jueves, 17 de octubre de 2013

raudo #23

La frase que, como tantas, me viene de vez en cuando a la cabeza -una novela, un cuento, un ensayo sobre el recuerdo de la frase-, esa que dice: yo no tengo amigos tontos, o, dicho de otra manera, todos mis amigos son inteligentes, frase que oí hace tiempo y que, de una u otra manera, he visto reformulada por varias de las personas que he tratado a lo largo de los años, y que me hace pensar, también, en esa práctica entre escritores, la de alabar el libro del amigo, siempre, la de considerar en público, siempre, que la nueva novela de un amigo es excepcional, necesaria, como si la amistad, tanto en la frase y en sus reformulaciones como en la práctica amical-crítica, fuera una cuestión arancelaria, una oposición, sucesivas pruebas de nivel, de modo que se elige a los amigos tras someterlos a examen -pero la familia no se examina-, y así luego puede afirmarse que son inteligentes, que son grandes escritores, pues se leyeron sus libros antes de decidirse por su amistad -un autor español, años 70, ironizaba en su blog: sólo acepto amigos que escriban bien-, cuando, a fin de cuentas, lo mejor que se puede decir de los amigos, lo más elogioso, es que no son los mejores escritores del mundo.