lunes, 28 de octubre de 2013

raudo #34

Pensar en la muerte desde los presupuestos más obvios, al hilo del fallecimiento o no fallecimiento -fallecimiento fue- de Lou Reed, que, durante dos o tres minutos, estuvo vivo y estuvo muerto en la red social Twitter, donde a menudo muchos mueren de mentira y no es tan fácil distinguir -durante dos o tres minutos- si alguien -alguien famoso- se ha muerto a ciencia cierta, para siempre -¿por cuánto tiempo nos morimos?, Neruda-, siendo esa "ciencia cierta" la ciencia que demanda las obviedades: que uno se muere cuando deja de estar vivo (pero uno nunca sabe que está muerto; uno nunca se sabe muerto), que otros, el círculo próximo, sí saben que uno ha muerto porque contemplan el cadáver -la verdad del cadáver, gobiernos que matan terroristas y necesitan una fotografía del cuerpo abatido; madres que no creen que sus hijos hayan muerto porque no apareció un cadáver: la muerte como dato frente a la muerte como objeto-, que otros, el círculos de amigos y conocidos, lo saben porque alguien que lo ha visto muerto se lo ha dicho, y su decir no puede tomarse a la ligera, pues una broma de esa gravedad -mi padre ha muerto, le dijo Antoine Doinel al maestro- no tiene gracia y no puede hacerse; y que el resto, los círculos concéntricos de aquellos para los que la muerte de alguien puede siquiera llegar a significar algo -no hay significado alguno en la frase "Lou Reed ha muerto" si no se sabe quién es Lou Reed: la ignorancia es un lugar donde no se muere nadie- lo sabrán ya en virtud de una tercería cada vez menos autorizada y rigurosa, gracias a la intermediación de voces que se hacen eco de otras voces que se han hecho eco de otras voces que se hicieron eco de otras voces que se habrían hecho eco de voces quizá por fin fiables en una sucesión de modos verbales y modulaciones de un silencio -el cadáver- que, durante dos o tres minutos (de saber a saber que se sabe) consiguieron que una persona dejara de estar viva y, al mismo tiempo, dejara de estar muerta.