viernes, 18 de octubre de 2013

raudo #24

Jugando al ajedrez en chess.com, partidas rápidas -cada jugador dispone de 3 minutos- (algo que no aleja el juego de su tedioso original, pues mover más rápido no equivale a mover otra cosa, sino a ahorrarse el rodeo de la cavilación: algo similar, pensé hace tiempo, a lo que sucedía cuando uno era estudiante de bachillerato y sacaba sobresaliente en Historia después de varios días previos repitiendo decenas de veces los distintos temas, cuando en verdad habría obtenido sobresaliente también si los repasos se hubieran reducido a la mitad, o incluso a uno o dos), descubro justo ahora -y son miles las partidas que jugué- que también del ajedrez puede decirse lo que tantas veces se dice del fútbol: que es un esquema un prototipo una simulación de la vida, el magma reducido a líneas fundamentales, a principios básicos: el objetivo, la estrategia, la derrota, la recuperación, la suerte, la maldad -jugadores que pueden dar jaque mate en el siguiente movimiento y prefieren devorar los restos de tu ejército: humillarte-, la generosidad -un error que pone en peligro tu dama (comida fácilmente por un caballo) y el adversario (se nota en que piensa de más) no lo hace: la perdona-, el estrés -tu reloj indica 20 segundos; el de tu rival, 21: se pierde por tiempo, también-, el ánimo de superación -jugar 10 partidas seguidas con un jugador mucho mejor que tú y perderlas todas y querer jugar la undécima-, la madurez: de pronto no pierdo, de pronto gano a todos mis rivales, incluso a aquellos que tienen una calificación muy superior a la mía: no dejo de jugar durante dos o tres días sin que nadie me gane, como si milagrosamente me hubiera poseído el espíritu de un Kasparov o de un Capablanca, el hecho de saber que voy a ganar hace que vaya a ganar, la confianza absoluta en una especie de iluminación ajedrecística es tan obscena que, incluso cuando pierdo por un peón o dos, sé que voy a ganar: y gano, y cuando no juego reflexiono sobre ello y me doy cuenta de que lo que me hacía perder antes no era apresuramiento, ignorancia, inferioridad, era algo peor: era pasión, que jugaba con tanta pasión que no pensaba -el pensamiento puro es matemático, apático-, lo que me lleva a considerar que, si juego sin pasión, ganaré siempre, porque hay una lógica y una precaución netamente intelectuales, invencibles, pero cómo hacer algo sin pasión cuando te apasiona -me pregunto-, y más: qué sentido tiene hacer algo sin pasión y hacerlo bien -me pregunto-, hasta que un día vuelve a mí toda la pasión por el ajedrez -inmensa, obsesiva, satisfactoria-, y entonces pierdo.