lunes, 30 de septiembre de 2013

raudo #6

El tráfico del DF es mayoritariamente japonés. Mazda. Honda. Mitsubishi. Nissan.

Un niño de unos ocho años cruza a la carrera por entre los coches en marcha.

Lloviendo.

domingo, 29 de septiembre de 2013

raudo #5

En el hotel de México DF donde me alojo, se exhibe un cartel en la recepción que dice: En este establecimiento no se discrimina a ninguna persona: ni por género ni por raza ni por nacionalidad ni por religión y ni por capacidades especiales (sic).

Me informan de que muchos escritores suelen hospedarse aquí.

sábado, 28 de septiembre de 2013

raudo #4

Esas novelas realistas italianas -las de Moravia, las de Pavese- que pueden entenderse a la perfección leyendo sólo los diálogos.

viernes, 27 de septiembre de 2013

raudo # 3

El lector imbécil (aquel simpático esquema de Cipolla: hago mal a los demás y me hago mal a mí mismo): lector que elige los libros que sabe que no le van a gustar, como un viajero que tomara las rutas menos atractivas y volviera diciendo que todos los países del mundo son feos. Existe esta clase de viajero, el que desea -quizá sin saberlo- sufrir el viaje para tener luego algo más enjundioso que contar, más interesante que Todo bien, Qué bonito, Preciosa la ciudad, y despertar así la atención y la complicidad de sus oyentes. El viajero masoca no ama viajar, ama volver ofendido; el lector masoca no ama leer, ama su insatisfacción. Ambos practican una suerte de aristocracia de la infelicidad, un ejercicio decadente y envilecedor. Pudrirse como reclamo.

jueves, 26 de septiembre de 2013

raudo #2

La anécdota, casi detectivesca, según la cual yo adjudico comentarios anónimos insultantes a una persona en concreto -a la que odio como si fuera de verdad el autor de los anónimos; Ozo, por sus siglas inversas- hasta que veo un comentario -hace dos veranos- (anónimo, por supuesto) en el que se afirma que voy a publicar mi siguiente obra -Pose- con la "editorial de mi pueblo" y, a los pocos días -el libro está programado para diciembre, nada menos-, coincido con el editor y le pregunto cómo puede nadie saber ya que vamos a sacar ese librito, si ni siquiera hemos firmado el contrato, si yo no se lo he dicho prácticamente a ningún amigo, si... ¿se lo has dicho tú a alguien?, pregunto, y él, después de pensarlo un buen rato, cae en la cuenta y me dice: Pasó por aquí Ozo (por sus siglas inversas) y se lo dije.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

raudo #1

Después de asistir a la charla que Ricardo Piglia ofreció en la Casa de América de Madrid, y de procesar las dos o tres ideas geniales que dejó caer en su intervención -a pesar de su presentador-, me ha venido a la cabeza la duda siguiente: ¿Por qué hace uno preguntas al final de un coloquio?

Habiendo yo leído varios -muchos- libros de Piglia y encontrado en ellos sugerentes presupuestos intelectuales, y considerándolo el mejor escritor latinoamericano vivo, admito no tener nada que preguntar a Ricardo Piglia en los minutos de la basura de sus conferencias. Cientos de páginas leídas al autor, y esa hora y pico de hablar sin parar por su parte, demandan mi silencio.

Así, al margen de incontinencias, salidas de tono, soledades mal llevadas, ¿por qué alguien va y pregunta algo a Piglia al final de una charla? ¿Qué quiere?

Qué quiere.