miércoles, 8 de enero de 2014

raudo # 106

Con ingresos de varios millones de euros al año, parece que alguien es aún capaz de contratar en negro a su servicio doméstico.

martes, 7 de enero de 2014

raudo # 105

Que a lo mejor está escrito -y no deja de ser divertido-, pero parece haber una ley inmanente, una norma tácita o una simple tendencia dentro de lo que podíamos llamar tanto literatura comercial como literatura premiable (como, sin mayores rodeos, literatura femenina, entendida ésta no como la escrita por mujeres, obviamente, sino la escrita para mujeres) según la cual (ley, norma, tendencia) ha de titularse una novela utilizando siempre una de estas tres palabras: vida, tiempo o amor, siendo vida la más recurrente, y siendo la compañía de dichos nombres capitales y capitulares, a ser posible, una serie de preposiciones y complementos de la mayor insignificancia posible, lo que ha dado como resultado esta fascinante lista de títulos indistinguibles: La vida imaginaria, La vida en el abismo, Pura vida, Te di la vida entera, La fuente de la vida, Entra en mi vida, La vida después, Tiempo de arena, El tiempo mientras tanto, En tiempo de prodigios, La invención del amor, Lo inevitable del amor, Algo tan parecido al amor..., títulos, al cabo, a los que ha de darle uno las gracias, en realidad.

lunes, 6 de enero de 2014

raudo # 104

Extrañado ante los datos de participación de un histórico concurso literario, no sólo porque hace quince o veinte años eran el doble o el triple las personas que enviaban a Barcelona sus originales, sino porque, este año, se desglosa la nacionalidad y/o procedencia de los escritores, de resultas de lo cual tenemos que sólo 79 de los 231 manuscritos remitidos fueron timbrados en España -lo que no quiere decir que los remitentes sean todos españoles- y el resto, como 150 paquetes -o mails- llegaron de América Latina -lo que no quiere decir que los remitentes sean todos latinoamericanos-; pero, en cualquier caso, la cifras no parecen tener mucho sentido, dada esa sobreabundancia de autores latinoamericanos, simplemente porque en toda la historia del premio de marras nunca ha ganado un autor latinoamericano.

sábado, 4 de enero de 2014

raudo # 102

Tampoco acabará uno nunca de sorprenderse de haber vivido una infancia y una adolescencia rodeado de canciones sobre drogas que nadie dijo nunca que fueran sobre drogas -y que nadie consideraba así entre nosotros- a pesar de lo obvio que resulta si las escuchas ahora.

viernes, 3 de enero de 2014

raudo # 101

No acabará uno nunca de dar crédito a esa situación que, con los años, se vuelve aún más frecuente y escandalosa -porque uno tiene un pasado, un conocimiento, una experiencia; unas certezas-, a saber: leer o escuchar a un escritor decir exactamente lo contrario de lo que piensa, y también lo contrario de lo que dicen sus propios actos y movimientos y publicaciones; al comentarlo en mi entorno más cercano, me hablan de "cinismo", pero no es cinismo que lo que uno diga sea tomado palabra por palabra como lo que uno quiere decir (independientemente de la sinceridad bajo la que se amparan sus enunciados), sino que lo que uno diga sea leído como su contrario por quien lo escucha (el cinismo aún merece algo de respeto, en realidad); es, entonces, simple falsedad interesada, ese hermanamiento de ambición e hipocresía de la que hablaba Chateaubriand como fórmula del éxito, y que convierte los alrededores de la literatura (las entrevistas, mayormente) en el despliegue de los catálogos de un charlatán.

jueves, 2 de enero de 2014

raudo # 100

Hacía muchos años que un programa de televisión -pero también son muchos ya los años sin aparato en casa- no me hacía feliz, no me formaba al tiempo que me entretenía, no me conmovía incluso, como lo hizo el que vi hace un par de días en rtve, cuyo título -que me apela directamente, a mi oído musical, a mi discoteca- era y es -creo que se emite los domingos- Cachitos de hierro y cromo (y a cantar como tú sabes), un espacio sencillísimo y magistral: aprovechando el inmenso archivo de actuaciones musicales en la televisión pública, el programa llena una hora de pequeñas muestras del pasado, encadenadas en función de alguna temática más o menos original y comentadas al más puro estilo twit: un breve subtítulo dirige nuestra atención hacia la ropa del cantante, o hacia la del público, hacia el sabotaje de los playback -esa etapa en la que muchos grupos, intencionadamente, se mostraban patosos a la hora de poner en su boca sus propias palabras enlatadas- o hacia la gloria casi siempre efímera de esa persona que vemos y oímos en su -cliché- máximo esplendor; gracias a los que vi ayer o antesdeayer, en la web de rtve, recordé, como no hace mucho por otros motivos, un programa de televisión de mi adolescencia, que sólo duró dos años y que no he visto nunca mencionado por personas de mi edad a pesar de que su emisión fue -en mi vida al menos- crucial y casi mítica: hablo de una cosa llamada Plástic, emitida en la segunda cadena -ni siquiera se llamaba La 2- y donde un par de gamberros -uno, con pintas de macarra rockero; el otro, con trazas de niño bien- presentaban vídeos, hacían el imbécil, recibían a cantantes y grupos para entrevistarlos o hacerles buscar sus propias palabras enlatadas y, al cabo, terminaban con un delirante concurso donde había coches de juguete de gran tamaño y personas que se metían en ellos y eran bañadas -por motivos que ya no recuerdo- con asquerosos ungüentos de color pastel que caían del techo del estudio: en Plástic vi yo por primera vez -seguramente- videoclips, como Mala vida de Mano negra o el primer éxito de Juan Luis Guerra; por no hablar de ese gran momento -para mí: ojalá "para mi generación"- en el que Siniestro Total interpretó Cuánta puta y yo que viejo (zumo de naranja en las tetas de la negra), en horario insoslayablemente infantil -yo veía Plástic al volver de la escuela, debían de ser las cinco o seis de la tarde; debía de tener yo 14 años-, sin que, al parecer, nadie se llevara las manos a la cabeza ni uno mismo haya salido especialmente traumado de la experiencia; qué libre y qué chapucera resultaba aquella televisión; qué buena, como nos recuerda esta libre y buena -y para nada chapucera- televisión que encontramos en Cachitos de hierro y cromo, un programa de música que va, sobre todo, del cambio.