, salidas de tono, soledades mal llevadas, ¿por qué alguien va y pregunta algo a Piglia al final de una charla? ¿Qué quiere?

Qué quiere.

lunes, 29 de julio de 2013

Dos veces Roberto Bolaño


Un lunes de octubre del año 1998, después de volar de Madrid a Barcelona y de ocupar una habitación en un hotel del Paseo de Gracia, fui llevado por la responsable de prensa de la editorial Anagrama hasta la calle, donde me dijo: Mira, este es el ganador, Roberto Bolaño.

Nunca había escuchado su nombre. Seguramente nos dimos la mano; seguramente él fumaba. A mí me faltaban tres años para empezar a hacerlo. Contaba entonces veintitrés.

Lo que había ganado Roberto Bolaño era el premio Herralde de novela, y lo que hacía que yo lo estuviera conociendo era que mi primera obra había resultado finalista.

Hay cosas peores que quedar finalista del premio Herralde de novela, no se crean: quedar finalista del premio Herralde el año que ganó Bolaño. Con el tiempo, haber sido finalista el año que ganó Bolaño (con ripio y todo) se fue convirtiendo en el dato más jugoso -al parecer- de mi biografía literaria, al punto de oírlo decir decenas de veces, de tener que asentir ante las dudas al respecto de uno u otro amigo, conocido, periodista o transeúnte intelectual y de soportar con creciente angustia el acumulativo tonelaje de lo que a mí siempre me había parecido una simple anécdota, no mucho más memorable que la de coincidir en un tren con Santiago Segura o la de ver a Iñaki Gabilondo por la calle.

Así, uno de los objetivos últimos de mi quehacer literario en lo que a entrevistas y simposios se refiere fue conseguir que mi intervención puntual en uno de ellos se saldara sin que saliera a relucir el nombre de Roberto Bolaño, habida cuenta de que uno ha seguido publicando -muchos- libros desde entonces y no ha vuelto a quedar -por si acaso- finalista de nada. A pesar de mis afanes, raras veces lo conseguía. Este escapismo referencial, de hecho, ha acabado volviéndose en mi contra pues, ahora, cuando alguien me entrevista, no sólo me pregunta o me comenta que fui finalista del premio Herralde el año que ganó Bolaño, sino que también añade indefectiblemente: "Estarás harto de que te lo digan, ¿no?", entonado no sabe uno si con piedad o con retintín.

Renunciar a la troncalidad de Roberto Bolaño no es una estrategia muy inteligente, si entendemos por inteligencia el sentido del oportunismo con el que tantos autores jóvenes dirigen sus carreras literarias, y que lleva a algunos a citar a Roberto Bolaño en frases conmovedoramente miserables como "Roberto Bolaño y yo", "me lo dijo Roberto Bolaño" o "Roberto Bolaño me recomendaba que bebiera mucha agua" (sic!), cuando ni siquiera lo conocieron en vida y apenas intercambiaron con él un par de correos electrónicos de contenido -según parece- diurético.

Llevaba uno varios años en el propósito de recuperar por escrito la memoria de aquel día en que quedó finalista del premio Herralde y conoció a Roberto Bolaño. Fue, lógicamente, un día espléndido e iniciático, pero el tiempo todo lo borra o lo deforma, sobre todo los detalles, el matiz de la experiencia, por lo que habría de transcribir los recuerdos de una vez, no fueran a perderse para siempre.

El aniversario de la muerte de Roberto Bolaño ha aguijoneado este prurito memorialístico, aunque lo que me dispongo a narrar aquí no sea esa jornada al completo en la que también conocí a Jorge Herralde (alguien, para mí, bastante más impresionante que Bolaño), sino solamente todo aquello que recuerde que tenga que ver con el autor de Los detectives salvajes, fruslerías, chorradas, tramos de conversación, pues soy consciente de que sus vampíricos fans encontrarán en cualquier cosa que tenga que ver con él vivo materiales para esa mitificación interminable en la que ahora reside.

Vamos, pues.



Compruebo que no me fallaba la memoria, ahora que subo la imagen: en efecto, Roberto Bolaño vestía una chaqueta otoñal y jersey de cuello redondo, y lo que parece una camisa blanca. Fumaba, sí. Parecemos los dos muy contentos sobre el azulejo urbano de esos bancos pétreos del Paseo de Gracia. Nuestras conversaciones, puramente diplomáticas, incluían pasajes tan anodinos como estos:

Bolaño: ¿Tienes trabajo?
Yo: No.
Bolaño: Pues ahora te lloverán las ofertas.

(No fue así.)

Bolaño: Me voy a leer tu novela.
Yo: No hace falta. De verdad. Muchas gracias.
Bolaño: Tiene mucho mérito haber escrito una novela con 23 años.

Yo: No he leído nada tuyo.
Bolaño: Ahora en la editorial te pueden dar algunos libros.
Yo: Vale.

(Me regalaron Llamadas telefónicas y Estrella distante.)

Todo esto sucedía por la mañana, en los aledaños del hotel Condes de Barcelona, donde había bastantes periodistas -aún usaban grabadoras, y no iphones- y donde tuvo lugar una rueda de prensa de la que no recuerdo nada, salvo a Jorge Herralde revisando la nota de prensa y tachando con singular cabreo mi segundo apellido, que había sido consignado en la circular. (Es Serrano.)

Pero sigamos con Bolaño. Con Bolaño "y yo". Una comida.

Nos sentamos a una mesa en un patio abierto de un lugar gótico que no reconocería si estuviera allí sentado ahora mismo escribiendo esto. Pasó Terenci Moix y saludó y dijo algo como Qué noche he pasado (?). En algún momento, Bolaño dijo que Bryce Echenique era el mejor... el mejor algo, pues Bolaño -puede verse en las hemerotecas- siempre halagaba por elevación, incluso terminalmente. Yo dije que no me había acabado Un mundo para Julius, y Bolaño (como escribiría él mismo) se quedó blanco.

Una de las experiencias más fascinantes, y también instructivas, de haber conocido a Bolaño en aquellos primeros días de su gloria universal ha sido comprobar cómo la imagen de un escritor va imponiéndose en sociedad al margen de sí misma y de sus trazas objetivas. Quiero decir que mi madre, al ver la foto del periódico donde salía "yo" con Bolaño, señaló la barbilla disminuida de mi acompañante fotográfico y dijo: Qué escuchimizado está este señor, ¿no? Bolaño, en aquellos días, en aquellas fotos -hay una en una solapa, hecha por su hijo Lautaro (según figura) que resulta espectacularmente inapropiada como vehículo promocional-, era un hombre menudo, encogido, vestido a la buena de dios y con una mirada modesta y hasta menor. Después -incluso a partir de esas mismas fotografías, ya digo- su imagen mundial ha devenido mítica; él, más alto; sus ojos -que en casi todas las fotos debían de estar mirando el mero suelo o algún autobús que pasara- alojan ahora el brillo de la leyenda; sus ropas improvisadas se han convertido en atuendo intencionado; sus cigarrillos parecen todos de marca francesa y su pelo despeinado nos sugiere algún empeño escultórico... Concluye uno que el estilo es desaliño + gloria. Incluso sólo gloria.

Por la noche, el premio Herralde se celebra con un cóctel y luego los directamente implicados en el evento convienen en cenar juntos a costa de don Jorge. Nuestra cena tuvo lugar en un sitio que creo que se llamaba -o llama- La balsa. O La báscula. O La barca.

No recuerdo nada de lo que pudo decir Roberto Bolaño, y sí algunas cosas de las que dijera Enrique Vila-Matas, que daría por sí solo para otro post memorial, ciertamente.

Acabé de copas en ese bar llamado Salambó, lugar al que no vino Roberto Bolaño, por lo que hemos de pasar sin mayores dilaciones a la Segunda Vez que vi a Roberto Bolaño (y última).

Fue en Madrid, un día de noviembre, en la presentación de nuestras dos novelas en el café Hispano de la Castellana. Recuerdo una conversación telefónica con la responsable de prensa en la que yo le preguntaba sobre el número de personas de mi entorno que podían asistir al acto. Oh, inocencia. Visto desde este 2013, en el que hay que zarandear todo el árbol genealógico para llenar la primera fila de sillas de una presentación, la pregunta parece ciertamente cándida. No lo era, pues la señorita en cuestión me dijo claramente que podía traer a diez personas.

Las conté.

El Bar Hispano es un local anchuroso, sobrio, decadente, muy pintón, donde a buen seguro caben cien personas muy apiñadas o setenta si se mantiene el decoro. En aquella presentación de Los detectives salvajes, primera que se hizo en España, habría como mucho treinta personas. Tengo fotos privadas donde se ve a mi hermano (lo cual para mí es bastante fuerte) sentado a una mesa con Roberto Bolaño (que para mi hermano, aún hoy, no es absolutamente nadie). En otras fotografías, se ve el estupendo embaldosado del bar del paseo de la Castellana, apreciable hasta en sus últimas junturas debido a la ausencia de todo tipo de asistente y sus pisadas.

Uno se pregunta, llegados a este punto y a este año, a esta épica de Roberto Bolaño, a esas traducciones intercontinentales, a estos elogios y a aquellos homenajes, a esas votaciones sobre mejores escritores del siglo XXI, uno se pregunta, repito, dónde estaba todo el mundo en el año 1998. En la presentación de Roberto Bolaño, no. Hablamos de una novela potente publicada por Anagrama, en primer lugar, y luego del premio del sello, uno de los más importantes de España. Quiere decirse que Los detectives salvajes no salió en Lengua de Trapo y fue presentada de tapadillo en Libertad 8; no. Y, aún así, ni tan siquiera los autores del catálogo de Anagrama con domicilio en Madrid -sólo recuerdo a Vicente Molina Foix- sintieron la menor curiosidad por saber de qué iba ese chileno que se había llevado el premio de don Jorge, y prefirieron quedarse en sus casas.

Este asunto, que yo repito mucho en los bares con maliciosa recurrencia, se me reveló no ese mismo año, sino al año siguiente, cuando -no sé quién ganó- asistí a la presentación de la nueva edición del premio y apenas cabía un marcapáginas en el bar Hispano. La misma asistencia abrumadora constaté en el año 2000. Luego, en 2001, o dejaron de invitarme o dejé de ir.

Después de este segundo evento, hubo también una cena clónica, de implicados y parejas o dilectos de la editorial o hijas de editoras importantes. (El libro de Roberto Bolaño, por cierto, lo presentó Soledad Puértolas. Leyó un texto. Aún recuerdo la forma en la que dicho texto panegírico se iniciaba, pues me conmocionó: "Anochece sobre Pozuelo.")

De las charlas de aquella cena, tampoco recuerdo gran cosa, salvo la obsesión que manifestaba Bolaño por la película Carretera perdida, sobre la que estuvo especulando un buen rato. Yo le dije que más difícil de desentrañar se me hacía Cabeza borradora; él dijo que para nada, que esa estaba cla-rí-si-ma. Tuvo tiempo además de afirmar que Jaime Bayly era el mejor..., esta vez sí lo recuerdo: el que mejor escribía los diálogos de toda la literatura en lengua española.

Acabo, e insustancialmente, pues no hay imagen última, ni frase postrera; no tengo ese detalle que, como en algunos cuentos del propio Roberto Bolaño, despide a un personaje y le impone una aureola de continuidad y fondo (unos pasos que se pierden, el foulard deshilachado, silbidos al caminar...). No.

Simplemente me despediría de Roberto Bolaño y seguiría mi camino.

martes, 16 de julio de 2013

Una cierta militancia (*)

Si uno da un repaso en las hemerotecas a las numerosas entrevistas concedidas en los últimos años por los escritores, encontrará muy repetida una afirmación similar a esta: Yo no hago vida literaria. Anotando nombres en una columna bajo el epígrafe No hacen vida literaria y lo mismo en otra columna a su lado encabezada por un Sí hacen vida literaria, descubriríamos que durante un tiempo la vida literaria en España se hizo por sí sola. Es decir, a las presentaciones de libros no acudió nunca nadie, ni siquiera los presentadores; nadie bebió una sola copa de vino ni comió un solo canapé pagado por una editorial; ningún escritor bisoño tomó café con un autor encumbrado; no hubo ponentes ni público en los festivales, los simposios o las charlas; nadie vio siquiera a un escritor paseando por la calle.

Era irónica -era cínica- aquella sedicente disciplina de la ausencia, la negación continuada del acto social de entrometerse y promocionarse, de estar. Ahora las cosas han cambiado, ahora es cierto: no hay nadie.

A las presentaciones de libros no va nadie.

A las librerías no va nadie.

Hay novelas que nadie ha abierto nunca, nombres que no se han buscado en internet, títulos que ninguna persona es capaz de citar correctamente.

Hacer vida literaria, esa socialización de oficio, daba algo de vergüenza, como si se mostrara o reconociera la receta tan vulgar de un arte, el contrachapado de los espejos; sin embargo, la pérdida efectiva de ese andamiaje ha puesto a temblar la propia literatura, la ha ensimismado o la ha dejado sin riego sanguíneo, sin ambiciones, sin prestancia. Así, la literatura hoy día ya parece poca cosa.

Preocupados como andan editores y escritores por la caída en las ventas de los libros, no ha habido tiempo ni despachos para tratar su más grave amenaza: la caída en desgracia, el desbarrancamiento. Que un libro no hace que se pare el tráfico, que una calle sin nombre no espera a que muera un escritor para tenerlo; que nadie se pasa de estación por pasar la última página. ¿Cagarán las palomas del mañana sobre alguna estatua erigida a un escritor de hoy? ¿Quedarán en el futuro dos jóvenes universitarios en la glorieta de un Quevedo del presente? ¿Dejarán sin nombrar algún rincón del callejero los deportistas?
No se echan de menos aquí las cartelas de las calles, sino el modo en que se llega a ellas: importando a alguien, importando a muchos, siendo socialmente requeridos.

La publicidad se nos antoja en estos días todopoderosa, pero, al cabo, lo cierto es que no puede obligarse a nadie a comprar nada, se opera sin coacción, con pesadez, sin castigo, por emanación. Nadie va a comprar un libro porque le digamos que lo compre; el problema es que, en cualquier caso, ya no lo compran; no se puede inducir una necesidad cuando ha dejado de estar claro que leer sea necesario.

Lo es. Pero nos estamos quedando sin argumentos.

Si dejamos de mirar hacia las cajas registradoras de las librerías y atendemos un instante a lo que queda de “vida literaria”, quizá concluyamos que gran parte de lo que está pasando -la desaparición de la literatura como referente del ocio, el conocimiento y la inquietud de la sociedad- no es sino una consecuencia directa de la desestimación por los libros de los mismos que los escriben, los manufacturan e -incluso- los defienden.

Así, hemos visto cómo desde el columnismo se lloriqueaba por el desabastecimiento de las bibliotecas a causa de los recortes en los presupuestos culturales, cuando si hay algo en el sector editorial que se regala continuamente, se tira y se pierde, son libros. Los mismos escritores que utilizan sus columnas en prensa para afear al gobierno la retirada de la partida destinada a la compra de libros pueden estar yendo en la mañana misma en que esa columna es publicada a vender las varias decenas de libros nuevos que han recibido de distintas editoriales -justamente porque conservan una columna en un periódico- por dos euros el ejemplar; los propios periodistas culturales, que tantas páginas llenan con estos asuntos, son proveedores habituales -y, de hecho, exclusivos y directos y de confianza, como un dealer- de este o aquel puesto de libros en esta o aquella cuesta mercantil. Si todo aquel que recibe un libro gratuitamente, y que quiere desprenderse de él, lo donara a un centro público de lectura, lo que necesitarían las bibliotecas no sería presupuesto para comprar libros sino para tumbar paredes y doblar su capacidad.

En esas mismas columnas, que un día se dedican a criticar al gobierno por empobrecer la red bibliotecaria y otro a denunciar la corrupción, y muchos otros más a cualquier bobada que se le haya ocurrido al autor y que allí nos cuela con autoindulgencia, nunca se ve a un escritor recomendando un libro, sin embargo. Hoy en día, es prácticamente imposible encontrar a un novelista diciendo a sus lectores periódicos que le ha gustado una novela que acaba de comprar y de leer. De hecho, los novelistas de tronío, con columna en prensa, nunca van a una librería y compran un libro, un libro nuevo. Ni Javier Marías ni Antonio Muñoz Molina han dicho en treinta años de articulismo que haya que leer a nadie, a nadie que no sea Muñoz Molina o Javier Marías, o a dos o tres autores más que  -en treinta años- les han caído en gracia. Si destapamos las relaciones de amistad entre los escritores, podríamos concluir a bulto pero sensatamente que en España ningún escritor lee libros de nadie que no sea amigo suyo y que, por lo tanto, no se recomienda leer nada que no haya escrito un amigo del recomendador. Que ni siquiera los escritores leen a ese  desconocido que es todo escritor para los ciudadanos, los lectores. Que ni siquiera los escritores practican el juego de la literatura: comprar o hacerse con un libro por pura curiosidad, leerlo, comentarlo, recordarlo.

También es imposible encontrar a un escritor de renombre oficiando de presentador de una novela nueva.

Miguel Delibes lo hacía; Francisco Umbral lo hacía. Desde hace diez años, ningún autor relevante, mediático, poderoso ayuda a un escritor poco o nada conocido a llegar a los lectores.

Todo el dinero que pueda destinar el Ministerio de Educación y Cultura a la promoción de la lectura da risa en comparación con la influencia y el poder desperdiciados por los propios escritores al negarse a decir a la gente que lea a otros escritores, desde sus columnas o en actos en las librerías o en sus intervenciones radiofónicas. Lo dicho desde arriba resulta mucho menos efectivo que lo afirmado desde dentro.

Por si fuera poco -y quizá por esa misma ausencia de escritores consagrados en las mesas de presentación de libros-, los propios escritores -menores, medianos, buenos, seudoconocidos- no acuden regularmente a la puesta de largo de las novelas, salvo por compromiso. Las presentaciones de libros ahora mismo en la capital de España son como el velatorio de un muerto que hubiera hecho muy pocos amigos a lo largo de su vida. Los libreros que acogen este tipo de evento se sientan muchas veces entre el público para que la cosa dé menos pena. Que no haya veinte personas en Madrid (donde están censados más de tres millones de ciudadanos) a las que les interese una presentación literaria realizada en una librería céntrica resulta mucho menos increíble que el hecho de que no haya veinte escritores en Madrid (donde deben de vivir unos ochocientos) que sí vayan.

Que millones de personas no compren libros no es tan desesperante como que miles de escritores no compren libros.

Toni Cantó pierde menos votos metiendo la pata cada semana en Twitter que lectores pierden los escritores al afirmar: Yo no leo a mis contemporáneos. Decenas de novelistas dicen eso cada día. Comparado con esta afirmación, nada de lo que haya dicho nunca Toni Cantó es idiota. Ningún futbolista dirá jamás: Juego al fútbol pero no lo veo.

No es inusual oír decir además a un escritor que sólo compra un suplemento literario o una revista sobre libros “cuando salgo yo”, “cuando escribo yo”, “cuando me sacan”. Tampoco sorprende ya que a un escritor se le ocurra promocionar espontáneamente una serie de televisión anglosajona o un cacharro cualquiera que acaba de salir al mercado.

En conclusión, no se va, no se acude, no se lucha, no se lidera; nada se demuestra, nada se defiende; no se milita.

Creo que la literatura ya no es otra cosa que una cuestión de militancia.

Un ejemplo. Eloy Tizón era el favorito de entre todos los finalistas del último Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero. Como cuentista consagrado, como profesor y maestro del género, se daba por descontado que su libro recibiría aquel galardón. Ganó otro. En el acto de entrega del premio se comprobó -por la presencia de determinadas firmas trepadoras- que era uno de esos escasos eventos literarios en los que todavía se considera que uno “debe estar”. El que no debía estar era Eloy Tizón; por rencor, por desplante, por orgullo siquiera. Sin embargo, fue, decidió pasear su segundo puesto entre todas esas manos dadas al ganador, entre todos esos jurados desafectos y entre todos esos ignorantes que ni siquiera sabían quién era él, profesor, maestro del relato.
Su presencia en el salón de columnas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, junto a presentadoras de televisión, consejeros de agricultura y empresarios vitivinícolas, vino a establecer la diferencia entre intervención e incursión. Numerosos escritores utilizan a menudo esa palabra, esa raíz semántica, a la hora de hablar de sus libros: quieren que sus obras intervengan en la sociedad, han escrito su libro para intervenir en la realidad, creen en la intervención literaria… La literatura ya no conserva ese estatuto -esa nobleza-, sin embargo. Publicar un libro no es intervenir; si acaso, abultar. Ahora sólo pueden practicarse incursiones, como la protagonizada por Eloy Tizón, ahora sólo puede el escritor proponerse molesto, revalidarse a sí mismo como estorbo o como obstáculo al modo de la guerrilla o de las pandillas juveniles, sólo puede uno incurrir (“en un error, en un delito, en perjurio”), mostrar lo que escribir y leer tienen de disruptivo, de oposición, de contrapunto; de enriquecedor también.

Recuperar la literatura pasa entonces por recuperar la vida literaria, por comprar libros, por leerlos; por recomendarlos generosamente llegado el caso y la oportunidad; por dar un paso al frente y defenderlos en una presentación; por comprar prensa cultural; por ir a presentaciones y festivales literarios; por donar novedades a las bibliotecas; por querer escribir y no sólo recibir becas para escribir; por llorar menos; por perseverar en el error, el delito y el perjurio de la literatura.
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*Publicado originalmente en Micro-revista.