sábado, 9 de noviembre de 2013

raudo # 46

Fascinado por esa herramienta defensiva que consiste en convertir al acusador en acusado, con la ayuda de su propio discurso de denuncia, de modo que si uno, por ejemplo, no es infiel a su pareja pero nota que todos a su alrededor lo son, y se obsesiona con ese comportamiento y acaba emitiendo la afirmación -que mezcla escepticismo y diagnosis, hartazgo de la hipocresía y un cierto ánimo suicida- de que todos somos infieles, los infieles de hecho lo señalarán a él como el único infiel, pues a fin de cuentas afirma que todos son infieles, a pesar de que su enunciado quería visibilizar una realidad que, de tan aplastante, le resulta insoportable en su secretismo; y así -según las últimas emanaciones de un odio obsesivo e incomprensible datado en el día de ayer- yo, por considerar el entorno literario asfixiantemente corrompido, soy, para el ilustre odiador, el primer "especulador" literario del país, el número uno de entre los "postulantes resentidos", en definitiva, el único corrupto, pues, para esta lógica ponzoñosa, la corrupción no califica al que la comete, sino al que la ve.